José Asunción Silva

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Melancolía

De todo lo velado,
Tenue, lejana y misteriosa surge
Vaga melancolía
Que del ideal al cielo nos conduce.

He mirado reflejos de ese cielo
En la brillante lumbre
Con que ahuyenta las sombras, la mirada
De sus ojos azules.

Leve cadena de oro
Que una alma a otra alma con sus hilos une
Oculta simpatía,
Que en lo profundo de lo ignoto bulle,

Y que en las realidades de la vida
Se pierde y se consume
Cual se pierde una gota de rocío
Sobre las yerbas que el sepulcro cubren.


Estrellas Fijas

Cuando ya de la vida
el alma tenga, con el cuerpo, rota,
y duerma en el sepulcro
esa noche, más larga que las otras,

mis ojos, que en recuerdo
del infinito eterno de las cosas,
guardaron sólo, como de un ensueño,
la tibia luz de tus miradas hondas,

al ir descomponiéndose
entre la oscura fosa,
verán, en lo ignorado de la muerte,
tus ojos, destacándose en las sombras.


Los Maderos de San Juan

¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan;
los de Roque,
alfandoque;
los de Rique,
alfeñique;
los de Triqui, triqui, tran.

Y en las rodillas duras y firmes de la abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño,
y entrambos agitados y trémulos están...
La abuela se sonríe con maternal cariño,
más cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,
los días ignorados del nieto guardarán...
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

¡Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos blancos como la nieve están!
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años y que ha tiempo las formas reflejaron
de seres y de cosas que nunca volverán...
Los de Roque, alfandoque...
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Mañana, cuando duerma la anciana, yerta y muda
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto en la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia,
pasando por las sombras del tiempo y la distancia,
de aquella voz querida las notas volverán...
...Los de Rique, alfeñique...
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

En tanto, en las rodillas cansadas de la abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño,
y entrambos agitados y trémulos están...
La abuela se sonríe con maternal cariño,
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,
los días ignorados del nieto guardarán...
¡Aserrín! ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan;
los de Roque,
alfandoque;
los de Rique, alfeñique.
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
¡Triqui, triqui, triqui, tran!


Una Noche

             Una noche
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
             Una noche
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
             Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
Por la senda que atraviesa la llanura florecida
             Caminabas,
             Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
             Y tu sombra
             Fina y lánguida,
             Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
             Y eran una
             Y eran una
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!

             Esta noche
             Solo, el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
             Por el infinito negro,
             Donde nuestra voz no alcanza,
             Solo y mudo
             Por la senda caminaba,
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
             A la luna pálida
             Y el chillido
             De las ranas,
Sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
             Entre las blancuras níveas
             De las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
             Era el frío de la nada...
             Y mi sombra
             Por los rayos de la luna proyectada,
             Iba sola,
             Iba sola
             ¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
             Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerte primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
             Se acercó y marchó con ella,
             Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...


Lázaro

Ven, Lázaro! Gritóle
El Salvador, y del sepulcro negro
El cadáver alzóse entre el sudario,
Ensayó caminar, a pasos trémulos,
Olió, palpó, miró, sintió, dio un grito
       Y lloró de contento.

Cuatro lunas más tarde, entre las sombras
Del crepúsculo oscuro en el silencio
Del lugar y la hora, entre las tumbas
De antiguo cementerio
Lázaro estaba, sollozando a solas
Y envidiando a los muertos.

 
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