
El biógrafo de Gadafi es colombiano
Volvió al país hace un par de semanas, presentó su pasaporte libio, y el de su mujer, en el aeropuerto El Dorado y aunque aún conserva la vieja cédula de ciudadanía colombiana, su nombre, por maltratos del tiempo, es ilegible por lo que las autoridades lo registraron con el nombre adoptado en su ya lejana iniciación al Islam: Saif Al-Mulazim. Lo hicieron pasar por una puerta especial pero no porque despertara sospechas, o le hubiera faltado algún trámite en inmigración, sino porque ella -cubierta por un burka gris oscuro- acusa un estado de avanzada invalidez.
+ Espere le consigo un taxi en el que quepa la silla de ruedas, patrón. + Le decía el señor que les cargó las maletas hasta la acera donde los dejó sin recibir respuesta a su pregunta, ni propina. + ¡Muertos de hambre! + Exclamó en voz baja, sin notar que la pareja fue abordada por un par de agentes que se identificaron como miembros de la Interpol. Su misión: sacarle información al hombre que, según datos altamente confidenciales, es el biógrafo del Coronel Muamar el Gadafi, depuesto líder del régimen totalitario que se prolongó en Libia por más de 40 años.
+ Fui de los pocos que tenía permiso para lavarle los pies, cosa que nunca hice por nadie más y que me causó enemistades entre su cerrado círculo familiar. + Fue lo primero que dijo este hombre, de maneras formales y hablar pausado, mientras les registraban sus pertenencias con un aparato electrónico, en busca de cualquier tipo de disco duro, me supongo. Los instalaron en un cuarto del Club Militar y les contaron, por vulnerarlos, tal vez, que estaban a pocas cuadras de la embajada americana. Sus interlocutores lo interrogarían sin tregua durante 10 días pero esa noche, después de poner la silla de ruedas en dirección a La Meca, los dejaron descansar.
Pese a las presiones y a la posibilidad, siempre latente, de que lo fueran a torturar Saif narraba con notable precisión detalles de la vida de Gadafi y se distraía horas enteras en los pormenores más insignificantes de las caravanas que organizaba por el desierto; en realidad, nada que le pudiera servir a las autoridades internacionales para encontrarlo o para ir engrosando su expediente, o sea ninguna prueba nueva, de las muchas que ya existen para cuando se pueda, eventualmente, juzgarlo por delitos contra la humanidad. Al libio-colombiano no le dieron tiempo de leer la declaración completa, 484 folios a doble espacio, que dejó firmada el día que lo dejaron, finalmente, cumplir su sueño: irse para Riohacha; lugar donde naciera, en el seno de una familia católica, 64 años atrás. Su mujer se adaptó rápido al cambio, al fin y al cabo la Guajira, como la mayor parte del territorio libio, es desértica y el sol enciende con el mismo ánimo de derretirlo todo.
Se instalaron en una casa de bahareque que había en uno de los recodos de la playa, la tomaron sin pedir permiso y contrataron a la familia de negros retintos que la habitaban para que les cocinaran, limpiaran, pescaran y fritaran lo que daba el mar que tenían enfrente; el hijo bastante inquieto, de 11 años, jugaba con la señora, zarandeaba su silla de ruedas hasta que un día pasó lo inevitable: su burka se enredó en los dedos de mico del niño y dejó al descubierto su cara con bigote, perfectamente afeitada, en los pómulos y la barbilla, y unas gafas finísimas de sol. Para su tranquilidad y para no echar a perder el esfuerzo de haberse escondido en un país pro gringo donde no lo buscarían, el Coronel le cortó la lengua al mucharejo, sin pensarlo dos veces, y se la echó a los perros. Sus padres no creyeron del todo la culpabilidad de los animales pero fueron recompensados con creces por sus servicios, por lo que nunca elevaron mayor queja; al contrario, estaban agradecidos con el cambio repentino de suerte. Les pareció curioso que una señora tuviera la voz como tan ronca y se tapara toda con telas oscuras a plena luz del día pero nunca ¡ni más faltaba! pusieron en evidencia su extrañeza.
Los dos hombres podían pasar días enteros sin hablar porque, en realidad, Saif no tenía el rango, ni el derecho, de dirigir palabra alguna a quién él reconocía como su amo y determinador de su destino. Una noche, sin embargo, Gadafi le preguntó: “¿Qué le dijo a los agentes que lo interrogaron?”
+ Lo convenido. + Contestó el libio-colombiano, sin mirarlo a los ojos y esperó un gesto para proseguir con la respuesta. +
+ Que usted tenía un doble que lo reemplazaba en las audiencias y las labores aburridas de su administración, que además era experto en cortar cintas inaugurales; que usted ponía a sus generales a vigilarse entre sí, para dificultar cualquier unión conspiradora en su contra; que sus enemigos dejaron apenas unos cuantos huesos del amor de su vida, y de su hijo, porque los mandaron asesinar por una jauría de perros que les arrancaron las entrañas; que usted recibió a cuanto dictador derrocado se veía abocado al exilio, y buscaba refugio seguro, para tener con quienes jugar a las cartas durante las tardes de bochorno; que usted, mi Coronel, le vendió el mar a los Estados Unidos y que en varias oportunidades decretó que el tiempo no pasara y durara detenido hasta nueva orden; que a usted le disfrazaban las putas de colegialas para que las conquistara con dulces a la salida del colegio; que usted sirvió a la mesa la cabeza de su ministro de defensa, recién cocinada, y le mandó poner una ramita de perejil en la boca; que usted trató de canonizar a su mismísima madre, ante la Santa Sede; y, que usted, entre muchas otras cosas, había muerto y resucitado a su antojo pero que está destinado a vivir más de 107 años y menos de 232, expirar de muerte natural y bocabajo, en la misma posición en que duerme todas las noches. +
Muamar el Gadafi nacido en la misma orilla del continente vecino, piensa que la teoría del devenir, de Heráclito, aplica sólo para el agua dulce; no deja de pensar que el agua del mar es toda la misma y que, como la vida, se repite en ciclos previsibles, por lo que está seguro de que Libia volverá a ser suya algún día. Es consciente de que más que reinar, lo suyo es la paciencia, enseñanza que le dejaron las incontables travesías por el desierto.
Por su lado, la Interpol se da cuenta que la declaración de Saif no es más que un sartal de tramas literarias extrapoladas del Otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez y ordena su detención por falso testimonio. El problema es que mañana será demasiado tarde para aprenderlo, se pasó a Venezuela donde sigue lavándole los pies con la reverencia de siempre, al hombre más buscado por los rebeldes libios, los mercenarios contratados por el CNT (Consejo Nacional de Transición), la OTAN, los franceses, los ingleses y cuanto cazador de recompensas existe.
Las gemelas Torres
Las gemelas Eliana y Patricia Torres fueron asesinadas de una manera atroz, de eso hace diez años y nos volvemos a poner de luto para los actos de rememoración. Eran lo mejorcito de la familia más influyente del país. Altas, imponentes y ejecutivas, la clase más próspera de la sociedad entraba y salía de sus oficinas; sus fiestas se constituían en un centro de poder y de negocios que le daba prestigio automático a quien fuera invitado. Eran, de lejos, las mujeres más notorias en el panorama económico de la ciudad.
Una mañana de septiembre fueron tomadas por asalto. Unos hombres con el uniforme de TV Cable entraron a los dos lujosos penthouse que habitaban en un edificio de la misma calle que la Bolsa de Valores, al norte de Bogotá; las amarraron, las violaron con palos de escoba, las sacaron desnudas a una terraza amplia y, a la vista de los medios de comunicación que ya habían sido alertados y que no demoraron en instalarse en los techos aledaños más altos, le improvisaron un juicio a la oligarquía y leyeron una sentencia de catorce páginas que nunca se recuperó y de la que no se entendieron sino unas pocas consignas. Acto seguido, les regaron gasolina encima y sin tiros de gracia, o paliativo alguno, las inmolaron y una vez cesó la horrenda gritería botaron sus cuerpos calcinados, a la calle, desde el piso 23 en que vivían desde que su padre les construyera y les regalara el edificio. Los perpetradores reivindicaron el hecho a nombre del SECA (Separatistas de la Costa Atlántica), descubrieron sus rostros -había una mujer- se tomaron de las manos y, entre rezos balbuceantes, se lanzaron al vacío.
La comunidad local enmudeció, se recibieron condolencias de los demás países y, toda la prensa y los noticieros del planeta, condenaron el abominable crimen. Sumidos en una depresión colectiva, en un estupor paralizante, durante un par de años las alusiones al respecto fueron escasas pero, hoy, a una década del suceso se conocen, en gran medida, las reacciones de los principales protagonistas y grupos afectados por el acto terrorista que partió en dos la historia de Colombia.
Pese a nuestra vena democrática trópico-paramuna; los costeños, sin mayores distingos de procedencia, color y/o rango social, fueron injustamente señalados y se les empezó a tratar con especial dureza, sobre todo en la capital, independientemente de que se tratara de guajiros, samarios o monterianos, por ejemplo. Sus familias fueron proscritas de los principales clubes sociales, de los conjuntos cerrados y sus hijos -éstos sin entender por qué- de los colegios más conservadores. Iguales reacciones hubo contra ellos en Medellín, Cali, Bucaramanga y otras ciudades del eje centro-oriente-occidental del país. En un aparato jurisdiccional tan lento como el nuestro, paradójicamente, los procesos contra personas, naturales y jurídicas, de la costa se agilizaron y en mayor medida que lo normal resultaron en condenas, así como en penas de mayor rigor. En muchas gasolineras buscaban excusas absurdas para no atenderlos, había ferreterías que les negaban la venta de material inflamable y redadas de policía cuyo único objetivo era el de requisar, con inusitada minucia, los carros con placas de los departamentos caribeños.
El líder del SECA, fue buscado por las milicias del Estado, la Interpol y mercenarios cazarecompensas. Su imagen fue satanizada y toda su familia identificada y perseguida por espías e informantes. Se especuló sobre su paradero y su estoica capacidad de vivir hasta en las cavernas; su alianza con varios grupos guerrilleros era ampliamente conocida por lo que se le buscó en el Magdalena Medio, en la Sierra de la Macarena y en el Caguán. Los marines no pudieron atraparlo y se tachó a Álvaro Uribe Vélez de estar poco interesado en hacerlo, por lo que se habló de posibles intereses económicos entre su familia y un par de los quinientos primos y hermanos del magnicida.
Finalmente, fue dado de baja, durante la actual administración del Presidente Santos, por un grupo élite del Ejército Nacional, que lo sorprendió a plena luz del día en la discreta mansión de un barrio residencial del centro de Caracas. Fue asesinado como consecuencia del operativo y su cuerpo fue desaparecido en el mar para evitar la exaltación de sus restos por parte de los fanáticos; tampoco se mostraron fotografías del cadáver.
El gobierno condenó el terrorismo en todas sus formas; y, para no dejar impune una afrenta tan oprobiosa, encontró unos estibadores con camisetas de camuflaje caminando por las playas de Buenaventura y los acusó de conspirar contra el Estado y ser el foco de todos los terroristas del mundo. Instigó búsquedas debajo de las camas, entre las canecas de la basura, en los pliegues de las cortinas, en los entrepisos y en las vigas de los techos; trajo organismos internacionales para que ayudaran en las pesquisas y de paso mostrarles los arsenales enteros de caucheras e insecticidas que se habían encontrado. Sin pedir permiso, ni preguntar demasiado, se sitió el puerto, se bombardeó hasta la última casa y se tomó posesión de los bienes de producción de la región con la excusa de que, pese a no ser de la Costa Atlántica, ¡los costeños son todos menudencia de un mismo plato!
No faltó ¡claro! quienes dijeran que se trató de un montaje organizado por fuerzas oscuras del Gobierno Uribe, para darle un derrotero a su administración distinto al de favorecer con la mano derecha a los Estados Unidos, y con la izquierda a los paramilitares; o para justificar chuzadas, repartición de notarías y falsos positivos. ¿Quién sabe? Igual, otra causa de insatisfacción es la de las personas que deploran la poca trascendencia que se le da a un acontecimiento delictivo que se repite, con la misma sevicia y mayor cantidad de muertos, en escenarios socio-económicos menos importantes y en rincones del mundo donde las víctimas no son símbolo de nada, ni le interesan a nadie y son lloradas por un puñado de familiares que no tienen presupuesto para hacerles un monumento, ni el apoyo de un país que los acompañe a recordarlos, ni el ánimo para ponerle un nombre al sitio de la masacre.
El mismo día, apareció una mujer torturada, y estrellada contra el piso, en las oficinas generales del DAS y su director salió a decir que dicho infortunio hacia parte del mismo crimen.
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