Las gemelas Torres

Las gemelas Eliana y Patricia Torres fueron asesinadas de una manera atroz, de eso hace diez años y nos volvemos a poner de luto para los actos de rememoración. Eran lo mejorcito de la familia más influyente del país. Altas, imponentes y ejecutivas, la clase más próspera de la sociedad entraba y salía de sus oficinas; sus fiestas se constituían en un centro de poder y de negocios que le daba prestigio automático a quien fuera invitado. Eran, de lejos, las mujeres más notorias en el panorama económico de la ciudad.

Una mañana de septiembre fueron tomadas por asalto. Unos hombres con el uniforme de TV Cable entraron a los dos lujosos penthouse que habitaban en un edificio de la misma calle que la Bolsa de Valores, al norte de Bogotá; las amarraron, las violaron con palos de escoba, las sacaron desnudas a una terraza amplia y, a la vista de los medios de comunicación que ya habían sido alertados y que no demoraron en instalarse en los techos aledaños más altos, le improvisaron un juicio a la oligarquía y leyeron una sentencia de catorce páginas que nunca se recuperó y de la que no se entendieron sino unas pocas consignas. Acto seguido, les regaron gasolina encima y sin tiros de gracia, o paliativo alguno, las inmolaron y una vez cesó la horrenda gritería botaron sus cuerpos calcinados, a la calle, desde el piso 23 en que vivían desde que su padre les construyera y les regalara el edificio. Los perpetradores reivindicaron el hecho a nombre del SECA (Separatistas de la Costa Atlántica), descubrieron sus rostros -había una mujer- se tomaron de las manos y, entre rezos balbuceantes, se lanzaron al vacío.

La comunidad local enmudeció, se recibieron condolencias de los demás países y, toda la prensa y los noticieros del planeta, condenaron el abominable crimen. Sumidos en una depresión colectiva, en un estupor paralizante, durante un par de años las alusiones al respecto fueron escasas pero, hoy, a una década del suceso se conocen, en gran medida, las reacciones de los principales protagonistas y grupos afectados por el acto terrorista que partió en dos la historia de Colombia.

Pese a nuestra vena democrática trópico-paramuna; los costeños, sin mayores distingos de procedencia, color y/o rango social, fueron injustamente señalados y se les empezó a tratar con especial dureza, sobre todo en la capital, independientemente de que se tratara de guajiros, samarios o monterianos, por ejemplo. Sus familias fueron proscritas de los principales clubes sociales, de los conjuntos cerrados y sus hijos -éstos sin entender por qué- de los colegios más conservadores. Iguales reacciones hubo contra ellos en Medellín, Cali, Bucaramanga y otras ciudades del eje centro-oriente-occidental del país. En un aparato jurisdiccional tan lento como el nuestro, paradójicamente, los procesos contra personas, naturales y jurídicas, de la costa se agilizaron y en mayor medida que lo normal resultaron en condenas, así como en penas de mayor rigor. En muchas gasolineras buscaban excusas absurdas para no atenderlos, había ferreterías que les negaban la venta de material inflamable y redadas de policía cuyo único objetivo era el de requisar, con inusitada minucia, los carros con placas de los departamentos caribeños.

El líder del SECA, fue buscado por las milicias del Estado, la Interpol y mercenarios cazarecompensas. Su imagen fue satanizada y toda su familia identificada y perseguida por espías e informantes. Se especuló sobre su paradero y su estoica capacidad de vivir hasta en las cavernas; su alianza con varios grupos guerrilleros era ampliamente conocida por lo que se le buscó en el Magdalena Medio, en la Sierra de la Macarena y en el Caguán. Los marines no pudieron atraparlo y se tachó a Álvaro Uribe Vélez de estar poco interesado en hacerlo, por lo que se habló de posibles intereses económicos entre su familia y un par de los quinientos primos y hermanos del magnicida.

Finalmente, fue dado de baja, durante la actual administración del Presidente Santos, por un grupo élite del Ejército Nacional, que lo sorprendió a plena luz del día en la discreta mansión de un barrio residencial del centro de Caracas. Fue asesinado como consecuencia del operativo y su cuerpo fue desaparecido en el mar para evitar la exaltación de sus restos por parte de los fanáticos; tampoco se mostraron fotografías del cadáver.

El gobierno condenó el terrorismo en todas sus formas; y, para no dejar impune una afrenta tan oprobiosa, encontró unos estibadores con camisetas de camuflaje caminando por las playas de Buenaventura y los acusó de conspirar contra el Estado y ser el foco de todos los terroristas del mundo. Instigó búsquedas debajo de las camas, entre las canecas de la basura, en los pliegues de las cortinas, en los entrepisos y en las vigas de los techos; trajo organismos internacionales para que ayudaran en las pesquisas y de paso mostrarles los arsenales enteros de caucheras e insecticidas que se habían encontrado. Sin pedir permiso, ni preguntar demasiado, se sitió el puerto, se bombardeó hasta la última casa y se tomó posesión de los bienes de producción de la región con la excusa de que, pese a no ser de la Costa Atlántica, ¡los costeños son todos menudencia de un mismo plato!

No faltó ¡claro! quienes dijeran que se trató de un montaje organizado por fuerzas oscuras del Gobierno Uribe, para darle un derrotero a su administración distinto al de favorecer con la mano derecha a los Estados Unidos, y con la izquierda a los paramilitares; o para justificar chuzadas, repartición de notarías y falsos positivos. ¿Quién sabe? Igual, otra causa de insatisfacción es la de las personas que deploran la poca trascendencia que se le da a un acontecimiento delictivo que se repite, con la misma sevicia y mayor cantidad de muertos, en escenarios socio-económicos menos importantes y en rincones del mundo donde las víctimas no son símbolo de nada, ni le interesan a nadie y son lloradas por un puñado de familiares que no tienen presupuesto para hacerles un monumento, ni el apoyo de un país que los acompañe a recordarlos, ni el ánimo para ponerle un nombre al sitio de la masacre.

El mismo día, apareció una mujer torturada, y estrellada contra el piso, en las oficinas generales del DAS y su director salió a decir que dicho infortunio hacia parte del mismo crimen.

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