Alfonsina Storni

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Oye...

Yo seré a tu lado silencio, silencio,
perfume, perfume, no sabré pensar,
no tendré palabras, no tendré deseos,
sólo sabré amar.

Cuando el agua caiga monótona y triste
buscaré tu pecho para acurrucar
este peso enorme que llevo en el alma
y no sé explicar.

Te pediré entonces tu lástima, amado,
para que mis ojos se den a llorar
silenciosamente, como el agua cae
sobre la ciudad.

Y una noche triste, cuando no me quieras,
secaré los ojos y me iré a bogar
por los mares negros que tiene la muerte,
para nunca más.


¡Oh, tú!

Oh tú, que me subyugas. ¿Por qué has llegado tarde? 
¿Por qué has venido ahora cuando el alma no arde, 
cuando rosas no tengo para hacerte con ellas
una alegre guirnalda salpicada de estrellas?

Oh tú, de la palabra dulce como el murmullo
del agua de la fuente; dulce como el arrullo
de la torcaza; dulce como besos dormidos
sobre dos manos pálidas protectoras de nidos.

Oh tú, que con tus manos puedes tomar mi testa
y hacerle brotar flores como un árbol en fiesta
y hacer que entre mis labios se arquee la sonrisa
como un cielo nublado que de pronto se irisa.

¿Por qué has llegado tarde? ¿Por qué has venido ahora
cuando he sido vencida por llama destructora, 
cuando he sido arrasada por el fuego divino
y voy, cegada y triste, por un negro camino?

Yo quiero, Dios de dioses, que me hagan nueva toda. 
Que me tejan con lirios; me sometan a poda
las manos del Misterio; que me resten maleza. 
Tus labios no se hicieron para curar tristeza.

Para tus labios, agua de una pureza suma. 
Para tus labios, copas de cristal y la espuma
blanquísima de un alma que no sepa de abejas, 
ni de mieles, ni sepa de las flores bermejas.

Para tus manos, esas que nunca amortajaron; 
para tus ojos, ésos, los que nunca lloraron; 
para tus sueños, sueños como cisnes de oro;
para que lo destruyas, el más alto tesoro.

Oh si luego mis pétalos que estrujaran tus manos, 
adquirieran por magia poderes sobrehumanos
y hechos luz se aferraran a la luz de los astros
para que tus pupilas persiguieran mis rastros.

Bien venida la muerte que al sorberme me dieras; 
Bien venido tu fuego que agosta primavera; 
Bien venido tu fuego que mata los rosales: 
que todas las corolas se acerquen a tus males.

Oh, tú, a quien idolatro por sobre la existencia, 
Oh, tú, por quien deseo renovada mi esencia,
¿por qué has llegado ahora cuando no he de lograr
el divino suplicio de verme deshojar?...


El Ruego

Señor, Señor, hace ya tiempo, un día
soñé un amor como jamás pudiera
soñarlo nadie, algún amor que fuera
la vida toda, toda la poesía.

Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía,
y el otoño me hallaba con mi espera.

Señor, Señor: mi espalda está desnuda.
!Haz restallar allí, con mano ruda,
el látigo que sangra a los perversos,

que está la tarde ya sobre mi vida,
y esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, haciendo versos!


Tú me Quieres Blanca

Tú me quieres alba, 
me quieres de espumas, 
me quieres de nácar. 
Que sea azucena
sobre todas, casta. 
De perfume tenue. 
Corola cerrada.

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana. 
Tú me quieres nívea, 
tú me quieres blanca, 
tú me quieres alba. 

Tú que hubiste todas
las copas a mano, 
de frutos y mieles
los labios morados. 
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco. 
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago. 
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros, 
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone), 
me pretendes casta
(Dios te lo perdone), 
¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques; 
vete a la montaña; 
límpiate la boca; 
vive en las cabañas; 
toca con las manos
la tierra mojada; 
alimenta el cuerpo
con raíz amarga; 
bebe de las rocas; 
duerme sobre escarcha; 
renueva tejidos
con salitre y agua; 
habla con los pájaros
y lévate al alba. 
Y cuando las carnes
te sean tornadas, 
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada, 
entonces, buen hombre, 
preténdeme blanca, 
preténdeme nívea, 
preténdeme casta.


Cansancio

Todos, todos tenemos una hora cobarde,
una hora de hastío cuando muere la tarde.

Cuando se va el amigo que nos trae calor,
el amigo de oro, el Mago Gestador.

Cuando se juntan todas las impresiones malas
y el alma es un tejido de finísimas alas.

Cuando puede decirse: lo que fue no será;
lo que no hice hoy no lo haré nunca ya.

Es entonces, cobarde, que me acosa el deseo
de no ser y ni pienso, ni trabajo, ni creo.

Es una nulidad completa de mí misma
que me asusta y me hiere, me subyuga y abisma.

Es entonces que yo quisiera ser así
como una cosa nimia, futil y baladí.

Un chiche que se lleva guardado en el bolsillo,
una prenda cualquiera, un reloj, un anillo...

Ser una cosa muerta que la llevan cargada
y que no sabe nada y que no piensa nada.

Todos, todos tenemos una hora cobarde,
una hora de hastío cuando muere la tarde.

 
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Omar Khayyam

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Rubayaita XLVII

Mas, todo es vanidad: los labios llenos,

El vino ardiente, los nevados senos.

Como todas las cosas, nada eres,

Nada serás, pero tampoco menos.


Rubayaita XXXIX

Cómo la inútil discusión se alarga

Con la sed de saber que nos embarga!

Mejor, alegres, exprimir las uvas

Que buscar, tristes, la ilusión amarga.


Rubayaita L

Al rodar no pregunta la pelota

Hacia qué lado el jugador la bota.

Ese que te arrojó sobre la pista

Sabe, ¡bien sabe!, tu final derrota.


Rubayaita LXXVI

Si en Babilonia o Naishapúr se moja

Tu labio en el placer o en la congoja,

La vida gota a gota se rezuma

Y el árbol se desnuda hoja a hoja.


Rubayaita LV

Déja el afán: lo humano y lo divino

Y el embrollo futuro, a su destino,

Acaricia las trenzas de la hermosa

Grácil como un ciprés, que sirve el vino.


Rubayaita LX

Unos hablaban –y el misterio narro

De aquella extraña población de barro–

Un impaciente, súbito, me dijo:

“¿Quién es el alfarero y quién el jarro?”


Rubayaita XLVI

Todo es, dentro, fuera, abismo, cumbre,

Una farsa de sombras, muchedumbre

Que da vueltas al sol, pantalla impresa

Con siluetas, en torno de una lumbre.


Rubayaita LIV

Ay de ti, corazón sin alegrías,

Sin amores, anhelos ni ardentías.

¡Cómo pasan de inútiles y lentos,

Sin fuego de pasión, los tristes días!


Traducción del persa al inglés por Edward Fitzgerald.

Traducción del inglés al español por Enrique Uribe White.


 
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Rafael Alberti

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El Angel Superviviente

Acordaos.
La nieve traía gotas de lacre, de plomo derretido
y disimulos de niña que ha dado muerte a un cisne.
Una mano enguantada, la dispersión de la luz y el lento asesinato.
La derrota del cielo, un amigo.
Acordaos de aquel día, acordaos
Y no olvidéis que la sorpresa paralizó el pulso y el color de los astros.
En el frío, murieron dos fantasmas.
Por un ave, tres anillos de oro
fueron hallados y enterrados en la escarcha.
La última voz de un hombre ensangrentó el viento.
Todos los ángeles perdieron la vida.
Menos uno, herido, alicortado.


Retornos del Amor en los Balcones

Ha llegado ese tiempo en que los años,
las horas, los minutos, los segundos vividos
se perfilan de ti, se llenan de nosotros,
y se hace urgente, se hace necesario,
para no verlos irse con la muerte,
fijar en ellos nuestras más dichosas,
sucesivas imágenes.

¿Dónde estás hoy, en dónde te contemplo,
en qué roca, en qué mar, bajo qué bosque,
o en que penumbra de estivales sábanas
o en qué calientes, nórdicas alcobas?

Ha pasado la siesta dulce de los azules
que la ancha isla nos tendió en el sueño.
Venus casi dormida aún, te asomas
al íntimo refugio de los barcos
y toda tú ya cantas como un puerto
amoroso de velas y de mástiles.

Tus cabellos tendidos vuelan de los balcones
a enredarse en la trama delgada de las redes,
a poner banderines en los palos más altos
y un concierto de amor en los marinos aires.

Luego, cuando al poniente retornan silenciosos,
blancos de sales y alas de gaviotas,
pongo en tu corazón desnudo mis oídos
y escucho el mar y aspiro el mar que fluye
de ti y me embarco hacia la abierta noche.


La Novia

Toca la campana
de la catedral.
¡Y yo sin zapatos,
yéndome a casar!

¿Dónde está mi velo,
mi vestido blanco,
mi flor de azahar?

¿Dónde mi sortija,
mi alfiler dorado,
mi lindo collar?

¡Date prisa, madre!
Toca la campana
de la catedral.

¿Dónde está mi amante?
Mi amante querido,
¿en dónde estará?

Toca la campana
de la catedral.
¡Y yo sin mi amante,
yéndome a casar!


Lanzarote

A César Manrique,
pastor de vientos y volcanes.

Vuelvo a encontrar mi azul,
mi azul y el viento,
mi resplandor,
la luz indestructible
que yo siempre soñé para mi vida.
Aquí están mis rumores,
mis músicas dejadas,
mis palabras primeras mecidas de la espuma,
mi corazón naciente antes de sus historias,
tranquilo mar, mar pura sin abismos.
Yo quisiera tal vez morir, morirme,
que es vivir más, en andas de este viento,
fortificar su azul, errante, con el hálito
de mi canción no dicha todavía.
Yo fui, yo fui el cantor de tanta transparencia,
y puedo serlo aún, aunque sangrando,
profundamente, vivamente herido,
lleno de tantos muertos que quisieran
revivir en mi voz, acompañándome.
Mas no quiero morir, morir aunque lo diga,
porque no muere el mar, aunque se muera.
Mi voz, mi canto, debe acompañaros
más allá, más allá de las edades.
He venido a vosotros para hablaros y veros,
arenales y costas sin fin que no conozco,
dunas de lavas negras,
palmares combatidos, hombres solos,
abrazados de mar y de volcanes.

Subterráneo temblor, irrumpiré hacia el cielo.
Siento que va a habitarme el fuego que os habita.


Hace Falta Estar Ciego

Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos,
que ilumina por dentro nuestra lengua,
nuestra diaria palabra.

Hace falta querer morir sin estela de gloria y alegría,
sin participación de los himnos futuros,
sin recuerdo en los hombres que juzguen el pasado sombrío de la Tierra.

Hace falta querer ya en vida ser pasado,
obstáculo sangriento,
cosa muerta,
seco olvido.


Balada de la Bicicleta con Alas

A los 50 años, hoy, tengo una bicicleta.
Muchos tienen un yate
y muchos más un automóvil
y hay muchos que también tienen ya un avión.
Pero yo,
a mis 50 años justos, tengo sólo una bicicleta.

He escrito y publicado innumerables versos.
Casi todos hablan del mar
y también de los bosques, los ángeles y las llanuras.
He cantado las guerras justificadas,
la paz y las revoluciones.
Ahora soy nada más que un desterrado.
Y a miles de kilómetros de mi hermoso país,
con una pipa curva entre los labios,
un cuadernillo de hojas blancas y un lápiz
corro en mi bicicleta por los bosques urbanos,
por los caminos ruidosos y calles asfaltadas
y me detengo siempre junto a un río,
a ver cómo se acuesta la tarde y con la noche
se le pierden al agua las primeras estrellas. 

Es morada mi bicicleta
y alegre y plateada como cualquiera otra.
Mas cuando gira el sol en sus ruedas veloces,
de cada uno de sus radios llueven chispas
y entonces es como un antílope,
como un macho cabrío, largo de llamas blancas,
o un novillo de fuego que embistiera los azules del día. 

¿Qué nombre le pondría hoy, en esta mañana,
después que me ha traído,
que me ha dejado sin decírmelo apenas
al pie de estas orillas de bambúes y sauces
y la miro dormida, abrazada de yerbas dulcemente,
sobre un tronco caído?

Carlanco de los bosques.
Estrella voladora de las hadas.
Telaraña encendida de los silfos.
Rosa doble del viento.
Margarita bicorne de los prados.
Cabra feliz de las pendientes.
Eral de las cañadas.
Niña escapada de la aurora.
Luna perdida.
Gabriel arcángel.
La llamaré con este frágil nombre.
Porque son sus dos alas blancas las que me llevan,
Anunciándome el aire de todos los caminos.

 4 

Yo sé que tiene alas.
Que por las noches sueña
en alta voz la brisa
de plata de sus ruedas. 

Yo sé que tiene alas.
Que canta cuando vuela
dormida, abriendo al sueño
una celeste senda. 

Yo sé que tiene alas.
Que volando me lleva
por prados que no acaban
y mares que no empiezan.

Yo sé que tiene alas.
Que el día que ella quiera,
los cielos de la ida
ya nunca tendrán vuelta.

 

Emily Dickinson

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Querido Marzo...

Querido marzo –– ven ––
qué contenta estoy ––
esperaba que vinieras antes ––
deja tu sombrero ––
caminaste mucho ––
quedaste sin aliento ––
querido marzo, cómo estás, y los otros ––
dejaste bien a la naturaleza ––
marzo, ven subamos juntos la escalera ––
tengo tanto que decirte ––

recibí tu carta y los pájaros ––
los arces nunca saben que llegas –– hasta que llamo
yo declaro –– que sus caras se pusieron rojas ––
pero perdóname marzo –– y
para esas montañas que me dejaste ––
no hallé un púrpura adecuado ––
te lo llevaste todo ––

¿quién golpea? Es abril.
Cierra la puerta ––
no quiero que me persigan ––
quedó un año ausente y llegó
cuando estoy ocupada ––
pero estas bagatelas parecen triviales
en cuanto has llegado

ese reproche es tan querido como el elogio
y el elogio tan mero como el reproche ––


Dos Mariposas...

Dos mariposas salieron al mediodía ––
y bailaron sobre una granja ––
luego volaron a través del firmamento
y se posaron, sobre un reflejo ––

luego –– juntas avanzaron
sobre un brillante mar ––
aunque nunca, en ningún puerto ––
su llegada –– mencionada fue ––

si el distante pájaro de ellas habló ––
si halladas en etéreo mar
por fragata o barca mercantil ––
ninguna noticia –– me llegó –– a mí ––


Hay una Languidez...

Hay una languidez de la vida
más inminente que la pena ––
es sucesora de la pena –– cuando el alma
ha sufrido todo lo que puede ––

una somnolencia –– difusa ––
un ofuscamiento como una neblina
envuelve la conciencia ––
una neblina –– que oblitera un despeñadero.

El cirujano –– no se inmuta frente –– al dolor ––
su hábito –– es severo ––
pero dile que ha cesado de sentir ––
la criatura que yace ahí ––

y te dirá –– la técnica tardó ––
alguien más poderoso que él ––
ha oficiado antes ––
no hay vitalidad.


Si Vinieras...

Si vinieras este otoño,
espantaría el verano como una mosca
barrida por el ama de casa,
con una sonrisa desdeñosa.

Si pudiera verte dentro de un año,
devanaría los meses en ovillos ––
con un cajón para cada uno,
y no se confundan los números ––

si no fuera un problema de siglos,
yo los sustraería de mis dedos,
hasta verlos caer
en la tierra de Van Dieman.

Si yo supiera que después ––
existiríamos, todavía tú y yo,
lo arrojaría como una corteza,
y elegiría la eternidad ––

pero ahora ignorando
el tiempo que durará este intervalo,
me aguijona, como la espectral abeja ––
que no anuncia –– su aguijón.


Poemillas

Verla es un cuadro ––
oírla es una melodía ––
conocerla una intemperancia
inocente como junio ––
no conocerla –– una aflicción ––
tenerla de amiga
un calor tan cercano como si el sol
brillara en la mano.

–– –– ––

El que no haya encontrado el cielo –– abajo ––
no lo encontrará arriba ––
pues los ángeles rentan la casa vecina,
dondequiera que nos mudemos ––

–– –– ––

Algunas veces con el corazón
raras veces con el alma
escasamente con la fuerza
pocos –– aman.

–– –– ––

Una pradera puede hacerse con un trébol y una abeja,
un trébol, una abeja,
y ensueño.
El ensueño basta
si son pocas las abejas.

–– –– ––

No me dejes sediento con este vino en mis labios,
ni mendigar con dominios en mi bolsillo ––


Traducción del inglés por Silvina Ocampo.


 
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Gonzalo Arango

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El Amor da Alas

El amor da alas,
no diplomas de academia nupcial
ni medallas de sexo y alabanza.
Donde no hay libertad
hay posesión,
cadenas de agresiva intolerancia.
Si la libertad no existiera
el amor la habría inventado.


Manos Unidas

Una mano
más una mano
no son dos manos;
son manos unidas.
Une tu mano
a nuestras manos
para que el mundo no esté
en pocas manos
sino en todas las manos.


Tumba que Retumba

Lo eterno es ser.
Tener es lo fugaz.
Despójate de harapos literarios,
reliquias de gloria y museos de historia,
oros de bancos y sagrarios,
egolatría de opereta de poder,
idealismos quiméricos,
caretas sociales,
misericordias pordioseras.
La vida es eterna afirmación del ser;
la Eternidad no es tumba,
¡es vida que retumba!


El Tesoro

Si buscas el tesoro y lo encuentras
facilito, es un pobre tesoro.
Si renuncias a encontrarlo porque
está muy profundo, no mereces el
tesoro.
Si lo buscas con amor y sacrificio,
tu esfuerzo es oro, aunque no
encuentres el tesoro.

 
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Gustavo Adolfo Bécquer

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Rima XLII

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor.... Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias.


Rima LIII

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día... 
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar; 
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!


Rima XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: —¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: —¿Por qué no lloré yo?


Rima XI

—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
—No es a ti, no.

—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin,
yo de ternuras guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
—No, no es a ti.

—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
—¡Oh ven, ven tú!


Rima IV

No digáis que, agotado su tesoro, 
de asuntos falta, enmudeció la lira; 
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas, 
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista, 
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías, 
mientras haya en el mundo primavera, 
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida, 
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista, 
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dónde camina, 
mientras haya un misterio para el hombre, 
¡habrá poesía!

Mientras se sienta que se ríe el alma, 
sin que los labios rían; 
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila; 
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan, 
mientras haya esperanzas y recuerdos, 
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran, 
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira, 
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas, 
mientras exista una mujer hermosa, 
¡habrá poesía!

 
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Juana de Ibarbourou

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Días sin Fe

El navío de la esperanza
Ha olvidado los caminos claros de mi puerto.
El agua cóncava de la espera sólo refleja
La blancura caliza de un paisaje sin ecos.

Sobre los cielos lisos
No pasan nubes en simulacros de ríos y de parques
Y el buho pesado del tiempo
Se ha detenido en la proa inmóvil de mi nave.

No tengo fuerzas para arrancar el ancla
Y salir al encuentro del barco perdido.
Una mano ha echado raíz sobre la otra mano.
Los ojos se me cansan por los horizontes vacíos;
Siento el peso de cada hora
Como un racimo de piedra sobre el hombro.

¡Ah!, quisiera librarme ya de esta cosecha
Y volver a tener los días ágiles y rojos.


El Gesto Mío

Fulgura tal cantidad de estrellas esta noche, que me pregunto cómo puede haber en el cielo espacio para tanto lunar de oro. Tal vez por eso, a ratos, algunas se desprenden, quizás empujadas por las otras, que quieren sitio y cruzan la alta sombra como una larga flecha rubia. Yo no me canso de mirar y mirar el cielo esta noche. E inconscientemente, cuando veo desprenderse una estrella, alargo la mano con la absurda pretensión de apresar a la vagabunda. ¡Ay! ¡Es un gesto muy mío éste de tender siempre las manos hacia las cosas más imposibles!


El Grito

La noche cálida como una axila
Y el mar espejeando en la sombra.
El grano rubio de los luceros
Se muele en la eterna tahona.

Y cae la harina misteriosa de la luz
Sobre el agua ágil y ronca.

En la orilla, espectadora ávida,
Devoro con los ojos el manjar divino
Negado a mi boca amarga.

Un canto de marineros
Hace aguda la noche redonda

Yo muerdo un deseo imposible
Sentada en la rueda de las sombras.

Y doy un grito, un grito filoso
Para cortar el cable que me ata a una tierra
¡A una sola tierra!
De la que conozco hasta el polvo
Que baila en los vientos.
(Los vientos tienen olor
A paja brava y a selva.)

El grito inútil cae en el mar
Como una gaviota herida en las alas
¡Noche, noche tropical,
Que no has querido cercenar mi amarra!


El Nido

Mi cama fué un roble
Y en sus ramas cantaban los pájaros.
Mi cama fué un roble
Y mordió la tormenta sus gajos.

Deslizo mis manos
Por sus claros maderos pulidos,
Y pienso que acaso tocó el mismo tronco
Donde estuvo aferrado algún nido.

Mi cama fué un roble.
Yo duermo en un árbol.
En un árbol amigo del agua,
Del sol y la brisa, del cielo y del musgo,
De lagartos de ojuelos dorados
Y de orugas de un verde esmeralda.

Yo duermo en un árbol.
¡Oh, amado, en un árbol dormimos!
Acaso por eso me parece el lecho,
Esta noche, blando y hondo cual un nido.

Y en ti me acurruco como una avecilla
Que busca el reparo de su compañero.
¡Que rozongue el viento, que gruña la lluvia!
Contigo, en el nido, no sé lo que es miedo.


La Luna

Cuando miro la luna brillante, nodriza de los soñadores, pienso:
-Como una madre, ella ha de buscarme y de reconocerme entre la multitud de sus hijos. Como una madre, ella sabrá lo que he soñado y lo que sufrido bebiendo su clara leche fluida. Mas he de morir luego. La tierra pegajosa e impenetrable se ceñirá a mi cuerpo y carcomerá mis sienes. ¡Y entonces será inútil que la buena aya se afane por hacer llegar hasta mí el pezón dulce e inagotable de su rayo!


Mujer

Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,
De sombra y silencio me había de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo ambularía
Por los campos quietos y por frente al mar!

Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco,
Tenaz vagabundo que había de ser!
¡Amigo de todos los largos caminos
Que invitan a ir lejos para no volver!

Cuando así me acosan ansias andariegas
¡Qué pena tan honda me da ser mujer!

 
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