Argentina

Fito Páez

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Al lado del camino

Me gusta estar al lado del camino
Fumando el humo mientras todo pasa
Me gusta abrir los ojos y estar vivo
Tener que vérmelas con la resaca
Entonces navegar se hace preciso
En barcos que se estrellen en la nada
Vivir atormentado de sentido
Creo que ésta, sí, es la parte más pesada

En tiempos donde nadie escucha a nadie
En tiempos donde todo es contra todos
En tiempos egoístas y mezquinos
En tiempos donde siempre estamos solos
Habrá que declararse incompetente
En todas las materias de mercado
Habrá que declararse un inocente
O habrá que ser abyecto y desalmado

Yo ya no pertenezco a ningún “istmo”
Me considero vivo y enterrado
Yo puse las canciones en tu walkman
El tiempo a mí me puso en otro lado
Tendré que hacer lo que es y no debido
Tendré que hacer el bien y hacer el daño
No olvides que el perdón es lo divino
Y errar a veces suele ser humano

No es bueno, nunca, hacerse de enemigos
Que no estén a la altura del conflicto
Que piensan que hacen una guerra
Y se hacen pis encima como chicos
Que rondan por siniestros ministerios
Haciendo la parodia del artista
Que todo lo que brilla en este mundo
Tan sólo les da caspa y les da envidia

Yo era un pibe triste y encantado
De Beatles, caña Legui y maravillas
Los libros, las canciones y los pianos
El cine, las traiciones, los enigmas
Mi padre, la cerveza, las pastillas
Los misterios, el whisky malo, los óleos
El amor, los escenarios, el hambre
El frío, el crimen, el dinero y mis diez tías
Me hicieron este hombre enreverado

Si alguna vez me cruzas por la calle
Regálame tu beso y no te aflijas
Si ves que estoy pensando en otra cosa
No es nada malo, es que pasó una brisa
La brisa de la muerte enamorada
Que ronda como un ángel asesino
Mas no te asustes siempre se me pasa
Es solo la intuición de mi destino

Me gusta estar al lado del camino
Fumando el humo mientras todo pasa
Me gusta regresarme del olvido
Para acordarme en sueños de mi casa
Del chico que jugaba a la pelota
Del cuatro nueve cinco ocho cinco
Nadie nos prometió un jardín de rosas
Hablamos del peligro de estar vivos
No vine a divertir a tu familia
Mientras el mundo se cae a pedazos

Me gusta estar al lado del camino
Me gusta sentirte a mi lado

Me gusta estar al lado del camino
Dormirte cada noche entre mis brazos


Once y seis

En un café, se vieron por casualidad
Cansados en el alma de tanto andar
Ella tenía un clavel en la mano
Él se acercó, le preguntó si andaba bien
Llegaba a la ventana en puntas de pie
Y la llevó a caminar por Corrientes

Miren todos, ellos solos
Pueden más que el amor
Y son más fuertes que el Olimpo
Se escondieron en el centro
Y en el baño de un bar
Sellaron todo, todo, todo con un beso

Durante un mes vendieron rosas en la paz
Presiento que no importaba nada más
Y entre los dos juntaban algo
No sé por qué, pero jamás los volví a ver
Él carga con once y ella con seis
Y, si reía, él le daba la luna

Miren todos, ellos solos
Pueden más que el amor
Y son más fuertes que el Olimpo
Se escondieron en el centro
Y en el baño de un bar
Sellaron todo, todo, todo, todo…
Y para siempre así


Pétalo de sal

Furioso pétalo de sal
La misma calle, el mismo bar
Nada te importa la ciudad si nadie espera
Ella se vuelve carmesí 
No sé si es Baires o Madrid
Nada te importa la ciudad si nadie espera
Y no es tan trágico mi amor
Es este sueño, es este sol
Que ayer pareció tan extraño
O al menos tus labios…

Yo te entiendo bien
Es como hablarle a la pared
y tú podrías darme fe... 

Furioso pétalo de sal
La misma calle, el mismo bar
Nada te importa la ciudad si nadie espera
Y no es tan trágico mi amor
Es este sueño, es este sol
Que ayer pareció tan extraño
O al menos tus labios…

Yo te entiendo bien
Es como hablarle a la pared
Y te imagino dando vueltas en el vecindario 

Algo tienen estos años que me hacen poner así
Y decirte que te extraño y voy a verte feliz


Yo vengo a ofrecer mi corazón

¿Quién dijo que todo está perdido? 
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Tanta sangre que se llevó el río
Yo vengo a ofrecer mi corazón

No será tan fácil, ya sé qué pasa
No será tan simple como pensaba
Como abrir el pecho y sacar el alma
Una cuchillada del amor

Luna de los pobres siempre abierta
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Como un documento inalterable
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Y uniré las puntas de un mismo lazo
Y me iré tranquilo, me iré despacio
Y te daré todo y me darás algo
Algo que me alivie un poco más

Cuando no haya nadie, cerca o lejos
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Cuando los satélites no alcancen
Yo vengo a ofrecer mi corazón

Hablo de países y de esperanzas
Hablo por la vida, hablo por la nada
Hablo de cambiar ésta, nuestra casa
De cambiarla por cambiar, no más

¿Quién dijo que todo está perdido? 
yo vengo a ofrecer mi corazón

 
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Alejandra Pizarnik

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Artes Invisibles

Tú que cantas todas mis muertes.
Tú que cantas lo que no confías
al sueño del tiempo,
descríbeme la casa del vacío,
háblame de esas palabras vestidas de féretros
que habitan mi inocencia.

Con todas mis muertes
yo me entrego a mi muerte,
con puñados de infancia,
con deseos ebrios
que no anduvieron bajo el sol,
y no hay una palabra madrugadora
que le dé la razón a la muerte.
Y no hay un dios dónde morir sin muecas.


Tragedia

Con el rumor de los ojos de las muñecas movidos por el viento tan fuerte que los hacía abrirse y cerrarse un poco. Yo estaba en el pequeño jardín, triangular y tomaba el té con mis muñecas y con la muerte. ¿Y quién es esa dama vestida de azul de cara azul y nariz azul y labios azules y dientes azules y senos azules con pezones dorados? Es mi maestra de canto. ¿Y quién es esa dama de terciopelos rojos que tiene cara de pie y emite partículas de sonidos y apoya sus dedos sobre rectángulos de nácar blancos que descienden y se oyen sonidos, los mismos sonidos? Es mi profesora de piano y estoy segura de que debajo de sus terciopelos rojos no tiene nada, está desnuda con su cara de pie y así ha de pasear los domingos en un gran triciclo rojo apretando al asiento con las piernas cada vez más apretadas como pinzas hasta que el triciclo se le introduce adentro y nunca más se lo ve.


La Carencia

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.


Hija del Viento

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencia,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo de tu llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.


Sortilegios

Y las damas vestidas de rojo para mi dolor y con mi dolor insumidas en mi soplo, agazapadas como fetos de escorpiones en el lado más interno de mi nuca, las madres de rojo que me aspiran el único calor que me doy con mi corazón que apenas pudo nunca latir, a mí que siempre tuve que aprender sola cómo se hace para beber y comer y respirar y a mí que nadie me enseñó a llorar y nadie me enseñará ni siquiera las grandes damas adheridas a la entretela de mi respiración con babas rojizas y velos flotantes de sangre, mi sangre, la mía sola, la que yo me procuré y ahora vienen a beber de mí luego de haber matado al rey que flota en el río y mueve los ojos y sonríe pero está muerto y cuando alguien está muerto, muerto está por más que sonría y las grandes, las trágicas damas de rojo han matado al que se va río abajo y yo me quedo como rehén en perpetua posesión.


Anillos de Ceniza

A Cristina Campo

Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.

Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Y hay, cuando viene el día,
una partición del sol en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, siempre,
una tribu de palabras mutiladas
busca asilo en mi garganta,
para que no canten ellos,
los funestos, los dueños del silencio.


El Entendimiento

Empecemos por decir que Sombra había muerto. ¿Sabía Sombra que Sombra había muerto? Indudablemente. Sombra y ella fueron consocias durante años. Sombra fue su única albacea, su única amiga y la única que vistió luto por Sombra. Sombra no estaba tan terriblemente afligida por el triste suceso y el día del entierro lo solemnizó con un banquete.

Sombra no borró el nombre de Sombra. La casa de comercio se conocía bajo la razón social “Sombra & Sombra”. Algunas veces los clientes nuevos llamaban Sombra a Sombra; pero Sombra atendía por ambos nombres, como si ella, Sombra, fuese en efecto Sombra, quien había muerto.


La Jaula Mortal

… des blessures écarlates et noires éclatant
dans les chairs superbes. RIMBAUD

Tapizada con cuchillos y adornada con filosas puntas de acero, su tamaño admite un cuerpo humano; se la iza mediante una polea. La ceremonia de la jaula se despliega así:

La sirvienta Dorkó arrastra por los cabellos a una joven desnuda; la encierra en la jaula; alza la jaula. Aparece la “dama de estas ruinas”, la sonámbula vestida de blanco. Lenta y silenciosa se sienta en un escabel situado debajo de la jaula.

Rojo atizador en mano, Dorkó azuza a la prisionera quien, al retroceder –y he aquí la gracia de la jaula–, se clava por sí misma los filosos aceros mientras su sangre mana sobre la mujer pálida que la recibe impasible con los ojos puestos en ningún lado. Cuando se repone de su trance se aleja lentamente. Ha habido dos metamorfosis: su vestido blanco ahora es rojo y donde hubo una muchacha hay un cadáver.

 
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Jorge Luis Borges

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Mi Vida Entera

Aquí otra vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.
He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.
He atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches
se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres.


Arte Poética

   Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.

   Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo.

   Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.

   A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.

   Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.

   También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.


La Trama

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.


Texas

   Aquí también. Aquí como en el otro
Confín del continente, el infinito
Campo en que muere solitario el grito;
Aquí también el indio, el lazo, el potro.
Aquí también el pájaro secreto
Que sobre los fragores de la historia
Canta para una tarde y su memoria;
Aquí también el místico alfabeto
De los astros, que hoy dictan a mi cálamo
Nombres que el incesante laberinto
De los días no arrastra: San Jacinto
Y esas otras Termópilas, el Alamo.
Aquí también esa desconocida
Y ansiosa y breve cosa que es la vida.


Límites

   Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar,
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
Hay un espejo que me ha visto por última vez,
Hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
Hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.


¿Dónde se Habrán Ido?

   Según su costumbre, el sol
Brilla y muere, muere y brilla
Y en el patio, como ayer,
Hay una luna amarilla,
Pero el tiempo, que no ceja,
Todas las cosas mancilla–
Se acabaron los valientes
Y no han dejado semilla–.

   ¿Dónde están los que salieron
A liberar las naciones
O afrontaron en el Sur
Las lanzas de los malones?
¿Dónde están los que a la guerra
Marchaban en batallones?
¿Dónde están los que morían
En otras revoluciones?

   –No se aflija. En la memoria
De los tiempos venideros
También nosotros seremos
Los tauras y los primeros.

   El ruin será generoso
Y el flojo será valiente:
No hay cosa como la muerte
Para mejorar la gente.

   ¿Dónde está la valerosa
Chusma que pisó esta tierra,
La que doblar no pudieron
Perra vida y muerte perra,
Los que en el duro arrabal
Vivieron como en la guerra,
Los Muraña por el Norte
Y por el Sur los Iberra?

   ¿Qué fue de tanto animoso?
¿Qué fue de tanto bizarro?
A todos los gastó el tiempo,
A todos los tapa el barro.
Juan Muraña se olvidó
Del cadenero y del carro
Y ya no sé si Moreira
Murió en Lobos o en Navarro.

   –No se aflija. En la memoria...


A Quien Ya No Es Joven

   Ya puedes ver el trágico escenario
Y cada cosa en el lugar debido;
La espada y la ceniza para Dido
Y la moneda para Belisario.
¿A qué sigues buscando en el brumoso
Bronce de los hexámetros la guerra
Si están aquí los siete pies de tierra,
La brusca sangre y el abierto foso?
Aquí te acecha el insondable espejo
Que soñará y olvidará el reflejo
De tus postrimerías y agonías.
Ya te cerca lo último. Es la casa
Donde tu lenta y breve tarde pasa
Y la calle que ves todos los días.


Del Rigor en la Ciencia

... En aquel imperio, el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del imperio, toda una provincia. Con el tiempo, esos mapas desmesurados no satisficieron y los colegios de cartógrafos levantaron un mapa del imperio, que tenía el tamaño del imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al estudio de la cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los inviernos. En los desiertos del oeste perduran despedazadas ruinas del mapa, habitadas por animales y por mendigos; en todo el país no hay otra reliquia de las disciplinas geográficas.

Suárez Miranda, Viajes de varones prudentes,
libro cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658


Poema de los Dones

A María Esther Vásquez

   Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.

   De esta ciudad de libros hizo dueños
A unos ojos sin luz, que sólo pueden
Leer en las bibliotecas de los sueños
Los insensatos párrafos que ceden

   Las albas a su afán. En vano el día
Les prodiga sus libros infinitos,
Arduos como los arduos manuscritos
Que perecieron en Alejandría.

   De hambre y de sed (narra la historia griega)
Muere un rey entre fuentes y jardines;
Yo fatigo sin rumbo los confines
De esa alta y honda biblioteca ciega.

   Enciclopedias, atlas, el Oriente
Y el Occidente, siglos, dinastías,
Símbolos, cosmos y cosmogonías
Brindan los muros, pero inútilmente.

   Lento en mi sombra, la penumbra hueca
Exploro con el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el Paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.

   Algo, que ciertamente no se nombra
Con la palabra azar, rige estas cosas;
Otro ya recibió en otras borrosas
Tardes los muchos libros y la sombra.

   Al errar por las lentas galerías
Suelo sentir con vago horror sagrado
Que soy el otro, el muerto, que habrá dado
Los mismos pasos en los mismos días.

   ¿Cuál de los dos escribe este poema
De un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
Si es indiviso y uno el anatema?

   Groussac o Borges, miro este querido
Mundo que se deforma y que se apaga
En una pálida ceniza vaga
Que se parece al sueño y al olvido.


Límites

   De estas calles que ahondan el poniente,
Una habrá (no sé cuál) que he recorrido
Ya por última vez, indiferente
Y sin adivinarlo, sometido

   A Quién prefija omnipotentes normas
Y una secreta y rígida medida
A las sombras, los sueños y las formas
Que destejen y tejen esta vida.

   Si para todo hay término y hay tasa
Y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa
Sin saberlo, nos hemos despedido?

   Tras el cristal ya gris la noche cesa
Y del alto de libros que una trunca
Sombra dilata por la vaga mesa,
Alguno habrá que no leeremos nunca.

   Hay en el Sur más de un portón gastado
Con sus jarrones de mampostería
Y tunas, que a mi paso está vedado
Como si fuera una litografía.

   Para siempre cerraste alguna puerta
Y hay un espejo que te aguarda en vano;
La encrucijada te parece abierta
Y la vigila, cuadrifonte, Jano.

   Hay, entre todas tus memorias, una
Que se ha perdido irreparablemente;
No te verán bajar a aquella fuente
Ni el blanco sol ni la amarilla luna.

   No volverá tu voz a lo que el persa
Dijo en su lengua de aves y de rosas,
Cuando el ocaso, ante la luz dispersa,
Quieras decir inolvidables cosas.

   ¿Y el incesante Ródano y el lago,
Todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
Que con fuego y con sal borró el latino.

   Creo en el alba oír un atareado
Rumor de multitudes que se alejan;
Son lo que me ha querido y olvidado;
Espacio y tiempo y Borges ya me dejan.

 
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Julio Cortázar

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Después de las Fiestas

Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,

eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.


Una Carta de Amor

Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo

porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso que es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.


Canción de Gautama

What is identity, and what is difference?
Nagarjuna

Cada pétalo de la flor
y cada copo de la nieve
giran la rueda de la muerte:
el uno cesa, nace el dos.

El tajo de la cimitarra
que corta el vuelo del cendal
separa en toda realidad
lo que perdura y lo que pasa,

como los ojos y las bocas
al distinguir ya están hilando
su reino de perfiles vanos,
sus parques de fingidas rosas.

Toda caricia es el espejo
que nos propone a tanta imagen,
toda pregunta es el pasaje
de la palabra a otro secreto.

Amor, final melancolía
de parques y terrazas, música
que sólo crece en la renuncia
al beso del sutil flautista.

¿Por qué ceder a tanta réplica,
a tanta estatua de sí mismo,
si en el resumen del camino
lo que se pierde es lo que queda?

El hombre que medita al pie
de un árbol que será su signo
sabe que el paso del mendigo
contiene ya el paso del rey,

y que de tan claro despojo
donde se va anulando el mundo
nace el delirio de ser uno
en plena danza de ser otro.

Por eso, acaso, está la flor
negando al sol en su hermosura,
como en el carro de la luna
el albo auriga niega a Dios.

Por eso acaso la palabra
es el espejo del Espejo,
y el hombre, ese divino sueño,
sube cayendo hacia la nada.


Ley del Poema

Amargo precio del poema,
las nueve sílabas del verso;
una de más o una de menos
lo alzan al aire o lo condenan.

Somos el ajedrez de un río,
el naipe siempre entre dos lumbres;
caen las caras y las cruces
a cada curva del camino.

Cae en el verso la palabra,
en el recuerdo llueve el llanto,
cae la noche, cae el pájaro,
todo es caída amortiguada.

¡Oh libertad de no ser libre,
golpe de dados que desata
la sigilosa telaraña
de encrucijadas y deslindes!

Como tu boca a la manzana,
como mis manos a tus senos,
irá la mariposa al fuego
para danzar su última danza.


Doble Invención

Cuando la rosa que nos mueve
cifre los términos del viaje,
cuando en el tiempo del paisaje
se borre la palabra nieve,

habrá un amor que al fin nos lleve
hasta la barca de pasaje,
y en esta mano sin mensaje
despertará su signo leve.

Creo que soy porque te invento,
alquimia de águila en el viento
desde la arena y las penumbras,

y tú en esa vigilia alientas
la sombra con la que me alumbras
y el murmurar con que me inventas.

 
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Olga Orozco

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Para Hacer un Talismán

Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde las hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre;
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.

Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios,
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra,
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!


El Continente Sumergido

Cabeza impar,
sólo a medias visible desde donde se mire
y a medias rescatada de un exilio sin fin en la cabeza de la bruma.
Es opaca por fuera,
impermeable al bautizmo de la luz,
porosa como esponja a las destilaciones de la noche insoluble.
Pero por dentro brilla;
arde en un remolino de cristales errantes,
de chispas desprendidas de la fragua del sueño,
de vértigos azules que atestiguan que es la tumba del cielo.
Se supone que alguna vez fue parte desprendida de Dios,
en forma de tiniebla,
y que rodó hacia abajo, cercenada sin duda por la condenación de la serpiente.
Se ignoran los milenios y las metamorfosis,
las napas de estupor que debió atravesar hasta llegar aquí,
girando como sombra de topo entre raíces,
avanzando después como un planeta ciego
que se condensa en humo, en vapor, en eclipse.
Fue aspirada hacia arriba,
erigida en lo alto de un tronco a la deriva que apenas la retiene,
con dos cavernas sordas para escuchar la voz que rompe contra el muro,
con dos estrías vanas para ver desde un claustro la caída,
con un olor de bestia acorralada debajo de la piel,
con un sabor de pan sepultado entre ayunos,
y esta lengua insaciable
que devora el idioma de la muerte en grandes llamaradas.
Cabeza borrascosa,
cabeza indescifrable,
cabeza ensimismada:
se asemeja a un infierno circular
donde el perseguidor se convierte de pronto en perseguido,
siempre detrás de sí, o delante de mí,
que no sé desde dónde surjo a veces, aferrada a este cuello,
sin encontrar los nudos que me atan a esta extraña cabeza.


“Pavana para una Infanta Difunta”

A Alejandra Pizarnik

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telerañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza la frontera y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos en la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es al revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

 
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Alfonsina Storni

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Oye...

Yo seré a tu lado silencio, silencio,
perfume, perfume, no sabré pensar,
no tendré palabras, no tendré deseos,
sólo sabré amar.

Cuando el agua caiga monótona y triste
buscaré tu pecho para acurrucar
este peso enorme que llevo en el alma
y no sé explicar.

Te pediré entonces tu lástima, amado,
para que mis ojos se den a llorar
silenciosamente, como el agua cae
sobre la ciudad.

Y una noche triste, cuando no me quieras,
secaré los ojos y me iré a bogar
por los mares negros que tiene la muerte,
para nunca más.


¡Oh, tú!

Oh tú, que me subyugas. ¿Por qué has llegado tarde? 
¿Por qué has venido ahora cuando el alma no arde, 
cuando rosas no tengo para hacerte con ellas
una alegre guirnalda salpicada de estrellas?

Oh tú, de la palabra dulce como el murmullo
del agua de la fuente; dulce como el arrullo
de la torcaza; dulce como besos dormidos
sobre dos manos pálidas protectoras de nidos.

Oh tú, que con tus manos puedes tomar mi testa
y hacerle brotar flores como un árbol en fiesta
y hacer que entre mis labios se arquee la sonrisa
como un cielo nublado que de pronto se irisa.

¿Por qué has llegado tarde? ¿Por qué has venido ahora
cuando he sido vencida por llama destructora, 
cuando he sido arrasada por el fuego divino
y voy, cegada y triste, por un negro camino?

Yo quiero, Dios de dioses, que me hagan nueva toda. 
Que me tejan con lirios; me sometan a poda
las manos del Misterio; que me resten maleza. 
Tus labios no se hicieron para curar tristeza.

Para tus labios, agua de una pureza suma. 
Para tus labios, copas de cristal y la espuma
blanquísima de un alma que no sepa de abejas, 
ni de mieles, ni sepa de las flores bermejas.

Para tus manos, esas que nunca amortajaron; 
para tus ojos, ésos, los que nunca lloraron; 
para tus sueños, sueños como cisnes de oro;
para que lo destruyas, el más alto tesoro.

Oh si luego mis pétalos que estrujaran tus manos, 
adquirieran por magia poderes sobrehumanos
y hechos luz se aferraran a la luz de los astros
para que tus pupilas persiguieran mis rastros.

Bien venida la muerte que al sorberme me dieras; 
Bien venido tu fuego que agosta primavera; 
Bien venido tu fuego que mata los rosales: 
que todas las corolas se acerquen a tus males.

Oh, tú, a quien idolatro por sobre la existencia, 
Oh, tú, por quien deseo renovada mi esencia,
¿por qué has llegado ahora cuando no he de lograr
el divino suplicio de verme deshojar?...


El Ruego

Señor, Señor, hace ya tiempo, un día
soñé un amor como jamás pudiera
soñarlo nadie, algún amor que fuera
la vida toda, toda la poesía.

Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía,
y el otoño me hallaba con mi espera.

Señor, Señor: mi espalda está desnuda.
!Haz restallar allí, con mano ruda,
el látigo que sangra a los perversos,

que está la tarde ya sobre mi vida,
y esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, haciendo versos!


Tú me Quieres Blanca

Tú me quieres alba, 
me quieres de espumas, 
me quieres de nácar. 
Que sea azucena
sobre todas, casta. 
De perfume tenue. 
Corola cerrada.

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana. 
Tú me quieres nívea, 
tú me quieres blanca, 
tú me quieres alba. 

Tú que hubiste todas
las copas a mano, 
de frutos y mieles
los labios morados. 
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco. 
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago. 
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros, 
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone), 
me pretendes casta
(Dios te lo perdone), 
¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques; 
vete a la montaña; 
límpiate la boca; 
vive en las cabañas; 
toca con las manos
la tierra mojada; 
alimenta el cuerpo
con raíz amarga; 
bebe de las rocas; 
duerme sobre escarcha; 
renueva tejidos
con salitre y agua; 
habla con los pájaros
y lévate al alba. 
Y cuando las carnes
te sean tornadas, 
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada, 
entonces, buen hombre, 
preténdeme blanca, 
preténdeme nívea, 
preténdeme casta.


Cansancio

Todos, todos tenemos una hora cobarde,
una hora de hastío cuando muere la tarde.

Cuando se va el amigo que nos trae calor,
el amigo de oro, el Mago Gestador.

Cuando se juntan todas las impresiones malas
y el alma es un tejido de finísimas alas.

Cuando puede decirse: lo que fue no será;
lo que no hice hoy no lo haré nunca ya.

Es entonces, cobarde, que me acosa el deseo
de no ser y ni pienso, ni trabajo, ni creo.

Es una nulidad completa de mí misma
que me asusta y me hiere, me subyuga y abisma.

Es entonces que yo quisiera ser así
como una cosa nimia, futil y baladí.

Un chiche que se lleva guardado en el bolsillo,
una prenda cualquiera, un reloj, un anillo...

Ser una cosa muerta que la llevan cargada
y que no sabe nada y que no piensa nada.

Todos, todos tenemos una hora cobarde,
una hora de hastío cuando muere la tarde.

 
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