Cultura, Social, Sexualidad Fabio Lozano Uribe Cultura, Social, Sexualidad Fabio Lozano Uribe

Los caballeros las preferimos inteligentes

A los hombres no nos gustan las mujeres brutas. No las preferimos, no queremos que nos las presenten y tampoco las buscamos. Nos gustan las mujeres independientes, que trabajan, que tienen actividades distintas a las nuestras, que van al gimnasio, que socialmente se desenvuelven con fluidez, que saben divertirse, que tienen sentido del humor y que saben lo que les gusta en la cama. Que escojan bien los tomates en el supermercado, sepan voltear a tiempo una omelette o aspiren el tapete de vez en cuando no es indispensable, si lo fuera los brutos seríamos otros.

Una mujer cuya lujuria coincide con la nuestra durante una noche de karaoke, cerveza y Detodito, que se autoinvita a nuestro apartamento y con la excusa de que le entró una calentura impostergable termina, con una tanguita de fibra de caramelo y una hilera de 3 condones, haciendo contorsiones en el futón comprado en Bima, es cualquier cosa menos bruta. Si además nos ventila el cuello con griticos intermitentes y nos dice que invitemos a una amiga e independientemente de que la llamemos al otro día, o no, ella nos describe lo que pasaría si Kelly Johana -su amiga- apareciera con su melena plateada y sus muslos de oblea; no sólo no es bruta sino que cuesta trabajo creer que fuimos nosotros los que nos aprovechamos de ella. Los hombres ya no somos tan pacatos para creer que una mujer que tira por gusto es puta, pero todavía nos queda la sensación de que les urge atraparnos. Tan embebidos estamos en nosotros mismos que si no inventan cualquier excusa para quedarse el fin de semana o no nos sacan el número de la oficina y del celular y, además, se visten como un tiro, se van para su casa con un simple “chao” y no vuelven a aparecer nunca, pensamos que esas sí son definitivamente unas: ¡brutas! ¡Qué brutos!

¿Cómo quedamos, entonces, los hombres si esa es precisamente nuestra forma de relacionarnos con las mujeres? ¡Esas mañas las aprendieron de nosotros! “Llegamos, conquistamos, clavamos la espada en la madre tierra, dejamos nuestra semilla donde caiga y salimos corriendo” ese es nuestro lema y se le enseña -en ceremonia privada- a cada niño que eyacula por primera vez; es el premio que recibimos por la prueba de nuestra hombría: la consigna que nos guía a través del mapa del tesoro femenino. Lo que pasa, y digámoslo de una vez, es que la mujer más bruta de todas, la más descerebrada y fronteriza, la que en la repartición de neuronas le tocó rila de mondongo ¡esa! que debió ser tercera princesa de la belleza colombiana y que para completar es incapaz de sostenerle una conversación a Raimundo Angulo, es más inteligente que todos los hombres juntos.

Por supuesto, que hay mujeres abusadas, golpeadas, sojuzgadas en su amor propio, utilizadas como un mero receptor de arrecheras y espermatozoides; mujeres obligadas al servilismo, dependientes del hombre de la casa, desprovistas de cualquier gesto cercano al amor o, en el peor de los casos, a la caridad. Mujeres objeto, pero no en el sentido glamoroso de las que se muestran para vender pañoletas y perfumes, sino verdaderamente mujeres tratadas como trapero, como balde, como pera de boxeo, como cañería, como lubricante, como desecho… lo que tampoco las hace brutas a ellas, pero sí a nosotros, los hombres, por haber desperdiciado 20.000 años de historia buscando una supremacía de género cuya actitud arrolladora es la que está acabando con la familia, la sociedad, la humanidad y el planeta.

El voto a la mujer, la liberación femenina, la ley de cuotas, entre otras concesiones, no han sido sino permisos otorgados por los hombres, como contentillo, a las mujeres para mantenerlas a raya, para domar la jauría, para retrasar la inminencia de que la balanza está cambiando hacia el útero, hacia el cántaro, hacia lo que contiene; y rechazando lo que escupe, lo que vacía, lo que tiende a la resta y a la división y no a la suma y a la multiplicación. Parafraseando a Florence Thomas: las mujeres sobresalientes de la historia, hasta ahora, salvo muy pocas excepciones, lo han sido porque han asumido roles masculinos. Con todo y tetas es como si llevaran una palanca de cambios entre las piernas, como los travestis, de ahí que Hillary Clinton y Noemí Sanín, por ejemplo, hablan con esa voz de mando y esa pretensión de poderlo todo, propias de la testosterona.

De un tiempo para acá, lo que llamamos evolución, o re-evolución, es que las mujeres se están haciendo cargo del destino del hombre y del cosmos que, hasta ahora, era un oficio que nos pertenecía. ¡Ojalá estén a tiempo! Y, no se trata de que nos estén mandando a cuidar los niños y a hacer el almuerzo, sino que por fin están haciendo caso omiso de nuestra suerte. Se cansaron de gravitar en función nuestra, ahora se defienden solas. Si el hombre provee bien y si no también. El amor ya no las obnubila como antes y a la mierda con la represión sexual: tiran por gusto y con desenfado, si se acomodan con la posición del columpio, la piden; si las excita el lubricante de pimienta y sábila, lo llevan entre la cartera; si el macho no responde a las expectativas, no importa, ellas tienen un sucedáneo que vibra con solo encenderlo; y siempre, de manera amable y linda porque esa es su naturaleza, sabrán decirte lo que no les gusta, lo que no quieren que intentes nunca más, lo que les huele feo, lo que les fastidia, lo que quieren de desayuno y de regalo en navidad.

¿Nos quitaron la presión de mantenerlas, de hacerlas felices en la cama, de estar pendientes de ellas, de cuidarlas, de acompañarlas en la salud y la enfermedad, de amarlas hasta la muerte… y nos quejamos?

¡Claro que nos quejamos! Nos están quitando los puestos ejecutivos. Nos están escogiendo como sementales, para vestirnos como al Kent de la Barbie y mostrarnos entre sus amigas. Nos usan de choferes, de confidentes, de amos de casa, de acompañantes, de guardaespaldas, de padres de sus hijos y hasta de muñeco inflable. Nos están volviendo un accesorio, una bisutería; ya nos tienen yendo al cirujano plástico y al gimnasio, nos están cambiando el fútbol por el patinaje sobre hielo y la cerveza por el aguardiente light. Ahora son ellas las que sugieren una relación entre tres, con una escort a domicilio o con la vecina, son ellas las que lo arrastran a uno a tener una experiencia swinger y son ellas las que dicen, siempre de manera casual: “me excitaría verte hacer el amor con otro hombre.”

¿A qué extremo hemos llegado? Nos tienen echándole popurrí al cajón de los calzoncillos, poniéndole esencia de “primavera mediterránea” al carro, depilándonos las cejas, dándole brillo a nuestras uñas y afeitándonos lo que nunca se nos había ocurrido afeitarnos; inclusive algunos se dejan un arbustico, en forma de bigote hitleriano, justo donde quedaba la espesura. Se metieron con el origen de nuestra fuerza, de nuestra virilidad ¿adónde vamos a parar, ahora? dentro de poco vamos a estar echándonos base y rubor en los testículos. Nos llaman “metrosexuales” para que el golpe no nos duela tanto, porque la verdad es que de jinetes de rodeo pasamos a ser floricultores.

Es hora, entonces, de no decirnos más mentiras. Hemos malgastado nuestra oportunidad histórica. Tanto Taj Mahal, tanto transbordador espacial, tanta expedición al Everest, tanta guerra inútil, tanto record Guinness, tanta ojiva nuclear, tanto Hugh Heffner, tanto Donald Trump, tanta fiesta brava, tanto apóstol, tanto proxeneta, tanto héroe, tanta medalla al mérito, tanta charretera, tanto cuello almidonado, tanto galán y tanta caja de herramientas… ¿Para qué? ¡Si ellas en ningún momento se han comido el cuento! Por eso, entre muchas otras cosas, si los caballeros las preferimos inteligentes es porque, en realidad, no tenemos otra opción.

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La Reina de Paloquemao

+ Relate la demandada ¿qué la indujo a dedicarse a la agricultura? +

La mujer, de muslos largos y perfumados, que se había mantenido de pie como en una sesión solemne, antes de contestar, decide sentarse y al cruzar las piernas interrumpe cualquier asomo de movimiento en el juzgado. Una gota de tinto se detiene antes de caer en una camisa blanca y lo único que ocupa los pensamientos del juez es ¿a qué horas será que me puedo tomar una foto con esta hembrita? La sustanciadora, en cambio, conoce el fenómeno –ella misma es de las que no escapa al manoseo de las miradas masculinas– por eso pone su cara de pitbull engallado y repite la pregunta del juez, con una voz que alerta la jauría:

+ ¿De cuándo a acá resultó, la demandante, agricultora? Se ruega responder con urgencia. +

No se nos olvide que la mujer es actriz, por lo que presuponemos que tiene un parlamento aprendido para tratar de zafarse del delito que se le imputa: tráfico de influencias con el objeto de manipular el otorgamiento de prebendas agrícolas destinadas a campesinos de bajos ingresos; o sea a familias de economías tan apretadas como el brassier que usa para destacar sus ojos color almendra. A su lado el abogado defensor, con Blackberry color dorado, toma la palabra y responde:

+ La señorita, aquí presente y quien no tiene antecedentes penales, no niega que poco sabe de las labores del campo pero asegura que para ella es un orgullo el hecho de haber sembrado y cultivado, durante su reinado, semillas de paz en un país como el nuestro, vapuleado por la guerra. +

Acto seguido, hace un guiño a su defendida Exreina Nacional de la Melcocha y la Papa Sabanera, y le da un par de palmaditas como para tocarla un poquito, como para saciar la ansiedad de género que, por más protocolos y etiquetas, se encuentra aún en su estado más salvaje. Ella, que también ha sido modelo del calendario Texaco y presentadora de un noticiero regional, dentro de su lógica de hembra coronada que, en términos de Raimundo Angulo, equivale a ser parte de la diplomacia internacional, se pregunta para sus adentros:

+ ¿Cuál será el problema? Tengo Pilates en media hora. + La sustanciadora, que también tiene agendada una limpieza del aura, pregunta para agilizar:

+ Diga la demandada ¿qué motivó que se dejara convencer de su exnovio para firmar los documentos que la incriminan? +

Consciente de que ese era el momento esperado, el momento de la verdad: en cámara lenta se echa el cabello para atrás, copia dos o tres movimientos de Sharon Stone –de la escena cumbre de la película Bajos Instintos– y, con pura dicción de telenovela mexicana, dice:

+ El amor. +

Debió imaginar que, en ese instante, el juez sacaría el código pertinente y leería un inciso que dictaminara, palabras más palabras menos, lo siguiente: “No pueden hacer parte de proceso penal alguno las mujeres que, en pleno uso de sus atributos físicos, se encuentren en un estado de enamoramiento tal, que, obnubiladas por tan noble y reparador sentimiento, cometan el mismo delito, contravención o infracción que el del sujeto amado.” O, en su defecto, el texto propuesto por un parlamentario urabeño, hoy encarcelado, que en ponencia presentada el 23 de abril, de 2003, leía ante sus colegas: “Reinas, virreinas y finalistas de reinados de la belleza, del café, del mar, del cardamomo, de las bebidas energizantes o de la marimonda, para citar sólo algunos, serán eximidas de responsabilidad penal en consideración a su investidura. […]”

El juez, antes de dar por terminada la indagatoria, se levanta, carraspea y pregunta con movimiento elíptico del antebrazo:

+ ¿La interrogada tiene algo más que agregar? + A lo que ella responde saliéndose valerosamente del guión preconcebido:

+ Pues, si ustedes quisieran promover los juzgados como un sitio agradable y familiar, poner tolditos y hacer un parquesito, por ejemplo, o sea emprender un remozamiento de la imagen de Paloquemao; se me ocurre que yo podría, sin costo alguno, obviamente (baja a conveniencia el volumen de la voz) ser la modelo de la campaña de publicidad. + Anota la actriz-diva-reina-presentadora y el contenido de su escote da un respingo, un saltico, pequeño. Si algo le había enseñado la experiencia es que esas son las cositas que generan confianza en lo que una mujer dice.

Ella, aunque inconsciente aún de la dimensión de su problema, deploraba, en un momento de debilidad, haber creído en su exnovio. Había mantenido su negativa a hacer parte de un negocio que en realidad no entendía y lo frenteó muchas veces al respecto. Había rechazado todos los argumentos: sus conexiones, el apoyo de su papi, la valorización de las fincas, todos, salvo el que echó por la borda su paciencia y que con la voz de un connotado playboy samario debió sonar, más o menos, así: “Además, no se te olvide, tú eres mi Reina, lo que tú hagas por mí, tú sabes, tú más que nadie sabe, que yo lo haría por ti con los ojos cerrados.” Inclusive, parece que le sumó a la estrategia un anillo de compromiso; cosa que no es extraña de un oportunista de cuello blanco. No en vano, pertenece a una de esas familias que de manera intermitente entran y salen de las revistas sociales, de los clubes y de la cárcel. En cambio, la responsabilidad de ella es tan moral como su credibilidad de empresaria-mujer-exitosa-independiente. Una figura pública de la que lo mínimo que se espera es que sepa decir ¡no! bajo cualquier circunstancia, presión indebida o trastorno mental: como el amor.

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