Oye...
Yo seré a tu lado silencio, silencio,
perfume, perfume, no sabré pensar,
no tendré palabras, no tendré deseos,
sólo sabré amar.
Cuando el agua caiga monótona y triste
buscaré tu pecho para acurrucar
este peso enorme que llevo en el alma
y no sé explicar.
Te pediré entonces tu lástima, amado,
para que mis ojos se den a llorar
silenciosamente, como el agua cae
sobre la ciudad.
Y una noche triste, cuando no me quieras,
secaré los ojos y me iré a bogar
por los mares negros que tiene la muerte,
para nunca más.
¡Oh, tú!
Oh tú, que me subyugas. ¿Por qué has llegado tarde?
¿Por qué has venido ahora cuando el alma no arde,
cuando rosas no tengo para hacerte con ellas
una alegre guirnalda salpicada de estrellas?
Oh tú, de la palabra dulce como el murmullo
del agua de la fuente; dulce como el arrullo
de la torcaza; dulce como besos dormidos
sobre dos manos pálidas protectoras de nidos.
Oh tú, que con tus manos puedes tomar mi testa
y hacerle brotar flores como un árbol en fiesta
y hacer que entre mis labios se arquee la sonrisa
como un cielo nublado que de pronto se irisa.
¿Por qué has llegado tarde? ¿Por qué has venido ahora
cuando he sido vencida por llama destructora,
cuando he sido arrasada por el fuego divino
y voy, cegada y triste, por un negro camino?
Yo quiero, Dios de dioses, que me hagan nueva toda.
Que me tejan con lirios; me sometan a poda
las manos del Misterio; que me resten maleza.
Tus labios no se hicieron para curar tristeza.
Para tus labios, agua de una pureza suma.
Para tus labios, copas de cristal y la espuma
blanquísima de un alma que no sepa de abejas,
ni de mieles, ni sepa de las flores bermejas.
Para tus manos, esas que nunca amortajaron;
para tus ojos, ésos, los que nunca lloraron;
para tus sueños, sueños como cisnes de oro;
para que lo destruyas, el más alto tesoro.
Oh si luego mis pétalos que estrujaran tus manos,
adquirieran por magia poderes sobrehumanos
y hechos luz se aferraran a la luz de los astros
para que tus pupilas persiguieran mis rastros.
Bien venida la muerte que al sorberme me dieras;
Bien venido tu fuego que agosta primavera;
Bien venido tu fuego que mata los rosales:
que todas las corolas se acerquen a tus males.
Oh, tú, a quien idolatro por sobre la existencia,
Oh, tú, por quien deseo renovada mi esencia,
¿por qué has llegado ahora cuando no he de lograr
el divino suplicio de verme deshojar?...
El Ruego
Señor, Señor, hace ya tiempo, un día
soñé un amor como jamás pudiera
soñarlo nadie, algún amor que fuera
la vida toda, toda la poesía.
Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía,
y el otoño me hallaba con mi espera.
Señor, Señor: mi espalda está desnuda.
!Haz restallar allí, con mano ruda,
el látigo que sangra a los perversos,
que está la tarde ya sobre mi vida,
y esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, haciendo versos!
Tú me Quieres Blanca
Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques;
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;
habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.
Cansancio
Todos, todos tenemos una hora cobarde,
una hora de hastío cuando muere la tarde.
Cuando se va el amigo que nos trae calor,
el amigo de oro, el Mago Gestador.
Cuando se juntan todas las impresiones malas
y el alma es un tejido de finísimas alas.
Cuando puede decirse: lo que fue no será;
lo que no hice hoy no lo haré nunca ya.
Es entonces, cobarde, que me acosa el deseo
de no ser y ni pienso, ni trabajo, ni creo.
Es una nulidad completa de mí misma
que me asusta y me hiere, me subyuga y abisma.
Es entonces que yo quisiera ser así
como una cosa nimia, futil y baladí.
Un chiche que se lleva guardado en el bolsillo,
una prenda cualquiera, un reloj, un anillo...
Ser una cosa muerta que la llevan cargada
y que no sabe nada y que no piensa nada.
Todos, todos tenemos una hora cobarde,
una hora de hastío cuando muere la tarde.