Fito Páez

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Al lado del camino

Me gusta estar al lado del camino
Fumando el humo mientras todo pasa
Me gusta abrir los ojos y estar vivo
Tener que vérmelas con la resaca
Entonces navegar se hace preciso
En barcos que se estrellen en la nada
Vivir atormentado de sentido
Creo que ésta, sí, es la parte más pesada

En tiempos donde nadie escucha a nadie
En tiempos donde todo es contra todos
En tiempos egoístas y mezquinos
En tiempos donde siempre estamos solos
Habrá que declararse incompetente
En todas las materias de mercado
Habrá que declararse un inocente
O habrá que ser abyecto y desalmado

Yo ya no pertenezco a ningún “istmo”
Me considero vivo y enterrado
Yo puse las canciones en tu walkman
El tiempo a mí me puso en otro lado
Tendré que hacer lo que es y no debido
Tendré que hacer el bien y hacer el daño
No olvides que el perdón es lo divino
Y errar a veces suele ser humano

No es bueno, nunca, hacerse de enemigos
Que no estén a la altura del conflicto
Que piensan que hacen una guerra
Y se hacen pis encima como chicos
Que rondan por siniestros ministerios
Haciendo la parodia del artista
Que todo lo que brilla en este mundo
Tan sólo les da caspa y les da envidia

Yo era un pibe triste y encantado
De Beatles, caña Legui y maravillas
Los libros, las canciones y los pianos
El cine, las traiciones, los enigmas
Mi padre, la cerveza, las pastillas
Los misterios, el whisky malo, los óleos
El amor, los escenarios, el hambre
El frío, el crimen, el dinero y mis diez tías
Me hicieron este hombre enreverado

Si alguna vez me cruzas por la calle
Regálame tu beso y no te aflijas
Si ves que estoy pensando en otra cosa
No es nada malo, es que pasó una brisa
La brisa de la muerte enamorada
Que ronda como un ángel asesino
Mas no te asustes siempre se me pasa
Es solo la intuición de mi destino

Me gusta estar al lado del camino
Fumando el humo mientras todo pasa
Me gusta regresarme del olvido
Para acordarme en sueños de mi casa
Del chico que jugaba a la pelota
Del cuatro nueve cinco ocho cinco
Nadie nos prometió un jardín de rosas
Hablamos del peligro de estar vivos
No vine a divertir a tu familia
Mientras el mundo se cae a pedazos

Me gusta estar al lado del camino
Me gusta sentirte a mi lado

Me gusta estar al lado del camino
Dormirte cada noche entre mis brazos


Once y seis

En un café, se vieron por casualidad
Cansados en el alma de tanto andar
Ella tenía un clavel en la mano
Él se acercó, le preguntó si andaba bien
Llegaba a la ventana en puntas de pie
Y la llevó a caminar por Corrientes

Miren todos, ellos solos
Pueden más que el amor
Y son más fuertes que el Olimpo
Se escondieron en el centro
Y en el baño de un bar
Sellaron todo, todo, todo con un beso

Durante un mes vendieron rosas en la paz
Presiento que no importaba nada más
Y entre los dos juntaban algo
No sé por qué, pero jamás los volví a ver
Él carga con once y ella con seis
Y, si reía, él le daba la luna

Miren todos, ellos solos
Pueden más que el amor
Y son más fuertes que el Olimpo
Se escondieron en el centro
Y en el baño de un bar
Sellaron todo, todo, todo, todo…
Y para siempre así


Pétalo de sal

Furioso pétalo de sal
La misma calle, el mismo bar
Nada te importa la ciudad si nadie espera
Ella se vuelve carmesí 
No sé si es Baires o Madrid
Nada te importa la ciudad si nadie espera
Y no es tan trágico mi amor
Es este sueño, es este sol
Que ayer pareció tan extraño
O al menos tus labios…

Yo te entiendo bien
Es como hablarle a la pared
y tú podrías darme fe... 

Furioso pétalo de sal
La misma calle, el mismo bar
Nada te importa la ciudad si nadie espera
Y no es tan trágico mi amor
Es este sueño, es este sol
Que ayer pareció tan extraño
O al menos tus labios…

Yo te entiendo bien
Es como hablarle a la pared
Y te imagino dando vueltas en el vecindario 

Algo tienen estos años que me hacen poner así
Y decirte que te extraño y voy a verte feliz


Yo vengo a ofrecer mi corazón

¿Quién dijo que todo está perdido? 
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Tanta sangre que se llevó el río
Yo vengo a ofrecer mi corazón

No será tan fácil, ya sé qué pasa
No será tan simple como pensaba
Como abrir el pecho y sacar el alma
Una cuchillada del amor

Luna de los pobres siempre abierta
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Como un documento inalterable
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Y uniré las puntas de un mismo lazo
Y me iré tranquilo, me iré despacio
Y te daré todo y me darás algo
Algo que me alivie un poco más

Cuando no haya nadie, cerca o lejos
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Cuando los satélites no alcancen
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Hablo de países y de esperanzas
Hablo por la vida, hablo por la nada
Hablo de cambiar ésta, nuestra casa
De cambiarla por cambiar, no más

¿Quién dijo que todo está perdido? 
yo vengo a ofrecer mi corazón

 
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Alejandra Pizarnik

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Artes Invisibles

Tú que cantas todas mis muertes.
Tú que cantas lo que no confías
al sueño del tiempo,
descríbeme la casa del vacío,
háblame de esas palabras vestidas de féretros
que habitan mi inocencia.

Con todas mis muertes
yo me entrego a mi muerte,
con puñados de infancia,
con deseos ebrios
que no anduvieron bajo el sol,
y no hay una palabra madrugadora
que le dé la razón a la muerte.
Y no hay un dios dónde morir sin muecas.


Tragedia

Con el rumor de los ojos de las muñecas movidos por el viento tan fuerte que los hacía abrirse y cerrarse un poco. Yo estaba en el pequeño jardín, triangular y tomaba el té con mis muñecas y con la muerte. ¿Y quién es esa dama vestida de azul de cara azul y nariz azul y labios azules y dientes azules y senos azules con pezones dorados? Es mi maestra de canto. ¿Y quién es esa dama de terciopelos rojos que tiene cara de pie y emite partículas de sonidos y apoya sus dedos sobre rectángulos de nácar blancos que descienden y se oyen sonidos, los mismos sonidos? Es mi profesora de piano y estoy segura de que debajo de sus terciopelos rojos no tiene nada, está desnuda con su cara de pie y así ha de pasear los domingos en un gran triciclo rojo apretando al asiento con las piernas cada vez más apretadas como pinzas hasta que el triciclo se le introduce adentro y nunca más se lo ve.


La Carencia

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.


Hija del Viento

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencia,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo de tu llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.


Sortilegios

Y las damas vestidas de rojo para mi dolor y con mi dolor insumidas en mi soplo, agazapadas como fetos de escorpiones en el lado más interno de mi nuca, las madres de rojo que me aspiran el único calor que me doy con mi corazón que apenas pudo nunca latir, a mí que siempre tuve que aprender sola cómo se hace para beber y comer y respirar y a mí que nadie me enseñó a llorar y nadie me enseñará ni siquiera las grandes damas adheridas a la entretela de mi respiración con babas rojizas y velos flotantes de sangre, mi sangre, la mía sola, la que yo me procuré y ahora vienen a beber de mí luego de haber matado al rey que flota en el río y mueve los ojos y sonríe pero está muerto y cuando alguien está muerto, muerto está por más que sonría y las grandes, las trágicas damas de rojo han matado al que se va río abajo y yo me quedo como rehén en perpetua posesión.


Anillos de Ceniza

A Cristina Campo

Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.

Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Y hay, cuando viene el día,
una partición del sol en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas
busca asilo en mi garganta,
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio.


El Entendimiento

Empecemos por decir que Sombra había muerto. ¿Sabía Sombra que Sombra había muerto? Indudablemente. Sombra y ella fueron consocias durante años. Sombra fue su única albacea, su única amiga y la única que vistió luto por Sombra. Sombra no estaba tan terriblemente afligida por el triste suceso y el día del entierro lo solemnizó con un banquete.

Sombra no borró el nombre de Sombra. La casa de comercio se conocía bajo la razón social “Sombra & Sombra”. Algunas veces los clientes nuevos llamaban Sombra a Sombra; pero Sombra atendía por ambos nombres, como si ella, Sombra, fuese en efecto Sombra, quien había muerto.


La Jaula Mortal

… des blessures écarlates et noires éclatant
dans les chairs superbes. RIMBAUD

Tapizada con cuchillos y adornada con filosas puntas de acero, su tamaño admite un cuerpo humano; se la iza mediante una polea. La ceremonia de la jaula se despliega así:

La sirvienta Dorkó arrastra por los cabellos a una joven desnuda; la encierra en la jaula; alza la jaula. Aparece la “dama de estas ruinas”, la sonámbula vestida de blanco. Lenta y silenciosa se sienta en un escabel situado debajo de la jaula.

Rojo atizador en mano, Dorkó azuza a la prisionera quien, al retroceder –y he aquí la gracia de la jaula–, se clava por sí misma los filosos aceros mientras su sangre mana sobre la mujer pálida que la recibe impasible con los ojos puestos en ningún lado. Cuando se repone de su trance se aleja lentamente. Ha habido dos metamorfosis: su vestido blanco ahora es rojo y donde hubo una muchacha hay un cadáver.

 
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Eduardo Carranza

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Soneto Sentimental

Quella ond’io aspetto il como e il quando
del dire e del tacer
(Paradiso XXI)

Eres el cuándo, el dónde y el porqué.
La respuesta final enardecida
a mi pregunta de toda la vida.
Lo que es, lo que será y lo que fue.

Si hacia otro instante avanzo el pie,
si viajo a una ciudad entredormida
si la súbita estrella aparecida:
eres el cuándo, el dónde y el porqué.

Si me llevo la mano hacia la herida,
si ocupo este planeta y este día
y oye mi frente una palabra fiel,

si confundo llegada y despedida,
si en mis venas el tiempo desvaría:
eres el cuándo, el dónde y el porqué.


El Otro

Se desprendía la tarde de la tierra.
Me despedí de mí. Me di la mano.
Me quedé en la ventana
mirándome partir.
Volví a mirar de pronto:
estaba en la ventana
abierta hacia el Poniente
en donde ya no estás.
Me fui. Me dejé solo en la ventana.
Y suspiré por mí: solo. Perdido. Lejos.
Y seguí andando sin saber a donde.
Y no volví de nuevo la cabeza
pues no está bien que así no más un hombre
se eche a llorar.
Me fui pensando que quedaba solo
en la ventana: triste,
sin mí, sin ti, sin nadie.
Abandonado.

Ya para siempre estoy lejos de mí.


Soneto a Teresa

Teresa, en cuya frente el cielo empieza,
como el aroma en la sien de la flor.
Teresa, la del suave desamor
y el arroyuelo azul en la cabeza.

Teresa, en espiral de ligereza,
y uva, y rosa, y trigo surtidor;
tu cuerpo es todo el río del amor
que nunca acaba de pasar, Teresa.

Niña por quien el día se levanta,
por quien la noche se levanta y canta,
en pie sobre los sueños, su canción.

Teresa, en fin, por quien ausente vivo,
por quien con mano enamorada escribo,
por quien de nuevo existe el corazón.


Es Melancolía

Te llamarás silencio en adelante.
Y el sitio que ocupabas en el aire
Se llamará melancolía.

Escribiré en el vino rojo un nombre:
El tu nombre que estuvo junto a mi alma
sonriendo entre violetas.

Ahora miro largamente, absorto,
esta mano que anduvo por tu rostro,
que soñó junto a ti.

Esta mano lejana, de otro mundo,
que conoció una rosa y otra rosa,
y el tibio, el lento nácar.

Un día iré a buscarme, iré a buscar
mi fantasma sediento entre los pinos
y la palabra amor.

Te llamarás silencio en adelante.
Lo escribo con la mano que aquel día
iba contigo entre los pinos.


Soneto con una Salvedad

Todo está bien: el verde en la pradera,
el aire con su silbo de diamante
y en el aire la rama dibujante
y por la luz arriba la palmera.

Todo está bien: la frente que me espera,
el agua con su cielo caminante,
el rojo húmedo en la boca amante
y el viento de la patria en la bandera.

Bien que sea entre sueños el infante,
que sea enero azul y que yo cante.
Bien la rosa en su claro palafrén.

Bien está que se viva y que se muera.
El sol, la luna, la creación entera,
salvo mi corazón, todo está bien.

 
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César Vallejo

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En las Tiendas Griegas

Y el Alma se asustó
a las cinco de aquella tarde azul desteñida.
El labio entre los linos la imploró
con pucheros de novio para su prometida.

      El Pensamiento, el gran General se ciñó
de una lanza deicida.
El Corazón danzaba; mas, luego sollozó:
¿la bayadera esclava estaba herida?

      Nada! Fueron los tigres que la dan por correr
a apostarse en aquel rincón, y tristes ver
los ocasos que llegan desde Atenas.

      No habrá remedio para este hospital de nervios,
para el gran campamento irritado de este atardecer!
Y el General escruta volar siniestras penas
allá ....................................................................
en el desfiladero de mis nervios!


Los Heraldos Negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

      Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

      Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

      Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
      Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!


XIII

Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.

      Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la Sombra,
aunque la Muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

      Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.

¡Odumodneurtse!


La Paz, La Abispa, El Taco, Las Vertientes...

La paz, la abispa, el taco, las vertientes,
el muerto, los decílitros, el búho,
los lugares, la tiña, los sarcófagos, el vaso, las morenas,
el desconocimiento, la olla, el monaguillo,
las gotas, el olvido,
la potestad, los primos, los arcángeles, la aguja,
los párrocos, el ébano, el desaire,
la parte, el tipo, el estupor, el alma...

      Dúctil, azafranado, externo, nítido,
portátil, viejo, trece, ensangrentado,
fotografiadas, listas, tumefactas,
conexas, largas, encintadas, pérfidas...
      Ardiendo, comparando,
viviendo, enfureciéndose,
golpeando, analizando, oyendo, estremeciéndose,
muriendo, sosteniéndose, situándose, llorando...

      Después, éstos, aquí,
después, encima,
quizá, mientras, detrás, tánto, tan nunca,
debajo, acaso, lejos,
siempre, aquello, mañana, cuánto,
cuánto!...

      Lo horrible, lo suntuario, lo lentísimo,
lo augusto, lo infructuoso,
lo aciago, lo crispante, lo mojado, lo fatal,
lo todo, lo purísimo, lo lóbrego,
lo acerbo, lo satánico, lo táctil, lo profundo...


Un Hombre Está Mirando a una Mujer...

Un hombre está mirando a una mujer,
está mirándola inmediatamente,
con su mal de tierra suntuosa
y la mira a dos manos
y la tumba a dos pechos
y la mueve a dos hombres.

      Pregúntome entonces, oprimiéndome
la enorme, blanca, acérrima costilla:
Y este hombre
¿no tuvo a un niño por creciente padre?
¿Y esta mujer, a un niño
por constructor de su evidente sexo?

      Puesto que un niño veo ahora,
niño ciempiés, apasionado, enérgico;
veo que no le ven
sonarse entre los dos, colear, vestirse;
puesto que los acepto,
a ella en condición aumentativa,
a él en la flexión del heno rubio.

      Y exclamo entonces, sin cesar ni uno
de vivir, sin volver ni uno
a temblar en la justa que venero:
¡Felicidad seguida
tardíamente del Padre,
del Hijo y de la Madre!
¡Instante redondo,
familiar, que ya nadie siente ni ama!
¡De qué deslumbramiento áfono, tinto,
se ejecuta el cantar de los cantares!
¡De qué tronco, el florido carpintero!
¡De qué perfecta axila, el frágil remo!
¡De qué casco, ambos cascos delanteros!


Marcha Nupcial

A la cabeza de mis propios actos,
corona en mano, batallón de dioses,
el signo negativo al cuello, atroces
el fósforo y la prisa, estupefactos
el alma y el valor, con dos impactos

      al pie de la mirada; dando voces;
los límites, dinámicos, feroces;
tragándome los lloros inexactos,

      me encenderé, se encenderá mi hormiga,
se encenderán mi llave, la querella
en que perdí la causa de mi huella.

      Luego, haciendo del átomo una espiga,
encenderé mis hoces al pie de ella
y la espiga será por fin espiga.


Confianza en el Anteojo, No en el Ojo...

Confianza en el anteojo, nó en el ojo;
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, nó en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

      Confianza en la maldad, nó en el malvado;
en el vaso, mas nunca en el licor;
en el cadáver, no en el hombre
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

      Confianza en muchos, pero ya no en uno;
en el cauce, jamás en la corriente;
en los calzones, no en las piernas
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

      Confianza en la ventana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el destino, no en el dado de oro,
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.


XVIII

He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

      Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

      A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.

      El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la
                                                  MADRE,
      hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.

      Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.

 
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Jorge Luis Borges

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Mi Vida Entera

Aquí otra vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.
He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.
He atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches
se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres.


Arte Poética

   Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.

   Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo.

   Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.

   A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.

   Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.

   También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.


La Trama

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.


Texas

   Aquí también. Aquí como en el otro
Confín del continente, el infinito
Campo en que muere solitario el grito;
Aquí también el indio, el lazo, el potro.
Aquí también el pájaro secreto
Que sobre los fragores de la historia
Canta para una tarde y su memoria;
Aquí también el místico alfabeto
De los astros, que hoy dictan a mi cálamo
Nombres que el incesante laberinto
De los días no arrastra: San Jacinto
Y esas otras Termópilas, el Alamo.
Aquí también esa desconocida
Y ansiosa y breve cosa que es la vida.


Límites

   Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar,
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
Hay un espejo que me ha visto por última vez,
Hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
Hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.


¿Dónde se Habrán Ido?

   Según su costumbre, el sol
Brilla y muere, muere y brilla
Y en el patio, como ayer,
Hay una luna amarilla,
Pero el tiempo, que no ceja,
Todas las cosas mancilla–
Se acabaron los valientes
Y no han dejado semilla–.

   ¿Dónde están los que salieron
A liberar las naciones
O afrontaron en el Sur
Las lanzas de los malones?
¿Dónde están los que a la guerra
Marchaban en batallones?
¿Dónde están los que morían
En otras revoluciones?

   –No se aflija. En la memoria
De los tiempos venideros
También nosotros seremos
Los tauras y los primeros.

   El ruin será generoso
Y el flojo será valiente:
No hay cosa como la muerte
Para mejorar la gente.

   ¿Dónde está la valerosa
Chusma que pisó esta tierra,
La que doblar no pudieron
Perra vida y muerte perra,
Los que en el duro arrabal
Vivieron como en la guerra,
Los Muraña por el Norte
Y por el Sur los Iberra?

   ¿Qué fue de tanto animoso?
¿Qué fue de tanto bizarro?
A todos los gastó el tiempo,
A todos los tapa el barro.
Juan Muraña se olvidó
Del cadenero y del carro
Y ya no sé si Moreira
Murió en Lobos o en Navarro.

   –No se aflija. En la memoria...


A Quien Ya No Es Joven

   Ya puedes ver el trágico escenario
Y cada cosa en el lugar debido;
La espada y la ceniza para Dido
Y la moneda para Belisario.
¿A qué sigues buscando en el brumoso
Bronce de los hexámetros la guerra
Si están aquí los siete pies de tierra,
La brusca sangre y el abierto foso?
Aquí te acecha el insondable espejo
Que soñará y olvidará el reflejo
De tus postrimerías y agonías.
Ya te cerca lo último. Es la casa
Donde tu lenta y breve tarde pasa
Y la calle que ves todos los días.


Del Rigor en la Ciencia

... En aquel imperio, el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del imperio, toda una provincia. Con el tiempo, esos mapas desmesurados no satisficieron y los colegios de cartógrafos levantaron un mapa del imperio, que tenía el tamaño del imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al estudio de la cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los inviernos. En los desiertos del oeste perduran despedazadas ruinas del mapa, habitadas por animales y por mendigos; en todo el país no hay otra reliquia de las disciplinas geográficas.

Suárez Miranda, Viajes de varones prudentes,
libro cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658


Poema de los Dones

A María Esther Vásquez

   Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.

   De esta ciudad de libros hizo dueños
A unos ojos sin luz, que sólo pueden
Leer en las bibliotecas de los sueños
Los insensatos párrafos que ceden

   Las albas a su afán. En vano el día
Les prodiga sus libros infinitos,
Arduos como los arduos manuscritos
Que perecieron en Alejandría.

   De hambre y de sed (narra la historia griega)
Muere un rey entre fuentes y jardines;
Yo fatigo sin rumbo los confines
De esa alta y honda biblioteca ciega.

   Enciclopedias, atlas, el Oriente
Y el Occidente, siglos, dinastías,
Símbolos, cosmos y cosmogonías
Brindan los muros, pero inútilmente.

   Lento en mi sombra, la penumbra hueca
Exploro con el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el Paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.

   Algo, que ciertamente no se nombra
Con la palabra azar, rige estas cosas;
Otro ya recibió en otras borrosas
Tardes los muchos libros y la sombra.

   Al errar por las lentas galerías
Suelo sentir con vago horror sagrado
Que soy el otro, el muerto, que habrá dado
Los mismos pasos en los mismos días.

   ¿Cuál de los dos escribe este poema
De un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
Si es indiviso y uno el anatema?

   Groussac o Borges, miro este querido
Mundo que se deforma y que se apaga
En una pálida ceniza vaga
Que se parece al sueño y al olvido.


Límites

   De estas calles que ahondan el poniente,
Una habrá (no sé cuál) que he recorrido
Ya por última vez, indiferente
Y sin adivinarlo, sometido

   A Quién prefija omnipotentes normas
Y una secreta y rígida medida
A las sombras, los sueños y las formas
Que destejen y tejen esta vida.

   Si para todo hay término y hay tasa
Y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa
Sin saberlo, nos hemos despedido?

   Tras el cristal ya gris la noche cesa
Y del alto de libros que una trunca
Sombra dilata por la vaga mesa,
Alguno habrá que no leeremos nunca.

   Hay en el Sur más de un portón gastado
Con sus jarrones de mampostería
Y tunas, que a mi paso está vedado
Como si fuera una litografía.

   Para siempre cerraste alguna puerta
Y hay un espejo que te aguarda en vano;
La encrucijada te parece abierta
Y la vigila, cuadrifonte, Jano.

   Hay, entre todas tus memorias, una
Que se ha perdido irreparablemente;
No te verán bajar a aquella fuente
Ni el blanco sol ni la amarilla luna.

   No volverá tu voz a lo que el persa
Dijo en su lengua de aves y de rosas,
Cuando el ocaso, ante la luz dispersa,
Quieras decir inolvidables cosas.

   ¿Y el incesante Ródano y el lago,
Todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
Que con fuego y con sal borró el latino.

   Creo en el alba oír un atareado
Rumor de multitudes que se alejan;
Son lo que me ha querido y olvidado;
Espacio y tiempo y Borges ya me dejan.

 
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León de Greiff

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Fávilas

Yo soy el Viento.
Alígero discurro
por los collados; con mis brazos ciño
la esbelta línea, el musical susurro
y el tibio aroma y el logrado afán.
De grana ardiente el gris otoño tiño,
y entre mis brazos de tiznado armiño
vibran los sueños que a mi ardor se dan.

Yo soy el Viento.
Impávido discurro
por el vórtice. Lúgubres aúllen
trenos de espanto y gélido susurro
lacerante, en mi torvo, hórrido afán.
Sordas nenias mi hejíra álgida arrullen...
Bah...: mis brazos aspérrimos se mullen
para los sueños que a mi ardor se dan.

Yo soy el Viento.
Y al azar discurro.
Y a tí y a mí la misma melodía
nos exalta! Me abrevo del susurro
de tu voz! Es mi afán tu propio afán!
Tu férvida pasión nutre la mía!
Saciar tu árida sed mi sed ansía,
y henchir los sueños que a mi ardor se dan.


Ritornelo

“Esta rosa fue testigo”
de ése, que si amor no fue,
ninguno otro amor sería.
Esta rosa fue testigo
de cuando te diste mía!
El día, ya no lo sé
–sí lo sé, mas no lo digo–
Esta rosa fue testigo.

De tus labios escuché
la más dulce melodía.
Esta rosa fué testigo:
todo en tu sér sonreía!
todo cuanto yo soñé
de tí, lo tuve conmigo...
Esta rosa fué testigo.

En tus ojos naufragué
donde la noche cabía!
Esta rosa fué testigo.
En mis brazos te oprimía,
entre tus brazos me hallé,
luégo hallé más tibio abrigo...
Esta rosa fué testigo.

Tu fresca boca besé
donde triscó la alegría!
Esta rosa fué testigo
de tu amorosa agonía
cuando del amor gocé
la vez primera contigo!
Esta rosa fué testigo.

“Esta rosa fue testigo”
de ése, que si amor no fué,
ninguno otro amor sería.
Esta rosa fue testigo
de cuando te diste mía!
El día, yá no lo sé
–sí lo sé, más no lo digo–
Esta rosa fue testigo.


Tergiversaciones

Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa
dicen que soy poeta..., cuando no porque iluso
suelo rimar –en verso de contorno difuso–
mi viaje byroniano por las vegas del Zipa...,

tal un ventripotente agrómena de jipa
a quien por un capricho de su caletre obtuso
se le antoja fingirse paraísos... al uso
de alucinado Pöe que el alcohol destripa,

de Baudelaire diabólico, de angelical Verlaine,
de Arthur Rimbaud malévolo, de sensorial Rubén,
y en fin... hasta del padre Víctor Hugo omniforme...!

¡Y tanta tierra inútil por escasez de músculos!
¡tanta industria novísima! ¡tanto almacén enorme!
Pero es tan bello ver fugarse los crepúsculos...


Relato de Sergio Stepansky

¡Juego mi vida!
¡Bien poco valía!
¡La llevo perdida
sin remedio!
Erik Fjordsson.

Juego mi vida, cambio mi vida,
de todos modos
la llevo perdida...

Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito,
en una encrucijada, en una barricada, en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
—en la periferia, en el medio,
y en el sub-fondo...—

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.
Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...:
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo...

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
—por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia;
la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por una anilla de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: —para echar a rodar la bola...

Cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo;
la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra;
la cambio por un romance, la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca...

o por esa muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida —al fiado— por una fábrica de crepúsculos
(con arreboles);
por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra—
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...

¡o por dos huequecillos minúsculos
—en las sienes— por donde se me fugue, en grises podres,
la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres...!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida...


Gaspar

Ahora, en la mañana, todo es grato...
Más tarde, al mediodía, todo es duro.
Al véspero: el pasado y el futuro:
fantasmas que fastidian por un rato.

A prima noche un malestar ingrato;
poco después, algo fragante, obscuro
nos echa en brazos del enigma impuro,
y a las doce y a las trece... el buho! el gato!

Y ya al amanecer, del vagabundo
se despierta en su ser la delirante
ansia de caminar; y alto y profundo

exhibe a la ciudad su claudicante
figura de bohemio trashumante
y se da a andar, Gaspar el Errabundo!


Cancioncilla

Quise una vez y para siempre
–ya la quería desde antaño–
a ésa mujer, en cuyos ojos
bebí mi júbilo y mi daño...

Quise una vez –nunca así quise
ni así querré, como así quiero–
a ésa mujer, en cuyo espíritu
fundí mi espíritu altanero.

Quise una vez y desde nunca
–ya la querré y hasta que muera–
a ésa mujer, en cuya boca
gusté –otoñal– la Primavera.

Quise una vez –nadie así quiso
ni así querrá, que es arduo empeño–
a ésa mujer, en cuyo cálido
regazo en flor ancló mi ensueño.

Quise una vez –jamás la olvide
vivo ni muerto– a ésa mujer,
en cuyo sér de maravilla
remorí para renacer...

Y ésa mujer se llama... Nadie,
nadie lo sepa –Ella sí y yo–.
Cuando yo muera, digas –sólo–:
quién amará como él amó?


Soneto

Poeta soy, si es ello ser poeta.
Lontano, absconto, sibilino. Dura
lasca de corindón, vislumbre obscura,
gota abisal de música secreta.

Amor apercibida la saeta.
Dolor en ristre lanza de amargura.
El espíritu absorto, en su clausura.
Inmóvil, quieto, el corazón veleta.

Poeta soy si ser poeta es ello.
Angustia lancinante. Pavor sordo.
Velada melodía en contrapunto.

Callado enigma tras intacto sello.
Mi ensueño en fuga. Hastiado y cejijunto.
Y en mi nao fantasma único a bordo.

 
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Pablo Neruda

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Poema de amor número doce

Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.

Es en ti la ilusión de cada día.
LLegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.

He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.

Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.


Poema de amor número diecinueve

Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.

Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
de la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.

Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.

Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.


Poema de amor número cinco

Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.

Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
LLanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Amame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.


Poema de amor número veinte

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me cause,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.


Poema de amor número quince

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy elegre, alegre de que no sea cierto.


Poema de amor número diez

Hemos perdido aún este crepúsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
mientras la noche azul caía sobre el mundo.

He visto desde mi ventana
La fiesta del poniente en los cerros lejanos.

A veces como una moneda
se encendía un pedazo de sol entre mis manos.

Yo te recordaba con el alma apretada
de esa tristeza que tú me conoces.

Entonces, dónde estabas?
Entre qué gentes?
Diciendo qué palabras?
Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
cuando me siento triste, y te siento lejana?

Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo,
y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.

Siempre, siempre te alejas en las tardes
hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.


Poema de amor número catorce

Juegas todos los días con la luz del universo.
Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
como un racimo entre mis manos cada día.

A nadie te pareces desde que yo te amo.
Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?
Ah déjame recordarte cómo eras eras entonces, cuando aún no existías.

De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
El cielo es una red cuajada de peces sombríos.
Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.

Pasan huyendo los pájaros.
El viento.  El viento.
Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

Tú estás aquí. Ah tú no huyes.
Tú me responderás hasta el último grito.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.

Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
y tienes hasta los senos perfumados.
Mientras el viento triste galopa matando mariposas
yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

Cuánto te habrá dolido acostumbrarte a mí,
a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.

Mis palabras llovieron sobre tí acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.


Poemas del libro: Veinte poemas de amor y una Canción Desesperada.


 
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Mario Benedetti

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Rostro de Vos

Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón

tengo una soledad
tan concurrida
que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto
y por sabor

sin un tamblor de más
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos

estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna
maldición

mis huéspedes concurren
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor
yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos

pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman
como víveres
que buscan a su hambre
miran y miran
y apagan mi jornada

las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van
no queda nada
ya mi rostro de vos
cierra los ojos

y es una soledad
tan desolada.


Hagamos un Trato

Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo.
(de una canción de CARLOS PUEBLA)

Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
                 es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.


Viceversa

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte

tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte

tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte

o sea
resumiendo
estoy jodido
                     y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
                 viceversa.


Ultima Noción de Laura

A Ana María Picchio

Usted martín santomé no sabe
cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí
ya que aun en el caso de que no estuviera
todavía     muriéndome
entonces moriría
sólo de aproximarme a su tristeza

usted martín santomé no sabe
cuánto he luchado por seguir viviendo
cómo he querido vivir para vivirlo
pero debo ser floja incitadora de vida
porque me estoy muriendo       santomé

usted claro no sabe
ya que nunca lo he dicho
ni siquiera
esas noches en que usted me descubre
con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro
su sencillo coraje de quererme

usted martín santomé no sabe
        y sé que no lo sabe
        porque he visto sus ojos
        despejando
        la incógnita del miedo

no sabe que no es viejo
que no podría serlo
en todo caso allá usted con sus años
yo estoy segura de quererlo así

usted martín santomé no sabe
qué bien qué lindo dice
                                       avellaneda
de algún modo ha inventado
mi nombre con su amor

usted es la respuesta que yo esperaba
a una pregunta que nunca he formulado
usted es mi hombre
         y yo la que abandono
usted es mi hombre
         y yo la que flaqueo

usted martín santomé no sabe
al menos no lo sabe en esta espera
qué triste es ver cerrarse la alegría
sin previo aviso
                             de un brutal portazo

es raro
pero siento
                    que me voy alejando
de usted y de mí
que estábamos tan cerca
de mí y de usted

quizá porque vivir es eso
es estar cerca
y yo me estoy muriendo
                                          santomé
no sabe usted
qué oscura
                     qué lejos
                                       qué callada

usted
martín  
martín cómo era
los nombres se me caen
yo misma estoy cayendo

usted de todos modos
no sabe ni imagina
qué solo se va a quedar
mi muerte
sin
su
vi
da.


Táctica y Estrategia

Mi táctica es
                     mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
                     hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo      ni sé 
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
                     ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
                      ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
                                 simple

mi estrategia es
que un día cualquiera
ni sé cómo      ni sé
con qué pretexto
por fin
                 me necesites. 


No te salves

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
               no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
            pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
                  entonces
no te quedes conmigo.


Te Quiero

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro

tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero por que tu boca
sabe gritar rebeldía

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

 
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Porfirio Barba Jacob

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Corazón

Tú, corazón florido,
rojo fanal en mi pecho encendido,
coágulo bermejo, rosa de pasión;
tú, mi corazón, un día serás viejo.

Tu ritmo de onda
de soplos de brisas de huertos de abril,
tu olor de esencia de fronda,
tu triste amor, tu ímpetu pueril,

todo lo apagará con mano blanda
el tiempo, de quien eres un cautivo;
y yacerás en cárcel miseranda,
arcón exhausto, muerto supervivo.

Y tu melodía interna,
tu lúbrico ardor extraviado,
tu ronco són de cisterna,
ya entonces habrán pasado.

Ah, corazón florido,
rojo fanal en mi pecho encendido,
coágulo bermejo, rosal de pasión...
Ah, mi corazón...
Ah, mi corazón...


Futuro

Decir cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!):
soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,
en el vital deliquio por siempre insaciado,
era una llama al viento...

Vagó, sensual y triste, por islas de su América;
en un pinar de Honduras vigorizó el aliento;
la tierra mexicana le dio su rebeldía,
su libertad su fuerza... Y era una llama al viento.

De simas no sondadas subía a las estrellas;
un gran dolor incógnito vibraba por su acento;
fue sabio en sus abismos –y humilde, humilde, humilde-
porque no es nada una llamita al viento...

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,
que nunca humana lira jamás esclareció,
y nadie ha comprendido su trágico lamento...
Era una llama al viento y el viento la apagó.


Canción de la Vida Profunda

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar...
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonría...
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar...

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en Abril el campo, que tiembla de pasión;
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de obscuro pedernal;
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
-¡niñez en el crepúsculo!, ¡lagunas de zafir!-
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
¡y hasta las propias penas! nos hacen sonreír...

 Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer;
tras de ceñir un traje y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, 
como en las noches lúgubres el llanto del pinar;
el alma gime entonces bajo el dolor del mundo, 
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar. 

Mas hay también, ¡oh Tierra!, un día... un día... un día
en que levamos anclas para jamas volver;
un día en que discurren vientos ineluctables...
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!


Mi Vecina Carmen

Esta noche tengo miedo de estar solo... Entre la sombra,
un fantasma de ultramundo sigue mi paso, veloz...
Me parece que se acerca, que me palpa, que me nombra...
Esta noche tengo miedo de estar solo... Entre la sombra
leves rumores semejan un suspiro y una voz...

Todos en el barrio saben la historia de mi vecina:
¡Ingenua, fragante historia de ardorosa juventud!
Por sus cabellos profusos y por su carne ambarina...
Todos en el barrio saben la historia de mi vecina,
que, nevada y sonriente, reposa en el ataúd...

Esta noche tengo miedo de estar solo. Me acongoja
el recuerdo aún no lejano de un drama del corazón...
Eran sus manos tan ávidas, era su lengua tan roja...
Esta noche tengo miedo de estar solo. Me acongoja
el ritmo precipitado de mi propio corazón...

Caía en sombras la tarde cuando murió mi vecina...
En la sala de su casa destella un foco de luz...
Están rezando el rosario... Y una comadre ladina,
la que pasaba las horas riñendo con mi vecina,
reza más alto que todas, puestos los brazos en cruz...

¡Carmen, diabólica y santa! Sus grandes ojos extraños,
atrevidos y falaces, humillaron mi candor;
el bálsamo de sus besos ungió mis veintidos años...
¡Era tan bella y tan rara! Y entre sus bucles castaños
dormí dos noches azules -¡dos noches no más!- de amor...

Y hoy que ha muerto, tengo angustia de estar solo: hay un rumor
de oraciones en el aura que llega quedo, muy quedo...
¡Que abran la puerta!... ¿Hace luna? Tengo frío... tengo miedo...
Me parece que de pronto viene a turbarme su voz...


Parábola del Retorno

Señora, buenos días; señor, muy buenos días...
Decidme, ¿es esta granja la que fue de Ricard?
¿No estuvo recatada bajo frondas umbrías?
¿No tuvo un naranjero, y un sauce, y un palmar?

El viejo huertecito de perfumadas grutas
donde íbamos... donde iban los niños a jugar,
¿no tiene ahora nidos y pájaros y frutas?
Señora, y ¿quién recoge los gajos del pomar?

Decidme, ¿ha mucho tiempo que se arruinó el molino
y que perdió sus muros, su acequia, su pajar?
Las hierbas, ya crecidas, ocultan el camino.
¿De quién son esas fábricas? ¿Quién hizo puente real?

El agua de la acequia, brillante y fresca y pura,
no pasa alegre y gárrula cantando su cantar;
la acequia se ha borrado bajo la fronda oscura,
y el chorro, blanco y fúlgido, ni riela ni murmura...
Señor, ¿no os hace falta su música cordial?

Dejadme entrar, señores... ¡por Dios! Si os importuno,
este precioso niño me puede acompañar.
¿Dejáis que yo le bese sobre el cuello bruno
que enmarca, entre caireles, su frente angelical?

Recuerdo... Hace treinta años estuvo aquí mi cama;
hacia la izquierda estaban la cuna y el altar...
Decidme, ¿y por los techos aún fluye y se derrama,
de noche, la armonía del agua en el pajar?

Recuerdo... Eramos cinco... Después una mañana,
un médico muy serio vino de la ciudad;
hizo cerrar la alcoba de Tonia y la ventana...
Nosotros indagábamos con insistencia vana,
y nos hicieron alejar.

Tornamos a la tarde, cargados de racimos,
De piñuelas, de uvas y gajos de arrayán.
La granja estaba llena de arrullos y de mimos:
¡y éramos seis! ¡Había nacido Jaime ya!

Señora, buenos días; señor, muy buenos días.
Y adiós... Sí, es esta granja la que fue de Ricard,
y éste es el viejo huerto de avenidas umbrías,
que tuvo un sauce, un roble, zuribios y pomar,
y un pobre jardincillo de tréboles y acacias...

¡Señor, muy buenos días! ¡Señora, muchas gracias!

 
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Darío Jaramillo Agudelo

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Poema de Amor No.2

Podría perfectamente suprimirte de mi vida,
no contestar tus llamadas, no abrirte la puerta de la casa,
no pensarte, no desearte,
no buscarte en ningún lugar común y no volver a verte,
circular por calles por donde sé que no pasas,
eliminar de mi memoria cada instante que hemos compartido,
cada recuerdo de tu recuerdo,
olvidar tu cara hasta ser capaz de no reconocerte,
responder con evasivas cuando me pregunten por ti
y hacer como si no hubieras existido nunca.
Pero te amo.


Propósito

No menciones el amor: bien sabes que sería profanarlo.
Déjalo ser en silencio, para que sientas la música
de los dedos que rozan una piel amada.
Pero cállalo. Dedica tu babosa palabra a la pena;
exhibe sin pudor la dureza de tu corazón y así confirmarás que esa llaga ya no duele;
ah, tu corazón, esa zona manida de ti, sabia, anestesiada, infeliz.
No, no menciones el amor; déjalo crecer en silencio,
aliméntalo con silencio, compártelo sin decirlo
y solamente tartajea tu palabra para secretar tu viscoso veneno,
la amarga poción de tu cautela.


Poema de Amor No.1

Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio,
esa sombra de piedra que ha crecido en mí adentro y en mí afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.

 
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Federico García Lorca

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Arbolé Arbolé

Arbolé arbolé
seco y verdé.

La niña de bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes,
sobre jacas andaluzas,
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
“Vente a Córdoba, muchacha.”
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
“Vente a Sevilla, muchacha.”
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
“Vente a Granada, muchacha.”
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.

Arbolé arbolé
seco y verdé.


Cortaron Tres Arboles

A Ernesto Halffter

Eran tres.
(Vino el día con sus hachas.)
Eran dos.
(Alas rastreras de plata.)
Era uno.
Era ninguno.
(Se quedó desnuda el agua.)


Preciosa y el Aire

(A Dámaso Alonso)

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.

En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.

             *

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento, que nunca duerme.

San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.

             *

Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.

¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.

             *

Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.


Canción Tonta

Mamá.
Yo quiero ser de plata.

Hijo,
tendrás mucho frío.

Mamá.
Yo quiero ser de agua.

Hijo,
tendrás mucho frío.

Mamá.
Bórdame en tu almohada.

¡Eso sí!
¡Ahora mismo!


La Casada Infiel

(A Lydia Cabrera y a su negrita)

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.


Romance de la Luna, Luna

A Conchita García Lorca

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.


Es Verdad

¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.

¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?

¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!


Muerte de Antoñito El Camborio

Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir. 
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil. 
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí. 
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín. 
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí, 
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir. 
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris, 
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí, 
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir. 

                     * 

Antonio Torres Heredia, 
Camborio de dura crin, 
moreno de verde luna, 
voz de clavel varonil: 
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir? 
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí. 
Lo que en otros no envidiaban, 
ya lo envidiaban en mí. 
Zapatos color corinto, 
medallones de marfil, 
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín. 
¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz! 
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir. 
¡Ay Federico García, 
llama a la Guardia Civil! 
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz. 

                     * 

Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil. 
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir. 
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín. 
Otros de rubor cansado, 
encendieron un candil. 
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí, 
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.


La sangre derramada

¡Que no quiero verla! 

Dile a la luna que venga, 
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena. 

¡Que no quiero verla! 

La luna de par en par. 
Caballo de nubes quietas, 
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras. 

¡Que no quiero verla! 

Que mi recuerdo se quema. 
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña! 

¡Que no quiero verla! 
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena, 
y los toros de Guisando, 
casi muerte y casi piedra, 
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra. 
No. 

¡Que no quiero verla! 

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas. 
Buscaba el amanecer, 
y el amanecer no era. 
Busca su perfil seguro, 
y el sueño lo desorienta. 
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta. 
¡No me digáis que la vea! 
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza; 
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta. 

¡Quién me grita que me asome! 
¡No me digáis que la vea! 

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca, 
pero las madres terribles
levantaron la cabeza. 
Y a través de las ganaderías, 
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla. 
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda, 
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras. 
Como un río de leones
su maravillosa fuerza, 
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia. 
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia. 
¡Qué gran torero en la plaza! 
¡Qué buen serrano en la sierra! 
¡Qué blando con las espigas! 
¡Qué duro con las espuelas! 
¡Qué tierno con el rocío! 
¡Qué deslumbrante en la feria! 
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla! 

Pero ya duerme sin fin. 
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera. 
Y su sangre ya viene cantando: 
cantando por marismas y praderas, 
resbalando por cuernos ateridos, 
vacilando sin alma por la niebla, 
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua, 
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas. 
¡Oh blanco muro de España! 
¡Oh negro toro de pena! 
¡Oh sangre dura de Ignacio! 
¡Oh ruiseñor de sus venas! 
No. 
¡Que no quiero verla! 
Que no hay cáliz que la contenga, 
que no hay golondrinas que se la beban, 
no hay escarcha de luz que la enfríe, 
no hay canto ni diluvio de azucenas, 
no hay cristal que la cubra de plata. 
No. 
¡¡Yo no quiero verla!!

 
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José Asunción Silva

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Melancolía

De todo lo velado,
Tenue, lejana y misteriosa surge
Vaga melancolía
Que del ideal al cielo nos conduce.

He mirado reflejos de ese cielo
En la brillante lumbre
Con que ahuyenta las sombras, la mirada
De sus ojos azules.

Leve cadena de oro
Que una alma a otra alma con sus hilos une
Oculta simpatía,
Que en lo profundo de lo ignoto bulle,

Y que en las realidades de la vida
Se pierde y se consume
Cual se pierde una gota de rocío
Sobre las yerbas que el sepulcro cubren.


Estrellas Fijas

Cuando ya de la vida
el alma tenga, con el cuerpo, rota,
y duerma en el sepulcro
esa noche, más larga que las otras,

mis ojos, que en recuerdo
del infinito eterno de las cosas,
guardaron sólo, como de un ensueño,
la tibia luz de tus miradas hondas,

al ir descomponiéndose
entre la oscura fosa,
verán, en lo ignorado de la muerte,
tus ojos, destacándose en las sombras.


Los Maderos de San Juan

¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan;
los de Roque,
alfandoque;
los de Rique,
alfeñique;
los de Triqui, triqui, tran.

Y en las rodillas duras y firmes de la abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño,
y entrambos agitados y trémulos están...
La abuela se sonríe con maternal cariño,
más cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,
los días ignorados del nieto guardarán...
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

¡Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos blancos como la nieve están!
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años y que ha tiempo las formas reflejaron
de seres y de cosas que nunca volverán...
Los de Roque, alfandoque...
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Mañana, cuando duerma la anciana, yerta y muda
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto en la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia,
pasando por las sombras del tiempo y la distancia,
de aquella voz querida las notas volverán...
...Los de Rique, alfeñique...
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

En tanto, en las rodillas cansadas de la abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño,
y entrambos agitados y trémulos están...
La abuela se sonríe con maternal cariño,
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,
los días ignorados del nieto guardarán...
¡Aserrín! ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan;
los de Roque,
alfandoque;
los de Rique, alfeñique.
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
¡Triqui, triqui, triqui, tran!


Una Noche

             Una noche
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
             Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
             Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
Por la senda que atraviesa la llanura florecida
             Caminabas,
             Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
             Y tu sombra
             Fina y lánguida,
             Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
             Y eran una
             Y eran una
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!

             Esta noche
             Solo, el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
             Por el infinito negro,
             Donde nuestra voz no alcanza,
             Solo y mudo
             Por la senda caminaba,
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
             A la luna pálida
             Y el chillido
             De las ranas,
Sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
             Entre las blancuras níveas
             De las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
             Era el frío de la nada...
             Y mi sombra
             Por los rayos de la luna proyectada,
             Iba sola,
             Iba sola
             ¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
             Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerte primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
             Se acercó y marchó con ella,
             Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...


Lázaro

Ven, Lázaro! Gritóle
El Salvador, y del sepulcro negro
El cadáver alzóse entre el sudario,
Ensayó caminar, a pasos trémulos,
Olió, palpó, miró, sintió, dio un grito
       Y lloró de contento.

Cuatro lunas más tarde, entre las sombras
Del crepúsculo oscuro en el silencio
Del lugar y la hora, entre las tumbas
De antiguo cementerio
Lázaro estaba, sollozando a solas
Y envidiando a los muertos.

 
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Julio Cortázar

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Después de las Fiestas

Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,

eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.


Una Carta de Amor

Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo

porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso que es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.


Canción de Gautama

What is identity, and what is difference?
Nagarjuna

Cada pétalo de la flor
y cada copo de la nieve
giran la rueda de la muerte:
el uno cesa, nace el dos.

El tajo de la cimitarra
que corta el vuelo del cendal
separa en toda realidad
lo que perdura y lo que pasa,

como los ojos y las bocas
al distinguir ya están hilando
su reino de perfiles vanos,
sus parques de fingidas rosas.

Toda caricia es el espejo
que nos propone a tanta imagen,
toda pregunta es el pasaje
de la palabra a otro secreto.

Amor, final melancolía
de parques y terrazas, música
que sólo crece en la renuncia
al beso del sutil flautista.

¿Por qué ceder a tanta réplica,
a tanta estatua de sí mismo,
si en el resumen del camino
lo que se pierde es lo que queda?

El hombre que medita al pie
de un árbol que será su signo
sabe que el paso del mendigo
contiene ya el paso del rey,

y que de tan claro despojo
donde se va anulando el mundo
nace el delirio de ser uno
en plena danza de ser otro.

Por eso, acaso, está la flor
negando al sol en su hermosura,
como en el carro de la luna
el albo auriga niega a Dios.

Por eso acaso la palabra
es el espejo del Espejo,
y el hombre, ese divino sueño,
sube cayendo hacia la nada.


Ley del Poema

Amargo precio del poema,
las nueve sílabas del verso;
una de más o una de menos
lo alzan al aire o lo condenan.

Somos el ajedrez de un río,
el naipe siempre entre dos lumbres;
caen las caras y las cruces
a cada curva del camino.

Cae en el verso la palabra,
en el recuerdo llueve el llanto,
cae la noche, cae el pájaro,
todo es caída amortiguada.

¡Oh libertad de no ser libre,
golpe de dados que desata
la sigilosa telaraña
de encrucijadas y deslindes!

Como tu boca a la manzana,
como mis manos a tus senos,
irá la mariposa al fuego
para danzar su última danza.


Doble Invención

Cuando la rosa que nos mueve
cifre los términos del viaje,
cuando en el tiempo del paisaje
se borre la palabra nieve,

habrá un amor que al fin nos lleve
hasta la barca de pasaje,
y en esta mano sin mensaje
despertará su signo leve.

Creo que soy porque te invento,
alquimia de águila en el viento
desde la arena y las penumbras,

y tú en esa vigilia alientas
la sombra con la que me alumbras
y el murmurar con que me inventas.

 
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Olga Orozco

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Para Hacer un Talismán

Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde las hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre;
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.

Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios,
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra,
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!


El Continente Sumergido

Cabeza impar,
sólo a medias visible desde donde se mire
y a medias rescatada de un exilio sin fin en la cabeza de la bruma.
Es opaca por fuera,
impermeable al bautizmo de la luz,
porosa como esponja a las destilaciones de la noche insoluble.
Pero por dentro brilla;
arde en un remolino de cristales errantes,
de chispas desprendidas de la fragua del sueño,
de vértigos azules que atestiguan que es la tumba del cielo.
Se supone que alguna vez fue parte desprendida de Dios,
en forma de tiniebla,
y que rodó hacia abajo, cercenada sin duda por la condenación de la serpiente.
Se ignoran los milenios y las metamorfosis,
las napas de estupor que debió atravesar hasta llegar aquí,
girando como sombra de topo entre raíces,
avanzando después como un planeta ciego
que se condensa en humo, en vapor, en eclipse.
Fue aspirada hacia arriba,
erigida en lo alto de un tronco a la deriva que apenas la retiene,
con dos cavernas sordas para escuchar la voz que rompe contra el muro,
con dos estrías vanas para ver desde un claustro la caída,
con un olor de bestia acorralada debajo de la piel,
con un sabor de pan sepultado entre ayunos,
y esta lengua insaciable
que devora el idioma de la muerte en grandes llamaradas.
Cabeza borrascosa,
cabeza indescifrable,
cabeza ensimismada:
se asemeja a un infierno circular
donde el perseguidor se convierte de pronto en perseguido,
siempre detrás de sí, o delante de mí,
que no sé desde dónde surjo a veces, aferrada a este cuello,
sin encontrar los nudos que me atan a esta extraña cabeza.


“Pavana para una Infanta Difunta”

A Alejandra Pizarnik

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telerañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza la frontera y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos en la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es al revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

 
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Luis Carlos "El tuerto" López

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Serenata

“Asómate a la ventana
para tirarte un limón”.
VICTOR HUGO

¡Ay, Camila, no vuelo
ni al portón de tu casa,
porque tú, la más bella
del contorno, me matas
con promesas que saben
a bagazo de caña!

¡Nada valen mis besos
y achuchones!... ¿Y nada
si murmuro en tu oreja,
tu orejita de nácar,
cuatro cosas que tumban
bocarriba a una estatua!

¡Ah, te juro que nunca
tornaré por tu casa,
ya que tú, más bonita
que agridulce manzana,
tienes ¡ay! la simpleza
del icaco y la guama!

¡Y eres más que imposible,
pues tus mismas palabras
son candados, pestillos,
cerraduras y aldabas
de tus brazos abiertos
y tus piernas cerradas!


Calle de Lozano

Arteria principal en los anales
de la ciudad arcaica y futurista,
con todos esos bienes y esos males
que nos legó la hispánica conquista.

Desde los cuatro puntos cardinales
llegan, y allí se cruzan, el turista,
la toga, el balandrán, Pedro Urdimales,
Venus, Baco, el hampón y el agiotista...

¡Todo un vivo montón de carne y hueso
que circula febril, entre camiones
y mil autos!... ¡Producto más que loco

del divino progreso, ese progreso
que le trajo a los indios cimarrones,
con la espada y la cruz, el gonococo...!


A Mi Ciudad Nativa

“Ciudad triste, ayer reina de la mar”.
J. M. HEREDIA

Noble rincón de mis abuelos: nada
como evocar, cruzando callejuelas,
los tiempos de la cruz y de la espada,
del ahumado candil y las pajuelas...

Pues ya pasó, ciudad amurallada,
tu edad de folletín... Las carabelas
se fueron para siempre de tu rada...
-¡Ya no viene el aceite en botijuelas!

Fuiste heroica en los años coloniales,
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos.

Mas hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos...


Así Habló Zaratustra

No hay que hacerse ilusiones
sobre tibios colchones
de algodón y de seda.
La vida que nos queda
puede servirnos para
vencer. Y cara a cara
y contra la corriente
tenderemos el puente
de ribera a ribera...
Después, sin un suspiro,
disuelta la quimera,
nos pegamos un tiro.

 
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Gabriel García Márquez

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Entonces entraron al cuarto de José Arcadio Buendía, lo sacudieron con todas sus fuerzas, le gritaron al oído, le pusieron un espejo frente a las fosas nasales, pero no pudieron despertarlo. Poco después, cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas. Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta silenciosa, y cubrieron los techos y atascaron las puertas, y sofocaron a los animales que durmieron a la intemperie. Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro.


Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo. Mientras él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de Amaranta Úrsula, o suavizaba con manteca de coco sus muslos elásticos y su vientre aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano, y le pintaba ojos de payaso con carmín de labios y bigotes de turco con carboncillo de las cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de papel plateado. Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones en almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos.


Había tenido la paciencia de escucharla un día entero, hasta sorprenderla en una falta. Fernanda no le hizo caso, pero bajó la voz. Esa noche, durante la cena, el exasperante zumbido de la cantaleta había derrotado el rumor de la lluvia. Aureliano Segundo comió muy poco, con la cabeza baja, y se retiró temprano al dormitorio. En el desayuno del día siguiente Fernanda estaba trémula, con aspecto de haber dormido mal, y parecía desahogada por completo de sus rencores. Sin embargo, cuando su marido preguntó si no sería posible comerse un huevo tibio, ella no contestó simplemente que desde la semana anterior se habían acabado los huevos, sino que elaboró una virulenta diatriba contra los hombres que se pasaban el tiempo adorándose el ombligo y luego tenían la cachaza de pedir hígados de alondra en la mesa.


Había escampado, pero aún no salía el sol. El coronel Aureliano Buendía emitió un eructo sonoro que le devolvió al paladar la acidez de la sopa, y que fue como una orden del organismo para que se echara la manta en los hombros y fuera al excusado. Allí permaneció más del tiempo necesario, acuclillado sobre la densa fermentación que subía del cajón de madera, hasta que la costumbre le indicó que era hora de reanudar el trabajo. Durante el tiempo que duró la espera volvió a recordar que era martes, y que José Arcadio Segundo no había estado en el taller porque era día de pago en las fincas de la compañía bananera. Ese recuerdo, como todos los de los últimos años, lo llevó sin que viniera a cuento a pensar en la guerra. Recordó que el coronel Gerineldo Márquez le había prometido alguna vez conseguirle un caballo con una estrella blanca en la frente, y que nunca se había vuelto a hablar de eso. Luego derivó hacia episodios dispersos, pero los evocó sin calificarlos, porque a fuerza de no poder pensar en otra cosa había aprendido a pensar en frío, para que los recuerdos ineludibles no le lastimaran ningún sentimiento.


Carmelita Montiel, una virgen de veinte años, acababa de bañarse con agua de azahares y estaba regando hojas de romero en la cama de Pilar Ternera, cuando sonó el disparo. Aureliano José estaba destinado a conocer con ella la felicidad que le negó Amaranta, a tener siete hijos y a morirse de viejo en sus brazos, pero la bala del fusil que le entró por la espalda y le despedazó el pecho, estaba dirigida por una mala interpretación de las barajas.


Nunca fue mejor guerrero que entonces.  La certidumbre de que por fin luchaba por su propia liberación, y no por ideales abstractos, por consignas que los políticos podían voltear al derecho y al revés según las circunstancias, le infundió un entusiasmo enardecido.  El coronel Gerineldo Márquez, que luchó por el fracaso con tanta convicción y tanta lealtad como antes había luchado por el triunfo, le reprochaba su temeridad inútil.  "No te preocupes", sonreía él.  "Morirse es mucho más difícil de lo que uno se cree".  En su caso era verdad.  La seguridad de que su día estaba señalado lo invistió de una inmunidad misteriosa, una inmortalidad a término fijo que lo hizo invulnerable a los riesgos de la guerra, y le permitió finalmente conquistar una derrota que era mucho más difícil, mucho más sangrienta y costosa que la victoria.


Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.


Fragmentos del libro: Cien años de soledad.


 
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Octavio Paz

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El Puente

Entre ahora y ahora,
entre yo soy y tú eres,
la palabra puente.

Entras en ti misma
al entrar en ella:
como un anillo
el mundo se cierra.

De una orilla a la otra
siempre se tiende un cuerpo,
un arcoiris.

Me gustaría
dormir bajo tus arcos.


Rotación

Alta columna de latidos
sobre el eje inmóvil del tiempo
el sol te viste y te desnuda
El día se desprende de tu cuerpo
y se pierde en tu noche
La noche se desprende de tu día
y se pierde en tu cuerpo
Nunca eres la misma
acabas siempre de llegar              
estás aquí desde el principio


Palpar

Mis manos
abren las cortinas de tu ser
te visten con otra desnudez
descubren los cuerpos de tu cuerpo
Mis manos
inventan otro cuerpo a tu cuerpo


Sol sobre una Manta

Acribillada por la luz
                                   una mitad del muro
salina vertical
                       La cortina su derramada sombra
azul marejada
                       sobre la cal del otro lienzo
Afuera el sol combate con el mar
El piso de ladrillo
                             respirando respirante
El azul se tiende
                           sobre la cama se extiende
Una almohada rosada sostiene
                                                  una muchacha
El vestido lacre todavía caliente
                                                    los ojos
entrecerrados no por la espera
                                                  por la visitación
Está descalza
                      La plata tosca enlaza
refresca
             un brazo desnudo
Sobre sus pechos valientes baila el puñal del sol
Hacia su vientre
                          eminencia inminencia
sube una línea de hormigas negras
Abre los ojos
                      de la miel quemada
la miel negra
                     al centelleo de la amapola
la luz negra
                   Un jarro sobre la mesa
Un girasol sobre el jarro
                                        La muchacha
sobre la manta azul
                                un sol más fresco              


Certeza

Si es real la luz blanca
de esta lámpara, real
la mano que escribe, ¿son reales
los ojos que miran lo escrito?

De una palabra a otra
lo que digo se desvanece.
Yo sé que estoy vivo
entre dos paréntesis.


Madrigal

Más transparente
que esa gota de agua
entre los dedos de la enredadera
mi pensamiento tiende un puente
de ti misma a ti misma
                                      Mírate
más real que el cuerpo que habitas
fija en el centro de mi frente

Naciste para vivir en una isla


Garabato

Con un trozo de carbón
con mi gis roto y mi lápiz rojo
dibujar tu nombre
el nombre de tu boca
el signo de tus piernas
en la pared de nadie
En la puerta prohibida
grabar el nombre de tu cuerpo
hasta que la hoja de mi navaja
sangre
             y la piedra grite
y el muro respire como un pecho

 
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Nicolás Guillén

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Jugabas con un Lápiz...

Jugabas con un lápiz,
callada y pensativa,
sobre la virgen hoja
donde nada escribías.
Te saludé partiendo,
mas tu voz me fue esquiva;
grité luego tu nombre,
alzaste tú la vista,

y de tus negros ojos
en la luz sorprendida
supe que estabas lejos...
¿De qué país volvías?


Piedra Pulida

Vendrás cuando el camino te haya dado
su secreto, su voz.
Cuando –piedra pulida–
estés desnuda de ti misma,
y tengas la boca amarga,
y apenas te saluden las horas,
cruzadas de brazo.

Entonces, ya no podré hablarte,
porque estarás más sorda que nunca;
pasarás solamente
rodando hacia el abismo:
Te veré hundirte en él,
sonora de saltos
y esperaré que suba
la última resonancia, el postrer eco,
piedra pulida,
desnuda de ti misma.


Canción

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)

En cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)


Proposiciones para Explicar la Muerte de Ana

Ana murió de un tiro en el estómago.
Ana murió de un tiro en su retrato.
Ana murió de dos y dos son cuatro.
Ana murió de un gran relámpago.

Ana murió de tisis y de hongos.
Ana murió de un vuelo de comandos.
Ana murió de hipo y de catarro.
Ana murió de un solo brazo.

Ana murió de su cangrejo moro.
Ana murió de huevos y arroz blanco.
Ana murió de escarabajos.

Ana murió de hallarse sin socorro.
Ana murió de un mal casi romántico.
Ana murió de un sonetazo.


Soneto

Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte?
¿Por qué noche decir, si es mediodía?
Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría?
Si digo vida yo, ¿por qué tú muerte?

Ay, ¿por qué este tenerte sin tenerte?
¿Este llanto por qué, no la alegría?
¿Por qué de mi camino te desvía
quien me vence tal vez sin ser más fuerte?

Silencio. Nadie a mi dolor responde.
Tus labios callan y tu voz se esconde.
¿A quién decir lo que mi pecho siente?

A ti, François Villon, poeta triste,
lejana sombra que también supiste
lo que es morir de sed junto a la fuente.


A Veces...

A veces tengo ganas de ser cursi
para decir: La amo a usted con locura.
A veces tengo ganas de ser tonto
para gritar: ¡la quiero tanto!
A veces tengo ganas de ser niño
para llorar acurrucado en su seno.
A veces tengo ganas de estar muerto
para sentir, bajo la tierra húmeda de mis jugos,
que me crece una flor rompiéndome el pecho,
una flor, y decir: Esta flor,
para usted.


Canción de cuna para despertar a un negrito

Una paloma
Cantando pasa:
-¿Upa, mi negro, 
que el sol abrasa!
Ya nadie duerme,
ni está en su casa;
ni el cocodrilo,
ni la yaguaza,
ni la culebra, ni la torcaza...
Coco, cacao,
cacho, cachaza,
¡upa, ni negro,
que el sol abrasa!

Negrazo, venga
con su negraza.
¡Aire con aire,
que el sol abraza!
Mire la gente,
llamando pasa;
gente en la calle,
gente en la plaza;
ya nadie queda
que esté en su casa...
Coco, cacao,
cacho, cachaza,
¡upa, ni negro,
que el sol abrasa!

Negrón, negrito,
ciruela pasa,
salga y despierte,
que el sol abrasa,
diga despierto
lo que le pasa...
¡Que muera el amo,
muera en la brasa!
Ya nadie duerme,
ni está en su casa:
Coco, cacao,
cacho, cachaza,
¡upa, ni negro,
que el sol abrasa!

 
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Charles Baudelaire

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La Cabellera

¡Negro vellón indócil, encrespado hasta el cuello!
¡Oh perfume nostálgico que, en éxtasis, apuro!
Para llenar las sombras de tu aposento impuro
con recuerdos que duermen en tu fértil cabello,
voy a agitarlo al aire como un pañuelo oscuro.

Fulgores africanos y enigmas orientales,
todo un mundo remoto se agita y se consume
en ti, selva aromática de negros vegetales.
Como hay almas que bogan en ríos musicales,
mi espíritu embriagado navega en tu perfume.

Iré donde hombre y árbol, de savia exuberantes,
lentamente se agotan en tierras abrazadas.
Sed de mar que me impulsa, ¡oh trenzas palpitantes!
Contienes, mar de ébano, visiones deslumbrantes
de barcos, marineros y velas desplegadas;

un puerto donde el alma, en olas de frescura,
puede beber perfumes, sonidos y colores,
donde, al surcar las naves la superficie oscura,
con sus rígidos brazos estremecen la altura
de un cielo en que palpitan inmortales ardores.

Ebrio de amor y sueño, hundiré mi cabeza
en este negro océano que encierra al verdadero;
y, mecido mi espíritu por lejana tristeza,
sabrá de nuevo hallaros, o fecunda pereza,
oh vaivén infinito de ocio imperecedero.

Cabello azul, bandera de sombras extendidas,
tus visos me devuelven todo el azul que evoco;
y en los bordes sedosos de tus crenchas torcidas
dulcemente me embriagan esencias confundidas
de alquitrán y de almizcle, de ámbar y de coco.

Muy largo tiempo –¡siempre!– entre tu crin pesada
iré a sembrar zafiros, rubíes y corales,
para  que nunca olvides mi pasión desvelada.
¿No eres mi único oasis y el ánfora encantada
en donde bebo el vino del recuerdo a raudales?


El Albatros

Se divierten a veces los rudos marineros
cazando los albatros, grandes aves del mar,
que siguen a las naves –errantes compañeros–
sobre el amargo abismo volando sin cesar.

Torpes y avergonzados, tendidos en el puente,
los reyes, antes libres, de la azul extensión
sus grandes alas blancas arrastran tristemente
como dos remos rotos sobre la embarcación.

Aquel viajero alado, ¡cuán triste y vacilante!
Él, antes tan hermoso, ¡cuán grotesco y vulgar!
Uno el pico le quema con su pipa humeante;
otro imita, arrastrándose, su manera de andar.

Se asemeja el Poeta a este rey de la altura
que reta al arco y vence las tormentas del mar:
¡desterrado en la tierra, burlado en su amargura,
sus alas de gigante le impiden caminar!


La Advertencia

Todo hombre digno de este antiguo nombre
lleva en su corazón una serpiente
que allí instalada soberanamente
responde “¡No!” cuando algo pide el hombre.

Si hundes tus ojos en los ojos fijos
de Náyades, de Ninfas o de Evas,
siempre el áspid dirá: “¡Piensa en tu suerte!”

Pule versos, planta árboles, cría hijos,
esculpe el mármol, busca rimas nuevas,
siempre el áspid dirá: “¿Será hoy tu muerte?”

Porque ni un solo instante de su vida
vive el hombre –saciado o insaciable–
sin oír la advertencia inexorable
de la serpiente que en su pecho anida.


La Muerte de los Amantes

Tendremos lechos llenos de ligeros olores
y –hondos como tumbas– divanes voluptuosos
y veremos abrirse las más extrañas flores
para nosotros bajo los cielos más hermosos.

Noche y día agotando sus últimos calores,
nuestros dos corazones serán astros radiosos;
y copiarán intactos sus dobles resplandores
nuestras almas, espejos gemelos y amorosos.

En un ocaso místico, callarán nuestras voces
al sentir un relámpago extraño de alma a alma
como un largo sollozo saturado de adioses;

y vendrá luego un ángel que entreabriendo las puertas
reanimará de pronto –en silencio y en calma–
los espejos nublados y las llamas ya muertas.


El Muerto Alegre

En una tierra estéril, batida por los vientos,
quiero cavar yo mismo un sepulcro profundo
donde instale a mis anchas mis huesos polvorientos
y duerma en pleno olvido como un pez moribundo.

Odio las bellas tumbas y odio los testamentos;
y, antes de mendigar una lágrima al mundo,
llamaría –viviente– a los cuervos hambrientos
a devorar los restos de mi esqueleto inmundo.

¡Oh gusanos!, amigos sin orejas ni ojos:
un muerto alegre y libre baja a su sepultura,
¡vividores filósofos, gastrónomos expertos!

Id sin remordimientos por entre mis despojos
y decidme si espera aún otra tortura
a este cuerpo sin alma y muerto entre los muertos.


El Sabor de la Nada

Mi alma amó en otro tiempo la lucha encarnecida.
La Esperanza, que antaño espoleaba su ansia,
ya no atiza sus fuegos. Sin pudor ni arrogancia,
hoy se acuesta cansada, como una bestia herida.

Resígnate, alma, y duerme tu sueño, embrutecida.

¡Alma vencida y rota! Para tu vieja errancia
ni el amor ni la lucha son cosa apetecida.
¡Adiós, pues, flauta y cobres! Mi alma ensombrecida
y triste ya no entiende las dichas de su infancia.

¡El abril adorable perdió ya su fragancia!

Traga el Tiempo –minuto por minuto– mi vida,
como absorbe la nieve un cuerpo en su sustancia.
Viendo la redondez del globo a la distancia,
ya ni siquiera aspiro a hallar una guarida.

Avalancha, avalancha, llévame en tu caída!


Remordimiento Póstumo

Cuando duermas, amada tenebrosa,
en el fondo de oscuro monumento
y tengas solamente de aposento
un hueco frío y una muda losa;

cuando oprima la piedra silenciosa
tu cuerpo hundido en el abatimiento
y esté tu corazón sin movimiento
y detenida tu carrera ansiosa,

la tumba, que oye mi canción lejana,
y responde al poeta con su arcano,
te dirá, en tus noches de tormento:

“¿Qué ganaste, imperfecta cortesana,
con huir lo que hoy lloras?” –Y el gusano
roerá tu piel, como un remordimiento.


Poemas del libro: Las flores del mal.

Traducción del francés por Andrés Holguín.


 
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Juan Lozano y Lozano

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La Catedral de Colonia

Desde el arco ojival de la portada
hasta la flecha que en lo azul palpita,
cada cosa en su fábrica suscita
el ansia de emprender otra Cruzada.

Mole de encaje y de ilusión, cascada
que baja de la bóveda infinita,
surtidor que hasta Dios se precipita,
escala de Jacob, fuerza encantada.

Tiene tanto a la vez de piedra y nube,
su pesadumbre formidable sube
a la luz con tan ágil movimiento,

que se piensa delante a su fachada
en alguna cantera evaporada,
o en alguna parálisis del viento.


Revelación

Cuando cerca del lecho en que reposa
mi pobre humanidad, lívida y mustia
veles, y por mi frente sudorosa
rueden tus dedos trémulos de angustia.

Cuando oprimiendo el pulso que vacila,
mires por los corridos cortinajes
filtrarse y dilatarse en mi pupila
el asombro de incógnitos paisajes.

Cuando, extraviada, contra tí reclames
mi pecho exhausto, y al sentirlo inerte,
enloquecida de pavor me llames
y mis labios no puedan responderte.

Cuando empiece la alcoba funeraria
a poblarse de gentes sigilosas
y se mezcle al sollozo y la plegaria
el tenue olor de las primeras rosas.

Entonces, desgonzada, y sumergida
en un sopor que no es pena siquiera,
cruzará por tu frente nuestra vida,
toda la vida, nuestra vida entera.

Mas no la vida que conoces, sino
vista del fondo de mi sér; en modo,
que sepas lo que fue nuestro destino
y lo comprendas y perdones todo.


Doña Ocaso

Doña Ocaso era bella como el sol del ocaso.
(Oh! el exótico encanto de sus pálidos ojos)
Doña Ocaso tenía un tatuaje en el brazo
y una manos mortales de marfil y de raso.

La apostura doliente de las Reinas cansadas
de reinar, en sus carnes eruditas dormía.
Y anacrónicamente sus ojeras pintadas
se asomaban al fondo de sus tristes miradas.

Doña Ocaso tornaba de paises de Oriente...
(Su marido era un cónsul jugador y decrépito)
Yo la amé con la furia de mi sangre caliente;
Doña Ocaso me amaba melancólicamente.

Con sus manos expertas me llevó de las manos
al litúrgico mundo de los besos eximios.
Me enseñó cantos lúgubres de poetas indianos
y galantes historias de serrallos lejanos.

Ella amaba asombrarme con su fausto. Tenía
libros hechos con oro sobre piel de serpiente
y unos trajes de telas increíbles; podía
recoger en el puño su triunfal sedería.

Yo era un pobre estudiante de teorías escolásticas
y en mis ojos de niño deslumbrado triunfaba
el prestigio implacable de sus manos elásticas,
casi axangües al peso de las joyas fantásticas.

Una tarde me dijo Doña Ocaso: te adoro
y el amor me hace daño, voy a tierras del Norte...
(En sus largas pestañas engarzábase el lloro
como perlas en una filigrana de oro).

Yo la hubiera podido retener a mi lado.
Yo la hubiera seguido. Pero vino a mi alma
un oscuro momento de cordura. (He llevado
en castigo, una vida donde nada ha pasado).

Oh! mujer inquietante, torturante y hierática:
Quien te amó ya no pudo sustraerse a tu encanto.
Por encima del tedio de mi vida esquemática,
soy el mismo iniciado de tu fiesta lunática.

Aún perdura en mi brazo la presión de tu brazo;
aún me quema los labios el sabor de tu beso;
aún prestigian mi ambiente rutinario y escaso
los perfumes mortales de tus manos de raso.


A Luisa

En este libro, que pulí con tanto
esmero para tí, gema por gema,
no hallarás, sinembargo, ni un poema
que diga de mi amor, o de tu encanto.

Sobre otros temas lapidé mi canto
y tuve un canto para cada tema;
he copiado en mi lírica diadema
todos los iris, del placer al llanto.

Y nunca, nunca te canté! Con graves
palabras me dirás: "Yo no te inspiro".
No, no es que falte inspiración, tú sabes.

Es que las cosas que a decirte aspiro
son de aquellas tan hondamente suaves
que, menos que una voz, son un suspiro.


Naturalmente

Ciñe mi cuello, pero más ceñido;
estrecha el nudo, pero más estrecho;
más cerca. Que el latido de mi pecho
forme un solo vaivén con tu latido.

Tu beso, alondra que retorna al nido,
en mi labio se aduerma satisfecho.
Y los sueños encuentren como un techo
protector, en tu párpado caído.

En nada pienses. Ni tu voz inquiera,
la razón inefable de los lazos
que a mi sér te mantienen prisionera.

Cierra los ojos nada más, y siente
fluír tu juventud entre mis brazos
como fluye en el cauce la corriente.

 
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