La Catedral de Colonia
Desde el arco ojival de la portada
hasta la flecha que en lo azul palpita,
cada cosa en su fábrica suscita
el ansia de emprender otra Cruzada.
Mole de encaje y de ilusión, cascada
que baja de la bóveda infinita,
surtidor que hasta Dios se precipita,
escala de Jacob, fuerza encantada.
Tiene tanto a la vez de piedra y nube,
su pesadumbre formidable sube
a la luz con tan ágil movimiento,
que se piensa delante a su fachada
en alguna cantera evaporada,
o en alguna parálisis del viento.
Revelación
Cuando cerca del lecho en que reposa
mi pobre humanidad, lívida y mustia
veles, y por mi frente sudorosa
rueden tus dedos trémulos de angustia.
Cuando oprimiendo el pulso que vacila,
mires por los corridos cortinajes
filtrarse y dilatarse en mi pupila
el asombro de incógnitos paisajes.
Cuando, extraviada, contra tí reclames
mi pecho exhausto, y al sentirlo inerte,
enloquecida de pavor me llames
y mis labios no puedan responderte.
Cuando empiece la alcoba funeraria
a poblarse de gentes sigilosas
y se mezcle al sollozo y la plegaria
el tenue olor de las primeras rosas.
Entonces, desgonzada, y sumergida
en un sopor que no es pena siquiera,
cruzará por tu frente nuestra vida,
toda la vida, nuestra vida entera.
Mas no la vida que conoces, sino
vista del fondo de mi sér; en modo,
que sepas lo que fue nuestro destino
y lo comprendas y perdones todo.
Doña Ocaso
Doña Ocaso era bella como el sol del ocaso.
(Oh! el exótico encanto de sus pálidos ojos)
Doña Ocaso tenía un tatuaje en el brazo
y una manos mortales de marfil y de raso.
La apostura doliente de las Reinas cansadas
de reinar, en sus carnes eruditas dormía.
Y anacrónicamente sus ojeras pintadas
se asomaban al fondo de sus tristes miradas.
Doña Ocaso tornaba de paises de Oriente...
(Su marido era un cónsul jugador y decrépito)
Yo la amé con la furia de mi sangre caliente;
Doña Ocaso me amaba melancólicamente.
Con sus manos expertas me llevó de las manos
al litúrgico mundo de los besos eximios.
Me enseñó cantos lúgubres de poetas indianos
y galantes historias de serrallos lejanos.
Ella amaba asombrarme con su fausto. Tenía
libros hechos con oro sobre piel de serpiente
y unos trajes de telas increíbles; podía
recoger en el puño su triunfal sedería.
Yo era un pobre estudiante de teorías escolásticas
y en mis ojos de niño deslumbrado triunfaba
el prestigio implacable de sus manos elásticas,
casi axangües al peso de las joyas fantásticas.
Una tarde me dijo Doña Ocaso: te adoro
y el amor me hace daño, voy a tierras del Norte...
(En sus largas pestañas engarzábase el lloro
como perlas en una filigrana de oro).
Yo la hubiera podido retener a mi lado.
Yo la hubiera seguido. Pero vino a mi alma
un oscuro momento de cordura. (He llevado
en castigo, una vida donde nada ha pasado).
Oh! mujer inquietante, torturante y hierática:
Quien te amó ya no pudo sustraerse a tu encanto.
Por encima del tedio de mi vida esquemática,
soy el mismo iniciado de tu fiesta lunática.
Aún perdura en mi brazo la presión de tu brazo;
aún me quema los labios el sabor de tu beso;
aún prestigian mi ambiente rutinario y escaso
los perfumes mortales de tus manos de raso.
A Luisa
En este libro, que pulí con tanto
esmero para tí, gema por gema,
no hallarás, sinembargo, ni un poema
que diga de mi amor, o de tu encanto.
Sobre otros temas lapidé mi canto
y tuve un canto para cada tema;
he copiado en mi lírica diadema
todos los iris, del placer al llanto.
Y nunca, nunca te canté! Con graves
palabras me dirás: "Yo no te inspiro".
No, no es que falte inspiración, tú sabes.
Es que las cosas que a decirte aspiro
son de aquellas tan hondamente suaves
que, menos que una voz, son un suspiro.
Naturalmente
Ciñe mi cuello, pero más ceñido;
estrecha el nudo, pero más estrecho;
más cerca. Que el latido de mi pecho
forme un solo vaivén con tu latido.
Tu beso, alondra que retorna al nido,
en mi labio se aduerma satisfecho.
Y los sueños encuentren como un techo
protector, en tu párpado caído.
En nada pienses. Ni tu voz inquiera,
la razón inefable de los lazos
que a mi sér te mantienen prisionera.
Cierra los ojos nada más, y siente
fluír tu juventud entre mis brazos
como fluye en el cauce la corriente.