
San Diomedes
Que los parlamentarios colombianos tramiten una Ley de Honores para celebrar las proezas musicales y mundanas del cantautor de música vallenata Diomedes Díaz, vaya y venga; es como honrar a uno de los suyos: hombres del pueblo que han trepado a las altas esferas de la sociedad, por la ardua y difícil escalera que lleva a la fama, al poder y a la delincuencia, para, finalmente, luchar por una anhelada impunidad. Ahora, la Iglesia, el Arzobispado de La Junta, en cabeza de Monseñor Eladio Arzayús Velandia ha empezado el proceso de beatificación, del conocido personaje, ante el Vaticano.
“Se trata de un papeleo demorado, pero estamos confiados en poder demostrar la índole milagrosa de uno de nuestros fieles más queridos” dijo el reverendo, a las cadenas noticiosas del país, después de una misa, por la salvación del alma del cantante y compositor, a la que asistieron sus cuarenta y cinco hijos, sus treinta y cuatro esposas-amantes-concubinas-compañeras-de-cama y sus guardaespaldas, muchos de los cuales –ahí empiezan los milagros– se parecen a los hijos; y es porque a Diomedes le gustaba, después de sus prédicas de acordeón, caja y guacharaca, compartir la carne y el vino con sus más cercanos colaboradores, tal y como rezan los evangelios. “¡Era tan devoto!” dicen quienes lo acompañaron en sus correrías que las líneas de cocaína le quedaban en forma de cruz y se persignaba antes de consumirlas y multiplicarlas para regocijo de sus acompañantes, algunos de los cuales –de acuerdo a lo previsto en la Santa Biblia– lo negaron, lo traicionaron y estuvieron entre quienes pidieron, entre vitores y gritos de espanto, para él, la corona de espinas y su subsecuente crucifixión.
“¡Su vida entera es un milagro!” exclamó, en otra oportunidad, Monseñor Arzayús haciendo referencia al hecho incontrovertible de que el hombre, nacido en un corregimiento pobre y perdido entre el veredal guajiro, había logrado conquistar el corazón de los colombianos con un repertorio alentador de las costumbres cristianas, pues Diomedes Díaz le cantó al amor, a la honestidad, al cariño de pareja, a la fidelidad, a la hombría y a la virginidad; valores, todos, que cultivó en su vida y que fueron equiparables a su devoción por Jesucristo, a quien le reza: “Todo lo que yo trabaje, todo es para ti; tú eres quien tiene derecho, todo es para ti; lo que guardo aquí en mi pecho, todo es para ti; el amor que es lo mas grande, todo es para ti”.
Como todo santo, también, tuvo su propio viacrucis: fue acusado de asesinar a una de sus sacerdotisas, a una de sus musas, cuyo cuerpo brutalizado y lleno de sustancias alucinógenas fue encontrado, al borde de una carretera, en las cercanías de Tunja. La noticia fue tan dura para el vallenatero que se sumió en una apoplejía que lo inmovilizó durante un par de años, obligado a cargar con la cruz de infamia que lo acompañó hasta su muerte; pero el milagro se le hizo: se levantó, caminó sobre las aguas y de los orificios en sus manos y pies fue arrastrado a la cárcel, de donde salió a los tres días; bueno, en realidad, fue más tiempo, pero las celebraciones de su resurrección fueron tan apoteósicas que los historiadores, con esa ebriedad propia de acercarse al aura de la santidad, terminaran por hacer los ajustes necesarios para que San Diomedes aparezca en los frisos y vitrales de las catedrales –desde Valledupar hasta Riohacha– junto a San Rafael Escalona, San Francisco El Hombre y San Juancho Rois cuyas beatificaciones también se encuentran en curso.
La oficina de canonizaciones del Vaticano tiene un archivero completo dedicado a Colombia y que los prelados miran, de vez en cuando, para reírse de nuestra ingenuidad; esto es, si se le puede llamar así a nuestro desdén por la gente de bien y nuestro infinito amor por las ovejas descarriadas; porque, el nuestro, es un país que le rinde culto a la delincuencia: nos encomendamos primero a las almas de Pablo Escobar, de Tirofijo o de la monita retrechera antes que reconocer la vida sacrificada de quienes trabajan sin más armas que el decoro y la perseverancia; nos colgamos medallas con sus efigies, les inventamos oraciones, coplas, trovas y vallenatos; peregrinamos hasta sus tumbas y les ofrecemos penitencia por su cuidado y milagros; y la prueba de esta afición por privilegiar la contravención y el bandidaje es que RCN y Caracol, sin falta, se pelean por producir telenovelas que ensalzan su memoria y deifican las acciones de sus vidas.
Como escribe Joaquín Robles Zabala, periodista de la Revista Semana “Diomedes Díaz Maestre fue muchas y otras cosas que se le endilgan: periquero, extravagante, mujeriego, loco, machista, ostentoso y, en ocasiones, entre un trago y otro, se le daba por toquetear las entrepiernas de sus amigos”; pero pareciera que con la excusa de que la vida pública e intima de un artista debe ser juzgada independientemente de su obra, nos piden, tanto la Iglesia como el Capitolio, que seamos benévolos, por lo menos, con sus canciones y sus letras, interpretadas y escritas para inspirar los más virtuosos y reveladores sermones dominicales sobre: el arrepentimiento, el perdón y la vida monacal de los juglares que encarnan la leyenda vallenata.
El biógrafo de Gadafi es colombiano
Volvió al país hace un par de semanas, presentó su pasaporte libio, y el de su mujer, en el aeropuerto El Dorado y aunque aún conserva la vieja cédula de ciudadanía colombiana, su nombre, por maltratos del tiempo, es ilegible por lo que las autoridades lo registraron con el nombre adoptado en su ya lejana iniciación al Islam: Saif Al-Mulazim. Lo hicieron pasar por una puerta especial pero no porque despertara sospechas, o le hubiera faltado algún trámite en inmigración, sino porque ella -cubierta por un burka gris oscuro- acusa un estado de avanzada invalidez.
+ Espere le consigo un taxi en el que quepa la silla de ruedas, patrón. + Le decía el señor que les cargó las maletas hasta la acera donde los dejó sin recibir respuesta a su pregunta, ni propina. + ¡Muertos de hambre! + Exclamó en voz baja, sin notar que la pareja fue abordada por un par de agentes que se identificaron como miembros de la Interpol. Su misión: sacarle información al hombre que, según datos altamente confidenciales, es el biógrafo del Coronel Muamar el Gadafi, depuesto líder del régimen totalitario que se prolongó en Libia por más de 40 años.
+ Fui de los pocos que tenía permiso para lavarle los pies, cosa que nunca hice por nadie más y que me causó enemistades entre su cerrado círculo familiar. + Fue lo primero que dijo este hombre, de maneras formales y hablar pausado, mientras les registraban sus pertenencias con un aparato electrónico, en busca de cualquier tipo de disco duro, me supongo. Los instalaron en un cuarto del Club Militar y les contaron, por vulnerarlos, tal vez, que estaban a pocas cuadras de la embajada americana. Sus interlocutores lo interrogarían sin tregua durante 10 días pero esa noche, después de poner la silla de ruedas en dirección a La Meca, los dejaron descansar.
Pese a las presiones y a la posibilidad, siempre latente, de que lo fueran a torturar Saif narraba con notable precisión detalles de la vida de Gadafi y se distraía horas enteras en los pormenores más insignificantes de las caravanas que organizaba por el desierto; en realidad, nada que le pudiera servir a las autoridades internacionales para encontrarlo o para ir engrosando su expediente, o sea ninguna prueba nueva, de las muchas que ya existen para cuando se pueda, eventualmente, juzgarlo por delitos contra la humanidad. Al libio-colombiano no le dieron tiempo de leer la declaración completa, 484 folios a doble espacio, que dejó firmada el día que lo dejaron, finalmente, cumplir su sueño: irse para Riohacha; lugar donde naciera, en el seno de una familia católica, 64 años atrás. Su mujer se adaptó rápido al cambio, al fin y al cabo la Guajira, como la mayor parte del territorio libio, es desértica y el sol enciende con el mismo ánimo de derretirlo todo.
Se instalaron en una casa de bahareque que había en uno de los recodos de la playa, la tomaron sin pedir permiso y contrataron a la familia de negros retintos que la habitaban para que les cocinaran, limpiaran, pescaran y fritaran lo que daba el mar que tenían enfrente; el hijo bastante inquieto, de 11 años, jugaba con la señora, zarandeaba su silla de ruedas hasta que un día pasó lo inevitable: su burka se enredó en los dedos de mico del niño y dejó al descubierto su cara con bigote, perfectamente afeitada, en los pómulos y la barbilla, y unas gafas finísimas de sol. Para su tranquilidad y para no echar a perder el esfuerzo de haberse escondido en un país pro gringo donde no lo buscarían, el Coronel le cortó la lengua al mucharejo, sin pensarlo dos veces, y se la echó a los perros. Sus padres no creyeron del todo la culpabilidad de los animales pero fueron recompensados con creces por sus servicios, por lo que nunca elevaron mayor queja; al contrario, estaban agradecidos con el cambio repentino de suerte. Les pareció curioso que una señora tuviera la voz como tan ronca y se tapara toda con telas oscuras a plena luz del día pero nunca ¡ni más faltaba! pusieron en evidencia su extrañeza.
Los dos hombres podían pasar días enteros sin hablar porque, en realidad, Saif no tenía el rango, ni el derecho, de dirigir palabra alguna a quién él reconocía como su amo y determinador de su destino. Una noche, sin embargo, Gadafi le preguntó: “¿Qué le dijo a los agentes que lo interrogaron?”
+ Lo convenido. + Contestó el libio-colombiano, sin mirarlo a los ojos y esperó un gesto para proseguir con la respuesta. +
+ Que usted tenía un doble que lo reemplazaba en las audiencias y las labores aburridas de su administración, que además era experto en cortar cintas inaugurales; que usted ponía a sus generales a vigilarse entre sí, para dificultar cualquier unión conspiradora en su contra; que sus enemigos dejaron apenas unos cuantos huesos del amor de su vida, y de su hijo, porque los mandaron asesinar por una jauría de perros que les arrancaron las entrañas; que usted recibió a cuanto dictador derrocado se veía abocado al exilio, y buscaba refugio seguro, para tener con quienes jugar a las cartas durante las tardes de bochorno; que usted, mi Coronel, le vendió el mar a los Estados Unidos y que en varias oportunidades decretó que el tiempo no pasara y durara detenido hasta nueva orden; que a usted le disfrazaban las putas de colegialas para que las conquistara con dulces a la salida del colegio; que usted sirvió a la mesa la cabeza de su ministro de defensa, recién cocinada, y le mandó poner una ramita de perejil en la boca; que usted trató de canonizar a su mismísima madre, ante la Santa Sede; y, que usted, entre muchas otras cosas, había muerto y resucitado a su antojo pero que está destinado a vivir más de 107 años y menos de 232, expirar de muerte natural y bocabajo, en la misma posición en que duerme todas las noches. +
Muamar el Gadafi nacido en la misma orilla del continente vecino, piensa que la teoría del devenir, de Heráclito, aplica sólo para el agua dulce; no deja de pensar que el agua del mar es toda la misma y que, como la vida, se repite en ciclos previsibles, por lo que está seguro de que Libia volverá a ser suya algún día. Es consciente de que más que reinar, lo suyo es la paciencia, enseñanza que le dejaron las incontables travesías por el desierto.
Por su lado, la Interpol se da cuenta que la declaración de Saif no es más que un sartal de tramas literarias extrapoladas del Otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez y ordena su detención por falso testimonio. El problema es que mañana será demasiado tarde para aprenderlo, se pasó a Venezuela donde sigue lavándole los pies con la reverencia de siempre, al hombre más buscado por los rebeldes libios, los mercenarios contratados por el CNT (Consejo Nacional de Transición), la OTAN, los franceses, los ingleses y cuanto cazador de recompensas existe.
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