ACERCA DE MI

Le he pagado a las musas por inspiración. No es lo más correcto, pero he agotado todos los mecanismos posibles para invocar alguna ocurrencia que valga la pena ser escrita. “Ideas creativas” las llaman con pomposidad, cuando si quisiera describir, en un par de párrafos, la media hora de desayuno y café para quitarme la pereza de encima, eso, me tomaría el resto del día. Por una plata más, algunas musas se desnudan y se agachan a recoger cosas, pero hasta en eso he perdido el interés desde que renuncié a todo por volverme escritor.

Ahora es la falsa vigilia frente al computador, las constantes excusas para dormir la siesta, llevar a Fiona y a Kahlúa de visita al parque e impacientar a quienes viven conmigo, sólo para distraer la mente de su objetivo impuesto. Exclamamos, ante testigos: “Esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida” y es cuando empiezan las dudas. Abrimos, por fin, la puerta que lleva al paraíso, pero no encontramos sino un camino pedregoso, de subida y lleno de maleza. Improvisamos machetes, pero la insolación nos da el primer grito: “¡Icaro no seas tan pendejo!”

Escribo sobre el desamor, las mujeres hiperactivas, los hombres derrotados, la injustucia que todo lo corroe, la insipidez de lo cotidiano, la mezquindad de algunos, la sordidez de otros, la desaparición del valor, la cuchillada por la espalda, en fin... sobre la paradoja humana. Nunca he sido panfletario, pero tengo una especial debilidad por lo izquierdoso, por los recursos de la pobreza versus la imbecilidad del consentimiento acomodaticio. Ayer, por ejemplo, me puse pantuflas y cuando me sentí como Hugh Hefner se las di de comer a los perros.

No existen atajos para ser escritor. Estudiar literatura, leer mucho, ver películas con desafuero o tomar un curso extrarrápido de narración creativa es inútil. Nada reemplaza al café, la silla y las horas incontables de mirar la pantalla, hasta adquirir una especie de autismo selectivo. Nada reemplaza la vivencia en carne propia, lo ajeno es inabordable por eso yo creo que Ray Bradbury era pirómano y Ridley Scott es alienígena. Nuestra herramienta principal es: la memoria, porque cualquier invención debe ser algo que, perfectamente, hubiera podido sucedernos.

La fama y la fortuna me han sido esquivas, por lo que no tengo que hacer gran despliegue de hipocresías, ni ir a sitios donde no me toca. Me gustaría ver más a la gente que quiero y menos a la que no quiero. Tengo cara de bravo, lo que me libra de la impertinencia de los desocupados y también -lástima- de las niñas culiprontas que lo ven, a uno, como un viejo reverdecido y baboso. No creo que se pueda “envejecer con gracia” como dicen los incontinentes urinarios, pero lo más cercano es: envejecer escribiendo, pues se evita, con cierto decoro, la mentira de: “¡Me siento de quince!”

Soy, entonces, un escritor tardío como Herodoto o Saramago. En oficios como publicista, comunicador, periodista, docente y editor he sido reconocido… por no destacarme en ninguno. No distingo, ya, entre sexo y poesía, me he acostado con León de Greiff y Piedad Bonnet en la misma cama. Si no fuera por el cine sería drogadicto, frecuento con demasiada frecuencia los centros comerciales y odio las vacaciones. Entre las vastas opciones que presenta el universo he escogido sólo una, la única: otro universo.