Nacionales, Educación Fabio Lozano Uribe Nacionales, Educación Fabio Lozano Uribe

Rasmus Polibius Bergström, en Bogotá

Lo primero que dijo, ante una audiencia de profesores y padres de familia, fue: “Se sabe que el 85% de las personas más admirables de nuestra civilización fueron estudiantes deficientes en el colegio, sin embargo ustedes no permiten que sus hijos lo sean”. Con esta paradoja, el educador sueco Rasmus Polibius Bergström, captó la atención de los presentes y sonrío: el desconcierto de todos se veía en sus caras. “Muchos de ustedes mencionan, a cada rato, la frase: 'el que no arriega un huevo no saca un pollo' y ese criterio les ha servido en sus inversiones, en sus amores y jugando al poker, pero no son capaces de apostar por la autonomía de sus hijos sino ya cuando son adultos, cuando es demasiado tarde” continuó diciendo el investigador de la Universidad de Pülke y distinguido miembro del Wehub (World Education and Humanity Board) para, acto seguido, preguntar: “¿Alguno de ustedes tiene un hijo perdiendo cuatro materias o más?” y nadie levantó la mano; silencio absoluto que el conferencista deliberadamente alargó, callado durante tres minutos, para después concluir: “Ese es, basicamente, el problema: nos da pena reconocerlo, por lo menos, en público; porque nuestra sociedad considera que ser buenos padres es tener hijos buenos estudiantes. Nadie, festivamente, dice: 'mi hijo va perdiendo el año' y es una lastima porque esa misma vergüenza no nos permite abrazarlo y decirle: 'hijo, algo debes estar haciendo bien, te felicito'”.

La conferencia duró un poco más de cuatro horas, de las cuales tres fueron de preguntas y respuestas; deploro no poder dar fe de ellas, en este reducido blog, pero trataré de hacer un resumen de sus argumentos. El profesor Bergström salía esa misma noche para Lima y a los dos días llegaría a Buenos Aires, no se cansó de pedir disculpas por la lentitud de sus editores en tener sus libros traducidos al español pero se comprometió a acelerar el proceso. Su teoría es la siguiente: lo ideal es que los niños sean malos estudiantes en el colegio y muy buenos en la universidad. “Casi que lo primero es causa y lo segundo: efecto” comentó al margen “pero eso es tema para otra conferencia” agregó.

El primer error que cometen los padres es creer que ellos, también, son profesores y eso dificulta la relación con los hijos porque, con seguridad, odiarán la figura del “profesor” que generalmente es impositiva y sin mayores libertades porque, éste, a su vez, también es esclavo del pénsum, de las reglamentaciones y aunque sea difícil de creer: de las notas. El profesor Bergström conoció una escuela en Nairobi donde se calificaba con caritas felices de distinto color e indefectible, al final del año todos los niños se habían esforzado por ganar las de todos los colores y esa necesidad, solamente, los hizo tener un sentido grande de logro y autoestima cuando la verdad es que los profesores las ponían al azar, salvo que, entre ellos, determinaban no ponerle un color específico, a cada estudiante, durante la mayor parte del curso. En ese punto aprovechó para informar, el conferencista, que la mayoría de las comunidades consideradas primitivas, en el Africa y la Amazonía, por ejemplo, saben, en sus huesos, que su única labor es la de generar autoestima en sus hijos; pero que, de alguna manera, los países más educados del planeta consideramos, que los padres debemos entrenar a nuestros hijos para que compitan en el mundo exterior; lo que, además de padres y profesores, nos convierte en entrenadores y si el hijo falla en matemáticas, pues, se las enseñamos en la casa, por lo que también fungimos de: matemáticos, biólogos, gramáticos o de lo que sea necesario.

Una madre –contó– fue llamada al colegio y delante de su hijo, le dijeron que él había sido el único estudiante capaz de sacar cero en los cinco cortes, de la materia: geografía; “¡Oiste eso hijo!” exclamó ella y lo invitó a celebrar el acontecimiento con un helado: el niño, sin duda, no sabe dónde está parado pero ella si sabe que es más importante la sensación de haber hecho algo distinto a sus compañeros que la valoración de “peor” o “mejor” que es realmente lo nocivo de la educación. Vivimos en una sociedad tan mal educada que si uno es “peor” en algo, se vuelve “peor” en todo y si es “mejor” en algo, rara vez se le considera “mejor” en algo más. “¡Vaya encrucijada!” exclamó el profesor Bergström, cuando lo único que se nos pide como padres de familia es que ante cualquier situación –que no revele una falencia moral, por supuesto– le expresemos a nuestros hijos gestual y verbalmente “¡puta madre, hijo, de verdad que eres maravilloso!”

La mayoría de los estudiantes excelentes, en el colegio, sufren mucho con las malas notas y generalmente, escogen su carrera basados en éstas y no en una verdadera convicción, porque los obnubilamos tanto con el hecho de que "son buenos en ¡eso!" que les cuesta trabajo mirar para otro lado; y lo grave es que con una sola mala nota, en la universidad, son capaces de concluir que se equivocaron de carrera y echar todo por la borda; con dos malas notas se declaran mediocres y con tres malas notas algunos hasta se han suicidado. En cambio los que tienen experiencia perdiendo materias y pasando los años por la gracia de dios saben, con mayor certeza lo que les gusta y saben que serán buenos en lo que se propongan, porque mal que bien han tenido la posibilidad de probarse, con la ventaja de que superaron, desde pequeños, el trauma de la mala nota que, en el mundo de hoy, se ha vuelto un señalamiento inaudito.


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Pardo: el comodín

“Rafael Pardo podría ganar un concurso de belleza” fue la respuesta de uno de los investigadores de mercado más exitosos de Colombia, Severino Callejas, director de la firma Sondinas (Sondeos Independientes Asociados) cuando se le preguntó sobre la ventaja que el político-comunicador-economista le tomó a Clara López en la carrera por la Alcaldía de Bogotá. Tan curiosa respuesta llamó la atención de los medios de comunicación por lo que, al salir de su casa, al día siguiente, Severino se vio asediado por micrófonos, cámaras y grabadoras que, a duras penas y sin obtener ninguna respuesta, lo dejaron subir al carro. En la oficina, ante su equipo de trabajo, pidió disculpas por su indiscreción; no podía ser de otra manera, en el negocio de las encuestas no se acostumbra soltar opiniones, frente a la opinión pública, porque cualquier declaración inoportuna pone en riesgo la credibilidad de la firma. 

El daño ya estaba hecho y lo mejor era dar las explicaciones del caso. Lo que se hizo a puerta cerrada, entre Rafael Pardo, sus asesores de imagen y su esposa, una periodista carismática y curtida en el manejo de la información. Lo primero que Severino Callejas dijo para captar, de una, la atención de los presentes fue: “Rafael Pardo no es una candidato, es un comodín” y es cierto, el mismo Pardo, sabe que ser siempre el hombre “adecuado” con el discurso “políticamente correcto” tiene sus problemas y está dispuesto a reconocerlos para dejar de ser la ficha de quitar y poner según las necesidades del mandatario de turno, el Partido Liberal y las circunstancias políticas de Colombia. 

La reunión duró un poco más de cuatro horas y quedó, en el ambiente incrédulo del salón, mucho que asimilar y poco tiempo para aplicar correctivos. Pardo es sopesado, tiene habilidad para tomar decisiones que afectan positivamente a la mayoría de los involucrados; sus argumentos son siempre estudiados y da fe de los procesos de pensamiento que lo llevan a sacar conclusiones asertivas, en sus discursos; como político es respetado, cosa que muy pocos pueden decir de sí mismos, sus electores lo consideran como a alguien que no los va a dejar colgados de la brocha, ni los va a defraudar, ni hacerlos sentir como a los pendejos que se le pegan a servidores públicos que pasan desapercibidos o que terminan en la cárcel; entre múltiples razones votan por él, principalmente, porque lo admiran. Pardo, además, se mueve como pez en el agua en varios círculos, acepta cualquier reto público o privado y la sola sugerencia de su nombre, para cualquier empresa, es bien recibida por los interesados, por los medios de comunicación y por el público en general. Responde lo que se le pregunta sin excesos y con base en su experiencia, no es de esos que anda, por ahí, pontificando sobre lo humano y lo divino como los tantos y pretendidos sabios que pululan, en los techos altos del poder, como luciérnagas sin pilas. Pardo ha sido y seguirá siendo, la cara de mostrar en los momentos aciagos de nuestra política o ante las confusiones como la que, hoy, aqueja a los bogotanos. 

Callejas terminó la reunión, diciendo: “Pardo podría ser Miss Universo, Secretario General de la Naciones Unidas o ganar la Fórmula Uno, el problema es que creer en su capacidad no es lo mismo que sentirle las ganas de llegar a donde quiere llegar. Nos falta ver a través de su piel y vislumbrar al héroe que, al tiempo con los suyos, arrastra los ideales de todo un pueblo”. Pardo y su esposa lo sabían, lo habían rumiado muchas veces, pero hasta ahora pudieron decantarlo: Pardo podría ser Alcalde de Bogotá pero la efervescencia y calor que necesita, para cautivar electores menos cultos que los que acostumbran a votar por él, le es esquiva; él no es carismático, ni arrollador en la forma de decir las cosas y peor aún, ni siquiera parece que quisiera serlo; no se le ve el cauce salido de las venas, ni el rubor emotivo del deseo; pareciera, por lo tanto, que lo que ha logrado, ha sido en virtud a estar en el sitio preciso, a la hora precisa: fungiendo de lo que sea necesario para deshacer cualquier entuerto. Por eso, en la actual encrucijada, nadie espera que se rasgue las vestiduras y se convierta en un verdadero líder, sino que estamos a la expectativa de que las componendas del Partido Liberal lo lleven al Palacio Liévano. 

Eso es grave y es grave porque el efecto comodín no asegura los votos, ni el proselitismo de nadie. El Partido Liberal es, en Bogotá, un reguero de fragmentos desiguales, imposibles de casar juntos, muchos de los cuales tienen intereses con el Polo; y no lo digo en el sentido morenístico, de querer sacarle tajada al ponqué municipal ¡no! lo digo porque los caudales electorales coinciden y satisfacerlos es la función más importante de cualquier político, de cualquier vertiente. 

A Rafael Pardo le falta un volador entre el culo, pero no para impulsarlo –eso ya se dio– sino para que los bogotanos atestigüemos, de primera mano, que puede volar solito –sin el amaño de las circunstancias– y botar luces rojas, azules, verdes y amarillas indistintamente y para todos lados.


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¿Cincuenta sombras de qué?

Perla Quintero se fue a ver Cincuenta sombras de grey con su novio, augurando una noche apasionada y terminaron en una garrotera que terminó con la relación y una tetera de vidrio que él destrozó contra una pared y que le alcanzó a cortar una ceja. “No me imaginé que una película tan recomendada fuera tan mala” comentó Perla en la oficina y algunos compañeros de trabajo la llamaron “recatada” y “frígida”. Para completar, escuchó que su jefe le decía a un amigo, por teléfono, refiriéndose a la nueva secretaria de la gerencia, que: “¡Esa hembrita si está como para darle una paliza!”

En realidad, era indignación lo que sentía Perla y lo expresó de la siguiente manera: “¿Qué tiene de novedosa? ¡Es sólo otra historia sobre un hombre abusador, tratando mal a una mujer!” En un plano más personal, para ella era muy claro que si su novio salió transportado de la sala de cine –“como flotando por la nubes” fue que dijo– pues, desafortunadamente, no tenía nada que hacer en su vida. “¡Hasta ahora me vengo a dar cuenta que no me conoces Reynaldo!” le gritaba ella, llorando, ante la afirmación, absurda y poco inteligente, de que la película es un éxito de taquilla porque la practica sexual del sado-masoquismo se puso de moda. “No es sado-masoquismo” repetía él, incesante, como si ese tecnicismo lo fuera a sacar de las arenas movedizas en que se había metido; “es dominación-masculina” agregaba, como si hubiera mayores diferencias, porque, en eso, Perla tenía razón: ella tendría que ser una masoquista para dejarse amarrar, golpear y tratar como un animal sumiso al que se le pega para que ande o dé piruetas en un circo.

Lo grave de Reynaldo fue asumir que a todas las mujeres les gusta ser sumisas sexualmente y que el pudor o el miedo al dolor, no las deja disfrutar de lo delicioso y gratificante que es sentir latigazos en las nalgas, en posición cuadrúpeda, mientras les gritan: “Eres mi vasalla, mi coima, mi servidora” y las ponen a brillar zapatos con la lengua. Lo grave de Perla fue ponerse tan brava, “¡por dios, es sólo una película!” exclamaba Reynaldo casi que implorando un perdón que nunca se dio y que lo alejó de la mujer con la que pensó, en algún momento, compartir su vida. Y es que a cine llevamos mucho más que el ánimo de relajarnos y olvidar, por un rato, nuestra realidad; llevamos nuestro pasado, nuestras creencias y nuestra particular forma de ver las cosas, pero… ese es otro tema.

La dominación masculina, o femenina, en el sexo –consensual, por supuesto– es una práctica que se da entre un amo y un siervo, por lo tanto es placentera sólo para quien le gusta inflingir dolor, como para quien le gusta recibirlo. A la mujer protagonista de la película pues, simplemente, no le gustaba y al hombre protagonista pues, simplemente, no le gustaba otra cosa, por lo tanto era irremediable el rompimiento. La película trata sobre lo que ella tuvo que pasar para asegurarse de que esa manera, tan específica, de expresar la sexualidad no sólo no era lo suyo, sino que se constituía en un impedimento para continuar con la relación. Obviamente, que a esa trama hay que agregarle los ingredientes de Hollywood: una mujer bella y tierna, con una sonrisa de sandía; un hombre como salido del Olimpo, billonario a pulso; y, un contrato escrito, entre ambos, que asegurara discreción y excluyera pormenores incómodos, como podrían ser: la puesta de tachuelas en la espalda, la exposición de los genitales a algún combustible o la inserción recto-posterior del tubo de la aspiradora, por ejemplo.

Cada cierto tiempo, se llevan a la pantalla películas que causan conmoción por su contenido sexual; de todas, ésta es la más tonta y no porque sea la menos explícita, sino porque está hecha para no tener que ratearla con una “X” y además, para que le guste a un amplio sector de la población adulta, por lo tanto no profundiza en el plano psicológico, salvo un par de problemas de infancia, que todo el mundo los tiene. Nada como la barbarie humana de Salò, o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini; el experimento histórico de Calígula, de Tinto Brass; la desbordada pasión de Marlon Brando y Maria Schneider en Ultimo Tango en París, de Bernardo Bertolucci; la hermética sensualidad, en las calles de Nueva York, de Nueve semanas y media, de Adrian Lyne; o, la peligrosa carnosidad madrileña de las Edades de Lulú, de Bigas Luna; solo por mencionar algunas de las producciones hechas, de verdad, para conmocionar la piel y los pensamientos que se esconden en el sistema nervioso.

Lo otro, lo inconcebible, lo chocante, es que ver en cartelera un título como Cincuenta sombras de Grey es, ya, una invitación a vivenciar una gama de sensaciones, un abanico de posibilidades, cuando la verdad, monda y lironda, es que se trata de una película sobre un hombre que trata, sin mayor sutileza, de llevar a una mujer –de la que indudablemente se enamora– hasta el nivel de sus gustos por la dominación. ¡Nada de sombras diversas! Lo que salva la película de ser un completo desastre es que, al final: ¡ella no se deja joder!


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Las bondades de Pretelt

La justicia dejó de ser un absoluto, se convirtió en una veterana que ofrece sus tetas caídas y su entrepierna saqueada mil veces, a quien requiera de sus favores. Tan es así, que Alejandro Ordóñez habla de unos estándares mínimos de la justicia y se me ocurre pensar que Jorge Pretelt los cumple y que no es un mal tipo sino que tiene un sentido propio de la honestidad: cometer delitos menores, como robar, mentir y desfalcar, pero sólo en beneficio propio o del uribismo. Ese ha sido el sentido ético del milenio, sino que ha cambiado –un tanto– con el último gobierno, en el que se permite delinquir en beneficio propio, del santismo y ¡vaya paradoja! también en beneficio de la paz.

Ramiro Bejarano insiste que los sucesos actuales de la Rama Jurisdiccional son más graves que la Toma del Palacio de Justicia donde se quemaron las instalaciones, los archivos con millares de folios incriminatorios del narcotráfico y se asesinaron a sangre fría magistrados que más que jueces eran oráculos. Yo no estoy de acuerdo, lo que él no entiende es que ahora el aparato judicial es más relajado: se cierran los juzgados con cualquier conato de huelga y eso está bien, porque 15 días de vacaciones en diciembre no es suficiente para descansar de un trabajo tan sobrecargado; se encarcela a los delincuentes de cuello blanco en cómodas caballerizas ¡no faltaba más! para que no se vayan a contagiar del lumpen presidiario; se le otorga, incluidos guerrilleros y paramilitares, perdón y olvido a cualquiera con más de mil millones de pesos, regla que aplica también para las reinas de belleza; los magistrados gozan de cuotas para sus familiares dentro de las instituciones de la misma rama u otras del gobierno; y, si en vez de decir “concepto” dicen “concecto”, o de decir “expediente” dicen “etspediente” eso, ya, a nadie le importa. Es la nueva –y consabida– forma de comportamiento en lo judicial. Doctor Bejarano no se despeluque, mientras se cumplan –repito– unos mínimos estándares de justicia como muy inteligentemente dijo el Procurador Ordóñez; palabras que quedarán –por supuesto– escritas en sus tomos de memorias: “Elegías para una canonización”.

Volvamos, entonces, a la esencia de este artículo; Jorge Pretelt no es un mal tipo sino que su cara le quita seriedad a sus actos, pues se parece al abuelo de la familia Munster. Por eso y porque es un godo recalcitrante, de esos que durante la adolescencia, en su natal Montería, cerraba los ojos al ver pasar una burra, la gente no ve fácilmente sus bondades; pero, la verdad, han sido muchos los avances logrados durante su carrera, su magisterio y en el escaso mes y medio que lleva como presidente de la Corte Constitucional.

Candidato al doctorado en derecho de la Universidad Alfonso X El Sabio, en Madrid, España, el doctor Pretelt es experto en Derecho Electoral y específicamente, en el tema de las “ternas de uno” en el que apoya el argumento de que el ternado más opcionado colabore o saque de la manga, el nombre de los otros dos. Le salió el tiro por la culata cuando Mario Iguarán ganó el pulso por la Fiscalía General de la Nación, en la que cinco mil millones salidos del bolsillo de Carlos Mario Jiménez, alias Macaco, parece que inclinaron la balanza en su desfavor, pues, desde el principio, él fue el favorito para ocupar la cabeza del ente acusatorio; esto le enseñó a nunca bajar la guardia por eso, ahora, ante las acusaciones de haber recibido un millonario soborno, en vez de renunciar, pide una licencia, generando un antecedente de solidaridad, desde el seno de nuestra justicia, para que otros presuntos delincuentes se atornillen a su escritorio, así se lleven por delante la institución que representan.

Con su esposa Martha Ligia Patrón, quien trabaja en un alto cargo de la Procuraduría General de la Nación, cercano al despacho del doctor Ordóñez, han auxiliado a desplazados de la región de Urabá y antes que verlos dejar sus tierras con las manos vacías, por cuenta del desalojo forzoso al que los paramilitares los han sometido, los Pretelt han comprado sus predios; por precios bastante menores al de su verdadero avalúo pero, como dicen: “Algo es algo peor es nada”. La Fiscalía cree ¡qué injusticia! que ellos son cómplices de la invasión paramilitar a los fundios adquiridos, por lo que han llamado a la doctora Patrón a comparecer ante las instancias judiciales y responder por crímenes de guerra y de lesa humanidad; el doctor Pretelt como buen marido y padre de familia ha esgrimido que su mujer no puede cumplir con la diligencia, pues debe salir del país con su hija menor de edad, quien se encuentra muy afectada por la persecución de que han sido objeto, los últimos 20 días.

Se pide a grito herido que renuncien todos los magistrados y parece que tal acción sería conveniente para el presidente Santos, ante la consideración de que la Corte no se muestra favorable a avalar los entuertos jurídicos del proceso de paz. Por lo pronto Jorge Pretelt ha pedido que cambien las sillas de la Sala Constitucional por excusados, con eso cada magistrado puede deliberar mientras hace lo suyo y de paso, se disimula un poco el olor de la podredumbre que se está destapando.


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La Candy Crush Saga

“La mayoría de mis amigos son del siguiente calibre: postean fotos de ellos mismos, enfundados en sus vestidos Armani y con los nudos de sus corbatas de seda perfectamente triangulares, a punto de tomar decisiones trascendentales para el medio en que desarrollan sus actividades económicas; a los cinco minutos, su celular expide un comunicado, corto y directo a la pepa: Tu amigo te invita a jugar Candy Crush Saga", decía Alberto Mengano Lafaurie, a sus contertulios de ocasión, durante una recepción en la Embajada del Reino Unido para conmemorar los 60 años en el trono de la Reina Isabel.

Hacia las nueve y media de la noche, después de sendos pasabocas, hubo un brindis y rodó la champaña durante largo rato. Alberto se encontró con una vieja amiga –de esas tan lanzadas que la voz parece que le saliera del escote– comentaron los mismos tres, o cuatro, chismes de moda en el ambiente diplomático colombiano y en el momento de salir, cuando se estaba despidiendo de la Canciller a quien llamaba por su nombre de pila, sintió que le halaban el brazo. Era un agente del servicio secreto que lo llevó hasta un rincón, poco iluminado, de la casa para decirle, de manera incisiva “deme nombres, necesito nombres de las personas que juegan Candy Crush, se lo ruego estamos tratando de salvar al mundo, de ese flagelo”. Alberto se intimidó y con voz entrecortada dijo “no soy un soplón” por lo que el agente lo sacudió por el cuello de la camisa, mientras exclamaba “¡hágalo por el bien de la humanidad!”, al instante salió corriendo y se evaporó entre la gente, eso sí: le dejó una tarjeta en la mano con un teléfono.

A los pocos días, las conjeturas de Alberto se disiparon, pues wikileaks reveló el listado de las personas adictas a jugar Candy Crush a nivel mundial: el piloto del avión de Malasia Airlines MH370, desaparecido hace más de un año; el príncipe Harry cuando no está subido en un helicóptero haciendo prácticas de tiro; Kim Jong-Un el joven mandatario norcoreano, que juega, inclusive, durante los desfiles militares; Fernando Alonso los últimos tres años, se precia de haber sido el primero en completar mil niveles; Cristina Kirchner a quien se le oyó decir: “puede que las encuestas no me sean favorables, pero mi puntaje de Candy Crush está por las nubes”; entre otras, y en la lista también aparecen: Justin Bieber, Kim Kardashian, París Hilton, Rafael Nadal, Chelsea Clinton, Mark Zuckerberg, Donald Trump, Oprah Winfrey, etc… y los únicos colombianos que aparecen son: Juanes, Samuel Moreno y Radamel Falcao García. Los medios internacionales increparon severamente a los integrantes de dicha lista, los pusieron en la picota pública porque calcularon que, por cada 100 niveles, debían gastar alrededor de 2 semanas, jugando entre 4 y 5 horas diarias.

Después de ese suceso, de esa filtración deshonrosa la gente empezó a jugar a escondidas; si a uno lo encontraban en un baño metiendo cocaína, era menos grave que con el celular entre las manos eliminando hileras de dulcesitos. Jugar Candy Crush se volvió causal para despidos laborales y para le separación de matrimonios, tanto civiles como por la iglesia. “Dios castiga la procastinación digital” decían los curas en los sermones dominicales, aleccionados por los últimos comunicados del Vaticano vetando, por su perversidad, ciertas aplicaciones para los celulares. Una nueva versión salió al mercado, la Candy Crush Saga Incognito, con el atractivo de ser totalmente silenciosa y con un dispositivo que, con sólo quitar los dedos de la pantalla, está se convierte –de acuerdo a los ajustes del usuario– en páginas de Word, hojas de cálculo de Excel, o cualquier otro pantallazo predeterminado: desde ecuaciones cosmológicas hasta pornografía.

Alberto empezó a ser fuertemente presionado para que soltara los nombres de sus amigos, dedicados a la turbia actividad candicrochera; lo interrogaron durante varios días, le pusieron fotografías de conocidos y desconocidos para que, él, los señalara con el dedo, los humillara ante la sociedad y ante el país; lo amenazaron con torturarlo y lo tuvieron, en solitario, durante varios días. Demacrado y sin aliento lo sacaron, le ofrecieron café pero orinaron la cafetera, le ofrecieron bandeja paisa pero escupieron en el plato; finalmente, desfallecido les dijo que sólo les podía dar un nombre y se lanzó con el que más le pareció que cumplía con los requisitos de un hombre que de dientes para afuera tiene un cargo de responsabilidad, pero de dientes para adentro es solamente un hijo de papi simpaticón y que frunce el ceño ante los periodistas, como inmerso en cavilaciones importantísimas: Simón Gaviria. Y, como si hubiera pronunciado unas palabras mágicas, Alberto fue bañado, vestido y alimentado en un Corral Gourmet antes de dejarlo en su casa.

A Simón Gaviria lo encontraron las autoridades durmiendo la siesta, en el carro, protegido por sus guardaespaldas, en el parqueadero del Jockey Club y ante los medios de comunicación declaró que, efectivamente, que él jugaba Candy Crush todos los días y que eso le permitía mantenerse enfocado en una sola cosa; en pocas palabras, lo que dijo, exactamente, fue: “Es una forma de ejercitar mi lucidez”.


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El efecto Uber

Los bogotanos pensamos, al principio, que “úber” era el apócope de “ubérrimo” por lo que asumimos que se trataba de otro negocio de los hermanos Uribe Moreno, al amparo de su padre, especialistas en enriquecerse aprovechando información privilegiada. Pero no. Se trata de un servicio de taxi que funciona por medio de una aplicación para Windows phone, Android e IOS, lo que lo hace más rápido en la recogida que los taxis convencionales, más cómodo y sin la molestia de manejar dinero en efectivo –la carrera se prepaga con tarjeta de crédito– lo que evita el atraco a sus conductores. Las condiciones de higiene y comodidad del vehículo son óptimas y aunque es más costosa la carrera, parte de la premisa, cierta por demás, de que “quien tiene la plata para comprar teléfonos celulares de alta tecnología, la tiene para tomar este agradable y novedoso servicio”. Uber inició operaciones hace cinco años y se presta actualmente en más de 300 ciudades, a nivel internacional, incluidas el 80 por ciento de las capitales del mundo.

“Se trata de un golpe bajo para los taxis amarillos” –los Uber son blancos– dice Don Uldarico Peña, la cabeza sobresaliente de los taxistas, de siempre, señalados generalmente por su mal genio, su olor trasnochado y sus indebidas jornadas de 12 a 15 horas.

Los usuarios de taxi en Bogotá han venido, paulatinamente, equilibrando la balanza entre blancos y amarillos; y es que, estos últimos, todos los días dan excusas para que la gente se cambie: “yo por allá no lo llevo patroncito”, “usted me va diciendo por donde, porque yo, por esos lados, no conozco”, “no tengo vueltas, señora, mire a ver si le cambian el billete en alguna parte” y a la par con frases despedidoras, los hay que ponen espejitos, frente a la palanca de cambios, para mirarle las piernas a las mujeres que se suben; algunos exceden los límites de velocidad a su antojo; otros siguen cobrando, a los incautos, el doble o el triple de la tarifa; y hay un porcentaje –a veces alarmante– que se presta para el consabido paseo millonario.

“Por eso es que las cosas están cambiando” dice don Uldarico Peña y le muestra, a los periodistas que lo visitan, un reel de testimoniales que, eventualmente, piensa subir a You Tube:

Francina Tabares dice que: “Apenas el taxista supo que era el día de mi cumpleaños me ofreció una chupeta, en forma de vela, dejó abierta la recepción de la antena y todos los taxistas con la misma frecuencia me cantaron e Sapo Verde”.

“El taxista me presentó a su esposa, sentada de copiloto” dice Darío Cavanzo y agrega: “la vieja me ofreció manicure, pedicure, masajes de todas clases y como no acepté ninguno, me armó un pegadito de marihuana. Me lo cobraron, claro, pero me sentí muy bien atendido”.

Doña Josefina Coscuez de Aramburo comenta, sonrojada frente a la cámara, que le tocó un taxista que le cantó a capella sus boleros favoritos. “Qué voz la de ese hombre, interpretó a Lucho Gatica, Leo Marini y Armando Manzanero. Con decirles que llegué 20 años más joven a mi casa”.

“A mí, me salvaron la vida” dice el abogado Camilo Insignares, quien camino de Paloquemao, a presentar los fundamentos de una demanda contra el Estado, olvidó su cédula y el taxista se las arregló para que un compañero la recogiera y la llevara –arriesgando velocidades mayores de las permitidas– hasta el juzgado.

Cuenta, por ejemplo, Ezequiel Miramonte, que tomó un taxi de esos que tienen las ventanas de atrás polarizadas y recostaderas abullonadas. “El taxista me ofreció una revista. El asiento del copiloto parecía la vitrina de una droguería” dice, de forma divertida y cuenta que, antes de pasársela, el taxista le pregunta: “¿El señor desea una revista de negocios, noticiosa, de chismes de farándula o de relax?” A lo cual, él contesta “de relax”. Acto seguido le pasan una revista Penthouse, plastificada y una cajita de Kleenex.

Así las cosas, es claro que los taxistas bogotanos, de toda la vida, piensan dar la pelea por competir contra los advenedizos. Algunos han instalado, ya, sistemas de Home Theater con Surround y 3D en las cabinas de sus carros; otros han puesto cojinería floreada, echado perfume primaveral y escogido en Spotify playlists de música californiana; y, otros pocos –cuando se trata de usuarios que están haciendo una diligencia, que no les toma mucho tiempo- ofrecen la devuelta a mitad de precio. Están en mora de montar un sistema de “millas” como el de las aerolíneas y ofrecer acumulación de “kilómetros” por cada carrera según la distancia recorrida.

Están, además, próximos a salir, en horario triple A –dice, también, don Uldarico Peña– dos comerciales: uno que muestra a un taxista molesto porque le rayaron el carro y que, en vez de sacar un chuzo, o una cruceta, para pelear, saca una pistola de agua y alega, amistosamente, cantando en verso, como si fuera un rapero; y otro en el que sale Natalia Paris en paños menores, entre un taxi, diciendo que: “Son tan cómodos los taxis amarillos, que le dan, a una, ganas de quitarse la ropa”.


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Racatapún Chin Chin

El coronel Uriel Oviedo fue el primero en determinar el peligro. “¡Sembraron la Plaza de Bolívar de minas quiebrapatas!” exclamó, después de que un burro, un vendedor de perros calientes y un grupo de tres niñas, camino del colegio, volaran por los aires. Veinte minutos más tarde, cuando el perímetro se encontraba acordonado, dos incrédulos ciclistas traspasaron las cintas y las señales preventivas, desoyeron los pitos y los gritos de la policía y cuando se pensó que iban a llegar al otro lado, con tres metros y medio segundo de diferencia, sus cuerpos quedaron desmembrados por descargas explosivas brotadas del piso como un chorro instantáneo de fuego.

En Cuba, la dirigencia de las Farc, apoltronada frente a los medios de comunicación, aun con los mondadientes de después del desayuno, en la boca y luciendo distintos colores de camisetas Lacoste, lamentaron el suceso y señalaron al Comando Polvorete –su enemigo consuetudinario– de ser los culpables de tal afrenta a los diálogos de paz. “Esos hijueputas, lo que quieren es jodernos” le dijo, uno de ellos, a Humberto de la Calle Lombana, en privado. Éste último, con su intuición de sabueso, pensó que si bien las fuerzas contrarias al proceso estaban, ahora sí, dispuestas a jugársela toda para que las conversaciones en La Habana fracasaran, había que sopesar otras posibilidades más sombrías.

Tres días después, el presidente Santos, aterrizó en El Dorado, dando fin a una maratónica gira por los países de la cuenca del Pacífico y lo primero que hizo fue visitar la Plaza de Bolívar –que le quedaba en el camino– en compañía del coronel Oviedo. Se pararon junto a las columnas del Capitolio y la visión fue desoladora: los restos mortales fueron recogidos por una grúa con brazos de cincuenta metros, pero la sangre no había podido ser limpiada; la basura se acumulaba a los pies del Libertador y las palomas caminaban, cejijuntas, a sus anchas, pues su peso es inocuo para el efecto de hacer estallar alguna bomba. El presidente se molestó ante la inercia del Estado, pues era poco o nada lo que se había hecho en el intento por desminar el área, pero el coronel le explicó que ya había una comisión de científicos y militares, dilucidando la forma de hacerlo. Lo más grave es que como ninguna organización delictiva salió a declarar la autoría del hecho, pues veladamente los periódicos y las revistas semanales fieles al gobierno, fueron vendiendo la idea de que el Comando Polvorete estaba detrás del asunto, al tiempo que rescataban las fotos –publicadas mil veces– del expresidente Uribe mirándole los genitales a un caballo, en compañía de Yadiro Polvorete Fosca, alias “Verruga”. Lo único cierto es que, fueran quienes fueran los culpables, no se podía declarar una paz concertada mientras el centro neurálgico de la capital colombiana estuviera agónico con ese sarampión de explosivos, a punto de estallar, frente a la Alcaldía, el Palacio de Justicia, el Capitolio, el Arzopispado, la Catedral Primada y a una cuadra de la Casa de Nariño.

Los citadinos sufrimos en carne propia la inseguridad con que se camina en el campo, porque el fenómeno se replicó, en menor escala, en algunos parques, ciclovías y centros comerciales. Una marca reconocida de prótesis articulares, abrió sucursal en Bogotá y el libro más vendido fue el de “La utopía del desminado” escrito por el serbio Borislav Maranko que explica, de forma sencilla y cuidadosa, que el compromiso de desmantelar los campos minados por grupos al margen de la ley no pasa de ser un contentillo sobre el cual no tienen mayor control. El libro, basado en la experiencia de grupos como los Tupamaros en Uruguay, los Kmer Rojos en Cambodia y el Frente Polisario en Sahara Occidental, entre otros, que prometieron lo mismo que, ahora, prometen las Farc, reunidas en Cuba, tiene, en su página 54, el siguiente fragmento: “[…] los mapas de localización de las minas (entregados por los alzados en armas) son generalmente hechos a posteriori, por lo tanto ineficaces; los equipos sonares o de rayos gamma, son poco confiables porque detectan una mina por cada cinco acumulaciones de desechos orgánicos varios; las técnicas químicas que identifican el nitrato de amonio funcionan pero sólo a escasos centímetros de la mina, lo que las hace altamente peligrosas; el mejor método sigue siendo el más popularizado: pasar, varias veces, manadas de jabalíes, o animales no-domésticos similares, por los campos demarcados. Desafortunadamente, en grandes extensiones de bosque, o selva, una vez se declara el área fuera de peligro, siempre ocurren tragedias por causa de las pocas minas que no fueron ubicadas. […]”

A tres semanas de las primeras explosiones, la principal plaza de Colombia sigue sembrada de minas quiebrapatas, pero ya está en curso una licitación para quitarlas, un consorcio afgano-iraní es el más opcionado en la puja. El expresidente Uribe, en rueda de prensa, asevera tener pruebas de que las minas pertenecen y fueron puestas por las Farc y acusa al presidente Santos de tener conocimiento al respecto. Hoy, el diario de mayor circulación nacional titula, en primera página: “Uribe echa su polvorete y se sacude”.


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Nacionales, Justicia, Gobierno, Política Fabio Lozano Uribe Nacionales, Justicia, Gobierno, Política Fabio Lozano Uribe

Paz mata Justicia

En Colombia hay paz y hay guerra, lo que no hay es Justicia; y no la hay porque nuestros gobernantes siguen contando con los votos de la subversión para fortalecer su caudal político. Los diálogos son eso: la negociación del paquete de leyes que se debe expedir para que los alzados en armas tengan plena libertad de inclinar la balanza de la única justicia que conocemos: la electoral.

No importa que traficantes de droga, asesinos y secuestradores queden amnistiados y su reinserción a la vida civil dependa de sumarse a los anillos de pobreza urbanos sin otra opción que dedicarse a la misma criminalidad. No importa que Timochenko recobre el estatus político de las Farc y sus esbirros sean elegidos alcaldes. Importa menos aun que siga habiendo colombianos dejados a su suerte desprovista de ley y de Estado, porque siempre habrá a quien echarle la culpa de la “guerra”. Siempre habrá con quien negociar una siguiente “paz” y, así, a quien echarle la culpa de la “guerra” venidera, la de despuesito y así sucesivamente en un ping pong sin maya, sin mesa y sin raquetas porque normatividad que garantice una misma Justicia para todos es lo que no hay.

Podemos vivir en tiempos de paz y en tiempos de guerra, de acuerdo a los titulares de El Tiempo, lo que no podemos es vivir sin Justicia; y eso es lo que nos está asfixiando. El gobierno de Uribe es un buen ejemplo de tal patología. Poner uniformados en las carreteras fue una manera de vendernos la ilusión del despeje de nuestras vías respiratorias, hasta que caímos en la cuenta de que eso se logró diseñando una justicia abundante para los paramilitares y otra precaria para la guerrilla. ¡Qué sorpresa! ¿Nos preguntamos de dónde viene el asma crónica que padecemos?

Todos los colombianos quieren paz, pero no todos quieren Justicia y menos los que tienen la suya propia de acuerdo a apellidos, capacidad adquisitiva, capacidad criminal, patrimonio o nexos con el poder. Una es la justicia para los Rastrojos y otra para los Uniandinos; una para Inocencio Meléndez y otra para Emilio Tapia; una para Sabas Pretelt y otra para Yidis Medina; una para Nicolás Castro y otra para Jerónimo Uribe; una para el pederasta con las uñas sucias y otra para el violador con el cuello blanco. A la paz le damos aire y a la guerra le damos fuego, mientras la justicia recibe palmaditas en la espalda.

Tengo una amiga que se llama Paz Guerra, prima hermana de Vida Guerra la modelo cubana. Pendenciera pero suave y relajada en los momentos del amor. Cuando la llaman por su nombre se abre de piernas con facilidad, como si no hubiera derrotero distinto a la necesidad de lograr un estado de prolongado paroxismo. Cuando saca a relucir el apellido se descompone, se vuelve obstinada en resolver los conflictos que la afligen y en señalar a los culpables de sus falencias o desvirtudes; o sea, en una tarde puede pasar de entregar el goce de sus dadivosos muslos a empuñar la espada del rencor y desatar las rencillas más inútiles. Sin embargo, es justa. Sus principios rigen su vida, no los sacrifica por ganar una pelea o por mantener un ardoroso romance. Están ahí, hacen parte de su estructura como ser humano.

Nuestra amiga Colombia, en cambio, es injusta. Se comporta distinto según el marrano. Se acuesta con unos por una poca plata y a otros les pasa la cuenta como si engendrara en ella el Jardín de las Delicias. Deja que los más encumbrados le levanten la falda y se acomoden en sus bajos fondos, mientras se pone retrechera con los menos favorecidos o con menos recursos para negociar caricias o comodidades adicionales. Su proxeneta de turno conoce tales comportamientos y los alienta al extremo de tratar, de tú a tú, a sus más acérrimos enemigos y de congraciarse con quienes la han vejado y utilizado con desconsideración. ¡Cómo será! Que proxenetas anteriores le coquetean todavía, no se acostumbran a la nostalgia de haberla tenido, de no haberla podido usufructuar por más tiempo. Nuestra pobre amiga, entonces, acoge la paz y alimenta la guerra -es su modus operandi, no sabe otra cosa- pero sin parámetros de Justicia porque quienes se la gozan están más prostituidos que ella y se acostumbraron al río revuelto de su pesca milagrosa.

Con los nuevos diálogos de paz y sus buenos augurios por parte de los sapos y de los ingenuos, empieza también la campaña por la reelección del actual Presidente de la República. Un proceso de paz en curso, con buena prensa, es su boleto al próximo cuatrenio. Para prometer la paz sólo se necesita estar en guerra y eso, en Colombia, se puede hacer en cualquier momento porque velamos por que sigan ahí los culpables de siempre. Prometer Justicia, en cambio, es prometer un ajuste de cuentas interno que enfrentaría los poderes públicos, que socavaría la tranquilidad política mínima para garantizar la gobernabilidad y que pondría en la picota pública a protagonistas y antagonistas que así no sean cercanos, o ni siquiera indispensables, coadyuvan en la obtención, mantenimiento y cuidado de lo que verdaderamente está en juego: el poder.

Incontables escritos de gente muy seria y comprometida con la crítica constructiva en este país señalaron el fracaso de la Reforma a la Justicia como “una crisis sin precedentes en Colombia.” ¡Por supuesto, no es para menos! Nos trataron de engañar a todos, absolutamente a todos; además pelaron el cobre, se dejaron ver la mezquindad de lo que mascullan y la sin vergüenza con la que actúan. La paz en Colombia es una panacea ilusoria. Un sofisma de distracción que sigue poniendo votos por eso su bandera es recogida del suelo y lavada cuantas veces sea necesario, como mecanismo para soslayar las verdaderas dolencias y evitar los dolorosos tratamientos y curas que necesita nuestro país.

Dan risa los columnistas que dicen que con los diálogos de paz Juan Manuel Santos de manera valerosa se está jugando su imagen, sobre todo porque no se está jugando nada; jugarse su imagen sería exigirle una Justicia igual a quienes la fundamentan y la aplican, así hagan parte de su caudal reelectoral. Seguimos, además, con la percepción errónea, pero cada vez más arraigada, de que si la imagen del Presidente permanece inalterable -en el caso de los presentes diálogos, por ejemplo- es que las cosas van bien, de que la paz está cerca y como eso es lo que queremos oír los colombianos pues seguiremos votando por la continuidad de esa ilusión siendo que lo verdaderamente lamentable en este país es que: Paz mata justicia.

Conviene terminar este artículo con la frase de María Isabel Rueda que la excusa de cualquier exabrupto: “Ojalá me equivoque” y Juan Manuel Santos con la asesoría de los noruegos resulte -digo yo- ser el redentor que necesita Colombia y, como Andrés Pastrana, suene también para el premio Nobel de la Paz que, vaya coincidencia, se decide y se entrega en Oslo.

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Nacionales, Cultura Fabio Lozano Uribe Nacionales, Cultura Fabio Lozano Uribe

No todas las pereiranas juegan fútbol

Este es un llamado para que alguien que conozca al Presidente Santos me recomiende para el cargo de Ministro de Cultura. Si, en su momento, Olga Duque de Ospina alegó que haber criado a sus hijos era una hoja de vida apropiada para ser Ministra de Educación, yo supero ampliamente esa pretensión porque me he leído Cien Años de Soledad en voz alta, procuro no hablar con la boca llena y me sé de memoria el Soneto a Teresa, de Eduardo Carranza. O sea, soy una persona culta. Uso gafas, me brilla la cabeza y empiezo las frases con unos silencios largos que revelan, antes de hablar, una profunda e introspecta hondura del pensamiento; requisito sine qua non de la erudición. Por lo demás, le puedo sostener una charla sobre fútbol a Piedad Bonnet y una sobre literatura a William Vinasco.

Aunque no pertenezco a ninguna minoría apreciable; tengo sangre de españoles oportunistas, como la mayoría de mis compatriotas, y piel delicada como las matronas del Cáucaso; no soy propietario de ninguna prenda Leonisa, no me visto de látex, ni le casco a nadie con un látigo y tampoco pertenezco a ninguna élite acomodada de provincia y menos –que sería más grave– al inventario de cuotas burocráticas de ningún parlamentario o candidato a alguna magistratura del Estado; puedo decir, eso sí, que hago parte del reducido grupo de personas que no lee a Poncho Rentería y eso demuestra, a todas luces, una estoica necesidad de evadir la mediocridad. Lo demás, para no incurrir en lugares comunes, es que mi vida es “un libro abierto”, “el país conoce mi honestidad y vocación de servicio”, y que “mis bienes personales son, apenas, una pichurria si se les compara con mi desinteresada lucha por el bien común”. En fin, si me ponen a conversar con Roy Barreras estoy seguro de que saldría bien librado pues me precio de tener la habilidad de encontrar la nobleza donde menos se espera.

Renunció protocolariamente, en pleno, el gabinete de Juan Manuel Santos, por eso es el momento de posicionar mi nombre como el de una persona capaz de rescatar las raíces culturales de nuestra sociedad. Tarea que en realidad se reduce a tres acciones fundamentales: presentar el circo Hermanos Gasca en el Teatro Colón, mandar a Gloria Zea al exilio e implantar el Septimazo en todas las calles terminadas en siete. La implementación de tan metódico plan no será fácil, por supuesto; por lo que conformaré el Magno Comité de la Gran Cultura integrado por quienes han demostrado dedicación absoluta al mantenimiento y protección de nuestro patrimonio material e inmaterial y, sobra decir, que hayan hecho algún aporte valioso en mínimo un área especializada de la cultura. Por ejemplo: Simón Gaviria, por haber convertido la carencia de lectura en una fortaleza que enaltece a los analfabetos; a Alejandra Azcárate por haber hecho de la sensibilidad social, un arte; a Yidis Medina por mejorar y potencializar la factura estética de la revista Soho; a Shakira por haber intervenido con acierto la letra del Himno Nacional; a Dania Londoño por mostrarle a los norteamericanos nuestros verdaderos atributos; a Felipe Negret por defender a capa y espada la temporada taurina de Bogotá; a Samuel e Iván Moreno Rojas por su interés en la custodia de, buena parte, de los bienes materiales de la capital; a Angelino Garzón porque le jala a cualquier cosa; a Jorge Noguera para que grabe las reuniones de dicho Comité y a Juan Carlos Esguerra para que haga las transcripciones y la relatoría subsecuentes.

A estas alturas, el lector de este artículo debe estar aburrido de tanto cliché, de tanto sesgo y trivialidad en aras de un “humor” que por repetitivo va perdiendo su poder catártico. No lo culpo si deja de leer en este punto. ¿Por qué perder el tiempo en un cocido varias veces recalentado? El punto es que los colombianos nos contentamos con parte de la historia y eso hay que cambiarlo desde la fuente donde se origina: la cultura. Me explico: Simón Gaviria no es solamente un delfín que omitió leer un proyecto de ley, es también, entre muchas otras cosas, un aguerrido político con principios liberales, padre de familia, etc. Alejandra Azcárate no es solamente una niña linda que se equivocó escribiendo sobre las mujeres con sobrepeso, es también comediante, modelo, empresaria, amante excepcional –me atrevo a pensar– y muchos otros etcéteras. Shakira no es solamente cantante, Dania no es solamente puta, Negret no es solamente un esbirro de Vargas Lleras, no todo es blanco y negro y no podemos focalizarnos en la sola punta del iceberg.

Todo es un compendio de historias, todo hace parte de una maraña innumerable y cambiante de contextos, todo tiene, además, interpretaciones varias y disímiles significados. No todas las pereiranas juegan fútbol. No todos los costeños son recostados y conchudos. No todos los parlamentarios son corruptos. No todos los uribistas son voltiarepas. No todos los reinsertados son asesinos. No todos los caballistas son paracos. No todas las prepago son actrices, modelos o universitarias. No todos los ministros sacan tajada de las contrataciones. No todos los gatos son pardos. No todos los colombianos traficamos coca. Y, por poner un punto final, no todos los choferes de buseta son unos malparidos a la carrera.

Digamos, en aras de la claridad, que generalizar es un recurso del lenguaje, pero no debe serlo del pensamiento y menos aplicado a la razón. Etiquetamos con facilidad y nos lleva, a veces, una vida entera corregir una postura ideológica, reconocer la bondad, reivindicar el valor y la honestidad, enaltecer alguna virtud o, simplemente, perdonar. Debemos hacer un esfuerzo por conocer los pedazos de historia que nos hacen falta para ampliar la noción de ¿quién es el vecino? ¿quién, la que nos sirve el tinto, el taxista, el que nos abre la puerta, el que vigila el barrio, el portero, el policía, la secretaria, el que nos atiende por la ventanilla, el peluquero, la manicurista, el panadero, el que nos hace los impuestos, la cajera, el embolador, la enfermera? En pocas palabras: el otro, al que debemos reconocer, sin distingo alguno, como un interlocutor capaz de ampliar nuestra visión de mundo.

No podemos contentarnos con una sola historia, como dice Chimamanda Adichie, escritora nigeriana inspiradora de este texto: “Una sola historia crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que puedan ser falsos, sino que son incompletos. Hacen que una sola historia se convierta en la única historia.” Los invito, entonces, a escuchar a esta maravillosa mujer africana, en el siguiente link: http://www.ted.com/talks/lang/es/chimamanda_adichie_the_danger_of_a

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Nacionales, Bogotá, Política, Gobierno, Social Fabio Lozano Uribe Nacionales, Bogotá, Política, Gobierno, Social Fabio Lozano Uribe

Defensa de Petro

Un hombre izquierdoso -lo que básicamente quiere decir que es una piedra en el zapato de los más acomodados- al que no le ha temblado la mano para luchar por una democracia más justa, odiado por la corruptela de las contrataciones, malquerido por los ricos y los que se sienten ricos, conocedor de la pobreza y el hambre, pisador intransigente de callos y político atípico pues es honesto hasta los tuétanos, no asumió la Alcaldía de Bogotá pensando que su gobierno iba a ser una travesía relajada y desprovista de obstáculos. Inclusive, no creo que le parezca más difícil de lo que pensaba porque sabía en lo que se estaba metiendo. Además, Gustavo Petro conoce sus limitaciones por eso busca experticias específicas en sus colaboradores y si no las demuestran en el arranque pues -con el dolor del alma- se reemplazan de inmediato. Daría la impresión de ser maquiavélico en el sentido de que el corazón nada tiene que ver con los asuntos de su gestión; debe ser que lo deja en la casa donde su mujer y sus hijos -se nota- lo cuidan y se calientan a su amparo.

Petro se ha equivocado, por supuesto, pero usted no lo ve excusándose, día de por medio y buscando culpables a diestra y siniestra, siendo que podría soltar a su antojo y de manera intermitente, el agua de inodoro público en que se encuentran hasta la coronilla Samuel e Iván Moreno y sus secuaces. Estoico, hasta con la mirada, se le nota el aguante que tiene para soportar la embestida del sistema que se le está viniendo encima “¡con toda!”, como dicen los jóvenes ahora. Es increíble, nuestros estamentos sociales y políticos parecieran sentirse más cómodos con un alcalde que roba, que con uno que les saca los trapos al sol y les escupe en la cara su extracción revolucionaria y marginal, ni siquiera los medios de comunicación se lo aguantan.

Tampoco puede uno, a ultranza, defender a alguien tan criticado sin dar ciertas explicaciones o, en mi caso, hacer suposiciones sobre el tratamiento que le ha dado a ciertos temas y el comportamiento que parecería errático frente a álgidas situaciones de conocimiento público. Empezaré por decir, en todo caso, que no se puede esperar del alcalde la misma actitud desabrochada, de pecho al descubierto y lanza en ristre que le vimos como senador, pues lo que en el elíptico puede constituir un debate sin precedentes a nivel acusatorio y mediático, desde el Palacio Liévano el mismo tipo de señalamientos le pueden mermar grandemente la gobernabilidad. En el caso de la gestión distrital, sus resultados se traducen en beneficios a la ciudadanía y no por en la cantidad de leña que le puede haber echado a la hoguera de las polémicas locales.

Razón tienen Felipe Zuleta y María Isabel Rueda en demandar respuestas, por parte de Gustavo Petro, sobre su aparente nexo con los Nule y las coincidencias que se dan al respecto. No creo, por ningún motivo, que el burgomaestre les esté dando el beneficio de la duda a los mencionados rateros de cuello blanco -y menos coadyuvado con ellos- está es tratando de dar la impresión, ante la opinión pública, de que el tema de las contrataciones podría -por la razón que fuera- estar amañado, o manejado de manera des “interesada”, porque la realidad es que sigue dominado y en control de otros carruseles que, como el de los Nule, siguen robándose el erario público a tajadas. Tal actitud agua tibia, en un hombre que nunca la ha tenido, tiene como objeto el de generar cierta confianza que no ahuyente a quienes están montados en el negocio del soborno, las coimas y las mordidas; para eventualmente poderlos atrapar y seguir en el empeño progresista de sanear la administración y dejar mecanismos de defensa internos e institucionalizados contra este flagelo.

Sale Noticias Uno a decir que el agua de Bogotá no es potable y que según los mismos laboratorios del Acueducto aparecen contaminantes orgánicos cuya ingestión es perjudicial para los usuarios. Petro, con razón, replica la escasez de fuentes para hacer tal afirmación y Cecilia Orozco, directora del noticiero, dice que llamaron a confirmar con los funcionarios de la entidad pero que no les contestaron el teléfono, y los acusa de actuar con intencionalidad para poder hacer las denuncias pertinentes en un futuro venidero. Acto seguido -da risa- critican a Petro por asumir mala fe por parte del medio de comunicación y ponen palabras en su boca: “El Alcalde Mayor de Bogotá denunciaría penalmente a quienes irresponsablemente hicieron falsas afirmaciones sobre la calidad del agua en la capital”.

Igual Daniel Coronell, solidario con sus excompañeros de trabajo, ante la falta de pruebas contundentes se traba en una discusión por twitter con el Alcalde en la que termina dándole consejos, no pedidos, sobre el uso sabio y tolerante del poder. ¿Él qué va a saber? Además, al escribir: “…usted no es un comandante, es un gobernante…”, “…los bogotanos lo escogieron alcalde, no pastor”, “Y cuídese de las aguas mansas y de las aguas Bravo” trata de acuñar frases ingeniosas, a costa de Petro, quien invita al periodista a tomarse un vaso de agua. Ahí termina la cosa ante la imposibilidad de probar algo tan sencillo como abrir el grifo del agua y mandarla analizar a un sitio competente, tal y como se hace con la orina -digo yo- y a un costo que no debe ser mucho mayor. O sea, ¿nadie en la mesa de redacción de Noticias Uno dijo, elevando el dedo índice: “mandemos a analizar el agua nosotros”? ¿Nadie? O lo hicieron y ante la evidencia de su sonada equivocación no tuvieron más opción que atacar a Petro por la forma en que respondió y no por el contenido. Se hubieran quedado callados porque les salió el tiro por la culata. Deben entender, además, que el Alcalde puede no responder -con la velocidad que los medios quisieran- a todas las preguntas sobre él mismo, su gestión o sus colaboradores, pero está en la responsabilidad de desmentir ipso facto los ataques que ponen en peligro la tranquilidad ciudadana.

Ahora bien, estimado lector, si tiene dudas sobre lo que podría ser un soterrado complot en contra de nuestro alcalde remítase a la entrevista que María Isabel Rueda le hace a Gina Parody en El Tiempo y juzgue por usted mismo. La chica súper poderosa, representante clase 1A, golden extra VIP del establishment, incurre en todos los lugares comunes de la oligarquía y espulga, a escasos siete meses del gobierno Petro, hechos de su administración con el único motivo de crear una distancia política que, si bien ya existe, ella ahonda para tratar de robarle algo de su imagen democrática y popular que tanta falta le hizo a su candidatura en las pasadas elecciones por la Alcaldía de Bogotá. Lo trata de “tirano” que es una palabra explotada, desde tiempos inmemoriales, por la burguesía para tratar de trasladar el miedo de los pudientes, al pueblo.

Dicha entrevista, inclusive, lo reivindica a uno con María Isabel Rueda pues buscó todos los argumentos posibles para que Gina Parody dijera algo positivo de Petro, y nada. Lo descabezó sin piedad. Sacó a relucir todos los argumentos del manejo de la riqueza propios de las clases elitistas, que es: dinero que no está comprometido es despilfarro. ¡Vaya conclusión! Que ella tenga un millón de amigos dispuestos a recibir contratos no quiere decir que Petro los tenga y máxime siendo consciente de que, sin importar el tiempo que le tome, debe cuidarse, ante todo, de las adjudicaciones que es donde las chicas y chicos súper poderosos sí le pueden, de verdad, truncar el curso de su carrera política. Desde su cómodo pedestal y acomodándose el cinturón que le regalaron Batman y Robin, Super Power Parody repitió lo que todos dicen -otro lugar común- y es que: Petro es intolerante a la crítica. Nada más absurdo. Lo que pasa es que vivimos en un país en que los funcionarios públicos se desviven por quedar bien ante los medios de comunicación. ¿Al fin aparece uno que decide no pasarse el día hablando con Julito, Dariito y Francisquito que piensa sus respuestas, que opta por no contestarlo todo y, eso, nos parece inadmisible?

Hay mucha tela de donde cortar. No digo más porque me han advertido que voy a perder lectores por escribir tan largo. Lo que no puedo dejar de mencionar es que Petro -estoy seguro- aprendió de los errores de Antanas Mockus, quien se resignó a perder gobernabilidad y ocultó sus deficiencias sacando a la calle elefantes, cebras y payasos de su circo de bolsillo; y -con una supuesta clarividencia inspirada por el pueblo- dejó todo tirado para perseguir la Presidencia de la República.

Como Alcalde, Petro sabe que esta puede ser su última lucha, pero la va a dar, cueste lo que cueste, para cumplirle a los bogotanos y hacer más vivible la ciudad. Le hubiera gustado hacerlo con Daniel García Peña de su lado, pero éste último no entendió que, en lo que al cambio de gabinete respecta, prefirió buscar la comprensión del amigo que cualquier eventual señalamiento por favoritismo. Al fin y al cabo ese es el tipo de sacrificios que hacen los verdaderos amigos. Que fue que le debió advertir, de antemano, dijo el internacionalista realizando la suerte de la doble estocada que casi le saca un ojo: la de defender a su esposa y al tiempo renunciar a su cargo. ¿Alguna otra explicación?

Valga preguntarle a los bogotanos: ¿Cuándo habíamos tenido un alcalde que hiciera tantos esfuerzos por no defraudarnos? Peñalosa, tal vez, y le pagamos no volviendo a votar por él. Petro no espera nada a cambio, por eso va a ser difícil amilanarlo o, en últimas, derrotarlo. Su pellejo desnudo, por voluntad propia, está expuesto a los alambres de púas que, consuetudinariamente, siguen protegiendo a los verdaderos poderosos y que se sienten amenazados por sus actos de valor que, con cortafuegos en mano, se les está metiendo al rancho.

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Nacionales, Gobierno, Educación, Política Fabio Lozano Uribe Nacionales, Gobierno, Educación, Política Fabio Lozano Uribe

Gaviria el hijo de Gaviria

Como a César Gaviria, la Presidencia de la República, a Simón le llegaron la presidencia de la Cámara de Representantes y la dirección del Partido Liberal en bandeja de plata; y, como al primero, la no extradición de colombianos por delitos cometidos en otros países, al segundo le metieron el mico de la Reforma Judicial. Después de la conmoción causada por tan ignominioso atropello, al joven Gaviria se le ve despelucado dando soluciones que, a posteriori, suenan a patadas de ahogado con el agravante de que se nota en sus palabras el jalón de orejas de su padre. Por supuesto que, antes de proseguir, se debe aclarar que, en su momento, el Presidente Gaviria asumió en posición cuadrúpeda el mico de la no extradición e, inclusive hoy, se le oye hablar en su defensa: como alternativa indispensable para calmar los ánimos del narcotráfico, el secuestro, el terrorismo y poder lavar la ropa sucia de sangre, en casa, desde una paz “concertada” por la nueva Constitución, pero ese no es el tema…

El tema es que Simón pareciera sentirse muy cómodo con los cariñitos y las palmadas en la espalda con que los parlamentarios se consienten al amaño de las leyes. A él no se le ven –como a otros– las ganas imperiosas de autoflagelarse por los errores cometidos. No, él sale dizque a trancar la promulgación de la mentada ley reformista e, independiente de la polvareda que alcance a levantar como apagando velitas de cumpleaños, uno se pregunta: ¿Será que no se ha dado cuenta de la oportunidad que desperdició: de amarrarse los pantalones e ir vendiéndole a los colombianos una imagen distinta a la de su padre? ¿O, será que se contenta con estar hecho a su imagen y semejanza?

Es como si a César Gaviria le hubiera tocado allanar la Catedral y trasladar al Capo di tutti capi, después de que se hubiera escapado; eso hubiera sido desastroso. Su reacción fue tardía, bastante tardía, pero no alcanzó a ser indecorosa. Mandó a unos niños a pedirle al Patrón la molestia de cambiar su domicilio de detención, por uno menos hogareño y más al estilo de los del Inpec; igual el detenido se fue por el traspatio, sin despedirse, pero no alcanzó a ser tan vergonzoso para el Presidente quién pudo, como recurso último culpar a Pablo Escobar y eso le aligeró las cargas. La situación de Simón sí me parece penosa. Me parece que él, entre otras luminarias de su generación, están en mora de demostrar que su estatus no es solamente el de “hijos de papi” sino que tienen en su código genético el ánimo de superar a sus progenitores y de aprender, inclusive, de los errores de éstos.

Usted no puede dejar, estimado Simón, que la astilla de tal palo se le clave en un ojo, tiene que buscar diferencias sustanciales con su padre para que la historia lo juzgue por separado. Tiene que empezar por leer más en profundidad lo que le caiga en las manos, de a poquitos; pasar de la portada, interesarse con el contenido, resaltar lo que considere importante con un color agradable, ponerse metas y premiarse: por ejemplo, comerse un chocolate o un paquete de chitos al terminar un capítulo, y comprarse un nuevo videojuego si logra terminar un documento completo. Ahora, si se termina un libro ya puede aspirar al solio de Bolívar.

Es cuestión de mentalizarse, inclusive usted podría tener en su nómina un ilustrador ¿por qué no? que le convierta en historietas lo que sea indispensable leerse. ¡Imagínese! Su secretaria parecida a Yayita, la de Condorito, le dice: “Doctor Gaviria, llegó un documento del Ministro Esguerra.” Y usted, con el cuello de la camisa chorreado de gomina, exclama: “Recórcholis, y viene con una fe de erratas.” El cuadro siguiente es un signo grande de exclamación sobre su cabeza. Acto seguido, usted llama a Germán Varón y le dice: “Tenemos que actuar, la reforma viene con errores.” A lo que el varias veces representante de Cambio Radical le contesta: “Calma Presidente, sugiero que primero se lea el documento, yo vi a Corzo y sus secuaces metiéndole mano. Aquí hay gato encerrado.” Usted, inmediatamente, se lo lee por encima y sale tranquilo, no encuentra nada raro. En el cuadro final se ve su carro, custodiado, salir hacia el norte de la ciudad, un crédito, en la pata, dice: “Otro día con la satisfacción del deber cumplido.”

Usted debe estar francamente extrañado, hoy, de que lo señalen como uno de los principales culpable de la aprobación, afortunadamente fallida, de la Reforma Judicial. Con toda honestidad usted no se cansa de decir que cumplió con el oficio que le fue encomendado por sus electores y yo lo entiendo: es la rama ejecutiva la que debe leerse los documentos completos y en profundidad –ni más faltaba– el legislativo dicta, o sea que habla para que otros copien; además usted es el director de un partido mayoritario colombiano y no tiene tiempo de reparar en minucias. Lo suyo son las grandes decisiones, el liderazgo, la nación en el contexto global, el mundo, el sistema solar, la galaxia, el big bang… y no media docena de párrafos parecidos en un documento de los muchos que le llegan a su despacho. Yo lo entiendo Simón, créame, lo suyo es la batuta, la partitura es cosa de los que están por debajo suyo.

Dejémonos de pendejadas Simón, tú eres un patricio, hijo del César, venido del tronco familiar más grueso del Otún. Tú eres –te tuteo porque es mi derecho: voté por ti– el heredero de una dinastía, el Fu Man Chú, el Putas Boy de la Westinghouse, la vaca que más caga en la pradera, la última Coca-Cola del desierto, el George W. Bush colombiano, el Paris Hilton de la política nacional y eso debe servirte para llegar muy lejos y enfrentando la vida, así, como te gusta: por encimita. Con todo y eso, Simón querido, debes renunciar a tus responsabilidades. Julito te lo dijo: ¿Con qué cara vas a cobrar otro sueldo? Debes ir donde papá y decirle que te quedó grande el reto de seguir sus pasos y él sabrá qué hacer: un año sabático en Harvard, posiblemente, una palomita diplomática, la dirección de un medio de comunicación; acuérdate que en Colombia los delfines superan a las focas y a las morsas en todo. Debes, sin embargo, terminar lo que empezaste, con la frente alta y la corbata bien puesta; aprender de los grandes liberales que no dejaron nada a medias; evitar meterte en líos con la Procuraduría y si no lo logras porque tu papá tira la toalla, o porque te sigues dejando meter primates entre los cajones del escritorio, ruega al cielo para que, a quien le toque juzgar tus actos administrativos, también le dé pereza leerse tu expediente.

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Samuel Nule Uribito

Su padre era poderoso, su madre aristocrática y su abuelo fue durante 30 años el verdadero dueño del país, mientras la banda presidencial se la intercambiaban entre sus esbirros al vaivén de los clamores electorales más diversos. A nadie de su estirpe le habían expedido nunca una orden de captura, pero una anomalía del destino lo tiene “tras las rejas” en un casino de oficiales de alto rango. Le dieron el club por cárcel, dicen los más agrios críticos de su gestión administrativa, en uno de los cargos más encumbrados del poder ejecutivo de una república cualquiera, que como Colombia, se persigna frente al Sagrado Corazón pero busca, a toda costa, la bendición de los Estados Unidos.

Costeño por lo Nule y paisa por lo Uribito, Samuel se pasó la vida entre la procrastinación y las ganas de trabajar. Sin embargo, si pegaba un moco en la pared, era el moco mejor puesto del mundo entero, alabado por todos, enaltecido por los más lúcidos y elevado, por decreto, a patrimonio cultural de la nación. Sacó buenas notas en el colegio y la universidad gracias a que sus padres eran benefactores de las instituciones que lo vieron crecer y hacerse lo suficientemente hombrecito para señalar con el dedo y pedir cosas y favores a su antojo. No aprendió mucho más. Sus exigencias, al principio, eran las normales de un muchacho proclive al consentimiento, pero se fueron volviendo violatorias del código penal en tal medida que, hoy, se encuentra custodiado por el ejército y esperando un juicio por enriquecimiento ilícito que –valga sea decirlo– es el menor de sus delitos.

Lo más curioso es que no se le ve realmente triste. Cuando la prensa le saca fotos de visitas familiares o tomándole la mano a su esposa, por supuesto que lagrimea y lanza un gesto de vulnerabilidad mil veces practicado frente al espejo; pero se le siente transpirar una confianza inexplicable. En cada requisa le sacan de su sitio de reclusión toda clase de divertimentos digitales, revistas pornográficas, menús de restaurantes “gourmet”, cuentas de televisión satelital, licor, recetas médicas, inclusive le encontraron detrás del clóset una mesa plegable de póquer, cartas usadas y ficheros. Cuando pueden, ciertos medios destacan una sobriedad inexistente; titulan con expresiones como “reposo intelectual” o “periodo sabático” y mencionan palabras como yoga, estudio y literatura. Una cámara indiscreta lo cogió dándole plata en efectivo a una pálida y voluptuosa rubia, y no faltaron editoriales que, al otro día, lo describieron como un políglota tomando clases de sueco.

Ronda, entonces, la pregunta: ¿Por qué tan fresco? Por bien que le vaya: sus hijos tendrán ya la mácula del ratero; su reputación será la misma de cualquier malnacido, deshonesto y débil de carácter; su nombre aparecerá en Google al tiempo con el de los narcotraficantes más buscados; su historia, a la postre, será más recordada que las victorias y logros de sus antepasados, cada que lo mencionen será para compararlo con algún criminal o para señalar una corrupción tan profunda y corrosiva que a alguien de tan ilustre cuna le pareció, de alguna manera, “normal” acrecentar su fortuna con recursos ajenos.

Lo otro, es que las familias influyentes de las repúblicas bananeras funcionan como la realeza. No tanto porque dispongan de una corte interminable de pajes y bufones, si no porque se convencen de que su poder emana de dios; y como reinan a su antojo como centro de un microcosmos alfombrado de rojo en el que todos se comportan como puticas, dispuestos a entregar cualquier cosa, o asumir cualquier posición, a cambio de dinero, pues cada soborno, cada prevaricato, o cada abuso verbal, sexual o humano, que va quedando impune se constituye en una constancia más de su divinidad. Por eso, cuando van a parar a la cárcel, donde por obra –literal– “del espíritu santo” son separados de los delincuentes comunes y alejados de los barrotes y las sudaderas rayadas, lo que reciben es una prueba más de su intocabilidad; y si a esto se le suma una cuenta de unos cuantos millones de dólares en las islas caimán –libre de los compromisos y las cortapisas de su herencia familiar y política– es entendible que estén dispuestos al cautiverio y al cerco de la prensa, pues la posibilidad de una condena corta a cambio de una vida posterior, a sus anchas, lo justifica. El presente, en la cárcel, no deja de ser fastidioso pero es perfectamente soportable, pues al fin y al cabo la actividad a la que se ven abocados no dista mucho de lo que han hecho siempre: nada. Ven, entonces, pasar las horas mientras piensan en un exilio futuro; en Miami, seguramente, pues –como dicen– es mejor ser boca de ratón que cabeza decapitada de león.

La realidad escueta es que Samuel Nule Uribito se ha quedado solo. Lleva tanto tiempo llamando amigos a sus secuaces que los de verdad son, apenas, un recuerdo difuso de la adolescencia, o cuando jugaban, de pantalón corto, a policías y ladrones. Lleva tanto tiempo llenando de lujos a su mujer para acallar su conciencia que la confunde, en sus fantasías cortesanas, con las piernilargas que le cobran de frente por algo de tibieza y el reconocimiento, a gritos, de su hombría. Lleva tanto tiempo enriqueciendo a quienes gravitan a su alrededor que, ahora, sin poder untarles la mano por más tiempo, lo más seguro es que se volteen en su contra: de esa jauría, como siempre, los mandos medios serán los que paguen las mayores condenas, los políticos los que queden en la picota pública y los abogados los que se salgan con la suya.

No importa el país, samueles nules uribitos hay en todos lados. Nacen con la plata y los apellidos –o uno de los dos– par hacer en su vida algo importante por la comunidad. Estudian derecho, en su mayoría, donde se les estimula a trabajar y romperse las vestiduras por el bien común; donde aprenden sobre antepasados que fueron más allá, que sacrificaron sus vidas por los demás, por la libertad, por la justicia, por la democracia y otros principios maravillosos. Maman de su crianza esa noción de que nada les puede ser negado y de que nada les falta porque todo lo tienen y ahí, precisamente ahí, pierden la conexión con la realidad: su zona de confort se supedita a la cantidad de dinero que se necesita para conservarla, mejorarla y mantenerla trepada en la estratosfera por encima de todos; y a eso se dedican: a cuidar un nivel socio-económico tan afortunado que es, en últimas, lo que los define.

Con todo y eso, nuestro Samuel Nule Uribito –o sea, el de esta historia– no podría vivir sin la envidia que le tienen los demás: de ésta es que se alimenta, ésta es realmente la argamasa que soporta la piedra de su pedestal. Él sabe que, a la postre, lo que importa es la plata y que todo se puede perder, hasta la dignidad, pero no la plata, ni, por consiguiente, la gente que los alaba por tenerla, ni los oportunistas que, sintonizados con esta misma visión, manifiestan la misma reverente admiración por el evasor fiscal, que por el prevaricador, el narcotraficante, el estafador o el guerrillero. Hampón es el que se queda sin cinco, el que roba porque tiene hambre, el que mata por encargo, el que secuestra para una organización o el que viola porque está enfermo; los autores intelectuales, los que mueven los hilos del titiritero, son delincuentes de cuello blanco que, como Samuel Nule Uribito, se acogen a sentencias anticipadas y, en su mayoría, salen libres con relativa facilidad para dedicarle el resto de la vida a limpiar su nombre con el mismo desmanchador que usan, en casa, para sus camisas almidonadas.

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Margarita y Mateo: los mató la felicidad

Uno no se cansa de mirar la foto de Margarita y de Mateo. Una muchacha y un muchacho lindos, de rasgos caucásico, criollo libaneses, dientes blancos y parejos, la frente amplia de quienes han estudiado y el ceño fruncido de los que se cuestionan todo. Se les nota la buena crianza, su piel revela la tersura de quienes han gozado del bienestar como forma ideal de vida. Casi que se les oye la dicción castellana del altiplano que, al hablar, delata su origen acomodado, sobre todo por fuera de su zona de confort: Bogotá, de Rosales a La Carolina. Mientras sus amigos estaban pasando navidad y año nuevo en Miami, bronceándose en los centros comerciales y aventurándose a probar nuevas versiones de videojuegos, ellos estaban como Adán y Eva en el paraíso sin darse cuenta de que, en realidad, eran un par de moscas en un mar de leche. Debían ir cogidos de la mano bajo el sol calcinante del mediodía. Llevaban chanclas de cuero y ropas de colores suaves sobre los vestidos de baño. Se les acercaron por sorpresa, o con algún vano subterfugio, y sin asomos de clemencia los mataron a quemarropa con tiros en la cara.

Pasó que Colombia es un país violento, que Urabá es un techo bananero que oculta bajo sus ramas una cocina donde se cuecen las drogas, con el secuestro, el boleteo y los consecuentes ajustes de cuentas; pasó que nos comimos el cuento de la seguridad democrática y que a una pareja llevada por el amor entre ellos y a la naturaleza le pareció interesante -biólogos ambos- romántico y liberador, tomar por una vía aledaña a San Bernardo del Viento y adentrarse inadvertidamente en tierras de la banda criminal “los urabeños”; pasó también que uno de sus objetos de estudio era el ecosistema manglar que en esa parte de Córdoba es espeso y sirve de escondite al narcotráfico para sacar, desde ahí, la cocaína en rápidas embarcaciones hasta Panamá; pasó que los vieron felices y eso, en el reducto criminal que dejó Mancuso, es inadmisible; como lo es en la mayor parte del país, salvo en el territorio cuadriculado de las páginas sociales y el intercambio de imbecilidades de los programas de televisión que dan los buenos días.

Uno debería poder señalar un punto cualquiera de nuestra geografía y arrancar para allá con la mochila al hombro, un par de bluyines y un ipod. Uno debería poder dedicarle un fin de semana a buscar esmeraldas en Muzo y Somondoco, o buscar oro a orillas del Baudó sin más haberes que una coladera, una carpa y un repelente contra los mosquitos. Uno debería poder adentrarse en la selva del Amazonas y que el único peligro fueran los caimanes y las anacondas. Uno debería bajar, desde el pico hasta la playa, a todo lo largo de la Sierra Nevada de Santa Marta en un carro de balineras, o hacer la travesía del Río Magdalena como hasta hace medio siglo se hacía en barcos de rueda y vapor traídos del Misisipi.

Los botánicos, los zoólogos, los historiadores y los artistas deberían hacerle seguimiento a la Expedición Botánica emprendida por José Celestino Mutis, y otros ilustres científicos, hace doscientos años; como se pretendió hacerlo en el gobierno de Betancur, al tiempo que se promovía un Diálogo Nacional con los alzados en armas que dio como resultado la infiltración de éstos a las zonas suburbanas de las ciudades pequeñas, medianas y grandes del país. Los cinematógrafos deberían poder filmar los carnavales del diablo en Riosucio, el festival de la bandola criolla en Casanare, los bailes y la música de San Basilio de Palenque, entre miles de ejemplos más; como lo hiciera la serie Yuruparí, para la televisión colombiana, en los ochenta.

Los ambientalistas deberían poder, a sus anchas, buscar la protección de nuestras especies endémicas de fauna y flora que están amenazadas y/o en vías de extinción; ya sea por efectos de la caza y pesca indiscriminadas, de los cultivos y laboratorios ilícitos que todo lo arrasan o de los intereses de los coleccionistas, comerciantes y farmaceutas internacionales que subrepticiamente promueven el robo de nuestros recursos naturales. Los estudiantes deberían pasar más tiempo haciendo estudios de campo que encerrados en las bibliotecas o navegando, escalando y abriendo trocha, a punta de mouse y teclado, por internet donde el conocimiento general está masticado y rumiado para saciar la mentalidad estrecha de la mediocridad.

Las autoridades deberían poder proteger a los mateos y a las margaritas que surgen entre las nuevas generaciones, por la simple y sencilla razón de que no son muchos, de que también -por lo visto- están amenazados y en vías de extinción. Los universitarios maravillados con Colombia y con el ánimo altruista de estudiarla y proteger sus valores naturales y humanos son escasos. Los pocos que hay no reciben los estímulos suficientes porque nuestro país no cuenta con entidades educativas, privadas o públicas, que sean realmente generosas con sus presupuestos de investigación y menos cuando esta requiere de usurpar territorios de los que somos intermitentemente soberanos. Es una lástima que nuestra juventud sea, en esencia, urbana en una de las esquinas del mundo más biodiversas y con la gama de colores más extensa entre el azul y el verde.

Entonces, si parte de nuestro fracaso ha sido que no podemos cuidar ni garantizar el futuro de nuestros hijos ¿cómo podemos decir que Colombia es feliz? Los encuestadores dicen que, en el ranking de la felicidad, somos el sexto país del mundo y nada puede ser más contrario a la realidad que tal afirmación. ¡No es posible! Afirmarlo es decir que vivimos de espaldas al dolor de nuestra gente y que la esperanza dejó de habitar entre nosotros. Decir que somos felices, pese a las adversidades, es lo mismo que claudicar, es lo mismo que declararnos: el reino moribundo de la hipocresía. Somos un pueblo adolorido, con gente anónima que dedica su trabajo a los demás o que regala al menos una sonrisa al día; somos compasivos, dispuestos a ayudar al vecino, amables entre nosotros mismos, querendones con la familia y los animales; celebramos desde un gol hasta un Tratado de Libre Comercio; nos gozamos la embarrada de una reina de belleza, nos reímos de un mal chiste, de nuestros mandatarios, de las colas, de los trancones, del sistema de salud, del salario mínimo y tenemos una capacidad inmensa de sobreponernos a la tristeza, a la injusticia, a la miseria, a la falta de oportunidades y, entre millones de cosas, a los designios de dios… pero no somos felices.

Nos gusta pensar que a Margarita y a Mateo los mataron por oligarcas, eso minimiza el impacto que la tragedia le imprime a nuestra sensibilidad. Nos gusta pensar que ¿quién les manda meterse en la boca del lobo? eso nos distancia de cualquier culpa indirecta o cualquier posibilidad más arriesgada que: volver a salir a la calle a protestar, marcar “me gusta” en una página de Facebook o hacer una significativa donación a la fundación que surja de esta repetible tragedia. Lo cierto, es que nadie se va a hacer cargo de los manatíes que Mateo iba a cuidar como inicio de su vida profesional al servicio del medio ambiente. Lo cierto es que -valga repetir- jóvenes así de valerosos no abundan y los que podrían serlo se dejan encausar, por la imperceptible coacción social y familiar, hacia destinos más previsibles que les permitan preocuparse de los tiburones sin aletas, los osos pandas, los tigres de bengala, la selva húmeda, el bosque tropical, la tala de árboles, la pesca con dinamita, la trata de blancas y cantidades de otras infamias de la depredación del hombre contra la naturaleza, pero con la opción de cambiar de canal o ponerle “mute” al control de la televisión.

Si fuéramos felices conoceríamos más a la señora felicidad ¿o señorita? ¿viuda, tal vez? ¿minusválida? ¿enferma? la manejaríamos mejor, la anhelaríamos menos, la perseguiríamos sin tanta ansiedad, con más cordura y estaríamos más predispuestos al amor, más vulnerables y receptivos a la bondad, menos desconfiados, total e infinitamente más vivos: como Margarita y Mateo el mediodía aciago en que tomaron un camino equivocado y con esa felicidad inocultable que por no ser común en esos lares finalmente los mató.

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Alvaro Uribe reemplazaría a Leonel Alvarez

Alvaro Uribe Vélez está pensando seriamente la propuesta que, en las últimas horas, le hizo el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Luis Bedoya: hacerse cargo de la Selección Nacional de Fútbol. Al tiempo, se comenzó a especular que el Presidente Santos está detrás del posible nombramiento, con miras a distraer la hiperactividad de su predecesor en asuntos que no sean políticos pero manteniendo su presencia en los medios de comunicación que es, por supuesto, lo que el expresidente no está dispuesto a sacrificar. Santos no ha dado declaraciones al respecto, pero el Palacio de Nariño se pronunció a favor de la decisión, destacando las dotes de estratega y espíritu deportivo del opcionado.

Por su parte, Alvaro Uribe dijo que se va a tomar un par de días para pensarlo, sin embargo ya contestó las principales inquietudes de la opinión pública colombiana durante una improvisada rueda de prensa en el aeropuerto de Rionegro; de la que aquí se transcriben apartes para ir despejando dudas. Se omiten las preguntas porque ninguna alcanzó, realmente, a ser formulada a cabalidad, ante el afán del expresidente por arrancar a hablar, siempre, con esa verborrea atropellada que lo caracteriza.

+ ¡Qué pena, señor periodista! Déjeme interrumpirlo, se lo pido. Ahora no me va a salir con la pregunta de cuánto hay que saber de fútbol para manejar la Selección Colombia. Mire, y me dirijo a todos los colombianos, también; cuando se ha sido caballista y, además, Presidente de la República pocas empresas en la vida le quedan a uno grandes. Lo digo con humildad. Yo podría estar manejando con éxito un Carrefour + risas + o ¿por qué no? un transatlántico o un proyecto de la NASA, eso todo es lo mismo. Hay que ponerle empeño a las cosas, asesorarse bien y tener una buena pizarra para enseñarle las movidas a los coequiperos. Miren, mi mejor credencial es que yo aprendí mi carrera política a patadas y esa es una experiencia invaluable, sobre todo, si se trata de fútbol. +

+ […] es más pónganme los jugadores que quieran y alguien que escuche muy bien encargado de analizar la competencia, y yo les clasifico el equipo al mundial de Brasil. La cosa es de paciencia y perseverancia, pregúntenle a mis ministros si finalmente no aprendieron después de tanto autogol. Miren… + le muestra su celular a los periodistas y continúa + llamen ustedes mismos, señores y señoras periodistas, y pregunten. Miren, llamen a Fernando Londoño, por ejemplo, y él les dirá lo estricto de los entrenamientos, lo extenuante de las prácticas. Lo nombré capitán y con todo y eso el rendimiento de sus acciones era motivo de preocupación; trató de echarle la culpa al árbitro por el fracaso de la convocatoria, a todos los colombianos, para cambiar las reglas del juego y, para completar, nos alecciona con ese tonito de “yo me amo sobre todas las cosas”, pues, tocó sacarle la tarjeta roja. Miren… ¡de verdad! + vuelve a mostrar el celular + llamen a Juan Lozano y pregúntenle ¿qué sabía él de medio ambiente? o ¿qué sabía Consuelo Araújo de cultura salvo distinguir un acordeón de una guacharaca? o ¿qué sabía Andrés Felipe Arias de agricultura? y sin embargo le garantizó un ingreso seguro a las verdaderas familias que viven de la tierra en el Magdalena. O sea, en lo que a mí respecta, y para ser claros de una vez, me pueden poner en la nómina jugadores de bolos, o voleibol de playa, o chalanes inexpertos que yo se los vuelvo mundialistas. +

+ Miren, muy importante también, cosas que no se puede pasar por alto: ¿quién quedaría en la bancada? Debemos asegurarnos que sean suplentes que tengan la camiseta bien puesta, que no tengan nexos con las barras bravas, ni vengan de equipos que jueguen con violencia; que, ustedes, señores y señoras periodistas, puedan revisar sus hojas de vida y no encuentren signos de dopaje, ni de haberse metido con la gente que distribuye uno, u otro, tipo de sustancias. Puede haber, por supuesto, jugadores que hayan hecho campaña en otros equipos pero ninguno que haya recibido plata por debajo de la mesa o haya excedido los topes exigidos por patrocinios y publicidad. Deben ser jugadores que suplan las fallas de los otros, que puedan, además, ser un recurso de última hora y capaces de hacer cualquier cosa por ganar como, en su momento, fue invaluable el desempeño de Sabas Pretelt, Diego Palacios y Jorge Noguera, para que entiendan. +

+ […] no diga más señorita periodista. Disculpe. Usted tan bonita y haciendo preguntas tan feas. ¿Cuál mafia del fútbol? Si usted se refiere a que la opinión pública tiene dudas sobre el manejo de la plata, pues, todos seríamos mafiosos y no habría negocio honesto, porque nadie más desconfiado que los que leen la prensa, oyen la radio o ven la televisión. Miren… respeto los medios de comunicación, por favor no me malinterpreten, pero son, ustedes, los periodistas, los que generan mayor cantidad de desconfianza en el público. Volviendo a la señorita… ¿Dónde está? Que levante la mano… Si, por otro lado, usted se refiere a que el nombre del Bolillo sigue vigente, pese a que se le fue la mano con una señora, eso no demuestra ninguna mafia, o rosca, sino el aprecio de los colombianos por haber sido parte del grupo técnico que nos ha llevado más lejos en el fútbol mundial. ¿Qué tal, señorita periodista, que habláramos de la mafia de la cerveza, de las gaseosas o de los bancos para referirnos a los hombres más ricos de este país? Mafia: las Farc. Mafia: el narcotráfico… + El expresidente niega enérgicamente con el dedo y prosigue. + No vaya a creer, tampoco, que fue esa supuesta mafia, que usted menciona, la que fulminó a Leonel Alvarez ¡de nin-guna manera! fue la desconfianza que desde el comienzo le tuvieron los medios de comunicación y, por ende, como ya expliqué: los colombianos. +

+ Mire, señor periodista, no siga. Le ruego que no siga. Como no hay futbolistas llamados Yidis, ni Teodolindos, creo que esa pregunta no procede. A mí me parece que los incentivos a los jugadores no pueden ser monetarios y me parece una bellaquería que usted insinúe que yo entregaría notarías, hatos o fincas cafeteras, por goles, por partidos o por campeonatos ganados. Hay es que tener un sistema de juego con el que los seleccionados se sientan cómodos. Mire, déjeme decirle algo… déjeme decirle que el fútbol es democracia. Tengo pensados lineamientos de alta liberalidad en la cancha, estrategias que la mayoría de las veces salen bien y que, por ensayo y error, he podido comprobar que funcionan. Los delanteros, generalmente, se sienten inseguros de que les metan goles y eso les merma la capacidad de juego, hay que darles la oportunidad de que también estén a la defensiva, y viceversa. Podemos llamarla, si usted quiere, la estrategia Convivir: en la que cada jugador pueda armarse del valor necesario para defender o atacar según lo considere y dentro de reglas establecidas; inclusive podemos pedir una comisión de verificación por parte de la FIFA. La idea es desarrollar un juego más autodefensivo que persuada y no que presione, ni compre conciencias. +

+ Yo le digo a los colombianos, miren, si piensan que dirigir la Selección Colombia es una jugada política de mí parte, pues, están muy equivocados, es como si no me conocieran. Yo les cuento, es una manera de hacer patria, como muchas otras, que es totalmente distinto; es acercarse a los colombianos con lo que más les agranda el corazón: el fútbol; y, ya verán que con mano firme en el manejo de los jugadores les quitamos las mañas que traen; sobre todo, los zagueros izquierdos. He pensado, eso sí, entrenar en todos y cada uno de los estadios de Colombia, por humildes que sean; una especie de concentraciones comunitarias y que todos nuestros compatriotas puedan asistir y opinar sobre los resultados, la agenda y el rendimiento del equipo y foguear a los jugadores de frente. No sobraría, tampoco… y déjeme aclararle a la periodista, la monita que está junto a la puerta, que los Cascos Azules no son un equipo de fútbol… traer un grupo de expertos, táctico y con experiencia ofensiva; pero no de afuera, con gente como: Cossio, Benedetti, Náder, Echeverry, Gaviria, Escobar, Moreno, Vélez, Barreras y otros que en este instante olvido, tendríamos. +

+ Ahora bien, deploro que no me pregunten lo fundamental y es: ¿además de un equipo campeón del mundo, qué le estaría yo dejando a mi sucesor? + El expresidente deja la inquietud en el aire y se despide de todos. +

Algunos analistas sugieren que la situación hace parte del forcejeo entre Uribe y Santos por liderar el Partido de la U. El exmandatario estaría esperando, en los próximos días, calibrar el apoyo a su ímpetu futbolístico, entre sus copartidarios, para distinguir a los fieles, de los infieles; razón por la que se da por descontado que este será otro rechazo a la posición técnica más preciada del fútbol profesional colombiano.

La Luciérnaga, único medio capaz de terminarle una pregunta a Alvaro Uribe, le pringa la lengua. + Conocemos sus capacidades para emular con Beckenbauer, o Bilardo, lo que da miedo de su nombramiento, al frente de nuestra Selección, es que nos deje colgados de la brocha –en este caso del balón– + risas + cuando se agiten los vientos de la reelección presidencial ¿qué opina usted, Señor Expresidente, al respecto? + Uribe saluda al equipo de La Luciérnaga por sus nombres y apellidos completos, le manda saludes a sus respectivos cónyuges, hijos e hijas por sus nombres, agradece la invitación al programa, opina que el tinto está muy bueno, abraza a la niña que se lo sirvió, les desea a todos un feliz año nuevo y contesta: + Ya lo dijo el General Herrera mejor que yo: “¡La Patria por encima de los partidos!” +

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Nacionales, Cultura, Social, Espiritual Fabio Lozano Uribe Nacionales, Cultura, Social, Espiritual Fabio Lozano Uribe

La muerte es una invitación al silencio

Se puede hacer una lectura socio-económica del país con los obituarios de El Tiempo. Los viejos lo saben y nunca lo dicen, les debe parecer un ejercicio senil, abyecto; leen los editoriales a la carrera -dejaron de leer a muchos contemporáneos por el camino y los jóvenes les parecen sosos, poco cortopunzantes- y de un brinco del corazón pasan a la página de los muertos. Después de acompañar la lectura de cada aviso con demorados sorbos de café, dos reacciones son posible: hacerle siesta al desayuno o gritarle a la muchacha del servicio doméstico: “Mija, pláncheme el cuello de la camisa que voy a salir.” Por la tarde, toman las onces, con tertulia incluida, que dura muy poco cuando no han tenido entierro. Sin nadie sobre quien hablar, sin una remembranza que invoque otras, se afanan por el mal tiempo y rompen filas temprano. Siempre -de todas maneras- están haciendo planes: “Avendaño, sabes…”, “Sí, está muy enfermo”, “Se le complicó la próstata” exclama un tercero.

El miércoles pasado sucedió un hecho sin precedente en la historia funeraria del país, Alberto Casas me corregirá, pero nunca había visto un obituario de una página completa en la prensa nacional. El Grupo Odinsa publica sus condolencias por la muerte de Luis Fernando Jaramillo, excanciller de la República, quien debe haber hecho mucha plata, ir a muchos cocteles o pertenecer a muchos clubes porque como canciller fue muy regular, según dice Mauricio Vargas en sus Memorias del Revolcón: “Nombró como embajadores a varios parlamentarios, repartió favores a diestra y siniestra por medio de la nómina diplomática y consular, filtró cuanta noticia pudo para ganarse el aprecio de algunos periodistas y, sobre todo, demostró que más que la agenda del Presidente le interesaba la suya.” El país le achacó -no sin cierta razón- el asesinato de Enrique Low Murtra porque le pidió su renuncia a la Embajada de Colombia en Suiza adonde lo habían mandado para protegerle la vida.

Ni siquiera a Julio Mario Santo Domingo, muerto hace un par de meses, le dieron un pésame de tal magnitud; al contrario, sus conglomerados estuvieron más bien parcos, discretos, en sus comunicados por el fallecimiento de quien hubiera podido -de verdad- empapelar, si no su trayecto a la bóveda celeste, por lo menos sí la subida peatonal a Monserrate o la extensión del puente Pumarejo, con sus obituarios. Coincidencial y paradójicamente el mismo día de la publicación del aviso de Odinsa, se le hizo cubrimiento a un homenaje en el nuevo teatro que lleva su nombre: Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, con un tono de comunicación austero, escrito con mesura y sin pormenorizar la lista de importantes invitados -como suele hacerse- ni contar interminables anécdotas palaciegas, salvo que Germán Vargas llegó antecitos de los aplausos finales.

Así pues, había transcurrido una calma chicha acorde con nuestra reservada costumbre en la honra de nuestros difuntos: hasta la semana pasada. Desde ahora ¡dios nos libre, nos ampare y nos favorezca! va a terminar El Tiempo poniendo a circular una sección aparte, full color, con brillos especiales y papel brillante -como los catálogos de Kevin´s Joyeros- cuando se muera Jean Claude Bessudo, Carlos Mattos o Abdón Espinosa Valderrama. Claro que, a éste último, con el espacio que deja libre su columna alcanza y le sobra, por lo menos, para las áureas invitaciones de su familia política, a sus emperifollados funerales. Los venidos a menos deberán empeñar hasta lo que ya no tiene lustre así sea para ponerle tonos magenta y plata a las cruces de sus condolencias impresas. El negocio funerario se volverá tan excluyente que, por ejemplo, los cadáveres se incinerarán a fuego lento, medio o alto, de acuerdo a su estrato y patrimonio, previa comprobación de la declaración de renta. El chiste de moda será: “¡prefiero casar a mi mujer con otro, que enterrarla!” Parafraseando con ligereza a Bertolt Brecht los historiadores, como ya sucede, tendrán dificultades en distinguir a los ricos, de los buenos, los mejores y los imprescindibles.

Esto son nimiedades, es más importante lo que se lee entre líneas, entre avisos; lo metatextual, como dicen los filósofos, el palimpsesto. La página de obituarios es la expresión de uno de los protocolos de la muerte, los avisitos mismos parecen cajoncitos de cementerio empujándose unos a otros por acompañar al muerto en su despedida, por sobresalir, por dejar claro quiénes heredan, qué compañías quedan con una vacante en su consejo directivo y quiénes eran sus amigos, o amigas, y sus actividades en las tardes: sus compañeros de comer mojicón los lunes a las 3:00, sus amigos de voyeurismo virtual el martes a las 5:00, el grupo de soporte para incontinentes urinarios de los miércoles a las 4:00, etc… Morirse es, en sí mismo, un ajuste de cuentas ¡qué purgatorio ni qué nada! todo queda a la luz pública y, aunque no hay muerto malo, la gente también va al entierro a corroborar información: “¿Verdad que a Consuelito le tocó vender el Guayasamín para pagar la clínica?” “¿Verdad que el finado murió en el cuarto de la muchacha del servicio?” “¿Verdad que le dejó todo en vida a la manicurista?”

Y, para aquellas personas realmente incólumes, faltas de faltas, se reserva el obituario editorializado: Doña Josefina Estupiñán de Cáceres (Pepita) madre ejemplar, esposa fiel, dadora de buenos consejos, feligresa de sacrificar domingos y feriados en pro de los desamparados, contertulia de comentarios inteligentes y propios para cada ocasión, siempre tuvo una palabra amable para quienes buscaron sus demostraciones de cariño. Su destino es el de estar a la derecha del Padre Celestial para que la tenga en su eterna y merecida gloria. Lo que traduce que le dio de lactar a sus hijos hasta su primer día de colegio y los obligó a ir a misa hasta que se fueron de la casa. Si dice esposa fiel es porque su marido no lo fue y a ella le tocaba aguantarse las ganas de hacer lo mismo, pero por fea y santurrona se conformaba con echar rulo con sus amigas voluntarias de la parroquia. Si daba buenos consejos es porque hablaba hasta por los codos y si buscaban sus demostraciones de cariño es porque era tacaña, por ende el único que se la puede aguantar, una eternidad completa ¡tiene que ser el Altísimo!

Los obituarios son una manifestación social pero deberían ser una manifestación espiritual, al fin y al cabo la muerte -como la vida, el amor y la soledad tal vez- es uno de los grandes temas de la humanidad, de la poesía, de los que se preguntan por el hombre, como diría Andrés Holguín. La muerte es de las pocas cosas que no son banales, que por más esfuerzos que hagamos no podemos trivializar: nadie, en un funeral, tira un bouquet al aire para que le caiga al próximo que se va a morir, ni la viuda lleva una liga negra para que se la arranquen con los dientes. La muerte nos obliga a la reflexión, a dimensionar nuestra presencia en este mundo, a confirmar que no existe escapatoria.

Los obituarios son, además, publicidad. Un banco que invita a las exequias de un expresidente ofrece, sin duda, inversiones más estables que uno que invita al entierro de un prestigioso activista gay; es como si el Banco de los Trabajadores -por poner un ejemplo- hubiera lamentado, en primera página, la muerte de Ernesto Samper Pizano, en el caso hipotético y afortunado para la historia de Colombia de que hubiera recibido, también, las balas que le tocaban a Antequera. Por ejemplo, cuando murió Fanny Mikey muchos avisos corporativos más que condolidos estaban era interesados en que se les reconociera públicamente su patrocinio a la cultura. A una empresa que bota desechos con mercurio al mar le interesa dejar de presente que, en contraposición, patrocina obras del Teatro Nacional, así como es capaz de llorar -otro ejemplo- la muerte de un artista pop que se inyectó heroína hasta morir. La vida es un sistema de contrapesos, por eso los que quedamos vivos, en la jugada, tenemos que ganar algo cuando perdemos a alguien sino ¿qué gracia?

Son más auténticos, en todo caso, esos brochures de pastas aterciopeladas -y poco antialérgicas- que llegan a la casa de los dolientes ofreciendo misas por el fallecido. La oferta de estos sufragios es variada, hay unos “pop up” que cuando se abren salta, en primer plano, una virgen pechugona con cara de tener rubeola y vestida como lo haría Marbelle si la coronaran reina del festival de la papa y el chunchullo. Es un detalle un poco lobo, o kitsch, pero no trivial pues ofrece, por lo menos, un intangible: la súplica porque el alma del difunto no se condene, para que nada interrumpa su ascenso a un estado iluminado y por falta de “firmas” no vaya a rodar en tobogán hasta los spás del infierno.

Desde el momento que expiran, los muertos deberían ser innombrables, lo que de ellos no se dijo en vida debería ser prohibido decirlo después de ésta. El hábito de personalizar los recuerdos debe cortarse de raíz, las evocaciones deben hacerse en plural. Es injusto referirse a uno en particular cuando lo cierto es que la memoria colectiva recordará finalmente el todo y no la parte. Es el orden de las cosas. Señalar a unos pocos es negar a muchos, nadie merece tal injusticia; la historia trata de acomodar las cargas pero debemos ayudarle. La Capilla Sixtina es producto del Renacimiento, del papado, de los mitos del catolicismo, de los arquitectos e ingenieros, de los que mezclaron la pintura y estucaron las paredes, de los que montaron los andamios y, entre muchos otros, de un hombre que pintó sus cielos rasos, de su talento y de la masa crítica de artistas que tuvieron, por razones diversas, la oportunidad de florecer en la Italia post-medieval.

Los libros de historia cuando se cierran van borrando los nombres de las personas. De Fidias se habla de su escuela, sobre su vida cada vez oímos menos; lo mismo, nos extendemos en las hazañas homéricas y no de Homero; o, en el legado helénico de Alejandría y no precisamente en Alejandro, a quien ya le hemos ido quitando su título de: “Magno.” Nadie recuerda al vencedor de Salamina y tampoco al de Accio, batalla en la que murió la República y nació el Imperio Romano. El tiempo privilegia circunstancias y dentro de éstas, de un rato para acá, cuyo lapso es ridículo comparado con el todo, existe el factor humano que es apenas una ínfima variable del acontecer cósmico. Toda vanagloria es, entonces, por decir lo menos: inútil. De ahí que debería bastar una sola fosa común, una sola misa y un solo obituario universal para todos porque, al fin y al cabo, todos moriremos al tiempo, en el segundo mismo en que el último hombre con memoria de lo que fuimos: muera. Cualquier textualidad al respecto sobra. ¿Por qué no nos damos cuenta que la muerte es una invitación al silencio?

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Nacionales, Gobierno, Trabajo, Sexualidad Fabio Lozano Uribe Nacionales, Gobierno, Trabajo, Sexualidad Fabio Lozano Uribe

Caso Concha: le creo a Lina María Castro

Una mujer, la periodista Lina María Castro Torres, trabaja en la Presidencia y dice que su jefe abusó sexualmente de ella y que repetidamente, desde hace más de un año, le ha tocado asumir posiciones incómodas en contra de su voluntad.

Su jefe, Tomás Concha Sanz, dice que se trataba de sexo consensual y que si a alguien debe pedirle disculpas es a su mujer por la infidelidad cometida. Le debió llegar con el cuento de que su asistente encargada de las comunicaciones (Lina María Castro) se había aprovechado de su confianza, de la cercanía profesional que le brindó sin otro motivo que el altruismo de ayudarle en su trabajo ¡de ayudarle a surgir y a superarse! pero que desafortunadamente su condición de hombre vulnerable le jugó una mala pasada cuando ella, premeditadamente, se agachó a recoger un clip y no tenía calzones. Sugiere ¡eso sí! en la entrevista a El Tiempo, y como toque romántico, que mediaba un sentimiento de admiración versus la versión de ella que dice que él aprovechó que llevaba un bluyín descaderado para manosearla. ¿Qué es más creíble?

Como siempre pasa, terminará, en la intimidad de su cuarto, pidiendo excusas a su pareja por todos los hombres, porque dios nos hizo en exceso falibles y proclives a la flaqueza del cuerpo; puede que suelte una lágrima pidiendo compasión y, un buen día, cuando vea calmados los ánimos dirá, por casualidad, que de pronto inconscientemente su sexualidad estaba buscando emociones que ya no consigue en su propia cama. Canallada que transfiere la culpabilidad a la esposa y completa el círculo típico con que se dan gran parte de las discusiones maritales, en que el hombre impone su verdad, por lo menos en este reino del sagrado corazón. De ahí en adelante ella no dirá nada, los medios de comunicación la abordarán, ella contestará unas frases torpemente aprendidas y su marido habrá cometido su peor abuso contra el ser que menos lo merece; sólo porque ella, vestidita de blanco y con el pubis perfumado, se comprometió a apoyarlo en “las buenas” que ya pasaron y en “las malas” que aceptó, como dios manda: para siempre.

Dejando de lado la ironía, los casos de sexo consensual entre funcionarios de la Presidencia de la República no son extraños. Está -perdón la obviedad- el que sucede entre el presidente y la primera dama, interrumpido sólo por el edecán para pasarles los condones o decirles, por ejemplo, que ya ubicaron a Timochenko; otro más libertino pero que tiene el encanto de ser una de las buenas tradiciones laborales que aún se conservan: el sexo del día de las secretarias después de la consabida invitación a almorzar con la ventaja de que, ellas mismas, reservan el motel y piden dos copitas de champaña; están también las infidelidades normales que se producen bajo el efecto embrutecedor de la quincena, que es cuando las niñas del conmutador contestan con tono grave “El doctor está en el despacho”. Estar en el despacho presidencial, no da lugar a dudas, ni a preguntas subsecuentes; o sea, ninguna esposa, o esposo, responde: “¿Y, en qué andan, o qué?” o “¿Con quién están?” o “¿De qué se trata la reunión?” o “¿Me comunicas un minutico?” nadie es tan imprudente. Es la mejor excusa en el mundo para ocultar confidencias y vidas paralelas, por eso es tan apetecido trabajar allá.

En nuestro gobierno, para no ir más lejos, se han escuchado rumores de presidentes que en la Casa de Huéspedes de Cartagena no vestían sino la banda presidencial, o que en la Casa de Nariño han dejado el corbatín en la despensa o entre alguno de los clósets del aseo; clósets de los que han salido también mandatarios y alguna consorte, a demostrar que el poder es un afrodisíaco tan potente que ¡todo se vale y que, antes, es mucha gracia que les quede cabeza para gobernar! La debilidad de la carne es proporcional a la importancia del cargo; eso se sabe, sobra cualquier explicación, basta observar la naturaleza humana. Por eso, le perdonamos a Clinton que se metiera con una vieja tan desabrida; a Berlusconi que gobernara desde un yate anclado en las cercanías de Capri; a Sarkozy que, recién posesionado, dejara a su mujer por una más flexible y manualita; y eso por dar unos ejemplos actuales y no remitirnos a Bolívar y Manuelita, John Kennedy, Enrique VIII, Catalina la Grande, los dictadores latinoamericanos, los polígamos sultanes del Islam o los emperadores chinos. O sea los colombianos sabemos de relaciones consensuales en el seno del ejecutivo, conocemos su dinámica, su manera de multiplicarse en rumores disímiles y versiones de telenovela… y lo sucedido a Lina María Castro no es una de ellas. No tiene esa magia vivificante del chisme sino la certeza colectiva de la ignominia.

Ahora bien, en el mismo ambiente en que hay sexo consensual también se produce lo contrario: sexo no consensual por alguna de las partes. En el matrimonio mismo no siempre el deseo del cuerpo es alunísono; algunas veces, uno de los dos lo hace a regañadientes, sin querer, por complacer al otro y no verlo con la misma cara del perro que no sacaron el parque. Dejar, por ejemplo, que la pareja de uno se frote una pepa de mango en los genitales como preludio al amor, o que cante la Marsellesa en el momento del orgasmo, o que insista en pellizcarse la piel con los ganchos de colgar la ropa, es consentir. Disentir sería decir que no, explícitamente y negarse a continuar el proceso de la cópula como respuesta a una determinada insatisfacción. Disentir es un derecho y una forma de pedir respeto por parte del otro siempre y cuando -y en esto radica la diferencia con el delito- no exista una coacción tácita o pronunciada con el objetivo de infundir miedo.

Los abusadores sexuales, generalmente, provocan encuentros con base en la intimidación porque más que el sexo lo que los excita es sojuzgar a la contraparte, vencerla y literalmente arrodillarla a sus pies y humillarla; obligarla a realizar un acto que la reduzca a una condición animal. Los ambientes laborales son facilitadores de este tipo de delitos y se da en una relación de 99 a 1 entre jefes hombres contra mujeres subalternas. Hombres insatisfechos en tan alto grado que ponen en peligro los principios de la fidelidad, y la convivencia, por tener un goce prohibido que les supla una de las drogas más poderosas del universo: la adrenalina. Hombres que necesitan ayuda, pero les da vergüenza pedirla porque nadie que tenga un mínimo de poder reconoce sus errores a menos de que lo cojan y su problema amanezca un día fresquito en el periódico, al lado del jugo de naranja, el pan y el café que la muchacha del servicio le revuelve con el dedo.

Lo que agrava el contexto ético del caso de Tomás Concha es que él trabaja en Derechos Humanos, o sea que mientras con una mano puntualiza, con el índice en alto, sus discursos -muchos en los que se toca el tema de la desigualdad de la mujer y la lucha que debe darse para evitar tal injusticia- con la otra se abre la bragueta justo en el momento de recordarle a su subalterna que él es quien decide la renovación de su contrato. Yo le creo a Lina María Castro porque si la relación hubiera sido consensual con seguridad la salida de su agresor hubiera sido mucho más airada y amenazante, pues la reacción de un hombre atacado en su amor propio es mayor a la de un abusador sexual que maneja de manera más calculada sus emociones. Tomás Concha no se está defendiendo de una falsa acusación porque hubiera, sin duda, reclamado un mínimo de honestidad, hubiera insistido en la ausencia de pruebas y se hubiera explayado en una declaración pública más emotiva, más humana, tomando más riesgos, pero no: lo declarado, hasta ahora, ha sido medido, que es como actúan quienes le temen a “todo lo que diga será usado en su contra.” La entrevista a El Tiempo, por ejemplo, fue por escrito y no telefónica que es lo usual. En ésta, señala a su subalterna por no haber declarado el hecho desde que comenzó, lo que en mi sentir delata que más grave que ponerle a la fuerza el pene en la boca debió ser el manoseo verbal, las miradas sin tregua y esa respiración de hiena, a través de la sala de conferencias o en la cafetería llena de gente, que nadie escucha salvo la presa.

¿Cuánto tiempo le lleva a una mujer acopiar el valor necesario para reconocer públicamente una flagrante violación de su intimidad? ¿Hay estadísticas al respecto? Pensemos que hay mujeres que se pasan la vida en situaciones peores sin chistar, sin decir ni mú, porque qué pena, porque qué dirán o, peor, porque me lo merezco en razón a las desvirtudes del pecado original magnificadas por el machismo que, en el caso de las relaciones laborales, su representación gráfica más común es la del pulpo. No es para nada casual la expresión “los tentáculos del poder”, ésta no hace sólo referencia al alcance manipulador de quienes lo ostentan sino a la práctica “inofensiva” de tentar culos. Yo creo en Lina María Castro porque si hubiera sido una relación consensual la esposa de Tomás Concha no lo hubiera perdonado tan fácil. Ella no lo ayudaría si fuera un desliz del corazón, o de la piel; ella lo ayuda porque sabe -las mujeres saben- que su marido tiene un trastorno grave de la personalidad y debe estar rezando, en silencio, para que con este golpe a su integridad toque el fondo que necesita para recuperarse de su desvarío.

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Nacionales, Política Fabio Lozano Uribe Nacionales, Política Fabio Lozano Uribe

El Partido de la Ubre

Todos maman del Partido de la U, se alimentan de éste, crecen y se van. El destete es duro porque Alvaro Uribe es el dueño de la ubre y tal posesión la considera extensiva a todos los que la ordeñan, con el compromiso de devolver, en cantidades iguales o similares, lo recibido; so pena de caer en desgracia y sufrir los dardos de sus ojitos enérgicos y su ceño fruncido. Pero entre la alevosía y la indiferencia nada de esto es grave, hace parte del juego político en el que cambiar de teta responde a un problema de subsistencia política, antes que de fidelidad o familiar cariño.

El problema, entonces, es la vaca -la colectividad- porque a ella sí le gusta que le den besitos y le hagan carantoñas antes de manosearla y de que se le metan entre las piernas. Inclusive, es de conocimiento público que le han propuesto mejores abrevaderos, se la ha visto pastar en otros potreros y, en múltiples circunscripciones, hasta la han apareado y tratado de marcar con fierros de otras ganaderías. Esa forma indiscriminada de levantarse la falda, entre componendas y coaliciones, es lo que desconcierta al electorado.

Entre la vaca y su dueño debe haber un sentimiento recíproco e irrompible, un lazo tan fuerte como el matrimonio, de lo contrario se trata de una relación entre amantes, de intereses mutuos, o en el peor de los escenarios -que podría ser éste- de un arreglo entre el proxeneta y la alegre comadrona que se para en la puerta del burdel, engordada a la fuerza para hacerla parecer más apetitosa y rebosante a la transeúnte clientela. Con la gravedad, además, de que ella ve con desgano que se turnan el manejo del negocio entre escuderos y lugartenientes que tienen una denodada fe ciega en su propietario, padre putativo, guía espiritual y líder, mientras éste sigue buscando peleas callejeras de poca monta que lo distraen de su verdadero oficio: cuidar de su rebaño, en este caso de animales mal domesticados y cortesanos desagradecidos.

Con la ley de bancadas, los partidos políticos colombianos se volvieron, eso: bancadas. Partidos de paso para aspirantes a las corporaciones y políticos ansiosos por cumplir el sueño de servir al país y de luchar por el bien común. ¡Perdón! ¡comprensible equivocación! lo correcto es decir: para servirse del país y luchar por los bienes comunes de los que puedan echar mano. El arte de la política es, hoy, la destreza de mantener el equilibrio entre ordeñar y dejarse ordeñar. En ese orden de ideas el Partido de la Ubre ha exagerado en lo segundo y bajado la guardia en lo primero; fenómeno normal si se considera que Juan Manuel Santos es ahora el gran ordeñador del gasto, de los puestos públicos y de la teta del Estado: una cabeza de Medusa con largas e infinitas tetillas que Álvaro Uribe terminó por mirar de frente y quedó, aunque le cueste trabajo resignarse, como todos los expresidentes: quieto en primera y con dedicación exclusiva a defender y tratar de darle un puesto en la historia a su gobierno.

Uribe no ha logrado acomodarse a tales circunstancias. No tiene cómo responderle a un partido fundamentado en sus favoritismos y su capacidad de entrega… ¡de nuevo, involuntario error! quise decir: y su capacidad de entregar notarias, prebendas y otras dádivas públicas. Tampoco le quedan adeptos a la causa porque no hay causa, mientras no haya qué repartir nadie en su partido -salvo Juan Lozano- es incondicional; lo que le quedan son subalternos, lo suficientemente ubicuos, umbilicales, undívagos, uniformes y ufanos para seguir mamando de un jefe político sin poder, pero al que no se le quitan las ganas de mandar ni con goticas de mancusina.

El uribismo no está en retirada, pero tampoco avanza, sino que por tratarse de una ubre inmensa con un corazón tan grande, pues la cabida para el cerebro no es mucha por lo que el partido se quedó sin ideología, si es que alguna vez la tuvo. El mismo Alvaro Uribe es un gran hacedor, más no un pensador que compense con manifiestos políticos la enjundia hiperactiva de sus actos, discursos e itinerarios. Sus ideas son más bien del tipo instrumental y mecánico, dictadas por una intuición de baqueano paisa que suple, de sobra, la falta de reflexión que tienen las decisiones de partido ¡perdón otra vez! … de bancada. Él lo sabe, por eso ha tenido cabezas brillantes a su diestra y a su siniestra, no en vano se ha rodeado de las neuronas y el líquido encéfalo-raquídeo de personas cuyo talento es precisamente el de sopesar -reposadamente y con tiempo- todas las variables de un problema para dar soluciones adecuadas y, sobre todo, duraderas. Personas con las que Uribe se desespera y terminan llevándole el tinto con arepa y volteándole el sombrero.

Se podría decir que Uribe domina la inmediatez, el día a día, lo urgente, lo que no da espera, porque se aburre como almeja en vacaciones con lo que requiera de planeación a largo plazo. Por eso, gran parte de las acciones discrecionales de su fuero sirvieron en su momento y para fenómenos determinados; la aplicación de éstas en el presente ha sido torpe y lenta porque Juan Manuel Santos no es de los que le dedica un domingo a llamar, por ejemplo, a los peajes de todas las carreteras de Colombia para garantizar el éxito de la operación retorno; a escucharle las quejas a un parroquiano de Ramiriquí que se explaya en detalles de cómo el aluvión le arrasó la finca; o se detenga, camino a un consejo de ministros, a preguntarle a un embolador cómo va el negocio y si le alcanza la platica para hacer mercado.

Aunque aguerrido y trabajado, el suyo no fue un gobierno de sembrar y sentarse a esperar frutos, por lo que su partido adolece de lo mismo: falta de raíces, un tronco demasiado pequeño para tanto pajarraco anidado en sus ramas y excesiva y asfixiante cantidad de abono: el remanente de tanto capital político que se ha venido malgastando en esfuerzos puramente electorales y que hubiera servido para estructurar una ideología, una línea de pensamiento, una visión de país, capaz de entusiasmar al común de los colombianos por causas y no por los heroísmos de su jefe máximo.

Alvaro Uribe no ha tenido tiempo -ni es su estilo- de acuñar frases conjugadas en pretérito como tienen los demás expresidentes: “Mi mandato fue, como diría el poeta: …uva, y rosa, y trigo sur-tidor…” “La no extradición era un imperativo para salvar la patria.” “Yo estaba de espaldas a todo menos al país.” “No me extrañan los aciertos de Uribe y de Santos, porque yo les dejé todo listo para que así fuera.” Podría empezar por reconocer que la ubre se le salió de las manos y decir algo así como: “!Qué mi gobierno se hubiera amancebado con el paramilitarismo, acostado con los Estados Unidos y enamorado del poder es positivamente falso!”

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El aborto recreativo: idea para un proyecto de ley

Hay mujeres que son vegetarianas porque no resisten la idea de ser cómplices en el sacrificio de nuestros congéneres del reino animal, sin embargo no tienen en tan alta estima o no son tan misericordes con los tomates, ni a los champiñones, por ejemplo, y si se trata de abortar, no hay problema, mientras la cita no caiga en un día de pico y placa.

Hemos, sin duda, trivializado un tema que antes era de vida o muerte y ahora es de oportunidad, de “timing”, de respetar derechos y opciones de vida. De repente, nueve meses es demasiado tiempo, hay otras prioridades: el ascenso laboral, la figura, el postgrado; además está el problema de que los hijos es mejor tenerlos en pareja, en lo posible del mismo sexo, y darles leche materna directamente del seno y, hasta donde se pueda: quererlos.

Marina Cediel se levantó, la mañana siguiente al “prom”, sin acordarse exactamente con quien se había acostado. Al entrar al baño vio que su dispositivo intrauterino seguía ahí, en un estuche azul sobre el lavabo, desde la noche anterior y al revisar su cartera se dio cuenta que los 3 condones que había pedido a la droguería estaban intactos. Camino al club -pensó- se tomaría la píldora del día siguiente pero entre recoger a dos amigas y echarle gasolina al carro, fue otra cosa que también se le olvidó. A los quince días: retraso de la menstruación y el consejo, muy a tiempo, de su mejor amiga “¡Di que tienes que estudiar mucho este fin de semana!” y le mandó una dirección y un número de teléfono a su Blackberry.

Carlos y María Adelaida Contreras soñaban con ser padres, cambiaron de apartamento y el cuarto extra lo pintaron de amarillo pollito, “unisex”, y le pusieron calcomanías de Bob Esponja a las paredes. Dejaron de utilizar anticonceptivos y sus padres llamaban, cada semana, a ver si su primer nieto, o nieta, ya estaba en camino. Inclusive le pondrían Camilo a un niño, Carolina a una niña y los padrinos serían Juan Manuel, hermano de ella y Marujita, tía de él. El milagro de la concepción no se hizo esperar, pero en la tarde del mismo día en que les anunciaron el embarazo, a él le dieron el traslado al Brasil por el que tanto había luchado y que mejoraba sustancialmente su sueldo y su carrera. Abortaron, de común acuerdo, al fin y al cabo oportunidades de trabajo, como esa, no se dan todos los días.

El sexo en el matrimonio no siempre es consensual, a veces es a regañadientes y otras -más de las que uno cree- podría constituirse en violación. La prueba, en derecho, es deficiente en este tipo de intimidades pero el abuso de alcohol y drogas, la frustración y el machismo pueden desencadenar violencia en las relaciones de pareja. Tal es el caso de Maritza, quien si no es amarrada, golpeada y sometida con arremetidas brutales no tendría vida sexual pues su esposo no logra una erección de otra manera. Ella, a su 24 años, ha abortado 2 veces a escondidas, pues no se atreve a tener un hijo en esa situación de riesgo latente; está esperando a que se le pase el amor para poderse marchar sin que le duela tanto. Cuando va a misa pide por él, nunca se le ha ocurrido excusarse ante el altísimo por haber abortado; lo considera, en su caso, un acto de caridad sublime.

Cecilia Estupiñán es adicta al sexo, nunca ha abortado pero no tendría ningún problema en hacerlo. Sólo le interesa el trance químico-cerebral que le produce el orgasmo y ha dirigido su vida para conseguir la mayor cantidad posible de éstos, sin que tengan demasiada importancia las calidades de la contraparte que presta el servicio, o que sirve de vehículo para que éste se cumpla. Sin distingos de género, cantidad, nivel socio-económico, edad o raza, ella donde le propongan y a la hora que le propongan entabla una relación -difícil de llamar: íntima- en la que una eventual omisión de cualquier método anti-conceptivo no es razón suficiente para cancelar el encuentro. Inclusive, ella alienta comportamientos aún más lesivos con frases como: “¡No importa, quiero sentirte de verdad, al natural!” o “¡Déjame toda chorreada por dentro!” Cuando está “sobria” teme haber contraído el VIH o algo infeccioso que pueda producir asco, quedar embarazada es la menor de sus preocupaciones.

Ana Ximena, una niña, mayor de edad, violada por su padre, decidió continuar el embarazo hasta el final; cosa que causó gran admiración en su Iglesia Evangélica Pan y Vino y Rezos para el Camino. Esto la convirtió en un ejemplo a destacar entre la comunidad, hasta que un domingo, en que la felicitaron públicamente, alcanzó a decir por el micrófono antes de que se lo quitaron a la fuerza: “Bueno.. a mí se me ocurre… después de pensarlo mucho… que si la virgen María no abortó un hijo que también era del padre, pues, ninguna mujer tiene por qué…”

Las mujeres abortan, o no abortan, por múltiples razones sin importar lo que la ley diga, o no diga, al respecto. En Colombia, ésta no permite interrumpir un embarazo como resultado del sexo recreativo, ni acepta argumentos socio-económicos, ni poblacionales que lo posibiliten; sólo cobija el aborto en casos que son la gran minoría: violación (siempre difícil de probar), malformaciones graves del feto y riesgo de la vida de la madre. Sin embargo, por poquito que abarque, es una ley ganada a pulso que sirve como primera línea de fuego para enfrentar y ganar batallas posteriores; sobre todo cuando primen las razones matemáticas en un mundo que, demográficamente al límite, no pueda -como ya sucede- ofrecer a sus habitantes una aceptable calidad de vida.

Ante la realidad actual, la religión y la ética siguen dando tumbos de ciego. La calidad de la vida deberá determinar la concepción, y no al contrario, para estar preparados el día aciago en que la humanidad tendrá que restringir -o condenar en el peor de los casos- globalmente la procreación. Antes de convertirse en un privilegio para los genéticamente superiores y en un delito capital para los demás, será durante mucho tiempo una frontera difusa, una contravención: la mujer que habiendo fracasado en todos los intentos por evitar un embarazo, por descuido, olvido o porque la obnubila el sentimiento maternal, deberá, en un término exigido y señalado por la ley: abortar.

Como vamos, cada vez habrá menos filosofía, evangelio, sermón, diatriba o sentido común que piense lo contrario. Lo sano sería ir tramitando un proyecto de ley que proponga el aborto recreativo basado en las razones por las cuales, de verdad, se aborta; con eso estaremos defendiendo a la ciudadanía de que -de vuelta al oscurantismo- se prohíba el sexo y con eso ¡dios no lo quiera! se penalice la masturbación, cuyo único aliciente será que, mentalmente hablando, los parlamentarios conservadores de la Comisión Primera serán los primeros en recibir una condena.

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Nacionales, Educación, Social Fabio Lozano Uribe Nacionales, Educación, Social Fabio Lozano Uribe

Me comprometo a matar a Nicolás Castro

Supongamos que las cosas hubieran sido distintas. Jerónimo se levanta un día cualquiera del año 2008, se despereza, se acuerda que su papi es el Presidente de la República y con eso tiene para mantenerse contento y sonriente todo el día. Llama por celular a su cuñada -que es lo mejorcito de la familia- y ella mientras se desviste para meterse a la ducha le cuenta, alarmada, que escuchó, en el evento de anoche, que el vecino de una amiga, tiene un amigo que conoce a un muchacho que habla mal de él.

+ Se llama Nicolás Castro, estudia bellas artes en La Tadeo y anda diciendo que eres un príncipe convertido en sapo, como Rin Rin Renacuajo muy tieso y muy majo + dice, alterada, y cuelga de afán, sin despedirse, porque necesita recogerse el pelo con ambas manos.

+ ¡Rin Rin Renacuajo! ¿Con quién cree, ese tal por cual, que se está metiendo? + Dice Jerónimo, para sus adentros. Se le hinchan los ojos de la furia y decide continuar el videojuego que dejó la tarde anterior, le falta matar una colonia de hormigas camufladas para subir al siguiente nivel, por lo que retoma el control de su consola X-Box 360, de 250 Gb, con inusitado ímpetu.

Jerónimo, que contrario a lo que uno cree es un tipo reflexivo, dedica el día a pensar en el asunto. Se lo toma con calma, pone la mano en la barbilla y mira por la ventana hacia el horizonte mientras su secretaria lo contacta con los miembros de su gabinete personal: Simón el Bobito, el Gato con Botas, Doña Pánfaga y otros que, en su momento, lo ayudaron asertivamente con las tareas de la universidad. El asunto amerita un cónclave extraordinario, se reúnen en Andrés D.C., deliberan mientras les llevan trago y picadas a la mesa, sopesan la gravedad de la situación y deciden contraatacar por Internet.

Jerónimo se levanta al día siguiente, se despereza, se acuerda que su papi es el Presidente de la República, de un salto prende el computador y crea un perfil en alguna de las páginas sociales con el título de “Me comprometo a matar a Nicolás Castro”, escribe -aunque no acostumbra hacerlo- un par de párrafos y para no ser tan evidente, tan boleta, firma el comunicado como El Indio Uribe. Lo que le da un aire intelectual porque debe tratarse de don Juan de Dios Uribe famoso liberal del siglo XIX, uno de los fundadores del Correo Liberal y magnífico prosista y poeta; o de pronto es una referencia a Geronimo, valiente e insobornable jefe indio que enfrentó, con escasos 30 hombres, al ejército de los Estados Unidos; o puede ser un sentido homenaje al Apache Kid personaje de los comics que también pasan por televisión. ¿Quién sabe cuál de estas posibilidades será? El caso es que sus amigos le siguen la corriente y entran a la página con chanzas cada vez más inverosímiles, postean mensajes a nombre de las Farc, de los paracos, del grupo Achepé (Asociación de Hijos de Papi), de Al Qaeda, de los talibanes; se llaman a sus blackberries, a sus Iphones, se chatean, se twittean y dicen cosas horribles de Nicolás Castro sin que nunca hubieran sido presentados. O sea, hacen lo propio de los jóvenes inmaduros: pasan, impunemente, horas de inacabable diversión a costa, en este caso, de un muchacho cualquiera.

Sí: cualquiera. El recipiente de dichos agravios hubiera podido ser cualquiera, porque en realidad Jerónimo estaba buscando una excusa para canalizar su rabia interna. De pronto, vive frustrado porque nadie le reconoce sus verdaderos logros; o le molesta la comparación constante con su hermano que es, indudablemente, más buenmozo que él; o se siente asfixiado por la insalvable vigilancia que sobre sus acciones ejercen los medios de comunicación y los sistemas de seguridad del Estado; o se cansó del asedio e impertinencia permanentes de cuanto arribista existe en el país. ¿Quién sabe? Abrir esa página fue sólo una forma irreflexiva de escupirle al universo y culpar a otros de su suerte. Ese tipo de cosas, repito, es lo que hacen los muchachos inmaduros de todas las alcurnias cuando utilizan de forma irresponsable su libertad.

A los pocos días Nicolás Castro se levanta y sin tiempo para desperezarse, ve que en su celular aparecen varios mensajes perdidos y uno de ellos dice “Jejejejeje no vuelvas a salir de tu casa jejejejejeje el hijo del Presidente te quiere asesinar jejejejejeje.” En la buseta, camino a la universidad, se acuerda de las bobadas que dijo, pero piensa que debe ser una confusión: uribes hay cantidades y nicolases castro muchos más. A lo largo del día recibe otros mensajes en el mismo sentido por lo que intrigado entra a Internet y, de repente, se da cuenta que efectivamente es cierto: su vida está en juego. Los comentarios posteados son contundentes y un par de fotos revelan que se trata de Jerónimo Uribe con cara de malas pulgas y todo porque, alguien como él que nada que ver, osó decirle Rin Rin Renacuajo, al parecer, en presencia de muchos otros sapos.

Aunque se siente ofendido por la injusticia con que lo tratan los “amigos” de dicha página, le basta caminar hasta la séptima, donde toma el bus de vuelta a su casa, para desestimar el asunto. Piensa, de narices contra el tubo de la buseta, que además perro que ladra no muerde, que del dicho al hecho hay mucho trecho, y que por más influencia que tenga Jerónimo Uribe es imposible que pueda ejecutar una amenaza de esa naturaleza que, con seguridad y aunque se le fue la mano, fue hecha por molestar, por dárselas de verraco y chicanearle a los amigos.

Llegó a su casa, no se habló de otra cosa. Hubo indignación general y como nunca falta un tío que se destaca por decir lo que todos piensan, éste exclamó: “Y ¿por qué no demandamos a ese chino #$%&%$#?” ¡No es para tanto exclamó Nicolás! Hablaron también de los rumores que corren acerca de Jerónimo Uribe, en el internet y en las revistas, y concluyeron que deben ser iguales a los que se ven sometidos los hijos, e hijas, de los presidentes y la gente famosa alrededor del mundo. ¡Pobres muchachos! Exclamó la abuela.

Los lectores de este texto pensarán que invertir y cambiar los hechos, es especulativo y que en este caso no es válido porque Jerónimo Uribe no es cualquiera persona. Lo que no deja de ser cierto, salvo que fue su propio abogado, en el 2006, quien invalidó tal argumento al decir, sin ruborizarse, que el plagio por el que se sancionó a su cliente en la Universidad de los Andes, fue “¡un asunto de muchachos!” y que no tenía por qué volverse de “interés general”. ¿Quién entiende? La realidad -y en eso debemos ser justos- es que Jerónimo Uribe goza de un estatus Extra Súper VIP y que por muy tieso y muy majo que sea, el peligro de convertirse en objetivo militar del terrorismo, la guerrilla, la paraguerrilla, el narcotráfico y los estudiantes de arte, no deja de ser real.

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Los nietos de la dictadura

Nadie hace mejores zapatos que el hijo del zapatero. En el mismo sentido, nadie dicta mejor que el hijo del dictador y ¡ni hablar! del nieto del dictador: éste debe dictar de lo lindo, con comas y tildes y todo. La hija del dictador es otra cosa, ésta, por lo general, es consentida; criada como el ganado de engorde, sin ponerle límites a su ingesta de placeres y comodidades.

Dictadores hay buenos y hay malos, eso decía Carlos Medellín en las clases de cívica que daba en su colegio, el Claustro Moderno. El éxito de un gobierno no está necesariamente en el régimen, en la estructura del Estado o en su capacidad administrativa, está en sus líderes; en su honestidad, su insaciable búsqueda del bien común y, en el caso de las democracias, su empeño por garantizar el equilibrio entre los poderes públicos.

Al General Gustavo Rojas Pinilla, único dictador que tuvo Colombia en el Siglo XX -por lo menos, el único declarado como tal- le debemos agradecer tres cosas: que acabó con la masacre entre liberales y conservadores que venía azotando al país, después de una centuria larga de guerras civiles; que se retiró del solio de Bolívar cuando la sociedad civil se lo pidió, evitando mayores desafueros por parte de los militares; y, que después de ganar las elecciones que le esquilmaron, la noche aciaga del 19 de abril de 1970, le entregó pacíficamente la presidencia a Misael Pastrana Borrero, como acto de contrición personal y por no arruinar lo que se había logrado con el Frente Nacional. O sea que fue un buen dictador y, mucho más, si lo comparamos con Rafael Leonidas Trujillo, Juan Vicente “El Bagre” Gómez o Getulio Vargas, para sólo nombrar tres latinoamericanos desbocados y malquerientes.

Ahora bien, este artículo no es para escribir sobre él, o sobre su ilustre hija, o el par de joyas que resultaron ser sus nietos; ¡no! es para escribir sobre otro dictador, éste sí bastante regular.

Se llamaba Ramiro Estampida del Buen Pastor y era dueño de todo el garbanzo que se cultivaba en Colombia cinco o seis décadas atrás. Era ciego, por lo que dictaba cartas y memorandos todo el día; de ahí -la sociedad es sabia en eso- su apelativo de “El Dictador”. Además, como tal, era pésimo: atropellaba las frases y muchas las dejaba sin terminar; gritaba del desespero a las mil secretarias que tuvo -estenógrafas para ser más exactos-; se comía las eses y las ces, o sea que procuraba no usar expresiones como “sociedad civil” o “acción legislativa”; le ponía acento a palabras que usualmente no tienen: “charreteras” la pronunciaba con la pompa de una sobreesdrújula, “libertad” la tildaba como grave y, por ejemplo, otras palabras como privilegio, privilegiar, privilegiando, en todas sus formas, acepciones y conjugaciones, las usaba sin razón y sin medida.

Había logrado apaciguar las huestes de los vendedores de lenteja que, históricamente, se peleaban la supremacía de la plaza de mercado con los vendedores de fríjol. Ambos bandos, aunque poderosos, estaban disgregados, destrozados internamente por estrategias contradictorias de venta; entre más rivalizaron ¡vaya paradoja! más terminaron por parecerse. Y como “en río revuelto ganancia de pescadores” el Dictador logró introducir el garbanzo como única proteína vegetal entre los productos de la “Canasta Familiar” y gozar de reducciones de impuestos y, de paso, hacer uso de prebendas que de otro modo le hubieran estado vedadas. Así se hacían las fortunas en Colombia, antes, cuando la gente se servía de las influencias y buscaba hacerle zancadillas a la ley y a los vecinos. ¡Cosas inauditas del siglo pasado!

En cuestión de un par de años la familia Estampida se colocó en el curubito de la sociedad capitalina y nacional. Por ende, los garbanceros -cultivadores, distribuidores y vendedores- se volvieron de mejor familia, también, y pasaron de la plaza de mercado a la plaza pública; se convirtieron en una fuerza política de muchos brazos disidentes-conservadores-armados que se infiltraron en los aparatos ejecutivo y legislativo de los municipios, los departamentos y el país, así como en la espesura de las urbes y las profundidades de la selva. El Dictador murió y se le dieron las honras fúnebres de los hombres que dictan, con mano firme, su destino y el de los demás a su alrededor. Su hija, quien se había casado con un vendedor de fríjol negro, engendraba en ella misma la dicotomía de ser una rolliza comadrona de club y juego de cartas vespertino y/o una líder del movimiento popular garbancero; cuyos miembros dejaron de cultivar, distribuir y vender garbanzo, y se acomodaron dentro de la holgura política que provee otro tipo de clientela: la de un Establishment, como el nuestro, abierto a la democracia participativa.

Gozaban, entonces y por decirlo mejor, de su capacidad electoral; que si bien se fue acabando con el correr del tiempo, siempre alcanzó para que los hijos de ella no tuvieran mayores problemas en la vida, salvo el inconveniente pasajero de haber despilfarrado, con sus acciones políticas y administrativas, el capital económico, político y ético de su familia. Les decían -la sociedad es sabia en eso- “los nietos de la dictadura” y con la diligencia y cuidado que corresponde a cualquier delfín, se encargaron de que nada los distrajera de su aventajado destino: no en vano, habían nacido para las ideas de alto vuelo: el Estado, su infraestructura, sus obras públicas… y todas esas cosas importantes a las que se dedican las personas que anteponen el bien común al personal, y viceversa.

A todo efecto, su causa, pensaba su progenitora quien, desde jovencitos, se dio cuenta que uno era bueno y el otro era malo, como Caín; bastaba ver la mugre que salía del cuello blanco de sus camisas. Ese era el motivo de sus desvelos, por ellos recorrió el país con arengas socializantes, repartiendo estampitas de su padre y adjudicando casas a las familias pobres, para lograr con su ejemplo el cometido de que el uno ejerciera una verdadero influencia sobre el otro. ¡Y así fue! Por eso, hoy, aunque con várices como salchichas y una soledad de caserón enrejado, es una mujer que no tiene por qué quejarse de su suerte; la diferencia entre sus hijos que nadie había notado nunca, nadie la nota, ahora, tampoco, pues entre ambos mataron a Abel, pero antes mataron al burro con la ayuda de la serpiente que se quedó a vivir en el paraíso.

¡Pobres bisnietos! Si fueron criados con la misma castrante -¿o castrense?- lógica deben estar pensando que mejor tener papás ricos aunque deshonrados, antes que la ignominia -dios no lo permita- de volver a cultivar garbanzo.


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