Internacionales, Nacionales, Social Fabio Lozano Uribe Internacionales, Nacionales, Social Fabio Lozano Uribe

La Candy Crush Saga

“La mayoría de mis amigos son del siguiente calibre: postean fotos de ellos mismos, enfundados en sus vestidos Armani y con los nudos de sus corbatas de seda perfectamente triangulares, a punto de tomar decisiones trascendentales para el medio en que desarrollan sus actividades económicas; a los cinco minutos, su celular expide un comunicado, corto y directo a la pepa: Tu amigo te invita a jugar Candy Crush Saga", decía Alberto Mengano Lafaurie, a sus contertulios de ocasión, durante una recepción en la Embajada del Reino Unido para conmemorar los 60 años en el trono de la Reina Isabel.

Hacia las nueve y media de la noche, después de sendos pasabocas, hubo un brindis y rodó la champaña durante largo rato. Alberto se encontró con una vieja amiga –de esas tan lanzadas que la voz parece que le saliera del escote– comentaron los mismos tres, o cuatro, chismes de moda en el ambiente diplomático colombiano y en el momento de salir, cuando se estaba despidiendo de la Canciller a quien llamaba por su nombre de pila, sintió que le halaban el brazo. Era un agente del servicio secreto que lo llevó hasta un rincón, poco iluminado, de la casa para decirle, de manera incisiva “deme nombres, necesito nombres de las personas que juegan Candy Crush, se lo ruego estamos tratando de salvar al mundo, de ese flagelo”. Alberto se intimidó y con voz entrecortada dijo “no soy un soplón” por lo que el agente lo sacudió por el cuello de la camisa, mientras exclamaba “¡hágalo por el bien de la humanidad!”, al instante salió corriendo y se evaporó entre la gente, eso sí: le dejó una tarjeta en la mano con un teléfono.

A los pocos días, las conjeturas de Alberto se disiparon, pues wikileaks reveló el listado de las personas adictas a jugar Candy Crush a nivel mundial: el piloto del avión de Malasia Airlines MH370, desaparecido hace más de un año; el príncipe Harry cuando no está subido en un helicóptero haciendo prácticas de tiro; Kim Jong-Un el joven mandatario norcoreano, que juega, inclusive, durante los desfiles militares; Fernando Alonso los últimos tres años, se precia de haber sido el primero en completar mil niveles; Cristina Kirchner a quien se le oyó decir: “puede que las encuestas no me sean favorables, pero mi puntaje de Candy Crush está por las nubes”; entre otras, y en la lista también aparecen: Justin Bieber, Kim Kardashian, París Hilton, Rafael Nadal, Chelsea Clinton, Mark Zuckerberg, Donald Trump, Oprah Winfrey, etc… y los únicos colombianos que aparecen son: Juanes, Samuel Moreno y Radamel Falcao García. Los medios internacionales increparon severamente a los integrantes de dicha lista, los pusieron en la picota pública porque calcularon que, por cada 100 niveles, debían gastar alrededor de 2 semanas, jugando entre 4 y 5 horas diarias.

Después de ese suceso, de esa filtración deshonrosa la gente empezó a jugar a escondidas; si a uno lo encontraban en un baño metiendo cocaína, era menos grave que con el celular entre las manos eliminando hileras de dulcesitos. Jugar Candy Crush se volvió causal para despidos laborales y para le separación de matrimonios, tanto civiles como por la iglesia. “Dios castiga la procastinación digital” decían los curas en los sermones dominicales, aleccionados por los últimos comunicados del Vaticano vetando, por su perversidad, ciertas aplicaciones para los celulares. Una nueva versión salió al mercado, la Candy Crush Saga Incognito, con el atractivo de ser totalmente silenciosa y con un dispositivo que, con sólo quitar los dedos de la pantalla, está se convierte –de acuerdo a los ajustes del usuario– en páginas de Word, hojas de cálculo de Excel, o cualquier otro pantallazo predeterminado: desde ecuaciones cosmológicas hasta pornografía.

Alberto empezó a ser fuertemente presionado para que soltara los nombres de sus amigos, dedicados a la turbia actividad candicrochera; lo interrogaron durante varios días, le pusieron fotografías de conocidos y desconocidos para que, él, los señalara con el dedo, los humillara ante la sociedad y ante el país; lo amenazaron con torturarlo y lo tuvieron, en solitario, durante varios días. Demacrado y sin aliento lo sacaron, le ofrecieron café pero orinaron la cafetera, le ofrecieron bandeja paisa pero escupieron en el plato; finalmente, desfallecido les dijo que sólo les podía dar un nombre y se lanzó con el que más le pareció que cumplía con los requisitos de un hombre que de dientes para afuera tiene un cargo de responsabilidad, pero de dientes para adentro es solamente un hijo de papi simpaticón y que frunce el ceño ante los periodistas, como inmerso en cavilaciones importantísimas: Simón Gaviria. Y, como si hubiera pronunciado unas palabras mágicas, Alberto fue bañado, vestido y alimentado en un Corral Gourmet antes de dejarlo en su casa.

A Simón Gaviria lo encontraron las autoridades durmiendo la siesta, en el carro, protegido por sus guardaespaldas, en el parqueadero del Jockey Club y ante los medios de comunicación declaró que, efectivamente, que él jugaba Candy Crush todos los días y que eso le permitía mantenerse enfocado en una sola cosa; en pocas palabras, lo que dijo, exactamente, fue: “Es una forma de ejercitar mi lucidez”.


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Nacionales, Gobierno, Educación, Política Fabio Lozano Uribe Nacionales, Gobierno, Educación, Política Fabio Lozano Uribe

Gaviria el hijo de Gaviria

Como a César Gaviria, la Presidencia de la República, a Simón le llegaron la presidencia de la Cámara de Representantes y la dirección del Partido Liberal en bandeja de plata; y, como al primero, la no extradición de colombianos por delitos cometidos en otros países, al segundo le metieron el mico de la Reforma Judicial. Después de la conmoción causada por tan ignominioso atropello, al joven Gaviria se le ve despelucado dando soluciones que, a posteriori, suenan a patadas de ahogado con el agravante de que se nota en sus palabras el jalón de orejas de su padre. Por supuesto que, antes de proseguir, se debe aclarar que, en su momento, el Presidente Gaviria asumió en posición cuadrúpeda el mico de la no extradición e, inclusive hoy, se le oye hablar en su defensa: como alternativa indispensable para calmar los ánimos del narcotráfico, el secuestro, el terrorismo y poder lavar la ropa sucia de sangre, en casa, desde una paz “concertada” por la nueva Constitución, pero ese no es el tema…

El tema es que Simón pareciera sentirse muy cómodo con los cariñitos y las palmadas en la espalda con que los parlamentarios se consienten al amaño de las leyes. A él no se le ven –como a otros– las ganas imperiosas de autoflagelarse por los errores cometidos. No, él sale dizque a trancar la promulgación de la mentada ley reformista e, independiente de la polvareda que alcance a levantar como apagando velitas de cumpleaños, uno se pregunta: ¿Será que no se ha dado cuenta de la oportunidad que desperdició: de amarrarse los pantalones e ir vendiéndole a los colombianos una imagen distinta a la de su padre? ¿O, será que se contenta con estar hecho a su imagen y semejanza?

Es como si a César Gaviria le hubiera tocado allanar la Catedral y trasladar al Capo di tutti capi, después de que se hubiera escapado; eso hubiera sido desastroso. Su reacción fue tardía, bastante tardía, pero no alcanzó a ser indecorosa. Mandó a unos niños a pedirle al Patrón la molestia de cambiar su domicilio de detención, por uno menos hogareño y más al estilo de los del Inpec; igual el detenido se fue por el traspatio, sin despedirse, pero no alcanzó a ser tan vergonzoso para el Presidente quién pudo, como recurso último culpar a Pablo Escobar y eso le aligeró las cargas. La situación de Simón sí me parece penosa. Me parece que él, entre otras luminarias de su generación, están en mora de demostrar que su estatus no es solamente el de “hijos de papi” sino que tienen en su código genético el ánimo de superar a sus progenitores y de aprender, inclusive, de los errores de éstos.

Usted no puede dejar, estimado Simón, que la astilla de tal palo se le clave en un ojo, tiene que buscar diferencias sustanciales con su padre para que la historia lo juzgue por separado. Tiene que empezar por leer más en profundidad lo que le caiga en las manos, de a poquitos; pasar de la portada, interesarse con el contenido, resaltar lo que considere importante con un color agradable, ponerse metas y premiarse: por ejemplo, comerse un chocolate o un paquete de chitos al terminar un capítulo, y comprarse un nuevo videojuego si logra terminar un documento completo. Ahora, si se termina un libro ya puede aspirar al solio de Bolívar.

Es cuestión de mentalizarse, inclusive usted podría tener en su nómina un ilustrador ¿por qué no? que le convierta en historietas lo que sea indispensable leerse. ¡Imagínese! Su secretaria parecida a Yayita, la de Condorito, le dice: “Doctor Gaviria, llegó un documento del Ministro Esguerra.” Y usted, con el cuello de la camisa chorreado de gomina, exclama: “Recórcholis, y viene con una fe de erratas.” El cuadro siguiente es un signo grande de exclamación sobre su cabeza. Acto seguido, usted llama a Germán Varón y le dice: “Tenemos que actuar, la reforma viene con errores.” A lo que el varias veces representante de Cambio Radical le contesta: “Calma Presidente, sugiero que primero se lea el documento, yo vi a Corzo y sus secuaces metiéndole mano. Aquí hay gato encerrado.” Usted, inmediatamente, se lo lee por encima y sale tranquilo, no encuentra nada raro. En el cuadro final se ve su carro, custodiado, salir hacia el norte de la ciudad, un crédito, en la pata, dice: “Otro día con la satisfacción del deber cumplido.”

Usted debe estar francamente extrañado, hoy, de que lo señalen como uno de los principales culpable de la aprobación, afortunadamente fallida, de la Reforma Judicial. Con toda honestidad usted no se cansa de decir que cumplió con el oficio que le fue encomendado por sus electores y yo lo entiendo: es la rama ejecutiva la que debe leerse los documentos completos y en profundidad –ni más faltaba– el legislativo dicta, o sea que habla para que otros copien; además usted es el director de un partido mayoritario colombiano y no tiene tiempo de reparar en minucias. Lo suyo son las grandes decisiones, el liderazgo, la nación en el contexto global, el mundo, el sistema solar, la galaxia, el big bang… y no media docena de párrafos parecidos en un documento de los muchos que le llegan a su despacho. Yo lo entiendo Simón, créame, lo suyo es la batuta, la partitura es cosa de los que están por debajo suyo.

Dejémonos de pendejadas Simón, tú eres un patricio, hijo del César, venido del tronco familiar más grueso del Otún. Tú eres –te tuteo porque es mi derecho: voté por ti– el heredero de una dinastía, el Fu Man Chú, el Putas Boy de la Westinghouse, la vaca que más caga en la pradera, la última Coca-Cola del desierto, el George W. Bush colombiano, el Paris Hilton de la política nacional y eso debe servirte para llegar muy lejos y enfrentando la vida, así, como te gusta: por encimita. Con todo y eso, Simón querido, debes renunciar a tus responsabilidades. Julito te lo dijo: ¿Con qué cara vas a cobrar otro sueldo? Debes ir donde papá y decirle que te quedó grande el reto de seguir sus pasos y él sabrá qué hacer: un año sabático en Harvard, posiblemente, una palomita diplomática, la dirección de un medio de comunicación; acuérdate que en Colombia los delfines superan a las focas y a las morsas en todo. Debes, sin embargo, terminar lo que empezaste, con la frente alta y la corbata bien puesta; aprender de los grandes liberales que no dejaron nada a medias; evitar meterte en líos con la Procuraduría y si no lo logras porque tu papá tira la toalla, o porque te sigues dejando meter primates entre los cajones del escritorio, ruega al cielo para que, a quien le toque juzgar tus actos administrativos, también le dé pereza leerse tu expediente.

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