
Defensa de Petro
Un hombre izquierdoso -lo que básicamente quiere decir que es una piedra en el zapato de los más acomodados- al que no le ha temblado la mano para luchar por una democracia más justa, odiado por la corruptela de las contrataciones, malquerido por los ricos y los que se sienten ricos, conocedor de la pobreza y el hambre, pisador intransigente de callos y político atípico pues es honesto hasta los tuétanos, no asumió la Alcaldía de Bogotá pensando que su gobierno iba a ser una travesía relajada y desprovista de obstáculos. Inclusive, no creo que le parezca más difícil de lo que pensaba porque sabía en lo que se estaba metiendo. Además, Gustavo Petro conoce sus limitaciones por eso busca experticias específicas en sus colaboradores y si no las demuestran en el arranque pues -con el dolor del alma- se reemplazan de inmediato. Daría la impresión de ser maquiavélico en el sentido de que el corazón nada tiene que ver con los asuntos de su gestión; debe ser que lo deja en la casa donde su mujer y sus hijos -se nota- lo cuidan y se calientan a su amparo.
Petro se ha equivocado, por supuesto, pero usted no lo ve excusándose, día de por medio y buscando culpables a diestra y siniestra, siendo que podría soltar a su antojo y de manera intermitente, el agua de inodoro público en que se encuentran hasta la coronilla Samuel e Iván Moreno y sus secuaces. Estoico, hasta con la mirada, se le nota el aguante que tiene para soportar la embestida del sistema que se le está viniendo encima “¡con toda!”, como dicen los jóvenes ahora. Es increíble, nuestros estamentos sociales y políticos parecieran sentirse más cómodos con un alcalde que roba, que con uno que les saca los trapos al sol y les escupe en la cara su extracción revolucionaria y marginal, ni siquiera los medios de comunicación se lo aguantan.
Tampoco puede uno, a ultranza, defender a alguien tan criticado sin dar ciertas explicaciones o, en mi caso, hacer suposiciones sobre el tratamiento que le ha dado a ciertos temas y el comportamiento que parecería errático frente a álgidas situaciones de conocimiento público. Empezaré por decir, en todo caso, que no se puede esperar del alcalde la misma actitud desabrochada, de pecho al descubierto y lanza en ristre que le vimos como senador, pues lo que en el elíptico puede constituir un debate sin precedentes a nivel acusatorio y mediático, desde el Palacio Liévano el mismo tipo de señalamientos le pueden mermar grandemente la gobernabilidad. En el caso de la gestión distrital, sus resultados se traducen en beneficios a la ciudadanía y no por en la cantidad de leña que le puede haber echado a la hoguera de las polémicas locales.
Razón tienen Felipe Zuleta y María Isabel Rueda en demandar respuestas, por parte de Gustavo Petro, sobre su aparente nexo con los Nule y las coincidencias que se dan al respecto. No creo, por ningún motivo, que el burgomaestre les esté dando el beneficio de la duda a los mencionados rateros de cuello blanco -y menos coadyuvado con ellos- está es tratando de dar la impresión, ante la opinión pública, de que el tema de las contrataciones podría -por la razón que fuera- estar amañado, o manejado de manera des “interesada”, porque la realidad es que sigue dominado y en control de otros carruseles que, como el de los Nule, siguen robándose el erario público a tajadas. Tal actitud agua tibia, en un hombre que nunca la ha tenido, tiene como objeto el de generar cierta confianza que no ahuyente a quienes están montados en el negocio del soborno, las coimas y las mordidas; para eventualmente poderlos atrapar y seguir en el empeño progresista de sanear la administración y dejar mecanismos de defensa internos e institucionalizados contra este flagelo.
Sale Noticias Uno a decir que el agua de Bogotá no es potable y que según los mismos laboratorios del Acueducto aparecen contaminantes orgánicos cuya ingestión es perjudicial para los usuarios. Petro, con razón, replica la escasez de fuentes para hacer tal afirmación y Cecilia Orozco, directora del noticiero, dice que llamaron a confirmar con los funcionarios de la entidad pero que no les contestaron el teléfono, y los acusa de actuar con intencionalidad para poder hacer las denuncias pertinentes en un futuro venidero. Acto seguido -da risa- critican a Petro por asumir mala fe por parte del medio de comunicación y ponen palabras en su boca: “El Alcalde Mayor de Bogotá denunciaría penalmente a quienes irresponsablemente hicieron falsas afirmaciones sobre la calidad del agua en la capital”.
Igual Daniel Coronell, solidario con sus excompañeros de trabajo, ante la falta de pruebas contundentes se traba en una discusión por twitter con el Alcalde en la que termina dándole consejos, no pedidos, sobre el uso sabio y tolerante del poder. ¿Él qué va a saber? Además, al escribir: “…usted no es un comandante, es un gobernante…”, “…los bogotanos lo escogieron alcalde, no pastor”, “Y cuídese de las aguas mansas y de las aguas Bravo” trata de acuñar frases ingeniosas, a costa de Petro, quien invita al periodista a tomarse un vaso de agua. Ahí termina la cosa ante la imposibilidad de probar algo tan sencillo como abrir el grifo del agua y mandarla analizar a un sitio competente, tal y como se hace con la orina -digo yo- y a un costo que no debe ser mucho mayor. O sea, ¿nadie en la mesa de redacción de Noticias Uno dijo, elevando el dedo índice: “mandemos a analizar el agua nosotros”? ¿Nadie? O lo hicieron y ante la evidencia de su sonada equivocación no tuvieron más opción que atacar a Petro por la forma en que respondió y no por el contenido. Se hubieran quedado callados porque les salió el tiro por la culata. Deben entender, además, que el Alcalde puede no responder -con la velocidad que los medios quisieran- a todas las preguntas sobre él mismo, su gestión o sus colaboradores, pero está en la responsabilidad de desmentir ipso facto los ataques que ponen en peligro la tranquilidad ciudadana.
Ahora bien, estimado lector, si tiene dudas sobre lo que podría ser un soterrado complot en contra de nuestro alcalde remítase a la entrevista que María Isabel Rueda le hace a Gina Parody en El Tiempo y juzgue por usted mismo. La chica súper poderosa, representante clase 1A, golden extra VIP del establishment, incurre en todos los lugares comunes de la oligarquía y espulga, a escasos siete meses del gobierno Petro, hechos de su administración con el único motivo de crear una distancia política que, si bien ya existe, ella ahonda para tratar de robarle algo de su imagen democrática y popular que tanta falta le hizo a su candidatura en las pasadas elecciones por la Alcaldía de Bogotá. Lo trata de “tirano” que es una palabra explotada, desde tiempos inmemoriales, por la burguesía para tratar de trasladar el miedo de los pudientes, al pueblo.
Dicha entrevista, inclusive, lo reivindica a uno con María Isabel Rueda pues buscó todos los argumentos posibles para que Gina Parody dijera algo positivo de Petro, y nada. Lo descabezó sin piedad. Sacó a relucir todos los argumentos del manejo de la riqueza propios de las clases elitistas, que es: dinero que no está comprometido es despilfarro. ¡Vaya conclusión! Que ella tenga un millón de amigos dispuestos a recibir contratos no quiere decir que Petro los tenga y máxime siendo consciente de que, sin importar el tiempo que le tome, debe cuidarse, ante todo, de las adjudicaciones que es donde las chicas y chicos súper poderosos sí le pueden, de verdad, truncar el curso de su carrera política. Desde su cómodo pedestal y acomodándose el cinturón que le regalaron Batman y Robin, Super Power Parody repitió lo que todos dicen -otro lugar común- y es que: Petro es intolerante a la crítica. Nada más absurdo. Lo que pasa es que vivimos en un país en que los funcionarios públicos se desviven por quedar bien ante los medios de comunicación. ¿Al fin aparece uno que decide no pasarse el día hablando con Julito, Dariito y Francisquito que piensa sus respuestas, que opta por no contestarlo todo y, eso, nos parece inadmisible?
Hay mucha tela de donde cortar. No digo más porque me han advertido que voy a perder lectores por escribir tan largo. Lo que no puedo dejar de mencionar es que Petro -estoy seguro- aprendió de los errores de Antanas Mockus, quien se resignó a perder gobernabilidad y ocultó sus deficiencias sacando a la calle elefantes, cebras y payasos de su circo de bolsillo; y -con una supuesta clarividencia inspirada por el pueblo- dejó todo tirado para perseguir la Presidencia de la República.
Como Alcalde, Petro sabe que esta puede ser su última lucha, pero la va a dar, cueste lo que cueste, para cumplirle a los bogotanos y hacer más vivible la ciudad. Le hubiera gustado hacerlo con Daniel García Peña de su lado, pero éste último no entendió que, en lo que al cambio de gabinete respecta, prefirió buscar la comprensión del amigo que cualquier eventual señalamiento por favoritismo. Al fin y al cabo ese es el tipo de sacrificios que hacen los verdaderos amigos. Que fue que le debió advertir, de antemano, dijo el internacionalista realizando la suerte de la doble estocada que casi le saca un ojo: la de defender a su esposa y al tiempo renunciar a su cargo. ¿Alguna otra explicación?
Valga preguntarle a los bogotanos: ¿Cuándo habíamos tenido un alcalde que hiciera tantos esfuerzos por no defraudarnos? Peñalosa, tal vez, y le pagamos no volviendo a votar por él. Petro no espera nada a cambio, por eso va a ser difícil amilanarlo o, en últimas, derrotarlo. Su pellejo desnudo, por voluntad propia, está expuesto a los alambres de púas que, consuetudinariamente, siguen protegiendo a los verdaderos poderosos y que se sienten amenazados por sus actos de valor que, con cortafuegos en mano, se les está metiendo al rancho.
Gaviria el hijo de Gaviria
Como a César Gaviria, la Presidencia de la República, a Simón le llegaron la presidencia de la Cámara de Representantes y la dirección del Partido Liberal en bandeja de plata; y, como al primero, la no extradición de colombianos por delitos cometidos en otros países, al segundo le metieron el mico de la Reforma Judicial. Después de la conmoción causada por tan ignominioso atropello, al joven Gaviria se le ve despelucado dando soluciones que, a posteriori, suenan a patadas de ahogado con el agravante de que se nota en sus palabras el jalón de orejas de su padre. Por supuesto que, antes de proseguir, se debe aclarar que, en su momento, el Presidente Gaviria asumió en posición cuadrúpeda el mico de la no extradición e, inclusive hoy, se le oye hablar en su defensa: como alternativa indispensable para calmar los ánimos del narcotráfico, el secuestro, el terrorismo y poder lavar la ropa sucia de sangre, en casa, desde una paz “concertada” por la nueva Constitución, pero ese no es el tema…
El tema es que Simón pareciera sentirse muy cómodo con los cariñitos y las palmadas en la espalda con que los parlamentarios se consienten al amaño de las leyes. A él no se le ven –como a otros– las ganas imperiosas de autoflagelarse por los errores cometidos. No, él sale dizque a trancar la promulgación de la mentada ley reformista e, independiente de la polvareda que alcance a levantar como apagando velitas de cumpleaños, uno se pregunta: ¿Será que no se ha dado cuenta de la oportunidad que desperdició: de amarrarse los pantalones e ir vendiéndole a los colombianos una imagen distinta a la de su padre? ¿O, será que se contenta con estar hecho a su imagen y semejanza?
Es como si a César Gaviria le hubiera tocado allanar la Catedral y trasladar al Capo di tutti capi, después de que se hubiera escapado; eso hubiera sido desastroso. Su reacción fue tardía, bastante tardía, pero no alcanzó a ser indecorosa. Mandó a unos niños a pedirle al Patrón la molestia de cambiar su domicilio de detención, por uno menos hogareño y más al estilo de los del Inpec; igual el detenido se fue por el traspatio, sin despedirse, pero no alcanzó a ser tan vergonzoso para el Presidente quién pudo, como recurso último culpar a Pablo Escobar y eso le aligeró las cargas. La situación de Simón sí me parece penosa. Me parece que él, entre otras luminarias de su generación, están en mora de demostrar que su estatus no es solamente el de “hijos de papi” sino que tienen en su código genético el ánimo de superar a sus progenitores y de aprender, inclusive, de los errores de éstos.
Usted no puede dejar, estimado Simón, que la astilla de tal palo se le clave en un ojo, tiene que buscar diferencias sustanciales con su padre para que la historia lo juzgue por separado. Tiene que empezar por leer más en profundidad lo que le caiga en las manos, de a poquitos; pasar de la portada, interesarse con el contenido, resaltar lo que considere importante con un color agradable, ponerse metas y premiarse: por ejemplo, comerse un chocolate o un paquete de chitos al terminar un capítulo, y comprarse un nuevo videojuego si logra terminar un documento completo. Ahora, si se termina un libro ya puede aspirar al solio de Bolívar.
Es cuestión de mentalizarse, inclusive usted podría tener en su nómina un ilustrador ¿por qué no? que le convierta en historietas lo que sea indispensable leerse. ¡Imagínese! Su secretaria parecida a Yayita, la de Condorito, le dice: “Doctor Gaviria, llegó un documento del Ministro Esguerra.” Y usted, con el cuello de la camisa chorreado de gomina, exclama: “Recórcholis, y viene con una fe de erratas.” El cuadro siguiente es un signo grande de exclamación sobre su cabeza. Acto seguido, usted llama a Germán Varón y le dice: “Tenemos que actuar, la reforma viene con errores.” A lo que el varias veces representante de Cambio Radical le contesta: “Calma Presidente, sugiero que primero se lea el documento, yo vi a Corzo y sus secuaces metiéndole mano. Aquí hay gato encerrado.” Usted, inmediatamente, se lo lee por encima y sale tranquilo, no encuentra nada raro. En el cuadro final se ve su carro, custodiado, salir hacia el norte de la ciudad, un crédito, en la pata, dice: “Otro día con la satisfacción del deber cumplido.”
Usted debe estar francamente extrañado, hoy, de que lo señalen como uno de los principales culpable de la aprobación, afortunadamente fallida, de la Reforma Judicial. Con toda honestidad usted no se cansa de decir que cumplió con el oficio que le fue encomendado por sus electores y yo lo entiendo: es la rama ejecutiva la que debe leerse los documentos completos y en profundidad –ni más faltaba– el legislativo dicta, o sea que habla para que otros copien; además usted es el director de un partido mayoritario colombiano y no tiene tiempo de reparar en minucias. Lo suyo son las grandes decisiones, el liderazgo, la nación en el contexto global, el mundo, el sistema solar, la galaxia, el big bang… y no media docena de párrafos parecidos en un documento de los muchos que le llegan a su despacho. Yo lo entiendo Simón, créame, lo suyo es la batuta, la partitura es cosa de los que están por debajo suyo.
Dejémonos de pendejadas Simón, tú eres un patricio, hijo del César, venido del tronco familiar más grueso del Otún. Tú eres –te tuteo porque es mi derecho: voté por ti– el heredero de una dinastía, el Fu Man Chú, el Putas Boy de la Westinghouse, la vaca que más caga en la pradera, la última Coca-Cola del desierto, el George W. Bush colombiano, el Paris Hilton de la política nacional y eso debe servirte para llegar muy lejos y enfrentando la vida, así, como te gusta: por encimita. Con todo y eso, Simón querido, debes renunciar a tus responsabilidades. Julito te lo dijo: ¿Con qué cara vas a cobrar otro sueldo? Debes ir donde papá y decirle que te quedó grande el reto de seguir sus pasos y él sabrá qué hacer: un año sabático en Harvard, posiblemente, una palomita diplomática, la dirección de un medio de comunicación; acuérdate que en Colombia los delfines superan a las focas y a las morsas en todo. Debes, sin embargo, terminar lo que empezaste, con la frente alta y la corbata bien puesta; aprender de los grandes liberales que no dejaron nada a medias; evitar meterte en líos con la Procuraduría y si no lo logras porque tu papá tira la toalla, o porque te sigues dejando meter primates entre los cajones del escritorio, ruega al cielo para que, a quien le toque juzgar tus actos administrativos, también le dé pereza leerse tu expediente.
Samuel Nule Uribito
Su padre era poderoso, su madre aristocrática y su abuelo fue durante 30 años el verdadero dueño del país, mientras la banda presidencial se la intercambiaban entre sus esbirros al vaivén de los clamores electorales más diversos. A nadie de su estirpe le habían expedido nunca una orden de captura, pero una anomalía del destino lo tiene “tras las rejas” en un casino de oficiales de alto rango. Le dieron el club por cárcel, dicen los más agrios críticos de su gestión administrativa, en uno de los cargos más encumbrados del poder ejecutivo de una república cualquiera, que como Colombia, se persigna frente al Sagrado Corazón pero busca, a toda costa, la bendición de los Estados Unidos.
Costeño por lo Nule y paisa por lo Uribito, Samuel se pasó la vida entre la procrastinación y las ganas de trabajar. Sin embargo, si pegaba un moco en la pared, era el moco mejor puesto del mundo entero, alabado por todos, enaltecido por los más lúcidos y elevado, por decreto, a patrimonio cultural de la nación. Sacó buenas notas en el colegio y la universidad gracias a que sus padres eran benefactores de las instituciones que lo vieron crecer y hacerse lo suficientemente hombrecito para señalar con el dedo y pedir cosas y favores a su antojo. No aprendió mucho más. Sus exigencias, al principio, eran las normales de un muchacho proclive al consentimiento, pero se fueron volviendo violatorias del código penal en tal medida que, hoy, se encuentra custodiado por el ejército y esperando un juicio por enriquecimiento ilícito que –valga sea decirlo– es el menor de sus delitos.
Lo más curioso es que no se le ve realmente triste. Cuando la prensa le saca fotos de visitas familiares o tomándole la mano a su esposa, por supuesto que lagrimea y lanza un gesto de vulnerabilidad mil veces practicado frente al espejo; pero se le siente transpirar una confianza inexplicable. En cada requisa le sacan de su sitio de reclusión toda clase de divertimentos digitales, revistas pornográficas, menús de restaurantes “gourmet”, cuentas de televisión satelital, licor, recetas médicas, inclusive le encontraron detrás del clóset una mesa plegable de póquer, cartas usadas y ficheros. Cuando pueden, ciertos medios destacan una sobriedad inexistente; titulan con expresiones como “reposo intelectual” o “periodo sabático” y mencionan palabras como yoga, estudio y literatura. Una cámara indiscreta lo cogió dándole plata en efectivo a una pálida y voluptuosa rubia, y no faltaron editoriales que, al otro día, lo describieron como un políglota tomando clases de sueco.
Ronda, entonces, la pregunta: ¿Por qué tan fresco? Por bien que le vaya: sus hijos tendrán ya la mácula del ratero; su reputación será la misma de cualquier malnacido, deshonesto y débil de carácter; su nombre aparecerá en Google al tiempo con el de los narcotraficantes más buscados; su historia, a la postre, será más recordada que las victorias y logros de sus antepasados, cada que lo mencionen será para compararlo con algún criminal o para señalar una corrupción tan profunda y corrosiva que a alguien de tan ilustre cuna le pareció, de alguna manera, “normal” acrecentar su fortuna con recursos ajenos.
Lo otro, es que las familias influyentes de las repúblicas bananeras funcionan como la realeza. No tanto porque dispongan de una corte interminable de pajes y bufones, si no porque se convencen de que su poder emana de dios; y como reinan a su antojo como centro de un microcosmos alfombrado de rojo en el que todos se comportan como puticas, dispuestos a entregar cualquier cosa, o asumir cualquier posición, a cambio de dinero, pues cada soborno, cada prevaricato, o cada abuso verbal, sexual o humano, que va quedando impune se constituye en una constancia más de su divinidad. Por eso, cuando van a parar a la cárcel, donde por obra –literal– “del espíritu santo” son separados de los delincuentes comunes y alejados de los barrotes y las sudaderas rayadas, lo que reciben es una prueba más de su intocabilidad; y si a esto se le suma una cuenta de unos cuantos millones de dólares en las islas caimán –libre de los compromisos y las cortapisas de su herencia familiar y política– es entendible que estén dispuestos al cautiverio y al cerco de la prensa, pues la posibilidad de una condena corta a cambio de una vida posterior, a sus anchas, lo justifica. El presente, en la cárcel, no deja de ser fastidioso pero es perfectamente soportable, pues al fin y al cabo la actividad a la que se ven abocados no dista mucho de lo que han hecho siempre: nada. Ven, entonces, pasar las horas mientras piensan en un exilio futuro; en Miami, seguramente, pues –como dicen– es mejor ser boca de ratón que cabeza decapitada de león.
La realidad escueta es que Samuel Nule Uribito se ha quedado solo. Lleva tanto tiempo llamando amigos a sus secuaces que los de verdad son, apenas, un recuerdo difuso de la adolescencia, o cuando jugaban, de pantalón corto, a policías y ladrones. Lleva tanto tiempo llenando de lujos a su mujer para acallar su conciencia que la confunde, en sus fantasías cortesanas, con las piernilargas que le cobran de frente por algo de tibieza y el reconocimiento, a gritos, de su hombría. Lleva tanto tiempo enriqueciendo a quienes gravitan a su alrededor que, ahora, sin poder untarles la mano por más tiempo, lo más seguro es que se volteen en su contra: de esa jauría, como siempre, los mandos medios serán los que paguen las mayores condenas, los políticos los que queden en la picota pública y los abogados los que se salgan con la suya.
No importa el país, samueles nules uribitos hay en todos lados. Nacen con la plata y los apellidos –o uno de los dos– par hacer en su vida algo importante por la comunidad. Estudian derecho, en su mayoría, donde se les estimula a trabajar y romperse las vestiduras por el bien común; donde aprenden sobre antepasados que fueron más allá, que sacrificaron sus vidas por los demás, por la libertad, por la justicia, por la democracia y otros principios maravillosos. Maman de su crianza esa noción de que nada les puede ser negado y de que nada les falta porque todo lo tienen y ahí, precisamente ahí, pierden la conexión con la realidad: su zona de confort se supedita a la cantidad de dinero que se necesita para conservarla, mejorarla y mantenerla trepada en la estratosfera por encima de todos; y a eso se dedican: a cuidar un nivel socio-económico tan afortunado que es, en últimas, lo que los define.
Con todo y eso, nuestro Samuel Nule Uribito –o sea, el de esta historia– no podría vivir sin la envidia que le tienen los demás: de ésta es que se alimenta, ésta es realmente la argamasa que soporta la piedra de su pedestal. Él sabe que, a la postre, lo que importa es la plata y que todo se puede perder, hasta la dignidad, pero no la plata, ni, por consiguiente, la gente que los alaba por tenerla, ni los oportunistas que, sintonizados con esta misma visión, manifiestan la misma reverente admiración por el evasor fiscal, que por el prevaricador, el narcotraficante, el estafador o el guerrillero. Hampón es el que se queda sin cinco, el que roba porque tiene hambre, el que mata por encargo, el que secuestra para una organización o el que viola porque está enfermo; los autores intelectuales, los que mueven los hilos del titiritero, son delincuentes de cuello blanco que, como Samuel Nule Uribito, se acogen a sentencias anticipadas y, en su mayoría, salen libres con relativa facilidad para dedicarle el resto de la vida a limpiar su nombre con el mismo desmanchador que usan, en casa, para sus camisas almidonadas.
El Partido de la Ubre
Todos maman del Partido de la U, se alimentan de éste, crecen y se van. El destete es duro porque Alvaro Uribe es el dueño de la ubre y tal posesión la considera extensiva a todos los que la ordeñan, con el compromiso de devolver, en cantidades iguales o similares, lo recibido; so pena de caer en desgracia y sufrir los dardos de sus ojitos enérgicos y su ceño fruncido. Pero entre la alevosía y la indiferencia nada de esto es grave, hace parte del juego político en el que cambiar de teta responde a un problema de subsistencia política, antes que de fidelidad o familiar cariño.
El problema, entonces, es la vaca -la colectividad- porque a ella sí le gusta que le den besitos y le hagan carantoñas antes de manosearla y de que se le metan entre las piernas. Inclusive, es de conocimiento público que le han propuesto mejores abrevaderos, se la ha visto pastar en otros potreros y, en múltiples circunscripciones, hasta la han apareado y tratado de marcar con fierros de otras ganaderías. Esa forma indiscriminada de levantarse la falda, entre componendas y coaliciones, es lo que desconcierta al electorado.
Entre la vaca y su dueño debe haber un sentimiento recíproco e irrompible, un lazo tan fuerte como el matrimonio, de lo contrario se trata de una relación entre amantes, de intereses mutuos, o en el peor de los escenarios -que podría ser éste- de un arreglo entre el proxeneta y la alegre comadrona que se para en la puerta del burdel, engordada a la fuerza para hacerla parecer más apetitosa y rebosante a la transeúnte clientela. Con la gravedad, además, de que ella ve con desgano que se turnan el manejo del negocio entre escuderos y lugartenientes que tienen una denodada fe ciega en su propietario, padre putativo, guía espiritual y líder, mientras éste sigue buscando peleas callejeras de poca monta que lo distraen de su verdadero oficio: cuidar de su rebaño, en este caso de animales mal domesticados y cortesanos desagradecidos.
Con la ley de bancadas, los partidos políticos colombianos se volvieron, eso: bancadas. Partidos de paso para aspirantes a las corporaciones y políticos ansiosos por cumplir el sueño de servir al país y de luchar por el bien común. ¡Perdón! ¡comprensible equivocación! lo correcto es decir: para servirse del país y luchar por los bienes comunes de los que puedan echar mano. El arte de la política es, hoy, la destreza de mantener el equilibrio entre ordeñar y dejarse ordeñar. En ese orden de ideas el Partido de la Ubre ha exagerado en lo segundo y bajado la guardia en lo primero; fenómeno normal si se considera que Juan Manuel Santos es ahora el gran ordeñador del gasto, de los puestos públicos y de la teta del Estado: una cabeza de Medusa con largas e infinitas tetillas que Álvaro Uribe terminó por mirar de frente y quedó, aunque le cueste trabajo resignarse, como todos los expresidentes: quieto en primera y con dedicación exclusiva a defender y tratar de darle un puesto en la historia a su gobierno.
Uribe no ha logrado acomodarse a tales circunstancias. No tiene cómo responderle a un partido fundamentado en sus favoritismos y su capacidad de entrega… ¡de nuevo, involuntario error! quise decir: y su capacidad de entregar notarias, prebendas y otras dádivas públicas. Tampoco le quedan adeptos a la causa porque no hay causa, mientras no haya qué repartir nadie en su partido -salvo Juan Lozano- es incondicional; lo que le quedan son subalternos, lo suficientemente ubicuos, umbilicales, undívagos, uniformes y ufanos para seguir mamando de un jefe político sin poder, pero al que no se le quitan las ganas de mandar ni con goticas de mancusina.
El uribismo no está en retirada, pero tampoco avanza, sino que por tratarse de una ubre inmensa con un corazón tan grande, pues la cabida para el cerebro no es mucha por lo que el partido se quedó sin ideología, si es que alguna vez la tuvo. El mismo Alvaro Uribe es un gran hacedor, más no un pensador que compense con manifiestos políticos la enjundia hiperactiva de sus actos, discursos e itinerarios. Sus ideas son más bien del tipo instrumental y mecánico, dictadas por una intuición de baqueano paisa que suple, de sobra, la falta de reflexión que tienen las decisiones de partido ¡perdón otra vez! … de bancada. Él lo sabe, por eso ha tenido cabezas brillantes a su diestra y a su siniestra, no en vano se ha rodeado de las neuronas y el líquido encéfalo-raquídeo de personas cuyo talento es precisamente el de sopesar -reposadamente y con tiempo- todas las variables de un problema para dar soluciones adecuadas y, sobre todo, duraderas. Personas con las que Uribe se desespera y terminan llevándole el tinto con arepa y volteándole el sombrero.
Se podría decir que Uribe domina la inmediatez, el día a día, lo urgente, lo que no da espera, porque se aburre como almeja en vacaciones con lo que requiera de planeación a largo plazo. Por eso, gran parte de las acciones discrecionales de su fuero sirvieron en su momento y para fenómenos determinados; la aplicación de éstas en el presente ha sido torpe y lenta porque Juan Manuel Santos no es de los que le dedica un domingo a llamar, por ejemplo, a los peajes de todas las carreteras de Colombia para garantizar el éxito de la operación retorno; a escucharle las quejas a un parroquiano de Ramiriquí que se explaya en detalles de cómo el aluvión le arrasó la finca; o se detenga, camino a un consejo de ministros, a preguntarle a un embolador cómo va el negocio y si le alcanza la platica para hacer mercado.
Aunque aguerrido y trabajado, el suyo no fue un gobierno de sembrar y sentarse a esperar frutos, por lo que su partido adolece de lo mismo: falta de raíces, un tronco demasiado pequeño para tanto pajarraco anidado en sus ramas y excesiva y asfixiante cantidad de abono: el remanente de tanto capital político que se ha venido malgastando en esfuerzos puramente electorales y que hubiera servido para estructurar una ideología, una línea de pensamiento, una visión de país, capaz de entusiasmar al común de los colombianos por causas y no por los heroísmos de su jefe máximo.
Alvaro Uribe no ha tenido tiempo -ni es su estilo- de acuñar frases conjugadas en pretérito como tienen los demás expresidentes: “Mi mandato fue, como diría el poeta: …uva, y rosa, y trigo sur-tidor…” “La no extradición era un imperativo para salvar la patria.” “Yo estaba de espaldas a todo menos al país.” “No me extrañan los aciertos de Uribe y de Santos, porque yo les dejé todo listo para que así fuera.” Podría empezar por reconocer que la ubre se le salió de las manos y decir algo así como: “!Qué mi gobierno se hubiera amancebado con el paramilitarismo, acostado con los Estados Unidos y enamorado del poder es positivamente falso!”
Candidatos Revertrex
Se avecinan las elecciones para la Alcaldía de Bogotá y los candidatos trotan, caminan barrios enteros, escalan hasta el tugurio más alto, montan bicicleta, nadan en el río Bogotá y se ven estupendos en la prensa y la televisión; no les pasan los años. Blanco es gallina lo pone: están usando Revertrex.
Revertrex es un compuesto que rejuvenece a las personas; y, repito: las rejuvenece, no las vuelve más inteligentes, ni más talentosas, ni mejores administradores públicos; les quita las arrugas y eso basta para plancharles el ego y que se sientan de quince. Dice en la etiqueta que tiene uñas de gato, ojos de murciélago, lagañas de mico, fresas con crema y fluidos vaginales de diva. Su modo de empleo es muy sencillo: tomar una tableta por cada diez años que se quiera quitar el paciente, decir el sortilegio secreto (que le llega diariamente a su correo electrónico) y cruzar los dedos.
Estas instrucciones ya hacen parte de la rutina de los siguientes candidatos que buscan el remozamiento de su imagen pública por razones que en este escrito se plantean y analizan con rigurosa profundidad:
Enrique Peñalosa: Lo toma hace tres meses y ya le creció el medio dedo que le faltaba. No quiere que se le note, en el ceño ni en la frente, la frustración de haber perdido sus electores y que le haya tocado tragarse sus aspiraciones a la Presidencia de la República. Necesita también flexibilizar las piernas y alertar los reflejos para no caerse en los andenes que mandó subir pero que nunca mandó nivelar, ni rellenar. El Revertrex se lo regalaron sus amigos: los dueños de los parqueaderos; el pastillero, con los días de la semana, se lo regalaron los proveedores de bolardos. No debería tomarse más de tres tabletas al día porque, a veces, se parece a esos excampeones de boxeo a los que se les pasó su cuarto de hora pero deciden, en un asomo de vitalidad, volver a pelear por el título de su categoría. Para el efecto, contratan un nuevo manager -en este caso el Presidente Uribe- para que les pase un baldecito donde escupir y les arregle las peleas.
Antanas Mockus: No se toma sino media tableta cada dos días, porque sólo quiere verse como antes de perder las elecciones a la Presidencia, contra Juan Manuel Santos, el único candidato que, como él, habla en lituano; y olvidar, de paso, que durante un par de semanas, en el pico más alto de las encuestas, alcanzó a ilusionarse con llevar a Palacio a Tola y Maruja. Él sabe que para ganar por tercera vez la Alcaldía de Bogotá basta ser mejor candidato que Samuel Moreno, cosa que no tiene mucha gracia; lo que le preocupa es si podrá ser mejor candidato de lo que él mismo ha sido y, eso, ya es más difícil. El Revertrex es también para evitar la flacidez de las nalgas, pues no sabe en qué momento le toque volver a mostrarlas, son su par de ases bajo la manga del pantalón.
Carlos Fernando Galán: Compra el Revertrex en secreto y usa las tabletas de supositorio para que tengan el efecto contrario. Necesita ponerse años, con todo y eso es difícil que dejen de verlo como el treinta y tres por ciento de la herencia de Galán; o sea tiene la tercera parte de su carisma, o menos, la tercera parte de su denodado entusiasmo y la tercera parte de su pasión; tiene también genes de César Gaviria reflejados en su cara de niño, de Juan Lozano en su barba desordenada y de Germán Vargas en su filiación política, es como una especie de Frankenstein político: el resultado de una fórmula de laboratorio que, para completar, comparte con sus hermanos. No tiene nada propio, hereda los pantalones de Juan Manuel y las camisas de Claudio, su imagen necesita un verdadero cambio radical.
Gustavo Petro: Es el candidato que más compra la milagrosa droga, inclusive ha desviado fondos de la campaña para adquirirla en cantidades industriales y dársela a Bogotá. Su afán es el de deshacerse, de una vez por todas, de las viejas mañas que fortalecidas por Samuel Moreno han borrado con el codo lo que Mockus y Peñalosa hicieron a pulso. Petro es el hombre para remozar la ciudad por dentro y por fuera, tiene el talante para encarar a las mafias y la firmeza de carácter para hacer respetar los derechos de la ciudadanía. Petro desafía la necedad, la corrupción, el abuso de los mandos medios, las mordidas, los carruseles, los transportadores privados; en resumidas cuentas es un hombre con más de un metro de frente.
David Luna: Toma Revertrex por disciplina de Partido. Los liberales están en un periodo serio de reencauche. Apoyar a Luna es jugársela por las nuevas generaciones, distraer la atención de la corrupción, de la infiltración del paramilitarismo, del clientelismo y de los turbantes de Piedad Córdoba. Es también apoyar el medio ambiente, uno de los temas principales del joven candidato, porque Bogotá debe ser más sana y con un aire más limpio. Debe empezar a descontaminarse, como el Partido y renovar el abono de la nueva simiente liberal.
Aurelio Suárez: Le dio Revertrex a sus publicistas, pero se le fue la mano. Por eso, no tienen ni idea de ¿Quién es Aurelio? Y así lo expresan en su campaña: ¿Será Peñalosa? ¿Será la Chica Superpoderosa? ¿Será Petro? ¿Será Transmilenio? ¿Será Monserrate? ¿Será la salud? ¿Será la construcción? ¿Será Mockus? ¿Será Jorge Eliécer Gaitán? Y, la verdad, Aurelio es: ¡Todos los anteriores! Es el más preparado, el más estudioso, el menos politizado y el más honesto. Es una lástima que sea del Polo. Esperamos que los electores puedan evaluar al Candidato, haciendo caso omiso del presunto y muy seguro prevaricador Samuel Moreno; y que voten por alguien que puede seguir la contundente labor de Clara López, quién, en un par de meses, le ha devuelto a Bogotá por lo menos su autoestima.
La verdad es que, salvo Gina Parodi que si tiene los diecisiete años que aparenta, todos los demás se pegaron a la moda del Revertrex, como sucedáneo temporal del Botox y las cirugías estéticas; procedimientos éstos que ya le hacen falta a Jaime Castro, Alcalde de Bogotá durante la época oscurantista del apagón y Ministro de Gobierno, de Belisario Betancur, por las épocas en que Samuel Moreno tenía un bar llamado La Rockola y le pedía a sus meseros, olímpicamente, comisión por las propinas.
Los nietos de la dictadura
Nadie hace mejores zapatos que el hijo del zapatero. En el mismo sentido, nadie dicta mejor que el hijo del dictador y ¡ni hablar! del nieto del dictador: éste debe dictar de lo lindo, con comas y tildes y todo. La hija del dictador es otra cosa, ésta, por lo general, es consentida; criada como el ganado de engorde, sin ponerle límites a su ingesta de placeres y comodidades.
Dictadores hay buenos y hay malos, eso decía Carlos Medellín en las clases de cívica que daba en su colegio, el Claustro Moderno. El éxito de un gobierno no está necesariamente en el régimen, en la estructura del Estado o en su capacidad administrativa, está en sus líderes; en su honestidad, su insaciable búsqueda del bien común y, en el caso de las democracias, su empeño por garantizar el equilibrio entre los poderes públicos.
Al General Gustavo Rojas Pinilla, único dictador que tuvo Colombia en el Siglo XX -por lo menos, el único declarado como tal- le debemos agradecer tres cosas: que acabó con la masacre entre liberales y conservadores que venía azotando al país, después de una centuria larga de guerras civiles; que se retiró del solio de Bolívar cuando la sociedad civil se lo pidió, evitando mayores desafueros por parte de los militares; y, que después de ganar las elecciones que le esquilmaron, la noche aciaga del 19 de abril de 1970, le entregó pacíficamente la presidencia a Misael Pastrana Borrero, como acto de contrición personal y por no arruinar lo que se había logrado con el Frente Nacional. O sea que fue un buen dictador y, mucho más, si lo comparamos con Rafael Leonidas Trujillo, Juan Vicente “El Bagre” Gómez o Getulio Vargas, para sólo nombrar tres latinoamericanos desbocados y malquerientes.
Ahora bien, este artículo no es para escribir sobre él, o sobre su ilustre hija, o el par de joyas que resultaron ser sus nietos; ¡no! es para escribir sobre otro dictador, éste sí bastante regular.
Se llamaba Ramiro Estampida del Buen Pastor y era dueño de todo el garbanzo que se cultivaba en Colombia cinco o seis décadas atrás. Era ciego, por lo que dictaba cartas y memorandos todo el día; de ahí -la sociedad es sabia en eso- su apelativo de “El Dictador”. Además, como tal, era pésimo: atropellaba las frases y muchas las dejaba sin terminar; gritaba del desespero a las mil secretarias que tuvo -estenógrafas para ser más exactos-; se comía las eses y las ces, o sea que procuraba no usar expresiones como “sociedad civil” o “acción legislativa”; le ponía acento a palabras que usualmente no tienen: “charreteras” la pronunciaba con la pompa de una sobreesdrújula, “libertad” la tildaba como grave y, por ejemplo, otras palabras como privilegio, privilegiar, privilegiando, en todas sus formas, acepciones y conjugaciones, las usaba sin razón y sin medida.
Había logrado apaciguar las huestes de los vendedores de lenteja que, históricamente, se peleaban la supremacía de la plaza de mercado con los vendedores de fríjol. Ambos bandos, aunque poderosos, estaban disgregados, destrozados internamente por estrategias contradictorias de venta; entre más rivalizaron ¡vaya paradoja! más terminaron por parecerse. Y como “en río revuelto ganancia de pescadores” el Dictador logró introducir el garbanzo como única proteína vegetal entre los productos de la “Canasta Familiar” y gozar de reducciones de impuestos y, de paso, hacer uso de prebendas que de otro modo le hubieran estado vedadas. Así se hacían las fortunas en Colombia, antes, cuando la gente se servía de las influencias y buscaba hacerle zancadillas a la ley y a los vecinos. ¡Cosas inauditas del siglo pasado!
En cuestión de un par de años la familia Estampida se colocó en el curubito de la sociedad capitalina y nacional. Por ende, los garbanceros -cultivadores, distribuidores y vendedores- se volvieron de mejor familia, también, y pasaron de la plaza de mercado a la plaza pública; se convirtieron en una fuerza política de muchos brazos disidentes-conservadores-armados que se infiltraron en los aparatos ejecutivo y legislativo de los municipios, los departamentos y el país, así como en la espesura de las urbes y las profundidades de la selva. El Dictador murió y se le dieron las honras fúnebres de los hombres que dictan, con mano firme, su destino y el de los demás a su alrededor. Su hija, quien se había casado con un vendedor de fríjol negro, engendraba en ella misma la dicotomía de ser una rolliza comadrona de club y juego de cartas vespertino y/o una líder del movimiento popular garbancero; cuyos miembros dejaron de cultivar, distribuir y vender garbanzo, y se acomodaron dentro de la holgura política que provee otro tipo de clientela: la de un Establishment, como el nuestro, abierto a la democracia participativa.
Gozaban, entonces y por decirlo mejor, de su capacidad electoral; que si bien se fue acabando con el correr del tiempo, siempre alcanzó para que los hijos de ella no tuvieran mayores problemas en la vida, salvo el inconveniente pasajero de haber despilfarrado, con sus acciones políticas y administrativas, el capital económico, político y ético de su familia. Les decían -la sociedad es sabia en eso- “los nietos de la dictadura” y con la diligencia y cuidado que corresponde a cualquier delfín, se encargaron de que nada los distrajera de su aventajado destino: no en vano, habían nacido para las ideas de alto vuelo: el Estado, su infraestructura, sus obras públicas… y todas esas cosas importantes a las que se dedican las personas que anteponen el bien común al personal, y viceversa.
A todo efecto, su causa, pensaba su progenitora quien, desde jovencitos, se dio cuenta que uno era bueno y el otro era malo, como Caín; bastaba ver la mugre que salía del cuello blanco de sus camisas. Ese era el motivo de sus desvelos, por ellos recorrió el país con arengas socializantes, repartiendo estampitas de su padre y adjudicando casas a las familias pobres, para lograr con su ejemplo el cometido de que el uno ejerciera una verdadero influencia sobre el otro. ¡Y así fue! Por eso, hoy, aunque con várices como salchichas y una soledad de caserón enrejado, es una mujer que no tiene por qué quejarse de su suerte; la diferencia entre sus hijos que nadie había notado nunca, nadie la nota, ahora, tampoco, pues entre ambos mataron a Abel, pero antes mataron al burro con la ayuda de la serpiente que se quedó a vivir en el paraíso.
¡Pobres bisnietos! Si fueron criados con la misma castrante -¿o castrense?- lógica deben estar pensando que mejor tener papás ricos aunque deshonrados, antes que la ignominia -dios no lo permita- de volver a cultivar garbanzo.
Gina’s Number One Fans
El club de fans de Gina Parody se reúne los jueves por la tarde en El Nogal. Son coleccionistas de gafas, usan corbatas Hermès y tienen como regla general no escuchar La luciérnaga, por lo que evitan cualquier contacto radial vespertino. En el selecto grupo sólo hay una mujer, su vocera: Sandra Teresa Carreño Urdinola pero “Me pueden decir Sandy, a secas, así como suena.”
Sandy es la viva imagen de la exparlamentaria y candidata a la Alcaldía de Bogotá, se ondula una pizca el cabello, se prohíbe utilizar palabras como "putativo", o "encoño", y habla alargando las vocales abiertas y apretando las piernas, por eso suena, a veces, como la que reparte las toallas en un baño turco. Fue campeona de debates en el colegio, presidenta del curso y distinguida en el anuario como “la alumna con más posibilidades de lograr el éxito.” Su palabra preferida es: Harvaaard, y se las ingenia para utilizarla tanto en conversaciones con la servidumbre, como con los caddies cuando juega golf. Es, a todas luces, una muchacha inquieta; por eso se empeñó en aprender, al derecho y al revés, quién es Rudolph Giuliani, semanas antes de que aterrizara en Bogotá.
Estudiante de ciencias políticas de la Universidad de los Andes, a Sandy básicamente dos cosas le han cambiado el rumbo a su vida: haber perdido la virginidad con un acucioso militante del Partido de la U y haber estado un semestre, de intercambio, perfeccionando el inglés en Nueva York. Por eso y por dar un par de ejemplos, para ella Ciudad Bolívar debe ser como el Bronx y el fondo del río Bogotá debe ser como el del East River, del que sacan en un mismo dragado desde cadáveres, colchones y peces deformes hasta armas oxidadas y carrocerías de buses. Una vez dijo, con cierta inocencia, que siempre que pasa frente a las pescaderías, de la 4ª con avenida 19, se siente como en la estación del metro de la calle 125, en Harlem. El caso es que –haciendo caso omiso de lo meramente anecdótico– para ella es muy claro que nuestra capital ya tiene los grandes problemas de las mega urbes y que cualquier asesoría experta es bienvenida pero, con todo y eso, está convencida de que a Gina, su alter ego y amiga, no le conviene que Giuliani venga a Bogotá.
Una tarde, por los días en que estudiaba este asunto, se la encuentra en el baño de mujeres del club, las dos haciendo lo mismo, cada una en su cubículo, sentadas pero inclinadas hacia adelante para no apoyarse mucho en la fría cerámica; afuera, por las escasas ventanitas de ventilación, se escuchaba un radio sintonizado en una emisora cristiana que decía: "Cualquier cosa que estés haciendo entrégasela al Señor, nuestro Dios." Sandy reconoce a Gina por los calzoncitos que, a la altura de los tobillos, alcanzan a mostrar el estampado de las chicas superpoderosas y le dice emocionada:
+ Amiguis, hooooooola ¡qué lindos zapatos! ¿sabes? pienso que no deeebes traer a Giuliani. No es lo tuyo. ¿Almorzamos y te explico? + A lo que la candidata responde, mientras hace un triangulito con el papel higiénico antes de usarlo:
+ ¡Sandy Caaandy! ¿cómo van mis fanaaaatics? pásame un memo, sobre lo de Giuliani, y lo analizamos en el Interactive Candidate Profile and Media Task Force Group, que se reúne pasado mañana en Andrés D. C. Chao Baa-aaby. + Apuró el paso para no encontrársela de frente, no quería ser mucho más directa con ella. La decisión de traer a Giuliani, como asesor en seguridad, estaba tomada.
Héroe de las duras jornadas posteriores al 9/11 y reconocido por haber reducido el crimen de Nueva York en un 65%, Rudolph Giuliani vino, vio y venció; dijo lo mismo que ha repetido alrededor del mundo, desde que se volvió conferencista internacional, y dejó la impronta de su gozosa personalidad pese al poquísimo tiempo que se quedó en Colombia.
A la postre, Sandy tendría razón, porque la visita relámpago de tan reconocido asesor ha dado más para suspicacias que para claridades; tal como lo advirtió en el memo dirigido a la campaña y que nadie nunca leyó porque ¿qué va a saber una groupie que pega el sobre con la calcomanía de la Mujer Maravilla?
“Me dirijo a ustedes con una preocupación legítima. […] Peñalosa es el hombre de la bicicleta, Mockus el bufón inteligente, Petro el frentero, Galán el hijo de Galán, Luna el joven liberal, Araújo el viejo conservador, Castro el ladrilludo anciano y Gina, nuestra Gina, es la chica play, por lo que no es absurdo afirmar que comparte los votos estrato seis con Peñalosa, salvo los del Country Club que sí son todos de ella. O sea que, básicamente, nuestra candidata ya tiene los votos de los que conocen a Giuliani, de los que saben a ciencia cierta cómo y cuánto redujo la criminalidad en Nueva York; los demás lo vieron disfrazado de bombero cuando cayeron las torres gemelas y, eso, aunque multiplica exponencialmente su recordación, también la distrae de sus verdaderas habilidades como burgomaestre, […] por lo que su visita puede adquirir un tinte sensacionalista. […] Y está lo otro: un conferencista que cobra seiscientos millones de pesos ($600.000.000.oo) por asesorar a un candidato ¿quién nos va a creer que no es lo que le vamos a pagar? ¿y si nos lo creen? ¡peor! porque los votantes potenciales pensarán que hay gato encerrado. No podemos entregarle zipote “papayazo” a los medios: Gina Parody como futura alcaldesa empezaría, ya, con la carga de que dispone de una suma que sólo dos o tres bogotanos y la mayoría de los narcotraficantes, han visto junta y eso genera una antipatía muy grande por parte de los verdaderos votantes: los habitantes que ganan dos sueldos mínimos para abajo.
Hasta aquí los apartes importante del mentado memorandum. Lo demás son consejos a la candidata para animarla a buscar sus votos al sur de la calle 72, donde no los tiene; y buscando la asesoría de figuras cuyo apoyo a Bogotá es indiscutible como Martha Senn o Royne Chávez. Después del punto final, Sandy garabatea con marcador verde luminoso las letras: xoxoxxxo y firma a nombre de los 8 miembros de su grupo de los jueves: Gina's Number One Fans.
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