Bogotá, Política, Sexualidad, Gobierno, Justicia, Cultura Fabio Lozano Uribe Bogotá, Política, Sexualidad, Gobierno, Justicia, Cultura Fabio Lozano Uribe

Bogotá lesbiana

No se puede hacer un ponqué sin levadura, o se puede, pero entonces sería imposible llamarlo “ponqué” y tendríamos que recurrir a muchas mentiras para obligar a la gente a reconocerlo como tal y a torcer muchos brazos para obligarla a que se lo coman; cosa que, en un país con hambre, pues, es más fácil.

De igual forma, no se puede hacer la paz sin justicia, o se puede, pero entonces sería imposible llamarla “paz” y tendríamos que recurrir a muchas mentiras para obligar a la gente a reconocerla como tal y a torcer muchos brazos para obligarla a que la disfruten; cosa que, en un país con violencia y corrupción, pues, es más fácil.

Dicen que Bogotá es un microcosmos del resto del país, pero eso es una falacia: aquí podemos vivir en negación de la realidad, sin problema y entrecerrando un poco los ojos, nos podemos sentir como en Edimburgo o Salt Lake City, si queremos. Es lo que, entre otras cosas, la hace vivible -o más vivible que el resto de las capitales del país- y es ese convencimiento de que aquí no está pasando nada. Imposible negar que está llena de atracadores y que amanecen unos cuantos muertos con el cuello cortado o acribillados como costales; o que la red de prostitución infantil es con anuencia de los padres, quienes reciben un roscón relleno de violación y estupro; o que la ciudad está llena de drogadictos que se chutan heroína, que cocinan metanfetaminas, que meten cocaína, que tragan éxtasis y que fuman marihuana, pero no en los parques porque eso evidenciaría algo muy grave y aquí, en la capital de Colombia, los problemas los metemos bajo el asfalto. Por eso inflamos todos los presupuestos de remiendo y mantenimiento de calles, para que en ese vacío quepa toda la podredumbre que, de otro modo, nos llegaría al cogote.

Bogotá es como los bogotanos: hipócrita, siempre abrigada, no es xenófoba pero mira de reojo al forastero, criticona, chismosa y creída; tiene abolengos, nadie sabe que son, pero tiene abolengos, alcurnia y savoir faire. Entre la Avenida de Chile y la Calle 127, entre la Autopista Norte y la Carrera Séptima, Bogotá es un oasis y de la Carrera Séptima para arriba vive lo mejor de nuestra estirpe que ya no se valora por apellidos sino por flujo de capital. Hacinados en Rosales o protegidos por altos muros de contención en Santana sus habitantes son reacios a mostrar la riqueza; porque la riqueza se acumula, no es para goces mundanos, por eso los cachacos de sangre azul parecen estar siempre atragantados y estreñidos. No lo saben, pero lo intuyen: son el reducto de colombianos que, de verdad, se comió el cuento de la paz y duermen más tranquilos porque un Premio Nobel es la prueba reina y contundente de que pasamos de ser animales salvajes a domesticados. Van a Caño Cristales en avión privado y dan gracias a dios por el final de una pesadilla que nunca tuvieron, por el final de una balacera que nunca escucharon y por el final de un conflicto del que nunca hicieron parte. Pero, como cualquier patricio de la antigua Roma o cualquier cruzado medieval, basta un enemigo en común para sacarlos del sopor de sus abullonados cojines y en este momento presente, la amenaza se llama: Claudia López.

Por eso han optado por desarrollar una estrategia bifocular, palabreja que viene del latín “bifos” que quiere decir ataque por dos flancos divididos, en este caso Galán Pachón por un lado y Uribe Turbay por el otro; y del modismo criollo “cular” que quiere decir, que les importa un culo que gane cualquiera de los dos. Lo único importante es frenar el impulso de las izquierdas, so pena de volvernos la próxima Venezuela. Parten de la base, brillante y astuta, solamente utilizada por Hitler y todos los dictadores -o presidentes con ganas de serlo- hasta nuestros días: de que el mensaje sólo tiene que ser difundido hasta la saciedad para volverlo cierto; y lo cierto, paradójicamente, es que tienen razón. Inclusive, ahora, con las redes sociales que parecen proteger la independencia y la privacidad sucede lo mismo, o peor, porque ya no puede uno jugar Pac Man o Marcianitos, mientras se sienta en el baño, sin ver a un joven con una barba que le queda grande, pretendiendo ser su papá y a otro joven, con el ceño fruncido, pretendiendo ser doña Bertha Hernández de Ospina. Dos egos enfrentados que no se van a unir, por la sencilla razón de que, por más que lo oculten, han sido encumbrados por dos fuerzas opuestas: Cambio Radical y el Centro Democrático.

Claudia López divide, entonces, las aguas y pasa por la mitad de ellas llevando todo un pueblo a cuestas, que es, nada más ni nada menos, el sustento de la democracia: hombres y mujeres con piel de frailejón, que sudan, que se trepan a un Transmilenio, que trabajan para pagar más impuestos que Sarmiento Angulo, que luchan, que manejan Uber por necesidad, que aman a Bogotá y saben que la bandera de su candidata es la anticorrupción, que su preferencia sexual es un valor agregado porque se trata de una prueba a nuestra tolerancia, de la cual saldremos airosos porque ya estamos preparados para un cambio cualitativo de esa magnitud. No en vano Lucho Garzón nos quitó la indiferencia; Mockus nos volvió cultos y ciudadanos; Clara López nos devolvió la transparencia y Gustavo Petro nos mostró el lado humano de quienes vivimos, aquí, anclados al altiplano de una cordillera donde los primeros en establecerse -se nos olvida- fueron indios de la cultura precolombina.

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Nacionales, Política, Sexualidad, Social, Justicia, Educación Fabio Lozano Uribe Nacionales, Política, Sexualidad, Social, Justicia, Educación Fabio Lozano Uribe

La Consulta Anticorrupción debió ser más humana que política

Claudia López, Angélica Lozano, Jorge Robledo, Gustavo Petro, Sergio Fajardo, Antanas Mockus y Antonio Navarro, entre muchos otros, fueron los promotores de la Consulta Anticorrupción que se cayó por falta de unos quinientos mil votos. No importa, lo más seguro es que redunde en un reconocimiento importante para las bancadas de la oposición y cada vez más, se vayan desatornillando del poder quienes disponen, para sus bolsillos, de las billonarias sumas que nos roban del fisco. Parece, sin embargo, que hubo una falla de estrategia y que se hubiera podido rebasar ampliamente el umbral si la convocatoria hubiera sido más humana que política.

Lo digo porque basados en los resultados de la investigación más importante sobre corrupción que se ha hecho en nuestro país, la de la Universidad Externado de Colombia, lo que, de verdad, nos está carcomiendo por dentro es la corrupción social y no necesariamente la penal, contra la cual hay leyes de sobra que -como sabemos- poco se aplican. El exmagistrado Juan Carlos Henao, rector del Externado e impulsador de la investigación, lo expresó de la siguiente manera: “(…) tiene que haber sanción penal, ¿cierto? Pero más que la sanción penal lo que se perdió fue la sanción social en Colombia, que es mucho más importante. (…) La cultura del ‘vivo’ se reproduce en la corrupción. Porque el corrupto también se ha vuelto alguien exitoso en esta cultura colombiana, que para mí viene mucho de la cultura del mafioso. (…) El enfoque que arroja el estudio, sin perder la parte normativa, es más de atacar la deformación cultural que tenemos los colombianos”. (Entrevista especial para El Tiempo, realizada por María Isabel Rueda)

En ese orden de ideas La Consulta debió ser del siguiente tenor:

VOTO PARA CONSULTA POR UNA CULTURA ANTICORRUPCIÓN

1 - RECUPERACIÓN DE LOS VALORES Y PRINCIPIOS EN LOS QUE SE BASA LA VIDA EN SOCIEDAD DE LAS COLOMBIANAS Y COLOMBIANOS

SI O NO: ¿Aprueba usted que las personas honestas tengan el privilegio de ser quienes se ganen la estima de la comunidad como ejemplo a seguir; que la buena fe sea el cristal con que miramos a los demás; y, que las normas sean vistas como un medio para vivir en armonía y no como medidas que restringen el desarrollo de la personalidad delictiva?

2 - INTEGRACIÓN PARTICIPATIVA CON GRUPOS DE DISTINTOS ORÍGENES, ESTRATOS SOCIALES, CULTURALES Y ECONÓMICOS

SI O NO: ¿Aprueba usted que se realicen jornadas inclusivas en las que cada colombiana y colombiano tenga la oportunidad de compartir experiencias -como comidas, tertulias o actos de solidaridad- con gente más pobre o más rica, de diferentes razas y países, que provengan de comunidades indígenas, de diversas tradiciones, dialectos y modos de vida?

3 - INTERACCIÓN COMUNITARIA CON FAMILIAS Y PERSONAS DE DISTINTAS CREENCIAS RELIGIOSAS, SEXUALES Y POLÍTICAS

SI O NO: ¿Aprueba usted que sus hijas, hijos, esposa, esposo, vecinas, vecinos, conocidas y conocidos interactuen, cada que tengan la oportunidad, con ateos, agnósticos, cristianos, católicos, evangelistas, ortodoxos, mormones, lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales, liberales, conservadores, radicales, izquierdistas y partidarios de Uribe, Petro, Fajardo u Ordóñez, por ejemplo?

4 - SEÑALAMIENTO Y DENUNCIA DEL DELITO COMO PROPÓSITO NACIONAL E IMPOSTERGABLE

SI O NO: ¿Aprueba usted que se señale y se denuncie social y policialmente la deshonestidad, sin miramientos de raza, patrimonio o apellidos, a quienes incurran en comportamientos tan mínimos como el robo de un artículo de mercado y tan graves como el enriquecimiento ilícito, la violación de niños, el secuestro y el asesinato?

5 - ERRADICACIÓN DE LA CULTURA MAFIOSA COMO IDEAL DE VIDA

SI O NO: ¿Aprueba usted, como un compromiso familiar y ciudadano, dejar de enaltecer a los ricos cuyo patrimonio ha sido construido por medio del delito; no referirse más a los pablos escobares como símbolos de la colombianidad; y, no mencionar la palabra “verraco” o cualquiera de sus sinónimos como significado de quien sale airoso de una fechoría o un crimen?

6 - SUFICIENTE ILUSTRACIÓN SOBRE LAS DECISIONES Y LOS REPRESENTANTES DE LAS RAMAS DEL PODER PUBLICO

SI O NO: ¿Aprueba usted que recaiga, en los medios de comunicación estatales y privados, la responsabilidad de proveer la información que permita tener conocimientos asertivos, en materia política y electoral, con contenidos serios y fundamentados por investigaciones éticas; para opinar y votar en consecuencia?

7 - EDUCACIÓN DEMOCRÁTICA IMPARTIDA DESDE NIÑAS Y NIÑOS CON USO DE RAZÓN HASTA PERSONAS DE LA TERCERA EDAD

SI O NO: ¿Aprueba usted que se tomen cursos obligatorios de cívica y democracia en la primaria, el bachillerato, la universidad, por los medios de comunicación, las redes sociales y con entrada libre, en los centros educativos y culturales de todos los municipios de nuestro país?

Loable esfuerzo, de todas maneras, el de los proponentes y votantes, cuyos resultados deben ser avalados por la Presidencia de la República independientemente del umbral, pues cada punto sacó más de once millones de votos, con todo y que Iván Duque no tuvo la suficiente vehemencia en su apoyo mediático. Pero el gobierno y todas las colombianas y colombianos debemos tomar cartas en el asunto, sencillamente porque el sentido común lo demanda, para que no quede la impresión de que la corrupción sigue ganando terreno y porque también es una responsabilidad humana la que tenemos de cambiar los paradigmas que estrechen y eliminen los espacios sociales que le hemos dado a la delincuencia.

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Hugh Hefner: un lobo disfrazado de satín

Hugh Hefner colgó las pantuflas. Los medios de comunicación han repetido, hasta la saciedad, sus peripecias de alcoba que no han sido novedad para nadie, pues él, en vida, se encargó de darlas a conocer añadiendo las candentes intimidades, de sus relaciones amorosas, con las conejitas de su revista Playboy. Una parábola, a lo largo de cinco décadas, que, en términos generales, ha sido la envidia de todos los hombres adultos y heterosexuales del hemisferio occidental. Pareciera que vivir en piyama, en una mansión de veintidos cuartos, salas de juego, spa y dispensadores de Viagra en todas las esquinas, con mujeres semidesnudas en la piscina y en los baños, tomando el sol y cocteles a deshoras, con servicios como los de cualquier hotel cinco estrellas es: lo que todo hombre anhela. ¿Me pregunto si vivir en tanguitas y los afeites al aire, con la lacerante mirada masculina encima y con la prioridad de estar a la mano para cualquier desmadre es lo que las mujeres, por su parte, quisieran? Me atrevo a responder que no, salvo aquellas que han sido convertidas en objeto de consumo -como un aguardiente o una paleta de vainilla con chocolate- porque son o emulan con las modelos cuyos atributos físicos son expuestos de forma cosmética y “artística” en una publicación cuyo tiraje llega hasta las droguerías de cualquier ciudad o pueblo insignificante.

Por fin, con su cuerpo flácido entre un cajón, “Hef” como le decían sus amigos descansa de tanta voluptuosidad, alrededor de su existencia y empieza su canonización como el santo varón que inició y fue artífice de la revolución sexual en los Estados Unidos, replicada, a sus anchas, por el capitalismo mundial y la sociedad de consumo. O sea, se atrevió a mostrar vaginas y pezones, en todo su esplendor, a promover el sexo y el entretenimiento y ahora es un ícono de la cultura de la humanidad. ¡Vaya paradoja! Playboy, sin duda, ha sido una marca reconocida por romper tabúes y sacar al cuerpo femenino de sus incómodas represiones y ropajes, pero ¿a qué precio? ¿Al del menosprecio de la mujer como ser inteligente? o ¿al despliegue de su incapacidad para lograr y mantener una plena igualdad con el hombre? Son muchas las preguntas al respecto. Sin tener que contestarlas, estoy seguro que la mujer de hoy no ve en Hugh Hefner a ningún revolucionario sino, más bien, a un viejo reverdecido, decadente y hasta proxeneta. O sea, no es el Ché Guevara que murió por una causa libertaria o Gandhi que se armó con la paz para detener la guerra; se trató de un capitalista emprendedor que identificó las necesidades fálicas de su género y actuó en consecuencia. Netflix podrá hacer una serie de cien capítulos con los acontecimientos ocurridos en su mansión de California, pero con su ideario ni el editor más imaginativo alcanza a publicar un folleto. Afirmar que Hugh Hefner fue algo más que un exitoso hombre de negocios es como decir que Linda Lovelace, con su garganta profunda, ayudó a construir los paradigmas filosóficos de la intimidad.

Es de vital interés, entonces, saber de qué revolución sexual están hablando las cadenas de televisión y la prensa, al respecto del fallecido personaje, pero nada parece tener sustancia. Otra cosa es el significado de Playboy en la cotidianidad de los seres humanos o por lo menos de aquellos con el poder adquisitivo para leer y mirar sus páginas. Al principio fue tachada de pornográfica y la iglesia excomulgó su contenido. Con el correr del tiempo otras revistas y otros medios han producido una carnalidad tan excesiva que la famosa revista se ha ganado un estatus más exquisito, apoyada, además, por su contenido textual que literariamente es digerible y en muchos casos extraordinario con escritos de Vladimir Nabokov, Ray Bradbury, Ian Fleming, Jack Kerouac, Norman Mailer, John Updike, Truman Capote, Gabriel García Márquez y Haruki Murakami, para solo nombrar algunos. “La magia del contraste” titularán los más atrevidos, sugiriendo una alta intelectualidad versus una baja cerebralidad, porque no nos digamos mentiras el cuestionario que le hacen a la conejita del mes, la que aparece en el afiche de la mitad de la revista (centerfold), es como el que le hacen a las reinas de belleza, en nuestro país y eso lo dice todo. El estereotipo de que “los caballeros las prefieren brutas” es, en gran medida, gracias a Playboy y al sequito de pelipintadas que con sus disfraces de conejitas tenían -o tienen- como prioridad la satisfacción de los hombres. Nada más retrógrado.

La verdadera revolución sexual la estamos viviendo ahora, en que los jóvenes asumen su homosexualidad sin tanta tragedia, en que las comunidades LGTBI manifiestan, con marchas coloridas y pacíficas, la necesidad de que se les reconozcan los derechos elementales de cualquier ciudadano a expresar su sexualidad, a casarse y a formar una familia. Los antecedentes de sus logros son los de los verdaderos defensores de los derechos humanos: Martin Luther King, Molly Brown, Harvey Milk, Betty Friedan, Upton Sinclair, Gloria Steinem, Khalil Gibran, Rosa Parks, Desmond Tutu y Malala Yousafzai, entre miles de otros, pero nunca Hugh Hefner que no pasa de ser un lobo disfrazado de satín.

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Natalia Springer o el poder de las feromonas

Tengo un amigo que se chifla con Natalia Springer; él vende servicios de seguridad, desde sofisticada tecnología de protección electrónica y digital para empresas, hasta celaduría y patrullaje nocturno con efectivos parecidos a Robocop. “Algo tiene esa mujer que me enamora” dice pero, él mismo, no puede definir si es su acento austriaco, su alcurnia que se remonta a la realeza de la Antigua Prusia, su rubor de mujer recatada pero intelectualmente penetrante o la fuerza ovárica de sus argumentos: como cuando habla de rifles con cañones de largo alcance o gatillos que se ponen duros, durante la emboscada, previa al combate, pero que se suavizan con el tacto, durante el tiroteo. El caso es que, cada que la invita a comer y se extiende en veladas con vinos del Rhin y faisanes a la Martingale, termina con el compromiso de otorgarle un contrato de asesoría sobre cualquier cosa; porque, eso sí, su firma que parece domiciliada en Luxemburgo, declara experticia en cualquier tema que tenga en común la globalidad de las estadísticas, la gestión pública y privada y la relatividad del acopio, análisis y sustentación de datos recabados ¿por quién sabe quién, quién sabe dónde?

La realidad es que Springer Von Sauerkraut, su compañía, en la que ella oficia de presidente, gerente y secretaria, con una tradición de cuatro años de servicio, está señalada por haber firmado contratos con la Fiscalía General de la Nación que ascienden a más de cuatro mil millones de pesos; lo que está muy bien considerando que el monto que pagan las entidades públicas, por asesoría, es inversamente proporcional a lo que sus dirigentes entienden, en este caso: ejecutar marcos lógicos, enfocados en el comportamiento criminal que resultan en patrones de macrocriminalidad. Ha recibido, al respecto –en razón al abultado monto de las transacciones versus la pobreza de sus resultados– una avalancha de mala prensa que, bien mirado, potencializa la recordación de su nombre y le dan la oportunidad mediática de reivindicarse, con creces, en algún momento venidero. En el peor de los casos, su firma puede sobrevivir, perfectamente, escribiendo tesis de grado para estudiantes a punto de graduarse en ciencias políticas, relaciones internacionales, criminalística, negociación, gestión empresarial, etc... ese es el menor de sus problemas y es, además, lo que mejor sabe hacer: tomar un marco de referencia de credibilidad reconocida, desmenuzar su información con base en un criterio explícito y extenderse en un análisis, tan pormenorizado como inútil, cuyos lectores –tinterillos y mandos medios– se convencen, antes de terminar, de su propia incompetencia frente a una mujer que tiene la habilidad de mencionar, subrepticiamente, sus peachesdés, sus emebeaes y sus especializaciones, otorgados ¿por quién sabe quién, quién sabe dónde?

Su verdadero éxito se limita a la preventa y a la postventa de sus servicios; la primera fundamentada en sus relaciones públicas: su forma de ponerle citas, fuentes y notas al margen a sus conversaciones, de llevar el escote que insinúa pero no revela y las faldas con la correcta apertura a lo largo del muslo; la segunda se fundamenta en sus presentaciones: que es el escenario –generalmente de mayoría masculina– en que sin importar el batiburrillo de sus conclusiones, el despliegue de feromonas que expide su humanidad es de tal magnitud que hace que, por ensalmo, todo lo que aparece, en sus pantallazos de Power Point, cobre sentido.

Se ruega el favor de no tomar la precedente afirmación a la ligera, no, las feromonas no son unos imanes sexuales que flotan indiscriminadamente en el ambiente, sino que tienen también una carga intelectual y de alta autoestima que seduce a audiencias de alto nivel directivo; no confundir, para nada, con la minifalduda que con su aroma de fresia salvaje y su proclividad por los moteles chapinerunos logra que le suban el sueldo. ¡No, rotundamente: no! Natalia Springer, o Lizarazo –eso es lo de menos– puede no ser la experta estudiada que dice ser pero si algo conoce, muy bien, es la imbecilidad de los hombres que se precian de tomar decisiones basados en su investidura y en su poder temporal y desmedido.


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Desnudez atlética y minusválida

Hay mujeres que, en cierto momento, cuando se están quitando la ropa como parte de un desafuero del deseo, piden apagar la luz. ¿Por qué? ¿Es algo que no quieren ver o es algo que pretenden ocultar? Mi madre confiesa “lo mínimo que quiero en un momento de tanta intimidad es fastidiarme por las humedades del techo.” La señora que riega las matas de mi oficina dice “no puedo imaginarme que estoy con Antonio Banderas si le estoy viendo la cara al menso de mi marido.” La esposa de mi mejor amigo apaga la lámpara y además la televisión, para poder concentrarse en la consecución del orgasmo y mi novia dice –y explica– que la diferencia entre hacer el amor y copular está en la cantidad de luz que ambienta la ocasión. ¿Cómo así? “Sí”, responde ella, “el ambiente de las relaciones amorosas debe ser tenue, con aroma de sándalo, o caléndula, palabras susurradas al oído y sábanas de estampados suaves y difuminados color pastel; contrario a la pornografía, que es la linterna entre las piernas, los gritos de gallinero en crisis y eyaculaciones que inundan hasta el ombligo.”

Los hombres sabemos que nada de eso es cierto. Las mujeres que apagan la luz, lo hacen para que la piel no muestre sus imperfecciones, las estrías de los embarazos, el ámbar marchito de los excesivos bronceados, las líneas de bikini mil veces trazadas, las cesáreas, el vaivén que en el vientre van dejando las dietas y las manifestaciones varias de la conjugación tiempo-cuerpo. Con mayor perturbación sucede entre mujeres más jóvenes que se comparan con las modelos de los avisos publicitarios, las portadas de las revistas y se encuentran ante un listado de requisitos estéticos difícil de cumplir.

Los hombres prendemos la luz y si tenemos un lunar peludo y pedregoso queremos que nos lo chupen y le tomen fotos. Las mujeres son menos desinhibidas, menos mostronas, siempre tienen algo que tapar y lo más molesto de todo es que piensen que nos importa y, la verdad, no nos importa; pero no por la razón hermosa de que mientras haya amor somos inmunes a la vanidad… ¡ya quisiéramos que fuera así! Si no porque desde el momento mismo que vemos la oportunidad de iniciar, acrecentar y llevar a feliz término una erección no nos interesa nada más, somos como perros aferrados a un tronco, o a una rodilla, nos entregamos a un solo tire y afloje como sino existiera un mañana. Se nos sale el animal de monte que existe adentro nuestro y después del rebuzne quedamos con la sonrisa más idiota de todos los tiempos, que es aquella que da a entender que estamos esperando unas merecidas felicitaciones. Cosa que no sucede nunca por parte de nuestra pareja, pero sí entran al cuarto todos nuestros amigos a aplaudir como festejando un gol y es, precisamente, buscando ese sueño recurrente que siempre nos quedamos dormidos. ¿Ustedes –pregunto a las mujeres– creen que durante una reacción animal de tal calibre tenemos tiempo de fijarnos en algo?

Mil años más tarde, frente a la psicóloga de pareja nos enteramos, de que todo lo dejamos sin empezar, cosa que a ellas no les pasa porque –como dice el dicho– lo que empiezan con el codo, lo terminan con la mano; pero lo que si es supremamente grave –uno lo nota porque la psicóloga asiente de manera imperceptible– es nuestra falta de sensibilidad y ¿eso qué quiere decir? Pues… ¡ni puta idea! Lo único cierto es que la mayoría de las veces e influenciados por la pornografía y el machismo de nuestra crianza, tenemos la falsa creencia –qué estúpidos somos– de que el sexo termina cuando soltamos nuestros ejércitos de boys scouts unicelulares.

(Entre este párrafo y el que sigue me demoro dos días llamando a muchos conocidos de género –léase: amigos– con la misma pregunta: ¿A qué se refiere tu pareja cuando te dice que eres insensible? Ninguno se queda callado, todos musitan una especie de vocablos ininteligibles –como de foca o tartamudo perdido– para rematar: “¡No, sabe que no sé!” Y si no hay ningún tema candente del fútbol o de la política, la única opción es colgar)

Pero, bueno, este es un artículo sobre la desnudez, la cual tiene una dinámica distinta cuando salimos de la intimidad en pareja y la ponemos en el plano de los medios de comunicación y el photoshop. Creo que no me equivoco al decir que nunca había estado tan de moda desnudarse y es una lástima porque pronto se va a volver cosa de todos los días y perderá su gracia. Será muy duro –para la escasa madurez mental masculina– cuando deje de ser motivo de codazos, reojos y carraspeos ver una mujer desnuda, pero, entraremos de lleno en un proceso de humanización del cuerpo que nos está haciendo falta. Empezaremos por buscar otros alicientes como desnudarnos nosotros mismos y tomarnos fotos, mandarlas por Facebook y llevarlas en la billetera. Al principio, cohibidos, claro, pero si se empelotó Yidis Medina, en Soho, y mañana lo hiciera ¡no sé! Angelino Garzón, en Aló o Carrusel, y pasado mañana Cecilia López Montaño o María Isabel Rueda, en Cromos, pues, más o menos, poco faltará para que el plan sea volver la séptima, además de peatonal, nudista. ¿Quién sabe? ¡Ya veremos!

A lo que quiero llegar es que, poco a poco, la desnudez está ganado humanidad. Una modelo sueca de vestidos de baño se negó a que retocaran sus fotografías y, aunque el cliente se fastidió, la campaña fue un éxito porque mostraba las marcas de inyecciones de insulina que ella misma se pone en el estómago, necesarias para combatir su afección diabética y eso acercó a una clientela de mujeres agradecidas con una marca que no es, precisamente, para mujeres perfectas. Hasta hace poco una película japonesa –considerada pornográfica– se descubrió que era la más vendida del mercado, se trata de tres escena largas de parejas heterosexuales cuyo sexo es básicamente caricias incesantes entre muñones que hacen las veces de falos y heridas de accidentes y cirugías que se convierten en verdaderas zonas erógenas. Además de eso, ya son incontables las mujeres cuyos senos cercenados, o en proceso de reconstrucción, por el cáncer, han sido objeto de exposiciones fotográficas cuya intención en la muestra y su curaduría dista mucho de ser morbosa.

Y dejo para el final lo que inspira este artículo: los desnudos fotográficos de los atletas, con prótesis y sin ellas, que participan en los juegos olímpicos de Londres; qué gran ejemplo para todos aquellos que se quejan por dolencias menos sustanciales. Se ven sin asomo de pena alguno, porque lo que están mostrando es la frente alta, el resto es accesorio, el trabajo de sus cuerpos está centrado en su supervivencia, en su realización como seres humanos y no en los genitales que es donde la mayoría de los mortales nos hemos quedado estancados. Entre la animalidad de los hombres y el rubor tenue de las mujeres, estamos perdiendo la oportunidad de ser más sensibles nosotros, más conformes con su cuerpo ellas, viceversa, al revés, para el otro lado, con la luz apagada y, a veces, con la luz prendida.

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Alejandra Azcárate: flaca por fuera y gorda por dentro

Digamos por un momento que las intenciones de la columnista de Aló fueron buenas al escribir sobre las mujeres con sobrepeso y que, poco a poco, con el correr del teclado se le fue saliendo la pesadez que carga por dentro y terminó ofendiéndolas sin misericordia, con el mismo odio lacerante que le tiene a esa gorda latente que se aloja en su cuerpo, agazapada en algún meandro del metabolismo. Esa mujer gozona que no pudo ser y que no dejan salir ni a la esquina, pues no está bien visto que una mujer que ha mostrado su curvilíneo empaque en la Revista Soho se deje ver en José Dolores pidiendo chunchullo y morcilla con chorizo. Eso se debe al terror infundado de que un tipo, de pronto, interrumpa la conversación con la excusa de “ya vengo que está sonando la alarma del carro” y no vuelva porque ella pidió bandeja paisa, en la primera cita, y doble porción de chicharrón con guiso. Es un caso imaginario, claro, pero es que el miedo al rechazo se manifiesta de formas inusuales.

Alejandra Azcárate sufre de obesidad mental: disturbio de la personalidad común entre las vedettes que, ante la inminencia de perder su cuarto de hora, en vez de relajarse y consentirse un poquito, ceder a la tentación, evitan a toda costa los placeres de la carne asada con papas chorreadas, arroz y plátano maduro –en rodajas quiero decir– acompañado de refajo, o leche malteada de chocolate. Antes, darse latigazos por incurrir en actos auto-erótico-epidérmicos, por ejemplo, o en comportamientos sexuales impropios, era una forma de castigar el placer; ahora son los excesos de la vanidad los que llevan a una persona a tratarse igual; con el mismo desmán le negamos placeres al cuerpo que nos colman de sabrosura, de ganas de vivir, de gases y modorra también, pero nada alegra más el día y quita más preocupaciones que un pie de Milky Way con arequipe y crema.

También hay gordas que llevan una flaca adentro que les amarga la vida por vivir entre el dulce y la fritanga. Lo que demuestra que uno, y ese es un principio de armonía espiritual, debe ser por dentro igual a como se muestra por fuera, no hay de otra. Alejandra Azcárate peló el cobre, mejor dicho, se dejó ver la tocineta. Demostró que su contextura verdadera es la de una mujer que clama por quitarse el disfraz de flaca, por desayunarse en McDonalds y tomar por asalto la pastelería de Myriam Camhi. Se le nota la amargura de tener que hacer 3 horas de spinning para bajar una tostada de ajonjolí y cuatro arvejas con salsa de rábano. Se le nota el esfuerzo que hace por tener esa belleza natural que le es esquiva; la de ella es de esas figuras sudadas al extremo, logradas con toda clase de rigores alimenticios, tratamientos faciales y corporales de oxigenaciones y colonterapias; la de ella es una imagen que a punta de buena luz y colorete registra bien ante las cámaras pero que está lejos de tener la permanencia mediática de María Cecilia Botero, Laura García o Amparo Grisales.

La comparación entre mujeres gordas y mujeres flacas es, además de insultante, inútil. El objetivo de la publicidad, más que de los medios de comunicación, es el de llenarnos de inseguridades como mecanismo para vendernos productos que nos las quiten. A hombres y mujeres por igual. Mal aliento, sudoración, calvicie, barriga, flacidez, arrugas, estrías, pie de atleta, sobrepeso y miles más son palabras que aterrorizan a cualquiera, que hieren la sensibilidad del más corajudo. O sea, vaya paradoja, aquellos detalles que nos hacen humanos, que se acentúan con el paso de los años, son repudiados por la sociedad de consumo en la que estamos inmersos. Corremos a comernos un chicle, a comprar Viagra, a usar fajas incómodas, a ponernos aguacate en el cutis, a tomarnos 8 vasos de agua al día, a echarnos perfume… y en eso se nos va la vida, pretendiendo mantener, cueste lo que cueste, una asepsia imposible y una belleza efímera y dando por cierta la fórmula de que entre menos nos cuelguen las tetas –a los hombres también– mayor es la felicidad.

Me gustaría tener sexo con una mujer gorda que huela a cebolla o una flaca que se tire pedos. Me gustaría hacerlo, además, como George Constanza –personaje de la comedía televisiva Seinfeld– mientras me como un sándwich de pavo y miro televisión; tres placeres juntos ¿qué puede ser mejor? Pero no. Debemos ocultar nuestra animalidad, esconder nuestros “defectos” y apagar la luz. Me gustaría conocer a Alejandra Azcárate recién levantada y a otras que tampoco son mujeres sino productos de consumo masivo. Debería, alguna programadora, hacer un reality con ellas en el momento de despertarse y así echar por la borda varios mitos, comprobar que son de carne y hueso y que de la cama a las portadas de las revistas y al horario triple A hay mucho trecho. El formato tendría que ser como el de cámara escondida y utilizar de cómplices a las muchachas del servicio que, en el fondo, con seguridad las odian; de otra manera –soldado avisado no muere en guerra– ellas son capaces de dormir peinadas y maquilladas sin moverse, esconder Listerine debajo de la almohada, estrenar un baby doll de Victoria´s Secret y poner un libro sobre la mesita de noche.

Ante la imposibilidad de hacerlo de otra manera decidí algo que requería de más hombría y atrevimiento de mi parte, con la ayuda del celador nocturno y sus habilidades para la cerrajería –todos las tienen– me metí entre el clóset de Alejandra Azcárate y esperé, ahí, entre cajas de zapatos, carteras y cinturones. Se levantó con sonidos y movimientos como de gato montuno, llevaba una camiseta rota y lo primero que hizo fue sacarse el pedazo de tanguita que se aprisiona entre las nalgas, las que –por cierto– se rascó sin agüero, como cualquier futbolista o cualquier pensionado de los que hacen fila en los edificios públicos. Después de hurgarse el ombligo y olerse el dedo, entró al baño; la escuché orinar como un negro en una cervecería de Buenaventura, se metió a la ducha y cantó a grito herido un popurrí, perdón: un mix, de “Ya estás tejiendo la red…”, “Quítame ese hombre del corazón…” y “Grabé en la penca del maguey tu nombre…”. Presentí el jabón tocándola por todos lados, sacándole lo saladito de las axilas y la entrepierna, limpiándole los restos de secreciones anteriores alojadas en el cuello y en el vientre; el shampoo metiéndose en el cuero cabelludo con ayuda de sus dedos, dando suaves circunferencias, sanándole la raíz de cada pelo expuesto a las luces y al maltrato de la vida ejecutiva y artística de una diva; acto seguido, el rinse, otra media hora de masaje capilar hasta restablecer el brillo de su color cascada-amarillo-bora bora recomendado por Humberto Quevedo y todo un equipo de expertos en mercadeo.

Al rato, la sentí secarse, frente al espejo; revisar el inventario de los estragos marcados en la piel; abrir el grifo y hacer largas y pausadas gárgaras de bicarbonato de sodio para aclarar la voz y blanquear los dientes. Todo estaba bien, yo seguía entre el clóset sin nada de cansancio, o ansiedad, hasta que ella, Alejandra, prendió el secador y según los cálculos de mi escasa experiencia en las peluquerías pensé que me daría tiempo de ir hasta la cocina y prepararme un buen desayuno, lavar los platos y dejar, de paso, la nevera organizada. Eso hice, efectivamente, pero al volver al cuarto no resistí las ganas de revolcarme entre sus cobijas, metí las narices en la sábana a la altura de donde duerme su sexo y reconocí la fragancia de Vanish Poder O2 Max con que se lava la ropa de cama; pase las yemas de los dedos buscando algún tipo de humedad y en esas estaba cuando la vi ahí parada, enfrente mío, sin darme tiempo ni espacio de salir corriendo y sin otra alternativa que tragarme mi cobardía y actuar como un verdadero hembro-masculino-testosteronado que es lo que los hombres hacemos sólo cuando se ponen complicadas las cosas. He pagado multas de tránsito y me han sacado de sitios públicos, por supuesto, pero Alejandra Azcárate mirándome desde su desnudez sin timideces, dominando a sus anchas el imprevisto de encontrarse un hombre entre su cama, bien vale el tiempo que le toque a uno templar en la cárcel. Como en todos los grandes momentos de mi vida, me quedé callado y ella me dijo “Guapo, pásame los cigarrillos” se sentó al borde de la cama y cruzó las piernas. Iba a preguntar “¿y qué más?” pero ella se me adelantó con: “¿Cómo te llamas?” a lo cual, en un acopio de valor que nunca pensé tener, le puse un dedo en los labios, en señal de “no son necesarias las palabras” y la besé; ella me respondió con la calidez de su lengua y, de inmediato, sin mucha sutileza introduje mi mano entre sus muslos, se la metí hasta la tiroides y de un jalón saque a la gorda que lleva adentro y se la puse de frente, en igualdad de condiciones, por primera vez en la vida de ambas. Ahí las dejé conversando que es lo mínimo, dadas las circunstancias.

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Cultura, Social, Sexualidad Fabio Lozano Uribe Cultura, Social, Sexualidad Fabio Lozano Uribe

Los caballeros las preferimos inteligentes

A los hombres no nos gustan las mujeres brutas. No las preferimos, no queremos que nos las presenten y tampoco las buscamos. Nos gustan las mujeres independientes, que trabajan, que tienen actividades distintas a las nuestras, que van al gimnasio, que socialmente se desenvuelven con fluidez, que saben divertirse, que tienen sentido del humor y que saben lo que les gusta en la cama. Que escojan bien los tomates en el supermercado, sepan voltear a tiempo una omelette o aspiren el tapete de vez en cuando no es indispensable, si lo fuera los brutos seríamos otros.

Una mujer cuya lujuria coincide con la nuestra durante una noche de karaoke, cerveza y Detodito, que se autoinvita a nuestro apartamento y con la excusa de que le entró una calentura impostergable termina, con una tanguita de fibra de caramelo y una hilera de 3 condones, haciendo contorsiones en el futón comprado en Bima, es cualquier cosa menos bruta. Si además nos ventila el cuello con griticos intermitentes y nos dice que invitemos a una amiga e independientemente de que la llamemos al otro día, o no, ella nos describe lo que pasaría si Kelly Johana -su amiga- apareciera con su melena plateada y sus muslos de oblea; no sólo no es bruta sino que cuesta trabajo creer que fuimos nosotros los que nos aprovechamos de ella. Los hombres ya no somos tan pacatos para creer que una mujer que tira por gusto es puta, pero todavía nos queda la sensación de que les urge atraparnos. Tan embebidos estamos en nosotros mismos que si no inventan cualquier excusa para quedarse el fin de semana o no nos sacan el número de la oficina y del celular y, además, se visten como un tiro, se van para su casa con un simple “chao” y no vuelven a aparecer nunca, pensamos que esas sí son definitivamente unas: ¡brutas! ¡Qué brutos!

¿Cómo quedamos, entonces, los hombres si esa es precisamente nuestra forma de relacionarnos con las mujeres? ¡Esas mañas las aprendieron de nosotros! “Llegamos, conquistamos, clavamos la espada en la madre tierra, dejamos nuestra semilla donde caiga y salimos corriendo” ese es nuestro lema y se le enseña -en ceremonia privada- a cada niño que eyacula por primera vez; es el premio que recibimos por la prueba de nuestra hombría: la consigna que nos guía a través del mapa del tesoro femenino. Lo que pasa, y digámoslo de una vez, es que la mujer más bruta de todas, la más descerebrada y fronteriza, la que en la repartición de neuronas le tocó rila de mondongo ¡esa! que debió ser tercera princesa de la belleza colombiana y que para completar es incapaz de sostenerle una conversación a Raimundo Angulo, es más inteligente que todos los hombres juntos.

Por supuesto, que hay mujeres abusadas, golpeadas, sojuzgadas en su amor propio, utilizadas como un mero receptor de arrecheras y espermatozoides; mujeres obligadas al servilismo, dependientes del hombre de la casa, desprovistas de cualquier gesto cercano al amor o, en el peor de los casos, a la caridad. Mujeres objeto, pero no en el sentido glamoroso de las que se muestran para vender pañoletas y perfumes, sino verdaderamente mujeres tratadas como trapero, como balde, como pera de boxeo, como cañería, como lubricante, como desecho… lo que tampoco las hace brutas a ellas, pero sí a nosotros, los hombres, por haber desperdiciado 20.000 años de historia buscando una supremacía de género cuya actitud arrolladora es la que está acabando con la familia, la sociedad, la humanidad y el planeta.

El voto a la mujer, la liberación femenina, la ley de cuotas, entre otras concesiones, no han sido sino permisos otorgados por los hombres, como contentillo, a las mujeres para mantenerlas a raya, para domar la jauría, para retrasar la inminencia de que la balanza está cambiando hacia el útero, hacia el cántaro, hacia lo que contiene; y rechazando lo que escupe, lo que vacía, lo que tiende a la resta y a la división y no a la suma y a la multiplicación. Parafraseando a Florence Thomas: las mujeres sobresalientes de la historia, hasta ahora, salvo muy pocas excepciones, lo han sido porque han asumido roles masculinos. Con todo y tetas es como si llevaran una palanca de cambios entre las piernas, como los travestis, de ahí que Hillary Clinton y Noemí Sanín, por ejemplo, hablan con esa voz de mando y esa pretensión de poderlo todo, propias de la testosterona.

De un tiempo para acá, lo que llamamos evolución, o re-evolución, es que las mujeres se están haciendo cargo del destino del hombre y del cosmos que, hasta ahora, era un oficio que nos pertenecía. ¡Ojalá estén a tiempo! Y, no se trata de que nos estén mandando a cuidar los niños y a hacer el almuerzo, sino que por fin están haciendo caso omiso de nuestra suerte. Se cansaron de gravitar en función nuestra, ahora se defienden solas. Si el hombre provee bien y si no también. El amor ya no las obnubila como antes y a la mierda con la represión sexual: tiran por gusto y con desenfado, si se acomodan con la posición del columpio, la piden; si las excita el lubricante de pimienta y sábila, lo llevan entre la cartera; si el macho no responde a las expectativas, no importa, ellas tienen un sucedáneo que vibra con solo encenderlo; y siempre, de manera amable y linda porque esa es su naturaleza, sabrán decirte lo que no les gusta, lo que no quieren que intentes nunca más, lo que les huele feo, lo que les fastidia, lo que quieren de desayuno y de regalo en navidad.

¿Nos quitaron la presión de mantenerlas, de hacerlas felices en la cama, de estar pendientes de ellas, de cuidarlas, de acompañarlas en la salud y la enfermedad, de amarlas hasta la muerte… y nos quejamos?

¡Claro que nos quejamos! Nos están quitando los puestos ejecutivos. Nos están escogiendo como sementales, para vestirnos como al Kent de la Barbie y mostrarnos entre sus amigas. Nos usan de choferes, de confidentes, de amos de casa, de acompañantes, de guardaespaldas, de padres de sus hijos y hasta de muñeco inflable. Nos están volviendo un accesorio, una bisutería; ya nos tienen yendo al cirujano plástico y al gimnasio, nos están cambiando el fútbol por el patinaje sobre hielo y la cerveza por el aguardiente light. Ahora son ellas las que sugieren una relación entre tres, con una escort a domicilio o con la vecina, son ellas las que lo arrastran a uno a tener una experiencia swinger y son ellas las que dicen, siempre de manera casual: “me excitaría verte hacer el amor con otro hombre.”

¿A qué extremo hemos llegado? Nos tienen echándole popurrí al cajón de los calzoncillos, poniéndole esencia de “primavera mediterránea” al carro, depilándonos las cejas, dándole brillo a nuestras uñas y afeitándonos lo que nunca se nos había ocurrido afeitarnos; inclusive algunos se dejan un arbustico, en forma de bigote hitleriano, justo donde quedaba la espesura. Se metieron con el origen de nuestra fuerza, de nuestra virilidad ¿adónde vamos a parar, ahora? dentro de poco vamos a estar echándonos base y rubor en los testículos. Nos llaman “metrosexuales” para que el golpe no nos duela tanto, porque la verdad es que de jinetes de rodeo pasamos a ser floricultores.

Es hora, entonces, de no decirnos más mentiras. Hemos malgastado nuestra oportunidad histórica. Tanto Taj Mahal, tanto transbordador espacial, tanta expedición al Everest, tanta guerra inútil, tanto record Guinness, tanta ojiva nuclear, tanto Hugh Heffner, tanto Donald Trump, tanta fiesta brava, tanto apóstol, tanto proxeneta, tanto héroe, tanta medalla al mérito, tanta charretera, tanto cuello almidonado, tanto galán y tanta caja de herramientas… ¿Para qué? ¡Si ellas en ningún momento se han comido el cuento! Por eso, entre muchas otras cosas, si los caballeros las preferimos inteligentes es porque, en realidad, no tenemos otra opción.

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Nacionales, Gobierno, Trabajo, Sexualidad Fabio Lozano Uribe Nacionales, Gobierno, Trabajo, Sexualidad Fabio Lozano Uribe

Caso Concha: le creo a Lina María Castro

Una mujer, la periodista Lina María Castro Torres, trabaja en la Presidencia y dice que su jefe abusó sexualmente de ella y que repetidamente, desde hace más de un año, le ha tocado asumir posiciones incómodas en contra de su voluntad.

Su jefe, Tomás Concha Sanz, dice que se trataba de sexo consensual y que si a alguien debe pedirle disculpas es a su mujer por la infidelidad cometida. Le debió llegar con el cuento de que su asistente encargada de las comunicaciones (Lina María Castro) se había aprovechado de su confianza, de la cercanía profesional que le brindó sin otro motivo que el altruismo de ayudarle en su trabajo ¡de ayudarle a surgir y a superarse! pero que desafortunadamente su condición de hombre vulnerable le jugó una mala pasada cuando ella, premeditadamente, se agachó a recoger un clip y no tenía calzones. Sugiere ¡eso sí! en la entrevista a El Tiempo, y como toque romántico, que mediaba un sentimiento de admiración versus la versión de ella que dice que él aprovechó que llevaba un bluyín descaderado para manosearla. ¿Qué es más creíble?

Como siempre pasa, terminará, en la intimidad de su cuarto, pidiendo excusas a su pareja por todos los hombres, porque dios nos hizo en exceso falibles y proclives a la flaqueza del cuerpo; puede que suelte una lágrima pidiendo compasión y, un buen día, cuando vea calmados los ánimos dirá, por casualidad, que de pronto inconscientemente su sexualidad estaba buscando emociones que ya no consigue en su propia cama. Canallada que transfiere la culpabilidad a la esposa y completa el círculo típico con que se dan gran parte de las discusiones maritales, en que el hombre impone su verdad, por lo menos en este reino del sagrado corazón. De ahí en adelante ella no dirá nada, los medios de comunicación la abordarán, ella contestará unas frases torpemente aprendidas y su marido habrá cometido su peor abuso contra el ser que menos lo merece; sólo porque ella, vestidita de blanco y con el pubis perfumado, se comprometió a apoyarlo en “las buenas” que ya pasaron y en “las malas” que aceptó, como dios manda: para siempre.

Dejando de lado la ironía, los casos de sexo consensual entre funcionarios de la Presidencia de la República no son extraños. Está -perdón la obviedad- el que sucede entre el presidente y la primera dama, interrumpido sólo por el edecán para pasarles los condones o decirles, por ejemplo, que ya ubicaron a Timochenko; otro más libertino pero que tiene el encanto de ser una de las buenas tradiciones laborales que aún se conservan: el sexo del día de las secretarias después de la consabida invitación a almorzar con la ventaja de que, ellas mismas, reservan el motel y piden dos copitas de champaña; están también las infidelidades normales que se producen bajo el efecto embrutecedor de la quincena, que es cuando las niñas del conmutador contestan con tono grave “El doctor está en el despacho”. Estar en el despacho presidencial, no da lugar a dudas, ni a preguntas subsecuentes; o sea, ninguna esposa, o esposo, responde: “¿Y, en qué andan, o qué?” o “¿Con quién están?” o “¿De qué se trata la reunión?” o “¿Me comunicas un minutico?” nadie es tan imprudente. Es la mejor excusa en el mundo para ocultar confidencias y vidas paralelas, por eso es tan apetecido trabajar allá.

En nuestro gobierno, para no ir más lejos, se han escuchado rumores de presidentes que en la Casa de Huéspedes de Cartagena no vestían sino la banda presidencial, o que en la Casa de Nariño han dejado el corbatín en la despensa o entre alguno de los clósets del aseo; clósets de los que han salido también mandatarios y alguna consorte, a demostrar que el poder es un afrodisíaco tan potente que ¡todo se vale y que, antes, es mucha gracia que les quede cabeza para gobernar! La debilidad de la carne es proporcional a la importancia del cargo; eso se sabe, sobra cualquier explicación, basta observar la naturaleza humana. Por eso, le perdonamos a Clinton que se metiera con una vieja tan desabrida; a Berlusconi que gobernara desde un yate anclado en las cercanías de Capri; a Sarkozy que, recién posesionado, dejara a su mujer por una más flexible y manualita; y eso por dar unos ejemplos actuales y no remitirnos a Bolívar y Manuelita, John Kennedy, Enrique VIII, Catalina la Grande, los dictadores latinoamericanos, los polígamos sultanes del Islam o los emperadores chinos. O sea los colombianos sabemos de relaciones consensuales en el seno del ejecutivo, conocemos su dinámica, su manera de multiplicarse en rumores disímiles y versiones de telenovela… y lo sucedido a Lina María Castro no es una de ellas. No tiene esa magia vivificante del chisme sino la certeza colectiva de la ignominia.

Ahora bien, en el mismo ambiente en que hay sexo consensual también se produce lo contrario: sexo no consensual por alguna de las partes. En el matrimonio mismo no siempre el deseo del cuerpo es alunísono; algunas veces, uno de los dos lo hace a regañadientes, sin querer, por complacer al otro y no verlo con la misma cara del perro que no sacaron el parque. Dejar, por ejemplo, que la pareja de uno se frote una pepa de mango en los genitales como preludio al amor, o que cante la Marsellesa en el momento del orgasmo, o que insista en pellizcarse la piel con los ganchos de colgar la ropa, es consentir. Disentir sería decir que no, explícitamente y negarse a continuar el proceso de la cópula como respuesta a una determinada insatisfacción. Disentir es un derecho y una forma de pedir respeto por parte del otro siempre y cuando -y en esto radica la diferencia con el delito- no exista una coacción tácita o pronunciada con el objetivo de infundir miedo.

Los abusadores sexuales, generalmente, provocan encuentros con base en la intimidación porque más que el sexo lo que los excita es sojuzgar a la contraparte, vencerla y literalmente arrodillarla a sus pies y humillarla; obligarla a realizar un acto que la reduzca a una condición animal. Los ambientes laborales son facilitadores de este tipo de delitos y se da en una relación de 99 a 1 entre jefes hombres contra mujeres subalternas. Hombres insatisfechos en tan alto grado que ponen en peligro los principios de la fidelidad, y la convivencia, por tener un goce prohibido que les supla una de las drogas más poderosas del universo: la adrenalina. Hombres que necesitan ayuda, pero les da vergüenza pedirla porque nadie que tenga un mínimo de poder reconoce sus errores a menos de que lo cojan y su problema amanezca un día fresquito en el periódico, al lado del jugo de naranja, el pan y el café que la muchacha del servicio le revuelve con el dedo.

Lo que agrava el contexto ético del caso de Tomás Concha es que él trabaja en Derechos Humanos, o sea que mientras con una mano puntualiza, con el índice en alto, sus discursos -muchos en los que se toca el tema de la desigualdad de la mujer y la lucha que debe darse para evitar tal injusticia- con la otra se abre la bragueta justo en el momento de recordarle a su subalterna que él es quien decide la renovación de su contrato. Yo le creo a Lina María Castro porque si la relación hubiera sido consensual con seguridad la salida de su agresor hubiera sido mucho más airada y amenazante, pues la reacción de un hombre atacado en su amor propio es mayor a la de un abusador sexual que maneja de manera más calculada sus emociones. Tomás Concha no se está defendiendo de una falsa acusación porque hubiera, sin duda, reclamado un mínimo de honestidad, hubiera insistido en la ausencia de pruebas y se hubiera explayado en una declaración pública más emotiva, más humana, tomando más riesgos, pero no: lo declarado, hasta ahora, ha sido medido, que es como actúan quienes le temen a “todo lo que diga será usado en su contra.” La entrevista a El Tiempo, por ejemplo, fue por escrito y no telefónica que es lo usual. En ésta, señala a su subalterna por no haber declarado el hecho desde que comenzó, lo que en mi sentir delata que más grave que ponerle a la fuerza el pene en la boca debió ser el manoseo verbal, las miradas sin tregua y esa respiración de hiena, a través de la sala de conferencias o en la cafetería llena de gente, que nadie escucha salvo la presa.

¿Cuánto tiempo le lleva a una mujer acopiar el valor necesario para reconocer públicamente una flagrante violación de su intimidad? ¿Hay estadísticas al respecto? Pensemos que hay mujeres que se pasan la vida en situaciones peores sin chistar, sin decir ni mú, porque qué pena, porque qué dirán o, peor, porque me lo merezco en razón a las desvirtudes del pecado original magnificadas por el machismo que, en el caso de las relaciones laborales, su representación gráfica más común es la del pulpo. No es para nada casual la expresión “los tentáculos del poder”, ésta no hace sólo referencia al alcance manipulador de quienes lo ostentan sino a la práctica “inofensiva” de tentar culos. Yo creo en Lina María Castro porque si hubiera sido una relación consensual la esposa de Tomás Concha no lo hubiera perdonado tan fácil. Ella no lo ayudaría si fuera un desliz del corazón, o de la piel; ella lo ayuda porque sabe -las mujeres saben- que su marido tiene un trastorno grave de la personalidad y debe estar rezando, en silencio, para que con este golpe a su integridad toque el fondo que necesita para recuperarse de su desvarío.

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Nacionales, Justicia, Social, Sexualidad Fabio Lozano Uribe Nacionales, Justicia, Social, Sexualidad Fabio Lozano Uribe

El aborto recreativo: idea para un proyecto de ley

Hay mujeres que son vegetarianas porque no resisten la idea de ser cómplices en el sacrificio de nuestros congéneres del reino animal, sin embargo no tienen en tan alta estima o no son tan misericordes con los tomates, ni a los champiñones, por ejemplo, y si se trata de abortar, no hay problema, mientras la cita no caiga en un día de pico y placa.

Hemos, sin duda, trivializado un tema que antes era de vida o muerte y ahora es de oportunidad, de “timing”, de respetar derechos y opciones de vida. De repente, nueve meses es demasiado tiempo, hay otras prioridades: el ascenso laboral, la figura, el postgrado; además está el problema de que los hijos es mejor tenerlos en pareja, en lo posible del mismo sexo, y darles leche materna directamente del seno y, hasta donde se pueda: quererlos.

Marina Cediel se levantó, la mañana siguiente al “prom”, sin acordarse exactamente con quien se había acostado. Al entrar al baño vio que su dispositivo intrauterino seguía ahí, en un estuche azul sobre el lavabo, desde la noche anterior y al revisar su cartera se dio cuenta que los 3 condones que había pedido a la droguería estaban intactos. Camino al club -pensó- se tomaría la píldora del día siguiente pero entre recoger a dos amigas y echarle gasolina al carro, fue otra cosa que también se le olvidó. A los quince días: retraso de la menstruación y el consejo, muy a tiempo, de su mejor amiga “¡Di que tienes que estudiar mucho este fin de semana!” y le mandó una dirección y un número de teléfono a su Blackberry.

Carlos y María Adelaida Contreras soñaban con ser padres, cambiaron de apartamento y el cuarto extra lo pintaron de amarillo pollito, “unisex”, y le pusieron calcomanías de Bob Esponja a las paredes. Dejaron de utilizar anticonceptivos y sus padres llamaban, cada semana, a ver si su primer nieto, o nieta, ya estaba en camino. Inclusive le pondrían Camilo a un niño, Carolina a una niña y los padrinos serían Juan Manuel, hermano de ella y Marujita, tía de él. El milagro de la concepción no se hizo esperar, pero en la tarde del mismo día en que les anunciaron el embarazo, a él le dieron el traslado al Brasil por el que tanto había luchado y que mejoraba sustancialmente su sueldo y su carrera. Abortaron, de común acuerdo, al fin y al cabo oportunidades de trabajo, como esa, no se dan todos los días.

El sexo en el matrimonio no siempre es consensual, a veces es a regañadientes y otras -más de las que uno cree- podría constituirse en violación. La prueba, en derecho, es deficiente en este tipo de intimidades pero el abuso de alcohol y drogas, la frustración y el machismo pueden desencadenar violencia en las relaciones de pareja. Tal es el caso de Maritza, quien si no es amarrada, golpeada y sometida con arremetidas brutales no tendría vida sexual pues su esposo no logra una erección de otra manera. Ella, a su 24 años, ha abortado 2 veces a escondidas, pues no se atreve a tener un hijo en esa situación de riesgo latente; está esperando a que se le pase el amor para poderse marchar sin que le duela tanto. Cuando va a misa pide por él, nunca se le ha ocurrido excusarse ante el altísimo por haber abortado; lo considera, en su caso, un acto de caridad sublime.

Cecilia Estupiñán es adicta al sexo, nunca ha abortado pero no tendría ningún problema en hacerlo. Sólo le interesa el trance químico-cerebral que le produce el orgasmo y ha dirigido su vida para conseguir la mayor cantidad posible de éstos, sin que tengan demasiada importancia las calidades de la contraparte que presta el servicio, o que sirve de vehículo para que éste se cumpla. Sin distingos de género, cantidad, nivel socio-económico, edad o raza, ella donde le propongan y a la hora que le propongan entabla una relación -difícil de llamar: íntima- en la que una eventual omisión de cualquier método anti-conceptivo no es razón suficiente para cancelar el encuentro. Inclusive, ella alienta comportamientos aún más lesivos con frases como: “¡No importa, quiero sentirte de verdad, al natural!” o “¡Déjame toda chorreada por dentro!” Cuando está “sobria” teme haber contraído el VIH o algo infeccioso que pueda producir asco, quedar embarazada es la menor de sus preocupaciones.

Ana Ximena, una niña, mayor de edad, violada por su padre, decidió continuar el embarazo hasta el final; cosa que causó gran admiración en su Iglesia Evangélica Pan y Vino y Rezos para el Camino. Esto la convirtió en un ejemplo a destacar entre la comunidad, hasta que un domingo, en que la felicitaron públicamente, alcanzó a decir por el micrófono antes de que se lo quitaron a la fuerza: “Bueno.. a mí se me ocurre… después de pensarlo mucho… que si la virgen María no abortó un hijo que también era del padre, pues, ninguna mujer tiene por qué…”

Las mujeres abortan, o no abortan, por múltiples razones sin importar lo que la ley diga, o no diga, al respecto. En Colombia, ésta no permite interrumpir un embarazo como resultado del sexo recreativo, ni acepta argumentos socio-económicos, ni poblacionales que lo posibiliten; sólo cobija el aborto en casos que son la gran minoría: violación (siempre difícil de probar), malformaciones graves del feto y riesgo de la vida de la madre. Sin embargo, por poquito que abarque, es una ley ganada a pulso que sirve como primera línea de fuego para enfrentar y ganar batallas posteriores; sobre todo cuando primen las razones matemáticas en un mundo que, demográficamente al límite, no pueda -como ya sucede- ofrecer a sus habitantes una aceptable calidad de vida.

Ante la realidad actual, la religión y la ética siguen dando tumbos de ciego. La calidad de la vida deberá determinar la concepción, y no al contrario, para estar preparados el día aciago en que la humanidad tendrá que restringir -o condenar en el peor de los casos- globalmente la procreación. Antes de convertirse en un privilegio para los genéticamente superiores y en un delito capital para los demás, será durante mucho tiempo una frontera difusa, una contravención: la mujer que habiendo fracasado en todos los intentos por evitar un embarazo, por descuido, olvido o porque la obnubila el sentimiento maternal, deberá, en un término exigido y señalado por la ley: abortar.

Como vamos, cada vez habrá menos filosofía, evangelio, sermón, diatriba o sentido común que piense lo contrario. Lo sano sería ir tramitando un proyecto de ley que proponga el aborto recreativo basado en las razones por las cuales, de verdad, se aborta; con eso estaremos defendiendo a la ciudadanía de que -de vuelta al oscurantismo- se prohíba el sexo y con eso ¡dios no lo quiera! se penalice la masturbación, cuyo único aliciente será que, mentalmente hablando, los parlamentarios conservadores de la Comisión Primera serán los primeros en recibir una condena.

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Nacionales, Justicia, Sexualidad Fabio Lozano Uribe Nacionales, Justicia, Sexualidad Fabio Lozano Uribe

La Reina de Paloquemao

+ Relate la demandada ¿qué la indujo a dedicarse a la agricultura? +

La mujer, de muslos largos y perfumados, que se había mantenido de pie como en una sesión solemne, antes de contestar, decide sentarse y al cruzar las piernas interrumpe cualquier asomo de movimiento en el juzgado. Una gota de tinto se detiene antes de caer en una camisa blanca y lo único que ocupa los pensamientos del juez es ¿a qué horas será que me puedo tomar una foto con esta hembrita? La sustanciadora, en cambio, conoce el fenómeno –ella misma es de las que no escapa al manoseo de las miradas masculinas– por eso pone su cara de pitbull engallado y repite la pregunta del juez, con una voz que alerta la jauría:

+ ¿De cuándo a acá resultó, la demandante, agricultora? Se ruega responder con urgencia. +

No se nos olvide que la mujer es actriz, por lo que presuponemos que tiene un parlamento aprendido para tratar de zafarse del delito que se le imputa: tráfico de influencias con el objeto de manipular el otorgamiento de prebendas agrícolas destinadas a campesinos de bajos ingresos; o sea a familias de economías tan apretadas como el brassier que usa para destacar sus ojos color almendra. A su lado el abogado defensor, con Blackberry color dorado, toma la palabra y responde:

+ La señorita, aquí presente y quien no tiene antecedentes penales, no niega que poco sabe de las labores del campo pero asegura que para ella es un orgullo el hecho de haber sembrado y cultivado, durante su reinado, semillas de paz en un país como el nuestro, vapuleado por la guerra. +

Acto seguido, hace un guiño a su defendida Exreina Nacional de la Melcocha y la Papa Sabanera, y le da un par de palmaditas como para tocarla un poquito, como para saciar la ansiedad de género que, por más protocolos y etiquetas, se encuentra aún en su estado más salvaje. Ella, que también ha sido modelo del calendario Texaco y presentadora de un noticiero regional, dentro de su lógica de hembra coronada que, en términos de Raimundo Angulo, equivale a ser parte de la diplomacia internacional, se pregunta para sus adentros:

+ ¿Cuál será el problema? Tengo Pilates en media hora. + La sustanciadora, que también tiene agendada una limpieza del aura, pregunta para agilizar:

+ Diga la demandada ¿qué motivó que se dejara convencer de su exnovio para firmar los documentos que la incriminan? +

Consciente de que ese era el momento esperado, el momento de la verdad: en cámara lenta se echa el cabello para atrás, copia dos o tres movimientos de Sharon Stone –de la escena cumbre de la película Bajos Instintos– y, con pura dicción de telenovela mexicana, dice:

+ El amor. +

Debió imaginar que, en ese instante, el juez sacaría el código pertinente y leería un inciso que dictaminara, palabras más palabras menos, lo siguiente: “No pueden hacer parte de proceso penal alguno las mujeres que, en pleno uso de sus atributos físicos, se encuentren en un estado de enamoramiento tal, que, obnubiladas por tan noble y reparador sentimiento, cometan el mismo delito, contravención o infracción que el del sujeto amado.” O, en su defecto, el texto propuesto por un parlamentario urabeño, hoy encarcelado, que en ponencia presentada el 23 de abril, de 2003, leía ante sus colegas: “Reinas, virreinas y finalistas de reinados de la belleza, del café, del mar, del cardamomo, de las bebidas energizantes o de la marimonda, para citar sólo algunos, serán eximidas de responsabilidad penal en consideración a su investidura. […]”

El juez, antes de dar por terminada la indagatoria, se levanta, carraspea y pregunta con movimiento elíptico del antebrazo:

+ ¿La interrogada tiene algo más que agregar? + A lo que ella responde saliéndose valerosamente del guión preconcebido:

+ Pues, si ustedes quisieran promover los juzgados como un sitio agradable y familiar, poner tolditos y hacer un parquesito, por ejemplo, o sea emprender un remozamiento de la imagen de Paloquemao; se me ocurre que yo podría, sin costo alguno, obviamente (baja a conveniencia el volumen de la voz) ser la modelo de la campaña de publicidad. + Anota la actriz-diva-reina-presentadora y el contenido de su escote da un respingo, un saltico, pequeño. Si algo le había enseñado la experiencia es que esas son las cositas que generan confianza en lo que una mujer dice.

Ella, aunque inconsciente aún de la dimensión de su problema, deploraba, en un momento de debilidad, haber creído en su exnovio. Había mantenido su negativa a hacer parte de un negocio que en realidad no entendía y lo frenteó muchas veces al respecto. Había rechazado todos los argumentos: sus conexiones, el apoyo de su papi, la valorización de las fincas, todos, salvo el que echó por la borda su paciencia y que con la voz de un connotado playboy samario debió sonar, más o menos, así: “Además, no se te olvide, tú eres mi Reina, lo que tú hagas por mí, tú sabes, tú más que nadie sabe, que yo lo haría por ti con los ojos cerrados.” Inclusive, parece que le sumó a la estrategia un anillo de compromiso; cosa que no es extraña de un oportunista de cuello blanco. No en vano, pertenece a una de esas familias que de manera intermitente entran y salen de las revistas sociales, de los clubes y de la cárcel. En cambio, la responsabilidad de ella es tan moral como su credibilidad de empresaria-mujer-exitosa-independiente. Una figura pública de la que lo mínimo que se espera es que sepa decir ¡no! bajo cualquier circunstancia, presión indebida o trastorno mental: como el amor.

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