
Me comprometo a matar a Nicolás Castro
Supongamos que las cosas hubieran sido distintas. Jerónimo se levanta un día cualquiera del año 2008, se despereza, se acuerda que su papi es el Presidente de la República y con eso tiene para mantenerse contento y sonriente todo el día. Llama por celular a su cuñada -que es lo mejorcito de la familia- y ella mientras se desviste para meterse a la ducha le cuenta, alarmada, que escuchó, en el evento de anoche, que el vecino de una amiga, tiene un amigo que conoce a un muchacho que habla mal de él.
+ Se llama Nicolás Castro, estudia bellas artes en La Tadeo y anda diciendo que eres un príncipe convertido en sapo, como Rin Rin Renacuajo muy tieso y muy majo + dice, alterada, y cuelga de afán, sin despedirse, porque necesita recogerse el pelo con ambas manos.
+ ¡Rin Rin Renacuajo! ¿Con quién cree, ese tal por cual, que se está metiendo? + Dice Jerónimo, para sus adentros. Se le hinchan los ojos de la furia y decide continuar el videojuego que dejó la tarde anterior, le falta matar una colonia de hormigas camufladas para subir al siguiente nivel, por lo que retoma el control de su consola X-Box 360, de 250 Gb, con inusitado ímpetu.
Jerónimo, que contrario a lo que uno cree es un tipo reflexivo, dedica el día a pensar en el asunto. Se lo toma con calma, pone la mano en la barbilla y mira por la ventana hacia el horizonte mientras su secretaria lo contacta con los miembros de su gabinete personal: Simón el Bobito, el Gato con Botas, Doña Pánfaga y otros que, en su momento, lo ayudaron asertivamente con las tareas de la universidad. El asunto amerita un cónclave extraordinario, se reúnen en Andrés D.C., deliberan mientras les llevan trago y picadas a la mesa, sopesan la gravedad de la situación y deciden contraatacar por Internet.
Jerónimo se levanta al día siguiente, se despereza, se acuerda que su papi es el Presidente de la República, de un salto prende el computador y crea un perfil en alguna de las páginas sociales con el título de “Me comprometo a matar a Nicolás Castro”, escribe -aunque no acostumbra hacerlo- un par de párrafos y para no ser tan evidente, tan boleta, firma el comunicado como El Indio Uribe. Lo que le da un aire intelectual porque debe tratarse de don Juan de Dios Uribe famoso liberal del siglo XIX, uno de los fundadores del Correo Liberal y magnífico prosista y poeta; o de pronto es una referencia a Geronimo, valiente e insobornable jefe indio que enfrentó, con escasos 30 hombres, al ejército de los Estados Unidos; o puede ser un sentido homenaje al Apache Kid personaje de los comics que también pasan por televisión. ¿Quién sabe cuál de estas posibilidades será? El caso es que sus amigos le siguen la corriente y entran a la página con chanzas cada vez más inverosímiles, postean mensajes a nombre de las Farc, de los paracos, del grupo Achepé (Asociación de Hijos de Papi), de Al Qaeda, de los talibanes; se llaman a sus blackberries, a sus Iphones, se chatean, se twittean y dicen cosas horribles de Nicolás Castro sin que nunca hubieran sido presentados. O sea, hacen lo propio de los jóvenes inmaduros: pasan, impunemente, horas de inacabable diversión a costa, en este caso, de un muchacho cualquiera.
Sí: cualquiera. El recipiente de dichos agravios hubiera podido ser cualquiera, porque en realidad Jerónimo estaba buscando una excusa para canalizar su rabia interna. De pronto, vive frustrado porque nadie le reconoce sus verdaderos logros; o le molesta la comparación constante con su hermano que es, indudablemente, más buenmozo que él; o se siente asfixiado por la insalvable vigilancia que sobre sus acciones ejercen los medios de comunicación y los sistemas de seguridad del Estado; o se cansó del asedio e impertinencia permanentes de cuanto arribista existe en el país. ¿Quién sabe? Abrir esa página fue sólo una forma irreflexiva de escupirle al universo y culpar a otros de su suerte. Ese tipo de cosas, repito, es lo que hacen los muchachos inmaduros de todas las alcurnias cuando utilizan de forma irresponsable su libertad.
A los pocos días Nicolás Castro se levanta y sin tiempo para desperezarse, ve que en su celular aparecen varios mensajes perdidos y uno de ellos dice “Jejejejeje no vuelvas a salir de tu casa jejejejejeje el hijo del Presidente te quiere asesinar jejejejejeje.” En la buseta, camino a la universidad, se acuerda de las bobadas que dijo, pero piensa que debe ser una confusión: uribes hay cantidades y nicolases castro muchos más. A lo largo del día recibe otros mensajes en el mismo sentido por lo que intrigado entra a Internet y, de repente, se da cuenta que efectivamente es cierto: su vida está en juego. Los comentarios posteados son contundentes y un par de fotos revelan que se trata de Jerónimo Uribe con cara de malas pulgas y todo porque, alguien como él que nada que ver, osó decirle Rin Rin Renacuajo, al parecer, en presencia de muchos otros sapos.
Aunque se siente ofendido por la injusticia con que lo tratan los “amigos” de dicha página, le basta caminar hasta la séptima, donde toma el bus de vuelta a su casa, para desestimar el asunto. Piensa, de narices contra el tubo de la buseta, que además perro que ladra no muerde, que del dicho al hecho hay mucho trecho, y que por más influencia que tenga Jerónimo Uribe es imposible que pueda ejecutar una amenaza de esa naturaleza que, con seguridad y aunque se le fue la mano, fue hecha por molestar, por dárselas de verraco y chicanearle a los amigos.
Llegó a su casa, no se habló de otra cosa. Hubo indignación general y como nunca falta un tío que se destaca por decir lo que todos piensan, éste exclamó: “Y ¿por qué no demandamos a ese chino #$%&%$#?” ¡No es para tanto exclamó Nicolás! Hablaron también de los rumores que corren acerca de Jerónimo Uribe, en el internet y en las revistas, y concluyeron que deben ser iguales a los que se ven sometidos los hijos, e hijas, de los presidentes y la gente famosa alrededor del mundo. ¡Pobres muchachos! Exclamó la abuela.
Los lectores de este texto pensarán que invertir y cambiar los hechos, es especulativo y que en este caso no es válido porque Jerónimo Uribe no es cualquiera persona. Lo que no deja de ser cierto, salvo que fue su propio abogado, en el 2006, quien invalidó tal argumento al decir, sin ruborizarse, que el plagio por el que se sancionó a su cliente en la Universidad de los Andes, fue “¡un asunto de muchachos!” y que no tenía por qué volverse de “interés general”. ¿Quién entiende? La realidad -y en eso debemos ser justos- es que Jerónimo Uribe goza de un estatus Extra Súper VIP y que por muy tieso y muy majo que sea, el peligro de convertirse en objetivo militar del terrorismo, la guerrilla, la paraguerrilla, el narcotráfico y los estudiantes de arte, no deja de ser real.
Candidatos Revertrex
Se avecinan las elecciones para la Alcaldía de Bogotá y los candidatos trotan, caminan barrios enteros, escalan hasta el tugurio más alto, montan bicicleta, nadan en el río Bogotá y se ven estupendos en la prensa y la televisión; no les pasan los años. Blanco es gallina lo pone: están usando Revertrex.
Revertrex es un compuesto que rejuvenece a las personas; y, repito: las rejuvenece, no las vuelve más inteligentes, ni más talentosas, ni mejores administradores públicos; les quita las arrugas y eso basta para plancharles el ego y que se sientan de quince. Dice en la etiqueta que tiene uñas de gato, ojos de murciélago, lagañas de mico, fresas con crema y fluidos vaginales de diva. Su modo de empleo es muy sencillo: tomar una tableta por cada diez años que se quiera quitar el paciente, decir el sortilegio secreto (que le llega diariamente a su correo electrónico) y cruzar los dedos.
Estas instrucciones ya hacen parte de la rutina de los siguientes candidatos que buscan el remozamiento de su imagen pública por razones que en este escrito se plantean y analizan con rigurosa profundidad:
Enrique Peñalosa: Lo toma hace tres meses y ya le creció el medio dedo que le faltaba. No quiere que se le note, en el ceño ni en la frente, la frustración de haber perdido sus electores y que le haya tocado tragarse sus aspiraciones a la Presidencia de la República. Necesita también flexibilizar las piernas y alertar los reflejos para no caerse en los andenes que mandó subir pero que nunca mandó nivelar, ni rellenar. El Revertrex se lo regalaron sus amigos: los dueños de los parqueaderos; el pastillero, con los días de la semana, se lo regalaron los proveedores de bolardos. No debería tomarse más de tres tabletas al día porque, a veces, se parece a esos excampeones de boxeo a los que se les pasó su cuarto de hora pero deciden, en un asomo de vitalidad, volver a pelear por el título de su categoría. Para el efecto, contratan un nuevo manager -en este caso el Presidente Uribe- para que les pase un baldecito donde escupir y les arregle las peleas.
Antanas Mockus: No se toma sino media tableta cada dos días, porque sólo quiere verse como antes de perder las elecciones a la Presidencia, contra Juan Manuel Santos, el único candidato que, como él, habla en lituano; y olvidar, de paso, que durante un par de semanas, en el pico más alto de las encuestas, alcanzó a ilusionarse con llevar a Palacio a Tola y Maruja. Él sabe que para ganar por tercera vez la Alcaldía de Bogotá basta ser mejor candidato que Samuel Moreno, cosa que no tiene mucha gracia; lo que le preocupa es si podrá ser mejor candidato de lo que él mismo ha sido y, eso, ya es más difícil. El Revertrex es también para evitar la flacidez de las nalgas, pues no sabe en qué momento le toque volver a mostrarlas, son su par de ases bajo la manga del pantalón.
Carlos Fernando Galán: Compra el Revertrex en secreto y usa las tabletas de supositorio para que tengan el efecto contrario. Necesita ponerse años, con todo y eso es difícil que dejen de verlo como el treinta y tres por ciento de la herencia de Galán; o sea tiene la tercera parte de su carisma, o menos, la tercera parte de su denodado entusiasmo y la tercera parte de su pasión; tiene también genes de César Gaviria reflejados en su cara de niño, de Juan Lozano en su barba desordenada y de Germán Vargas en su filiación política, es como una especie de Frankenstein político: el resultado de una fórmula de laboratorio que, para completar, comparte con sus hermanos. No tiene nada propio, hereda los pantalones de Juan Manuel y las camisas de Claudio, su imagen necesita un verdadero cambio radical.
Gustavo Petro: Es el candidato que más compra la milagrosa droga, inclusive ha desviado fondos de la campaña para adquirirla en cantidades industriales y dársela a Bogotá. Su afán es el de deshacerse, de una vez por todas, de las viejas mañas que fortalecidas por Samuel Moreno han borrado con el codo lo que Mockus y Peñalosa hicieron a pulso. Petro es el hombre para remozar la ciudad por dentro y por fuera, tiene el talante para encarar a las mafias y la firmeza de carácter para hacer respetar los derechos de la ciudadanía. Petro desafía la necedad, la corrupción, el abuso de los mandos medios, las mordidas, los carruseles, los transportadores privados; en resumidas cuentas es un hombre con más de un metro de frente.
David Luna: Toma Revertrex por disciplina de Partido. Los liberales están en un periodo serio de reencauche. Apoyar a Luna es jugársela por las nuevas generaciones, distraer la atención de la corrupción, de la infiltración del paramilitarismo, del clientelismo y de los turbantes de Piedad Córdoba. Es también apoyar el medio ambiente, uno de los temas principales del joven candidato, porque Bogotá debe ser más sana y con un aire más limpio. Debe empezar a descontaminarse, como el Partido y renovar el abono de la nueva simiente liberal.
Aurelio Suárez: Le dio Revertrex a sus publicistas, pero se le fue la mano. Por eso, no tienen ni idea de ¿Quién es Aurelio? Y así lo expresan en su campaña: ¿Será Peñalosa? ¿Será la Chica Superpoderosa? ¿Será Petro? ¿Será Transmilenio? ¿Será Monserrate? ¿Será la salud? ¿Será la construcción? ¿Será Mockus? ¿Será Jorge Eliécer Gaitán? Y, la verdad, Aurelio es: ¡Todos los anteriores! Es el más preparado, el más estudioso, el menos politizado y el más honesto. Es una lástima que sea del Polo. Esperamos que los electores puedan evaluar al Candidato, haciendo caso omiso del presunto y muy seguro prevaricador Samuel Moreno; y que voten por alguien que puede seguir la contundente labor de Clara López, quién, en un par de meses, le ha devuelto a Bogotá por lo menos su autoestima.
La verdad es que, salvo Gina Parodi que si tiene los diecisiete años que aparenta, todos los demás se pegaron a la moda del Revertrex, como sucedáneo temporal del Botox y las cirugías estéticas; procedimientos éstos que ya le hacen falta a Jaime Castro, Alcalde de Bogotá durante la época oscurantista del apagón y Ministro de Gobierno, de Belisario Betancur, por las épocas en que Samuel Moreno tenía un bar llamado La Rockola y le pedía a sus meseros, olímpicamente, comisión por las propinas.
Los nietos de la dictadura
Nadie hace mejores zapatos que el hijo del zapatero. En el mismo sentido, nadie dicta mejor que el hijo del dictador y ¡ni hablar! del nieto del dictador: éste debe dictar de lo lindo, con comas y tildes y todo. La hija del dictador es otra cosa, ésta, por lo general, es consentida; criada como el ganado de engorde, sin ponerle límites a su ingesta de placeres y comodidades.
Dictadores hay buenos y hay malos, eso decía Carlos Medellín en las clases de cívica que daba en su colegio, el Claustro Moderno. El éxito de un gobierno no está necesariamente en el régimen, en la estructura del Estado o en su capacidad administrativa, está en sus líderes; en su honestidad, su insaciable búsqueda del bien común y, en el caso de las democracias, su empeño por garantizar el equilibrio entre los poderes públicos.
Al General Gustavo Rojas Pinilla, único dictador que tuvo Colombia en el Siglo XX -por lo menos, el único declarado como tal- le debemos agradecer tres cosas: que acabó con la masacre entre liberales y conservadores que venía azotando al país, después de una centuria larga de guerras civiles; que se retiró del solio de Bolívar cuando la sociedad civil se lo pidió, evitando mayores desafueros por parte de los militares; y, que después de ganar las elecciones que le esquilmaron, la noche aciaga del 19 de abril de 1970, le entregó pacíficamente la presidencia a Misael Pastrana Borrero, como acto de contrición personal y por no arruinar lo que se había logrado con el Frente Nacional. O sea que fue un buen dictador y, mucho más, si lo comparamos con Rafael Leonidas Trujillo, Juan Vicente “El Bagre” Gómez o Getulio Vargas, para sólo nombrar tres latinoamericanos desbocados y malquerientes.
Ahora bien, este artículo no es para escribir sobre él, o sobre su ilustre hija, o el par de joyas que resultaron ser sus nietos; ¡no! es para escribir sobre otro dictador, éste sí bastante regular.
Se llamaba Ramiro Estampida del Buen Pastor y era dueño de todo el garbanzo que se cultivaba en Colombia cinco o seis décadas atrás. Era ciego, por lo que dictaba cartas y memorandos todo el día; de ahí -la sociedad es sabia en eso- su apelativo de “El Dictador”. Además, como tal, era pésimo: atropellaba las frases y muchas las dejaba sin terminar; gritaba del desespero a las mil secretarias que tuvo -estenógrafas para ser más exactos-; se comía las eses y las ces, o sea que procuraba no usar expresiones como “sociedad civil” o “acción legislativa”; le ponía acento a palabras que usualmente no tienen: “charreteras” la pronunciaba con la pompa de una sobreesdrújula, “libertad” la tildaba como grave y, por ejemplo, otras palabras como privilegio, privilegiar, privilegiando, en todas sus formas, acepciones y conjugaciones, las usaba sin razón y sin medida.
Había logrado apaciguar las huestes de los vendedores de lenteja que, históricamente, se peleaban la supremacía de la plaza de mercado con los vendedores de fríjol. Ambos bandos, aunque poderosos, estaban disgregados, destrozados internamente por estrategias contradictorias de venta; entre más rivalizaron ¡vaya paradoja! más terminaron por parecerse. Y como “en río revuelto ganancia de pescadores” el Dictador logró introducir el garbanzo como única proteína vegetal entre los productos de la “Canasta Familiar” y gozar de reducciones de impuestos y, de paso, hacer uso de prebendas que de otro modo le hubieran estado vedadas. Así se hacían las fortunas en Colombia, antes, cuando la gente se servía de las influencias y buscaba hacerle zancadillas a la ley y a los vecinos. ¡Cosas inauditas del siglo pasado!
En cuestión de un par de años la familia Estampida se colocó en el curubito de la sociedad capitalina y nacional. Por ende, los garbanceros -cultivadores, distribuidores y vendedores- se volvieron de mejor familia, también, y pasaron de la plaza de mercado a la plaza pública; se convirtieron en una fuerza política de muchos brazos disidentes-conservadores-armados que se infiltraron en los aparatos ejecutivo y legislativo de los municipios, los departamentos y el país, así como en la espesura de las urbes y las profundidades de la selva. El Dictador murió y se le dieron las honras fúnebres de los hombres que dictan, con mano firme, su destino y el de los demás a su alrededor. Su hija, quien se había casado con un vendedor de fríjol negro, engendraba en ella misma la dicotomía de ser una rolliza comadrona de club y juego de cartas vespertino y/o una líder del movimiento popular garbancero; cuyos miembros dejaron de cultivar, distribuir y vender garbanzo, y se acomodaron dentro de la holgura política que provee otro tipo de clientela: la de un Establishment, como el nuestro, abierto a la democracia participativa.
Gozaban, entonces y por decirlo mejor, de su capacidad electoral; que si bien se fue acabando con el correr del tiempo, siempre alcanzó para que los hijos de ella no tuvieran mayores problemas en la vida, salvo el inconveniente pasajero de haber despilfarrado, con sus acciones políticas y administrativas, el capital económico, político y ético de su familia. Les decían -la sociedad es sabia en eso- “los nietos de la dictadura” y con la diligencia y cuidado que corresponde a cualquier delfín, se encargaron de que nada los distrajera de su aventajado destino: no en vano, habían nacido para las ideas de alto vuelo: el Estado, su infraestructura, sus obras públicas… y todas esas cosas importantes a las que se dedican las personas que anteponen el bien común al personal, y viceversa.
A todo efecto, su causa, pensaba su progenitora quien, desde jovencitos, se dio cuenta que uno era bueno y el otro era malo, como Caín; bastaba ver la mugre que salía del cuello blanco de sus camisas. Ese era el motivo de sus desvelos, por ellos recorrió el país con arengas socializantes, repartiendo estampitas de su padre y adjudicando casas a las familias pobres, para lograr con su ejemplo el cometido de que el uno ejerciera una verdadero influencia sobre el otro. ¡Y así fue! Por eso, hoy, aunque con várices como salchichas y una soledad de caserón enrejado, es una mujer que no tiene por qué quejarse de su suerte; la diferencia entre sus hijos que nadie había notado nunca, nadie la nota, ahora, tampoco, pues entre ambos mataron a Abel, pero antes mataron al burro con la ayuda de la serpiente que se quedó a vivir en el paraíso.
¡Pobres bisnietos! Si fueron criados con la misma castrante -¿o castrense?- lógica deben estar pensando que mejor tener papás ricos aunque deshonrados, antes que la ignominia -dios no lo permita- de volver a cultivar garbanzo.
Las gemelas Torres
Las gemelas Eliana y Patricia Torres fueron asesinadas de una manera atroz, de eso hace diez años y nos volvemos a poner de luto para los actos de rememoración. Eran lo mejorcito de la familia más influyente del país. Altas, imponentes y ejecutivas, la clase más próspera de la sociedad entraba y salía de sus oficinas; sus fiestas se constituían en un centro de poder y de negocios que le daba prestigio automático a quien fuera invitado. Eran, de lejos, las mujeres más notorias en el panorama económico de la ciudad.
Una mañana de septiembre fueron tomadas por asalto. Unos hombres con el uniforme de TV Cable entraron a los dos lujosos penthouse que habitaban en un edificio de la misma calle que la Bolsa de Valores, al norte de Bogotá; las amarraron, las violaron con palos de escoba, las sacaron desnudas a una terraza amplia y, a la vista de los medios de comunicación que ya habían sido alertados y que no demoraron en instalarse en los techos aledaños más altos, le improvisaron un juicio a la oligarquía y leyeron una sentencia de catorce páginas que nunca se recuperó y de la que no se entendieron sino unas pocas consignas. Acto seguido, les regaron gasolina encima y sin tiros de gracia, o paliativo alguno, las inmolaron y una vez cesó la horrenda gritería botaron sus cuerpos calcinados, a la calle, desde el piso 23 en que vivían desde que su padre les construyera y les regalara el edificio. Los perpetradores reivindicaron el hecho a nombre del SECA (Separatistas de la Costa Atlántica), descubrieron sus rostros -había una mujer- se tomaron de las manos y, entre rezos balbuceantes, se lanzaron al vacío.
La comunidad local enmudeció, se recibieron condolencias de los demás países y, toda la prensa y los noticieros del planeta, condenaron el abominable crimen. Sumidos en una depresión colectiva, en un estupor paralizante, durante un par de años las alusiones al respecto fueron escasas pero, hoy, a una década del suceso se conocen, en gran medida, las reacciones de los principales protagonistas y grupos afectados por el acto terrorista que partió en dos la historia de Colombia.
Pese a nuestra vena democrática trópico-paramuna; los costeños, sin mayores distingos de procedencia, color y/o rango social, fueron injustamente señalados y se les empezó a tratar con especial dureza, sobre todo en la capital, independientemente de que se tratara de guajiros, samarios o monterianos, por ejemplo. Sus familias fueron proscritas de los principales clubes sociales, de los conjuntos cerrados y sus hijos -éstos sin entender por qué- de los colegios más conservadores. Iguales reacciones hubo contra ellos en Medellín, Cali, Bucaramanga y otras ciudades del eje centro-oriente-occidental del país. En un aparato jurisdiccional tan lento como el nuestro, paradójicamente, los procesos contra personas, naturales y jurídicas, de la costa se agilizaron y en mayor medida que lo normal resultaron en condenas, así como en penas de mayor rigor. En muchas gasolineras buscaban excusas absurdas para no atenderlos, había ferreterías que les negaban la venta de material inflamable y redadas de policía cuyo único objetivo era el de requisar, con inusitada minucia, los carros con placas de los departamentos caribeños.
El líder del SECA, fue buscado por las milicias del Estado, la Interpol y mercenarios cazarecompensas. Su imagen fue satanizada y toda su familia identificada y perseguida por espías e informantes. Se especuló sobre su paradero y su estoica capacidad de vivir hasta en las cavernas; su alianza con varios grupos guerrilleros era ampliamente conocida por lo que se le buscó en el Magdalena Medio, en la Sierra de la Macarena y en el Caguán. Los marines no pudieron atraparlo y se tachó a Álvaro Uribe Vélez de estar poco interesado en hacerlo, por lo que se habló de posibles intereses económicos entre su familia y un par de los quinientos primos y hermanos del magnicida.
Finalmente, fue dado de baja, durante la actual administración del Presidente Santos, por un grupo élite del Ejército Nacional, que lo sorprendió a plena luz del día en la discreta mansión de un barrio residencial del centro de Caracas. Fue asesinado como consecuencia del operativo y su cuerpo fue desaparecido en el mar para evitar la exaltación de sus restos por parte de los fanáticos; tampoco se mostraron fotografías del cadáver.
El gobierno condenó el terrorismo en todas sus formas; y, para no dejar impune una afrenta tan oprobiosa, encontró unos estibadores con camisetas de camuflaje caminando por las playas de Buenaventura y los acusó de conspirar contra el Estado y ser el foco de todos los terroristas del mundo. Instigó búsquedas debajo de las camas, entre las canecas de la basura, en los pliegues de las cortinas, en los entrepisos y en las vigas de los techos; trajo organismos internacionales para que ayudaran en las pesquisas y de paso mostrarles los arsenales enteros de caucheras e insecticidas que se habían encontrado. Sin pedir permiso, ni preguntar demasiado, se sitió el puerto, se bombardeó hasta la última casa y se tomó posesión de los bienes de producción de la región con la excusa de que, pese a no ser de la Costa Atlántica, ¡los costeños son todos menudencia de un mismo plato!
No faltó ¡claro! quienes dijeran que se trató de un montaje organizado por fuerzas oscuras del Gobierno Uribe, para darle un derrotero a su administración distinto al de favorecer con la mano derecha a los Estados Unidos, y con la izquierda a los paramilitares; o para justificar chuzadas, repartición de notarías y falsos positivos. ¿Quién sabe? Igual, otra causa de insatisfacción es la de las personas que deploran la poca trascendencia que se le da a un acontecimiento delictivo que se repite, con la misma sevicia y mayor cantidad de muertos, en escenarios socio-económicos menos importantes y en rincones del mundo donde las víctimas no son símbolo de nada, ni le interesan a nadie y son lloradas por un puñado de familiares que no tienen presupuesto para hacerles un monumento, ni el apoyo de un país que los acompañe a recordarlos, ni el ánimo para ponerle un nombre al sitio de la masacre.
El mismo día, apareció una mujer torturada, y estrellada contra el piso, en las oficinas generales del DAS y su director salió a decir que dicho infortunio hacia parte del mismo crimen.
Gina’s Number One Fans
El club de fans de Gina Parody se reúne los jueves por la tarde en El Nogal. Son coleccionistas de gafas, usan corbatas Hermès y tienen como regla general no escuchar La luciérnaga, por lo que evitan cualquier contacto radial vespertino. En el selecto grupo sólo hay una mujer, su vocera: Sandra Teresa Carreño Urdinola pero “Me pueden decir Sandy, a secas, así como suena.”
Sandy es la viva imagen de la exparlamentaria y candidata a la Alcaldía de Bogotá, se ondula una pizca el cabello, se prohíbe utilizar palabras como "putativo", o "encoño", y habla alargando las vocales abiertas y apretando las piernas, por eso suena, a veces, como la que reparte las toallas en un baño turco. Fue campeona de debates en el colegio, presidenta del curso y distinguida en el anuario como “la alumna con más posibilidades de lograr el éxito.” Su palabra preferida es: Harvaaard, y se las ingenia para utilizarla tanto en conversaciones con la servidumbre, como con los caddies cuando juega golf. Es, a todas luces, una muchacha inquieta; por eso se empeñó en aprender, al derecho y al revés, quién es Rudolph Giuliani, semanas antes de que aterrizara en Bogotá.
Estudiante de ciencias políticas de la Universidad de los Andes, a Sandy básicamente dos cosas le han cambiado el rumbo a su vida: haber perdido la virginidad con un acucioso militante del Partido de la U y haber estado un semestre, de intercambio, perfeccionando el inglés en Nueva York. Por eso y por dar un par de ejemplos, para ella Ciudad Bolívar debe ser como el Bronx y el fondo del río Bogotá debe ser como el del East River, del que sacan en un mismo dragado desde cadáveres, colchones y peces deformes hasta armas oxidadas y carrocerías de buses. Una vez dijo, con cierta inocencia, que siempre que pasa frente a las pescaderías, de la 4ª con avenida 19, se siente como en la estación del metro de la calle 125, en Harlem. El caso es que –haciendo caso omiso de lo meramente anecdótico– para ella es muy claro que nuestra capital ya tiene los grandes problemas de las mega urbes y que cualquier asesoría experta es bienvenida pero, con todo y eso, está convencida de que a Gina, su alter ego y amiga, no le conviene que Giuliani venga a Bogotá.
Una tarde, por los días en que estudiaba este asunto, se la encuentra en el baño de mujeres del club, las dos haciendo lo mismo, cada una en su cubículo, sentadas pero inclinadas hacia adelante para no apoyarse mucho en la fría cerámica; afuera, por las escasas ventanitas de ventilación, se escuchaba un radio sintonizado en una emisora cristiana que decía: "Cualquier cosa que estés haciendo entrégasela al Señor, nuestro Dios." Sandy reconoce a Gina por los calzoncitos que, a la altura de los tobillos, alcanzan a mostrar el estampado de las chicas superpoderosas y le dice emocionada:
+ Amiguis, hooooooola ¡qué lindos zapatos! ¿sabes? pienso que no deeebes traer a Giuliani. No es lo tuyo. ¿Almorzamos y te explico? + A lo que la candidata responde, mientras hace un triangulito con el papel higiénico antes de usarlo:
+ ¡Sandy Caaandy! ¿cómo van mis fanaaaatics? pásame un memo, sobre lo de Giuliani, y lo analizamos en el Interactive Candidate Profile and Media Task Force Group, que se reúne pasado mañana en Andrés D. C. Chao Baa-aaby. + Apuró el paso para no encontrársela de frente, no quería ser mucho más directa con ella. La decisión de traer a Giuliani, como asesor en seguridad, estaba tomada.
Héroe de las duras jornadas posteriores al 9/11 y reconocido por haber reducido el crimen de Nueva York en un 65%, Rudolph Giuliani vino, vio y venció; dijo lo mismo que ha repetido alrededor del mundo, desde que se volvió conferencista internacional, y dejó la impronta de su gozosa personalidad pese al poquísimo tiempo que se quedó en Colombia.
A la postre, Sandy tendría razón, porque la visita relámpago de tan reconocido asesor ha dado más para suspicacias que para claridades; tal como lo advirtió en el memo dirigido a la campaña y que nadie nunca leyó porque ¿qué va a saber una groupie que pega el sobre con la calcomanía de la Mujer Maravilla?
“Me dirijo a ustedes con una preocupación legítima. […] Peñalosa es el hombre de la bicicleta, Mockus el bufón inteligente, Petro el frentero, Galán el hijo de Galán, Luna el joven liberal, Araújo el viejo conservador, Castro el ladrilludo anciano y Gina, nuestra Gina, es la chica play, por lo que no es absurdo afirmar que comparte los votos estrato seis con Peñalosa, salvo los del Country Club que sí son todos de ella. O sea que, básicamente, nuestra candidata ya tiene los votos de los que conocen a Giuliani, de los que saben a ciencia cierta cómo y cuánto redujo la criminalidad en Nueva York; los demás lo vieron disfrazado de bombero cuando cayeron las torres gemelas y, eso, aunque multiplica exponencialmente su recordación, también la distrae de sus verdaderas habilidades como burgomaestre, […] por lo que su visita puede adquirir un tinte sensacionalista. […] Y está lo otro: un conferencista que cobra seiscientos millones de pesos ($600.000.000.oo) por asesorar a un candidato ¿quién nos va a creer que no es lo que le vamos a pagar? ¿y si nos lo creen? ¡peor! porque los votantes potenciales pensarán que hay gato encerrado. No podemos entregarle zipote “papayazo” a los medios: Gina Parody como futura alcaldesa empezaría, ya, con la carga de que dispone de una suma que sólo dos o tres bogotanos y la mayoría de los narcotraficantes, han visto junta y eso genera una antipatía muy grande por parte de los verdaderos votantes: los habitantes que ganan dos sueldos mínimos para abajo.
Hasta aquí los apartes importante del mentado memorandum. Lo demás son consejos a la candidata para animarla a buscar sus votos al sur de la calle 72, donde no los tiene; y buscando la asesoría de figuras cuyo apoyo a Bogotá es indiscutible como Martha Senn o Royne Chávez. Después del punto final, Sandy garabatea con marcador verde luminoso las letras: xoxoxxxo y firma a nombre de los 8 miembros de su grupo de los jueves: Gina's Number One Fans.
La Reina de Paloquemao
+ Relate la demandada ¿qué la indujo a dedicarse a la agricultura? +
La mujer, de muslos largos y perfumados, que se había mantenido de pie como en una sesión solemne, antes de contestar, decide sentarse y al cruzar las piernas interrumpe cualquier asomo de movimiento en el juzgado. Una gota de tinto se detiene antes de caer en una camisa blanca y lo único que ocupa los pensamientos del juez es ¿a qué horas será que me puedo tomar una foto con esta hembrita? La sustanciadora, en cambio, conoce el fenómeno –ella misma es de las que no escapa al manoseo de las miradas masculinas– por eso pone su cara de pitbull engallado y repite la pregunta del juez, con una voz que alerta la jauría:
+ ¿De cuándo a acá resultó, la demandante, agricultora? Se ruega responder con urgencia. +
No se nos olvide que la mujer es actriz, por lo que presuponemos que tiene un parlamento aprendido para tratar de zafarse del delito que se le imputa: tráfico de influencias con el objeto de manipular el otorgamiento de prebendas agrícolas destinadas a campesinos de bajos ingresos; o sea a familias de economías tan apretadas como el brassier que usa para destacar sus ojos color almendra. A su lado el abogado defensor, con Blackberry color dorado, toma la palabra y responde:
+ La señorita, aquí presente y quien no tiene antecedentes penales, no niega que poco sabe de las labores del campo pero asegura que para ella es un orgullo el hecho de haber sembrado y cultivado, durante su reinado, semillas de paz en un país como el nuestro, vapuleado por la guerra. +
Acto seguido, hace un guiño a su defendida Exreina Nacional de la Melcocha y la Papa Sabanera, y le da un par de palmaditas como para tocarla un poquito, como para saciar la ansiedad de género que, por más protocolos y etiquetas, se encuentra aún en su estado más salvaje. Ella, que también ha sido modelo del calendario Texaco y presentadora de un noticiero regional, dentro de su lógica de hembra coronada que, en términos de Raimundo Angulo, equivale a ser parte de la diplomacia internacional, se pregunta para sus adentros:
+ ¿Cuál será el problema? Tengo Pilates en media hora. + La sustanciadora, que también tiene agendada una limpieza del aura, pregunta para agilizar:
+ Diga la demandada ¿qué motivó que se dejara convencer de su exnovio para firmar los documentos que la incriminan? +
Consciente de que ese era el momento esperado, el momento de la verdad: en cámara lenta se echa el cabello para atrás, copia dos o tres movimientos de Sharon Stone –de la escena cumbre de la película Bajos Instintos– y, con pura dicción de telenovela mexicana, dice:
+ El amor. +
Debió imaginar que, en ese instante, el juez sacaría el código pertinente y leería un inciso que dictaminara, palabras más palabras menos, lo siguiente: “No pueden hacer parte de proceso penal alguno las mujeres que, en pleno uso de sus atributos físicos, se encuentren en un estado de enamoramiento tal, que, obnubiladas por tan noble y reparador sentimiento, cometan el mismo delito, contravención o infracción que el del sujeto amado.” O, en su defecto, el texto propuesto por un parlamentario urabeño, hoy encarcelado, que en ponencia presentada el 23 de abril, de 2003, leía ante sus colegas: “Reinas, virreinas y finalistas de reinados de la belleza, del café, del mar, del cardamomo, de las bebidas energizantes o de la marimonda, para citar sólo algunos, serán eximidas de responsabilidad penal en consideración a su investidura. […]”
El juez, antes de dar por terminada la indagatoria, se levanta, carraspea y pregunta con movimiento elíptico del antebrazo:
+ ¿La interrogada tiene algo más que agregar? + A lo que ella responde saliéndose valerosamente del guión preconcebido:
+ Pues, si ustedes quisieran promover los juzgados como un sitio agradable y familiar, poner tolditos y hacer un parquesito, por ejemplo, o sea emprender un remozamiento de la imagen de Paloquemao; se me ocurre que yo podría, sin costo alguno, obviamente (baja a conveniencia el volumen de la voz) ser la modelo de la campaña de publicidad. + Anota la actriz-diva-reina-presentadora y el contenido de su escote da un respingo, un saltico, pequeño. Si algo le había enseñado la experiencia es que esas son las cositas que generan confianza en lo que una mujer dice.
Ella, aunque inconsciente aún de la dimensión de su problema, deploraba, en un momento de debilidad, haber creído en su exnovio. Había mantenido su negativa a hacer parte de un negocio que en realidad no entendía y lo frenteó muchas veces al respecto. Había rechazado todos los argumentos: sus conexiones, el apoyo de su papi, la valorización de las fincas, todos, salvo el que echó por la borda su paciencia y que con la voz de un connotado playboy samario debió sonar, más o menos, así: “Además, no se te olvide, tú eres mi Reina, lo que tú hagas por mí, tú sabes, tú más que nadie sabe, que yo lo haría por ti con los ojos cerrados.” Inclusive, parece que le sumó a la estrategia un anillo de compromiso; cosa que no es extraña de un oportunista de cuello blanco. No en vano, pertenece a una de esas familias que de manera intermitente entran y salen de las revistas sociales, de los clubes y de la cárcel. En cambio, la responsabilidad de ella es tan moral como su credibilidad de empresaria-mujer-exitosa-independiente. Una figura pública de la que lo mínimo que se espera es que sepa decir ¡no! bajo cualquier circunstancia, presión indebida o trastorno mental: como el amor.
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