Colombia

Eduardo Carranza

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Soneto Sentimental

Quella ond’io aspetto il como e il quando
del dire e del tacer
(Paradiso XXI)

Eres el cuándo, el dónde y el porqué.
La respuesta final enardecida
a mi pregunta de toda la vida.
Lo que es, lo que será y lo que fue.

Si hacia otro instante avanzo el pie,
si viajo a una ciudad entredormida
si la súbita estrella aparecida:
eres el cuándo, el dónde y el porqué.

Si me llevo la mano hacia la herida,
si ocupo este planeta y este día
y oye mi frente una palabra fiel,

si confundo llegada y despedida,
si en mis venas el tiempo desvaría:
eres el cuándo, el dónde y el porqué.


El Otro

Se desprendía la tarde de la tierra.
Me despedí de mí. Me di la mano.
Me quedé en la ventana
mirándome partir.
Volví a mirar de pronto:
estaba en la ventana
abierta hacia el Poniente
en donde ya no estás.
Me fui. Me dejé solo en la ventana.
Y suspiré por mí: solo. Perdido. Lejos.
Y seguí andando sin saber a donde.
Y no volví de nuevo la cabeza
pues no está bien que así no más un hombre
se eche a llorar.
Me fui pensando que quedaba solo
en la ventana: triste,
sin mí, sin ti, sin nadie.
Abandonado.

Ya para siempre estoy lejos de mí.


Soneto a Teresa

Teresa, en cuya frente el cielo empieza,
como el aroma en la sien de la flor.
Teresa, la del suave desamor
y el arroyuelo azul en la cabeza.

Teresa, en espiral de ligereza,
y uva, y rosa, y trigo surtidor;
tu cuerpo es todo el río del amor
que nunca acaba de pasar, Teresa.

Niña por quien el día se levanta,
por quien la noche se levanta y canta,
en pie sobre los sueños, su canción.

Teresa, en fin, por quien ausente vivo,
por quien con mano enamorada escribo,
por quien de nuevo existe el corazón.


Es Melancolía

Te llamarás silencio en adelante.
Y el sitio que ocupabas en el aire
Se llamará melancolía.

Escribiré en el vino rojo un nombre:
El tu nombre que estuvo junto a mi alma
sonriendo entre violetas.

Ahora miro largamente, absorto,
esta mano que anduvo por tu rostro,
que soñó junto a ti.

Esta mano lejana, de otro mundo,
que conoció una rosa y otra rosa,
y el tibio, el lento nácar.

Un día iré a buscarme, iré a buscar
mi fantasma sediento entre los pinos
y la palabra amor.

Te llamarás silencio en adelante.
Lo escribo con la mano que aquel día
iba contigo entre los pinos.


Soneto con una Salvedad

Todo está bien: el verde en la pradera,
el aire con su silbo de diamante
y en el aire la rama dibujante
y por la luz arriba la palmera.

Todo está bien: la frente que me espera,
el agua con su cielo caminante,
el rojo húmedo en la boca amante
y el viento de la patria en la bandera.

Bien que sea entre sueños el infante,
que sea enero azul y que yo cante.
Bien la rosa en su claro palafrén.

Bien está que se viva y que se muera.
El sol, la luna, la creación entera,
salvo mi corazón, todo está bien.

 
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León de Greiff

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Fávilas

Yo soy el Viento.
Alígero discurro
por los collados; con mis brazos ciño
la esbelta línea, el musical susurro
y el tibio aroma y el logrado afán.
De grana ardiente el gris otoño tiño,
y entre mis brazos de tiznado armiño
vibran los sueños que a mi ardor se dan.

Yo soy el Viento.
Impávido discurro
por el vórtice. Lúgubres aúllen
trenos de espanto y gélido susurro
lacerante, en mi torvo, hórrido afán.
Sordas nenias mi hejíra álgida arrullen...
Bah...: mis brazos aspérrimos se mullen
para los sueños que a mi ardor se dan.

Yo soy el Viento.
Y al azar discurro.
Y a tí y a mí la misma melodía
nos exalta! Me abrevo del susurro
de tu voz! Es mi afán tu propio afán!
Tu férvida pasión nutre la mía!
Saciar tu árida sed mi sed ansía,
y henchir los sueños que a mi ardor se dan.


Ritornelo

“Esta rosa fue testigo”
de ése, que si amor no fue,
ninguno otro amor sería.
Esta rosa fue testigo
de cuando te diste mía!
El día, ya no lo sé
–sí lo sé, mas no lo digo–
Esta rosa fue testigo.

De tus labios escuché
la más dulce melodía.
Esta rosa fué testigo:
todo en tu sér sonreía!
todo cuanto yo soñé
de tí, lo tuve conmigo...
Esta rosa fué testigo.

En tus ojos naufragué
donde la noche cabía!
Esta rosa fué testigo.
En mis brazos te oprimía,
entre tus brazos me hallé,
luégo hallé más tibio abrigo...
Esta rosa fué testigo.

Tu fresca boca besé
donde triscó la alegría!
Esta rosa fué testigo
de tu amorosa agonía
cuando del amor gocé
la vez primera contigo!
Esta rosa fué testigo.

“Esta rosa fue testigo”
de ése, que si amor no fué,
ninguno otro amor sería.
Esta rosa fue testigo
de cuando te diste mía!
El día, yá no lo sé
–sí lo sé, más no lo digo–
Esta rosa fue testigo.


Tergiversaciones

Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa
dicen que soy poeta..., cuando no porque iluso
suelo rimar –en verso de contorno difuso–
mi viaje byroniano por las vegas del Zipa...,

tal un ventripotente agrómena de jipa
a quien por un capricho de su caletre obtuso
se le antoja fingirse paraísos... al uso
de alucinado Pöe que el alcohol destripa,

de Baudelaire diabólico, de angelical Verlaine,
de Arthur Rimbaud malévolo, de sensorial Rubén,
y en fin... hasta del padre Víctor Hugo omniforme...!

¡Y tanta tierra inútil por escasez de músculos!
¡tanta industria novísima! ¡tanto almacén enorme!
Pero es tan bello ver fugarse los crepúsculos...


Relato de Sergio Stepansky

¡Juego mi vida!
¡Bien poco valía!
¡La llevo perdida
sin remedio!
Erik Fjordsson.

Juego mi vida, cambio mi vida,
de todos modos
la llevo perdida...

Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito,
en una encrucijada, en una barricada, en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
—en la periferia, en el medio,
y en el sub-fondo...—

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.
Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...:
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo...

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
—por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia;
la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por una anilla de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: —para echar a rodar la bola...

Cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo;
la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra;
la cambio por un romance, la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca...

o por esa muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida —al fiado— por una fábrica de crepúsculos
(con arreboles);
por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra—
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...

¡o por dos huequecillos minúsculos
—en las sienes— por donde se me fugue, en grises podres,
la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres...!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida...


Gaspar

Ahora, en la mañana, todo es grato...
Más tarde, al mediodía, todo es duro.
Al véspero: el pasado y el futuro:
fantasmas que fastidian por un rato.

A prima noche un malestar ingrato;
poco después, algo fragante, obscuro
nos echa en brazos del enigma impuro,
y a las doce y a las trece... el buho! el gato!

Y ya al amanecer, del vagabundo
se despierta en su ser la delirante
ansia de caminar; y alto y profundo

exhibe a la ciudad su claudicante
figura de bohemio trashumante
y se da a andar, Gaspar el Errabundo!


Cancioncilla

Quise una vez y para siempre
–ya la quería desde antaño–
a ésa mujer, en cuyos ojos
bebí mi júbilo y mi daño...

Quise una vez –nunca así quise
ni así querré, como así quiero–
a ésa mujer, en cuyo espíritu
fundí mi espíritu altanero.

Quise una vez y desde nunca
–ya la querré y hasta que muera–
a ésa mujer, en cuya boca
gusté –otoñal– la Primavera.

Quise una vez –nadie así quiso
ni así querrá, que es arduo empeño–
a ésa mujer, en cuyo cálido
regazo en flor ancló mi ensueño.

Quise una vez –jamás la olvide
vivo ni muerto– a ésa mujer,
en cuyo sér de maravilla
remorí para renacer...

Y ésa mujer se llama... Nadie,
nadie lo sepa –Ella sí y yo–.
Cuando yo muera, digas –sólo–:
quién amará como él amó?


Soneto

Poeta soy, si es ello ser poeta.
Lontano, absconto, sibilino. Dura
lasca de corindón, vislumbre obscura,
gota abisal de música secreta.

Amor apercibida la saeta.
Dolor en ristre lanza de amargura.
El espíritu absorto, en su clausura.
Inmóvil, quieto, el corazón veleta.

Poeta soy si ser poeta es ello.
Angustia lancinante. Pavor sordo.
Velada melodía en contrapunto.

Callado enigma tras intacto sello.
Mi ensueño en fuga. Hastiado y cejijunto.
Y en mi nao fantasma único a bordo.

 
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Porfirio Barba Jacob

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Corazón

Tú, corazón florido,
rojo fanal en mi pecho encendido,
coágulo bermejo, rosa de pasión;
tú, mi corazón, un día serás viejo.

Tu ritmo de onda
de soplos de brisas de huertos de abril,
tu olor de esencia de fronda,
tu triste amor, tu ímpetu pueril,

todo lo apagará con mano blanda
el tiempo, de quien eres un cautivo;
y yacerás en cárcel miseranda,
arcón exhausto, muerto supervivo.

Y tu melodía interna,
tu lúbrico ardor extraviado,
tu ronco són de cisterna,
ya entonces habrán pasado.

Ah, corazón florido,
rojo fanal en mi pecho encendido,
coágulo bermejo, rosal de pasión...
Ah, mi corazón...
Ah, mi corazón...


Futuro

Decir cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!):
soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,
en el vital deliquio por siempre insaciado,
era una llama al viento...

Vagó, sensual y triste, por islas de su América;
en un pinar de Honduras vigorizó el aliento;
la tierra mexicana le dio su rebeldía,
su libertad su fuerza... Y era una llama al viento.

De simas no sondadas subía a las estrellas;
un gran dolor incógnito vibraba por su acento;
fue sabio en sus abismos –y humilde, humilde, humilde-
porque no es nada una llamita al viento...

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,
que nunca humana lira jamás esclareció,
y nadie ha comprendido su trágico lamento...
Era una llama al viento y el viento la apagó.


Canción de la Vida Profunda

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar...
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonría...
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar...

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en Abril el campo, que tiembla de pasión;
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de obscuro pedernal;
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
-¡niñez en el crepúsculo!, ¡lagunas de zafir!-
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
¡y hasta las propias penas! nos hacen sonreír...

 Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer;
tras de ceñir un traje y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, 
como en las noches lúgubres el llanto del pinar;
el alma gime entonces bajo el dolor del mundo, 
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar. 

Mas hay también, ¡oh Tierra!, un día... un día... un día
en que levamos anclas para jamas volver;
un día en que discurren vientos ineluctables...
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!


Mi Vecina Carmen

Esta noche tengo miedo de estar solo... Entre la sombra,
un fantasma de ultramundo sigue mi paso, veloz...
Me parece que se acerca, que me palpa, que me nombra...
Esta noche tengo miedo de estar solo... Entre la sombra
leves rumores semejan un suspiro y una voz...

Todos en el barrio saben la historia de mi vecina:
¡Ingenua, fragante historia de ardorosa juventud!
Por sus cabellos profusos y por su carne ambarina...
Todos en el barrio saben la historia de mi vecina,
que, nevada y sonriente, reposa en el ataúd...

Esta noche tengo miedo de estar solo. Me acongoja
el recuerdo aún no lejano de un drama del corazón...
Eran sus manos tan ávidas, era su lengua tan roja...
Esta noche tengo miedo de estar solo. Me acongoja
el ritmo precipitado de mi propio corazón...

Caía en sombras la tarde cuando murió mi vecina...
En la sala de su casa destella un foco de luz...
Están rezando el rosario... Y una comadre ladina,
la que pasaba las horas riñendo con mi vecina,
reza más alto que todas, puestos los brazos en cruz...

¡Carmen, diabólica y santa! Sus grandes ojos extraños,
atrevidos y falaces, humillaron mi candor;
el bálsamo de sus besos ungió mis veintidos años...
¡Era tan bella y tan rara! Y entre sus bucles castaños
dormí dos noches azules -¡dos noches no más!- de amor...

Y hoy que ha muerto, tengo angustia de estar solo: hay un rumor
de oraciones en el aura que llega quedo, muy quedo...
¡Que abran la puerta!... ¿Hace luna? Tengo frío... tengo miedo...
Me parece que de pronto viene a turbarme su voz...


Parábola del Retorno

Señora, buenos días; señor, muy buenos días...
Decidme, ¿es esta granja la que fue de Ricard?
¿No estuvo recatada bajo frondas umbrías?
¿No tuvo un naranjero, y un sauce, y un palmar?

El viejo huertecito de perfumadas grutas
donde íbamos... donde iban los niños a jugar,
¿no tiene ahora nidos y pájaros y frutas?
Señora, y ¿quién recoge los gajos del pomar?

Decidme, ¿ha mucho tiempo que se arruinó el molino
y que perdió sus muros, su acequia, su pajar?
Las hierbas, ya crecidas, ocultan el camino.
¿De quién son esas fábricas? ¿Quién hizo puente real?

El agua de la acequia, brillante y fresca y pura,
no pasa alegre y gárrula cantando su cantar;
la acequia se ha borrado bajo la fronda oscura,
y el chorro, blanco y fúlgido, ni riela ni murmura...
Señor, ¿no os hace falta su música cordial?

Dejadme entrar, señores... ¡por Dios! Si os importuno,
este precioso niño me puede acompañar.
¿Dejáis que yo le bese sobre el cuello bruno
que enmarca, entre caireles, su frente angelical?

Recuerdo... Hace treinta años estuvo aquí mi cama;
hacia la izquierda estaban la cuna y el altar...
Decidme, ¿y por los techos aún fluye y se derrama,
de noche, la armonía del agua en el pajar?

Recuerdo... Eramos cinco... Después una mañana,
un médico muy serio vino de la ciudad;
hizo cerrar la alcoba de Tonia y la ventana...
Nosotros indagábamos con insistencia vana,
y nos hicieron alejar.

Tornamos a la tarde, cargados de racimos,
De piñuelas, de uvas y gajos de arrayán.
La granja estaba llena de arrullos y de mimos:
¡y éramos seis! ¡Había nacido Jaime ya!

Señora, buenos días; señor, muy buenos días.
Y adiós... Sí, es esta granja la que fue de Ricard,
y éste es el viejo huerto de avenidas umbrías,
que tuvo un sauce, un roble, zuribios y pomar,
y un pobre jardincillo de tréboles y acacias...

¡Señor, muy buenos días! ¡Señora, muchas gracias!

 
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Darío Jaramillo Agudelo

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Poema de Amor No.2

Podría perfectamente suprimirte de mi vida,
no contestar tus llamadas, no abrirte la puerta de la casa,
no pensarte, no desearte,
no buscarte en ningún lugar común y no volver a verte,
circular por calles por donde sé que no pasas,
eliminar de mi memoria cada instante que hemos compartido,
cada recuerdo de tu recuerdo,
olvidar tu cara hasta ser capaz de no reconocerte,
responder con evasivas cuando me pregunten por ti
y hacer como si no hubieras existido nunca.
Pero te amo.


Propósito

No menciones el amor: bien sabes que sería profanarlo.
Déjalo ser en silencio, para que sientas la música
de los dedos que rozan una piel amada.
Pero cállalo. Dedica tu babosa palabra a la pena;
exhibe sin pudor la dureza de tu corazón y así confirmarás que esa llaga ya no duele;
ah, tu corazón, esa zona manida de ti, sabia, anestesiada, infeliz.
No, no menciones el amor; déjalo crecer en silencio,
aliméntalo con silencio, compártelo sin decirlo
y solamente tartajea tu palabra para secretar tu viscoso veneno,
la amarga poción de tu cautela.


Poema de Amor No.1

Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio,
esa sombra de piedra que ha crecido en mí adentro y en mí afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.

 
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José Asunción Silva

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Melancolía

De todo lo velado,
Tenue, lejana y misteriosa surge
Vaga melancolía
Que del ideal al cielo nos conduce.

He mirado reflejos de ese cielo
En la brillante lumbre
Con que ahuyenta las sombras, la mirada
De sus ojos azules.

Leve cadena de oro
Que una alma a otra alma con sus hilos une
Oculta simpatía,
Que en lo profundo de lo ignoto bulle,

Y que en las realidades de la vida
Se pierde y se consume
Cual se pierde una gota de rocío
Sobre las yerbas que el sepulcro cubren.


Estrellas Fijas

Cuando ya de la vida
el alma tenga, con el cuerpo, rota,
y duerma en el sepulcro
esa noche, más larga que las otras,

mis ojos, que en recuerdo
del infinito eterno de las cosas,
guardaron sólo, como de un ensueño,
la tibia luz de tus miradas hondas,

al ir descomponiéndose
entre la oscura fosa,
verán, en lo ignorado de la muerte,
tus ojos, destacándose en las sombras.


Los Maderos de San Juan

¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan;
los de Roque,
alfandoque;
los de Rique,
alfeñique;
los de Triqui, triqui, tran.

Y en las rodillas duras y firmes de la abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño,
y entrambos agitados y trémulos están...
La abuela se sonríe con maternal cariño,
más cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,
los días ignorados del nieto guardarán...
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

¡Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos blancos como la nieve están!
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años y que ha tiempo las formas reflejaron
de seres y de cosas que nunca volverán...
Los de Roque, alfandoque...
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Mañana, cuando duerma la anciana, yerta y muda
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto en la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia,
pasando por las sombras del tiempo y la distancia,
de aquella voz querida las notas volverán...
...Los de Rique, alfeñique...
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

En tanto, en las rodillas cansadas de la abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño,
y entrambos agitados y trémulos están...
La abuela se sonríe con maternal cariño,
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,
los días ignorados del nieto guardarán...
¡Aserrín! ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan;
los de Roque,
alfandoque;
los de Rique, alfeñique.
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
¡Triqui, triqui, triqui, tran!


Una Noche

             Una noche
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
             Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
             Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
Por la senda que atraviesa la llanura florecida
             Caminabas,
             Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
             Y tu sombra
             Fina y lánguida,
             Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
             Y eran una
             Y eran una
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!

             Esta noche
             Solo, el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
             Por el infinito negro,
             Donde nuestra voz no alcanza,
             Solo y mudo
             Por la senda caminaba,
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
             A la luna pálida
             Y el chillido
             De las ranas,
Sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
             Entre las blancuras níveas
             De las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
             Era el frío de la nada...
             Y mi sombra
             Por los rayos de la luna proyectada,
             Iba sola,
             Iba sola
             ¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
             Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerte primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
             Se acercó y marchó con ella,
             Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...


Lázaro

Ven, Lázaro! Gritóle
El Salvador, y del sepulcro negro
El cadáver alzóse entre el sudario,
Ensayó caminar, a pasos trémulos,
Olió, palpó, miró, sintió, dio un grito
       Y lloró de contento.

Cuatro lunas más tarde, entre las sombras
Del crepúsculo oscuro en el silencio
Del lugar y la hora, entre las tumbas
De antiguo cementerio
Lázaro estaba, sollozando a solas
Y envidiando a los muertos.

 
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Luis Carlos "El tuerto" López

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Serenata

“Asómate a la ventana
para tirarte un limón”.
VICTOR HUGO

¡Ay, Camila, no vuelo
ni al portón de tu casa,
porque tú, la más bella
del contorno, me matas
con promesas que saben
a bagazo de caña!

¡Nada valen mis besos
y achuchones!... ¿Y nada
si murmuro en tu oreja,
tu orejita de nácar,
cuatro cosas que tumban
bocarriba a una estatua!

¡Ah, te juro que nunca
tornaré por tu casa,
ya que tú, más bonita
que agridulce manzana,
tienes ¡ay! la simpleza
del icaco y la guama!

¡Y eres más que imposible,
pues tus mismas palabras
son candados, pestillos,
cerraduras y aldabas
de tus brazos abiertos
y tus piernas cerradas!


Calle de Lozano

Arteria principal en los anales
de la ciudad arcaica y futurista,
con todos esos bienes y esos males
que nos legó la hispánica conquista.

Desde los cuatro puntos cardinales
llegan, y allí se cruzan, el turista,
la toga, el balandrán, Pedro Urdimales,
Venus, Baco, el hampón y el agiotista...

¡Todo un vivo montón de carne y hueso
que circula febril, entre camiones
y mil autos!... ¡Producto más que loco

del divino progreso, ese progreso
que le trajo a los indios cimarrones,
con la espada y la cruz, el gonococo...!


A Mi Ciudad Nativa

“Ciudad triste, ayer reina de la mar”.
J. M. HEREDIA

Noble rincón de mis abuelos: nada
como evocar, cruzando callejuelas,
los tiempos de la cruz y de la espada,
del ahumado candil y las pajuelas...

Pues ya pasó, ciudad amurallada,
tu edad de folletín... Las carabelas
se fueron para siempre de tu rada...
-¡Ya no viene el aceite en botijuelas!

Fuiste heroica en los años coloniales,
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos.

Mas hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos...


Así Habló Zaratustra

No hay que hacerse ilusiones
sobre tibios colchones
de algodón y de seda.
La vida que nos queda
puede servirnos para
vencer. Y cara a cara
y contra la corriente
tenderemos el puente
de ribera a ribera...
Después, sin un suspiro,
disuelta la quimera,
nos pegamos un tiro.

 
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Gabriel García Márquez

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Entonces entraron al cuarto de José Arcadio Buendía, lo sacudieron con todas sus fuerzas, le gritaron al oído, le pusieron un espejo frente a las fosas nasales, pero no pudieron despertarlo. Poco después, cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas. Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta silenciosa, y cubrieron los techos y atascaron las puertas, y sofocaron a los animales que durmieron a la intemperie. Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro.


Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo. Mientras él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de Amaranta Úrsula, o suavizaba con manteca de coco sus muslos elásticos y su vientre aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano, y le pintaba ojos de payaso con carmín de labios y bigotes de turco con carboncillo de las cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de papel plateado. Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones en almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos.


Había tenido la paciencia de escucharla un día entero, hasta sorprenderla en una falta. Fernanda no le hizo caso, pero bajó la voz. Esa noche, durante la cena, el exasperante zumbido de la cantaleta había derrotado el rumor de la lluvia. Aureliano Segundo comió muy poco, con la cabeza baja, y se retiró temprano al dormitorio. En el desayuno del día siguiente Fernanda estaba trémula, con aspecto de haber dormido mal, y parecía desahogada por completo de sus rencores. Sin embargo, cuando su marido preguntó si no sería posible comerse un huevo tibio, ella no contestó simplemente que desde la semana anterior se habían acabado los huevos, sino que elaboró una virulenta diatriba contra los hombres que se pasaban el tiempo adorándose el ombligo y luego tenían la cachaza de pedir hígados de alondra en la mesa.


Había escampado, pero aún no salía el sol. El coronel Aureliano Buendía emitió un eructo sonoro que le devolvió al paladar la acidez de la sopa, y que fue como una orden del organismo para que se echara la manta en los hombros y fuera al excusado. Allí permaneció más del tiempo necesario, acuclillado sobre la densa fermentación que subía del cajón de madera, hasta que la costumbre le indicó que era hora de reanudar el trabajo. Durante el tiempo que duró la espera volvió a recordar que era martes, y que José Arcadio Segundo no había estado en el taller porque era día de pago en las fincas de la compañía bananera. Ese recuerdo, como todos los de los últimos años, lo llevó sin que viniera a cuento a pensar en la guerra. Recordó que el coronel Gerineldo Márquez le había prometido alguna vez conseguirle un caballo con una estrella blanca en la frente, y que nunca se había vuelto a hablar de eso. Luego derivó hacia episodios dispersos, pero los evocó sin calificarlos, porque a fuerza de no poder pensar en otra cosa había aprendido a pensar en frío, para que los recuerdos ineludibles no le lastimaran ningún sentimiento.


Carmelita Montiel, una virgen de veinte años, acababa de bañarse con agua de azahares y estaba regando hojas de romero en la cama de Pilar Ternera, cuando sonó el disparo. Aureliano José estaba destinado a conocer con ella la felicidad que le negó Amaranta, a tener siete hijos y a morirse de viejo en sus brazos, pero la bala del fusil que le entró por la espalda y le despedazó el pecho, estaba dirigida por una mala interpretación de las barajas.


Nunca fue mejor guerrero que entonces.  La certidumbre de que por fin luchaba por su propia liberación, y no por ideales abstractos, por consignas que los políticos podían voltear al derecho y al revés según las circunstancias, le infundió un entusiasmo enardecido.  El coronel Gerineldo Márquez, que luchó por el fracaso con tanta convicción y tanta lealtad como antes había luchado por el triunfo, le reprochaba su temeridad inútil.  "No te preocupes", sonreía él.  "Morirse es mucho más difícil de lo que uno se cree".  En su caso era verdad.  La seguridad de que su día estaba señalado lo invistió de una inmunidad misteriosa, una inmortalidad a término fijo que lo hizo invulnerable a los riesgos de la guerra, y le permitió finalmente conquistar una derrota que era mucho más difícil, mucho más sangrienta y costosa que la victoria.


Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.


Fragmentos del libro: Cien años de soledad.


 
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Juan Lozano y Lozano

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La Catedral de Colonia

Desde el arco ojival de la portada
hasta la flecha que en lo azul palpita,
cada cosa en su fábrica suscita
el ansia de emprender otra Cruzada.

Mole de encaje y de ilusión, cascada
que baja de la bóveda infinita,
surtidor que hasta Dios se precipita,
escala de Jacob, fuerza encantada.

Tiene tanto a la vez de piedra y nube,
su pesadumbre formidable sube
a la luz con tan ágil movimiento,

que se piensa delante a su fachada
en alguna cantera evaporada,
o en alguna parálisis del viento.


Revelación

Cuando cerca del lecho en que reposa
mi pobre humanidad, lívida y mustia
veles, y por mi frente sudorosa
rueden tus dedos trémulos de angustia.

Cuando oprimiendo el pulso que vacila,
mires por los corridos cortinajes
filtrarse y dilatarse en mi pupila
el asombro de incógnitos paisajes.

Cuando, extraviada, contra tí reclames
mi pecho exhausto, y al sentirlo inerte,
enloquecida de pavor me llames
y mis labios no puedan responderte.

Cuando empiece la alcoba funeraria
a poblarse de gentes sigilosas
y se mezcle al sollozo y la plegaria
el tenue olor de las primeras rosas.

Entonces, desgonzada, y sumergida
en un sopor que no es pena siquiera,
cruzará por tu frente nuestra vida,
toda la vida, nuestra vida entera.

Mas no la vida que conoces, sino
vista del fondo de mi sér; en modo,
que sepas lo que fue nuestro destino
y lo comprendas y perdones todo.


Doña Ocaso

Doña Ocaso era bella como el sol del ocaso.
(Oh! el exótico encanto de sus pálidos ojos)
Doña Ocaso tenía un tatuaje en el brazo
y una manos mortales de marfil y de raso.

La apostura doliente de las Reinas cansadas
de reinar, en sus carnes eruditas dormía.
Y anacrónicamente sus ojeras pintadas
se asomaban al fondo de sus tristes miradas.

Doña Ocaso tornaba de paises de Oriente...
(Su marido era un cónsul jugador y decrépito)
Yo la amé con la furia de mi sangre caliente;
Doña Ocaso me amaba melancólicamente.

Con sus manos expertas me llevó de las manos
al litúrgico mundo de los besos eximios.
Me enseñó cantos lúgubres de poetas indianos
y galantes historias de serrallos lejanos.

Ella amaba asombrarme con su fausto. Tenía
libros hechos con oro sobre piel de serpiente
y unos trajes de telas increíbles; podía
recoger en el puño su triunfal sedería.

Yo era un pobre estudiante de teorías escolásticas
y en mis ojos de niño deslumbrado triunfaba
el prestigio implacable de sus manos elásticas,
casi axangües al peso de las joyas fantásticas.

Una tarde me dijo Doña Ocaso: te adoro
y el amor me hace daño, voy a tierras del Norte...
(En sus largas pestañas engarzábase el lloro
como perlas en una filigrana de oro).

Yo la hubiera podido retener a mi lado.
Yo la hubiera seguido. Pero vino a mi alma
un oscuro momento de cordura. (He llevado
en castigo, una vida donde nada ha pasado).

Oh! mujer inquietante, torturante y hierática:
Quien te amó ya no pudo sustraerse a tu encanto.
Por encima del tedio de mi vida esquemática,
soy el mismo iniciado de tu fiesta lunática.

Aún perdura en mi brazo la presión de tu brazo;
aún me quema los labios el sabor de tu beso;
aún prestigian mi ambiente rutinario y escaso
los perfumes mortales de tus manos de raso.


A Luisa

En este libro, que pulí con tanto
esmero para tí, gema por gema,
no hallarás, sinembargo, ni un poema
que diga de mi amor, o de tu encanto.

Sobre otros temas lapidé mi canto
y tuve un canto para cada tema;
he copiado en mi lírica diadema
todos los iris, del placer al llanto.

Y nunca, nunca te canté! Con graves
palabras me dirás: "Yo no te inspiro".
No, no es que falte inspiración, tú sabes.

Es que las cosas que a decirte aspiro
son de aquellas tan hondamente suaves
que, menos que una voz, son un suspiro.


Naturalmente

Ciñe mi cuello, pero más ceñido;
estrecha el nudo, pero más estrecho;
más cerca. Que el latido de mi pecho
forme un solo vaivén con tu latido.

Tu beso, alondra que retorna al nido,
en mi labio se aduerma satisfecho.
Y los sueños encuentren como un techo
protector, en tu párpado caído.

En nada pienses. Ni tu voz inquiera,
la razón inefable de los lazos
que a mi sér te mantienen prisionera.

Cierra los ojos nada más, y siente
fluír tu juventud entre mis brazos
como fluye en el cauce la corriente.

 
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Gonzalo Arango

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El Amor da Alas

El amor da alas,
no diplomas de academia nupcial
ni medallas de sexo y alabanza.
Donde no hay libertad
hay posesión,
cadenas de agresiva intolerancia.
Si la libertad no existiera
el amor la habría inventado.


Manos Unidas

Una mano
más una mano
no son dos manos;
son manos unidas.
Une tu mano
a nuestras manos
para que el mundo no esté
en pocas manos
sino en todas las manos.


Tumba que Retumba

Lo eterno es ser.
Tener es lo fugaz.
Despójate de harapos literarios,
reliquias de gloria y museos de historia,
oros de bancos y sagrarios,
egolatría de opereta de poder,
idealismos quiméricos,
caretas sociales,
misericordias pordioseras.
La vida es eterna afirmación del ser;
la Eternidad no es tumba,
¡es vida que retumba!


El Tesoro

Si buscas el tesoro y lo encuentras
facilito, es un pobre tesoro.
Si renuncias a encontrarlo porque
está muy profundo, no mereces el
tesoro.
Si lo buscas con amor y sacrificio,
tu esfuerzo es oro, aunque no
encuentres el tesoro.

 
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