La Reina de Paloquemao
+ Relate la demandada ¿qué la indujo a dedicarse a la agricultura? +
La mujer, de muslos largos y perfumados, que se había mantenido de pie como en una sesión solemne, antes de contestar, decide sentarse y al cruzar las piernas interrumpe cualquier asomo de movimiento en el juzgado. Una gota de tinto se detiene antes de caer en una camisa blanca y lo único que ocupa los pensamientos del juez es ¿a qué horas será que me puedo tomar una foto con esta hembrita? La sustanciadora, en cambio, conoce el fenómeno –ella misma es de las que no escapa al manoseo de las miradas masculinas– por eso pone su cara de pitbull engallado y repite la pregunta del juez, con una voz que alerta la jauría:
+ ¿De cuándo a acá resultó, la demandante, agricultora? Se ruega responder con urgencia. +
No se nos olvide que la mujer es actriz, por lo que presuponemos que tiene un parlamento aprendido para tratar de zafarse del delito que se le imputa: tráfico de influencias con el objeto de manipular el otorgamiento de prebendas agrícolas destinadas a campesinos de bajos ingresos; o sea a familias de economías tan apretadas como el brassier que usa para destacar sus ojos color almendra. A su lado el abogado defensor, con Blackberry color dorado, toma la palabra y responde:
+ La señorita, aquí presente y quien no tiene antecedentes penales, no niega que poco sabe de las labores del campo pero asegura que para ella es un orgullo el hecho de haber sembrado y cultivado, durante su reinado, semillas de paz en un país como el nuestro, vapuleado por la guerra. +
Acto seguido, hace un guiño a su defendida Exreina Nacional de la Melcocha y la Papa Sabanera, y le da un par de palmaditas como para tocarla un poquito, como para saciar la ansiedad de género que, por más protocolos y etiquetas, se encuentra aún en su estado más salvaje. Ella, que también ha sido modelo del calendario Texaco y presentadora de un noticiero regional, dentro de su lógica de hembra coronada que, en términos de Raimundo Angulo, equivale a ser parte de la diplomacia internacional, se pregunta para sus adentros:
+ ¿Cuál será el problema? Tengo Pilates en media hora. + La sustanciadora, que también tiene agendada una limpieza del aura, pregunta para agilizar:
+ Diga la demandada ¿qué motivó que se dejara convencer de su exnovio para firmar los documentos que la incriminan? +
Consciente de que ese era el momento esperado, el momento de la verdad: en cámara lenta se echa el cabello para atrás, copia dos o tres movimientos de Sharon Stone –de la escena cumbre de la película Bajos Instintos– y, con pura dicción de telenovela mexicana, dice:
+ El amor. +
Debió imaginar que, en ese instante, el juez sacaría el código pertinente y leería un inciso que dictaminara, palabras más palabras menos, lo siguiente: “No pueden hacer parte de proceso penal alguno las mujeres que, en pleno uso de sus atributos físicos, se encuentren en un estado de enamoramiento tal, que, obnubiladas por tan noble y reparador sentimiento, cometan el mismo delito, contravención o infracción que el del sujeto amado.” O, en su defecto, el texto propuesto por un parlamentario urabeño, hoy encarcelado, que en ponencia presentada el 23 de abril, de 2003, leía ante sus colegas: “Reinas, virreinas y finalistas de reinados de la belleza, del café, del mar, del cardamomo, de las bebidas energizantes o de la marimonda, para citar sólo algunos, serán eximidas de responsabilidad penal en consideración a su investidura. […]”
El juez, antes de dar por terminada la indagatoria, se levanta, carraspea y pregunta con movimiento elíptico del antebrazo:
+ ¿La interrogada tiene algo más que agregar? + A lo que ella responde saliéndose valerosamente del guión preconcebido:
+ Pues, si ustedes quisieran promover los juzgados como un sitio agradable y familiar, poner tolditos y hacer un parquesito, por ejemplo, o sea emprender un remozamiento de la imagen de Paloquemao; se me ocurre que yo podría, sin costo alguno, obviamente (baja a conveniencia el volumen de la voz) ser la modelo de la campaña de publicidad. + Anota la actriz-diva-reina-presentadora y el contenido de su escote da un respingo, un saltico, pequeño. Si algo le había enseñado la experiencia es que esas son las cositas que generan confianza en lo que una mujer dice.
Ella, aunque inconsciente aún de la dimensión de su problema, deploraba, en un momento de debilidad, haber creído en su exnovio. Había mantenido su negativa a hacer parte de un negocio que en realidad no entendía y lo frenteó muchas veces al respecto. Había rechazado todos los argumentos: sus conexiones, el apoyo de su papi, la valorización de las fincas, todos, salvo el que echó por la borda su paciencia y que con la voz de un connotado playboy samario debió sonar, más o menos, así: “Además, no se te olvide, tú eres mi Reina, lo que tú hagas por mí, tú sabes, tú más que nadie sabe, que yo lo haría por ti con los ojos cerrados.” Inclusive, parece que le sumó a la estrategia un anillo de compromiso; cosa que no es extraña de un oportunista de cuello blanco. No en vano, pertenece a una de esas familias que de manera intermitente entran y salen de las revistas sociales, de los clubes y de la cárcel. En cambio, la responsabilidad de ella es tan moral como su credibilidad de empresaria-mujer-exitosa-independiente. Una figura pública de la que lo mínimo que se espera es que sepa decir ¡no! bajo cualquier circunstancia, presión indebida o trastorno mental: como el amor.