
Petro El Grande
“Te llamarán ‘El Grande’ en adelante y tu nombre retumbará, a lo largo de los siglos, por toda la eternidad” le hubieran cantado a Gustavo Petro, al proclamarlo emperador en algún momento más afortunado de la historia de la humanidad. No es para menos: un hombre que se cargó el fusil, al hombro, para luchar por la democracia; que lideró un proceso para amnistiar a los suyos –a quienes lucharon con nobleza– y poder dar la cara desde un frente aún más peligroso: el político; que fue uno de los parlamentarios más destacados del Senado de la República, al que accedió con la tercera votación mayoritaria del país; y, que a cargo de Bogotá, como Alcalde Mayor, ha salido airoso de uno de los retos más difíciles de su vida: el de no dejarse joder por las élites capitalinas; merece que se le compongan muchos himnos y de que se le construya una catedral.
¿Cuáles élites? Aquellas que se mostraron imperturbables –o poco afectadas– con el Alcalde anterior, pese a que se embolsilló, no menos de ciento veinticinco mil millones de pesos ($125.000.000.000.oo) pero que a Petro sí han tratado como a un enemigo público, número uno, por su pobre cuna, tal vez; porque creó una Secretaría para la Mujer, en una ciudad de machos cabríos; porque se preocupó por la atención de LGBTI, con un Centro de Ciudadanía especializado, en una ciudad donde preferimos ocultar esas anomalías; o, porque abrió, al público, centros para la atención de abortos –permitidos por la ley– en una ciudad cristiana y pía como el prepucio del Divino Niño. ¿Quién Sabe? Tal vez, lo odian por ser de la costa, por tener el pelo ondulado o porque usa la gorra terciada a la izquierda; o, porque sus apellidos son Petro Urrego y eso suena feo: a brego, borrego y labriego y lo imaginarán de por allá, del campo, con mugre en las uñas y costumbres indignas del Palacio Liévano.
¡No importa! El caso es que le entorpecieron la gestión, “le debilitaron la debilidad” como diría Perogrullo; al plan de mejoramiento del Sistema Integrado del Transporte Público, esencial para aligerar el flujo vehicular, le atrasaron la entrega de los buses, detuvieron el desmonte de las rutas que no pertenecían al nuevo sistema, retardaron –con excusas técnico-burocráticas la entrega de paraderos y lo más ignominioso: los bancos se pusieron retrecheros con Coobus y Egobus las empresas de los pequeños propietarios ¡claro! poniendo en peligro la infraestructura financiera de toda la operación. Digámoslo, de una vez, quienes mueven los hilos del poder bogotano prefieren mirar al infinito y más allá, con un alcalde permisivo como Samuel Moreno y hasta normal les parecerá que, por hacer lo propio, se quede con su propina. Detestan a Petro de una forma tan visceral, que aunque le dio un golpe importante al hampa poniendo en cintura el porte de armas de fuego, ni siquiera, eso, le reconocieron: los medios de comunicación, apoyados por las encuestas de ellos mismos –que es lo que siempre hacen– salieron a decir la imbecilidad de que sí, que efectivamente los homicidios habían bajado pero no, así, los demás delitos.
Puede que exagere, un poquito; de pronto Petro no tiene la enjundia de los grandes emperadores que nacieron con sus mullidas nalgas en el trono, pero algo tiene de Napoleón o Trajano, que se hicieron de la nada, tuvieron mente revolucionaria y principalmente, soportaron con estoicismo las arremetidas de los más poderosos. ¡O algo de Jesucristo ¿por qué no?! Sin contar las zancadillas que le hicieron de congresista, lo suyo ha sido un viacrucis: trataron de anular su inscripción como candidato a la Alcaldía; desde que se posesionó ya le estaban buscando causales de destitución y desafortunadamente, dio papaya, por cambiar el modelo de recolección de basuras –uno de los fortines privados más onerosos para los bogotanos– fue a parar a la picota pública e incurrió “en torpezas en la toma de decisiones” según los entendidos que, después, la Procuraduría convirtió en “gestión dolosa” y lo destituyó del cargo. Gustavo Petro pasó una triste navidad, de 2013, pero resuscitó a los tres meses reencauchado y con más ánimos, que es, precisamente, la actitud de los verdaderos líderes.
Según Crispino Sutamerchán, comentarista radial de la Cadena Arriba Colombia, a Petro, su decisión de cerrar la Plaza de la Santamaría, como matadero de toros, lo indispuso con los más pudientes; porque perder ese cordón umbilical con la Madre Patria, la oportunidad de ver sangre una tarde de domingo, mostrar las amantes de turno y éstas, a su vez, lucir sus louis vuittones y sus jimmy choos, les dio en la pepa del disgusto. “¿Cómo se atreve? ¡Malnacido! ¡Hasta asesino será!" le gritan desde los campos de golf, sin darse cuenta –porque además no les importa– que abrazar las izquierdas es, también, garantizar el equilibrio de las derechas; pero bueno –digo yo– les hará falta Petro cuando Alejandro Ordóñez sea Presidente de la República y se persiga a quienes no comulguen con su autoritarismo a ultranza.
Afortunadamente, ahí está Clara López quien integra lo mejor de ambos mundos, cuyo entusiasmo por servir a los bogotanos supera a Pardo y en gestión política y conciliación de los diversos actores, a Peñalosa.
La Candy Crush Saga
“La mayoría de mis amigos son del siguiente calibre: postean fotos de ellos mismos, enfundados en sus vestidos Armani y con los nudos de sus corbatas de seda perfectamente triangulares, a punto de tomar decisiones trascendentales para el medio en que desarrollan sus actividades económicas; a los cinco minutos, su celular expide un comunicado, corto y directo a la pepa: Tu amigo te invita a jugar Candy Crush Saga", decía Alberto Mengano Lafaurie, a sus contertulios de ocasión, durante una recepción en la Embajada del Reino Unido para conmemorar los 60 años en el trono de la Reina Isabel.
Hacia las nueve y media de la noche, después de sendos pasabocas, hubo un brindis y rodó la champaña durante largo rato. Alberto se encontró con una vieja amiga –de esas tan lanzadas que la voz parece que le saliera del escote– comentaron los mismos tres, o cuatro, chismes de moda en el ambiente diplomático colombiano y en el momento de salir, cuando se estaba despidiendo de la Canciller a quien llamaba por su nombre de pila, sintió que le halaban el brazo. Era un agente del servicio secreto que lo llevó hasta un rincón, poco iluminado, de la casa para decirle, de manera incisiva “deme nombres, necesito nombres de las personas que juegan Candy Crush, se lo ruego estamos tratando de salvar al mundo, de ese flagelo”. Alberto se intimidó y con voz entrecortada dijo “no soy un soplón” por lo que el agente lo sacudió por el cuello de la camisa, mientras exclamaba “¡hágalo por el bien de la humanidad!”, al instante salió corriendo y se evaporó entre la gente, eso sí: le dejó una tarjeta en la mano con un teléfono.
A los pocos días, las conjeturas de Alberto se disiparon, pues wikileaks reveló el listado de las personas adictas a jugar Candy Crush a nivel mundial: el piloto del avión de Malasia Airlines MH370, desaparecido hace más de un año; el príncipe Harry cuando no está subido en un helicóptero haciendo prácticas de tiro; Kim Jong-Un el joven mandatario norcoreano, que juega, inclusive, durante los desfiles militares; Fernando Alonso los últimos tres años, se precia de haber sido el primero en completar mil niveles; Cristina Kirchner a quien se le oyó decir: “puede que las encuestas no me sean favorables, pero mi puntaje de Candy Crush está por las nubes”; entre otras, y en la lista también aparecen: Justin Bieber, Kim Kardashian, París Hilton, Rafael Nadal, Chelsea Clinton, Mark Zuckerberg, Donald Trump, Oprah Winfrey, etc… y los únicos colombianos que aparecen son: Juanes, Samuel Moreno y Radamel Falcao García. Los medios internacionales increparon severamente a los integrantes de dicha lista, los pusieron en la picota pública porque calcularon que, por cada 100 niveles, debían gastar alrededor de 2 semanas, jugando entre 4 y 5 horas diarias.
Después de ese suceso, de esa filtración deshonrosa la gente empezó a jugar a escondidas; si a uno lo encontraban en un baño metiendo cocaína, era menos grave que con el celular entre las manos eliminando hileras de dulcesitos. Jugar Candy Crush se volvió causal para despidos laborales y para le separación de matrimonios, tanto civiles como por la iglesia. “Dios castiga la procastinación digital” decían los curas en los sermones dominicales, aleccionados por los últimos comunicados del Vaticano vetando, por su perversidad, ciertas aplicaciones para los celulares. Una nueva versión salió al mercado, la Candy Crush Saga Incognito, con el atractivo de ser totalmente silenciosa y con un dispositivo que, con sólo quitar los dedos de la pantalla, está se convierte –de acuerdo a los ajustes del usuario– en páginas de Word, hojas de cálculo de Excel, o cualquier otro pantallazo predeterminado: desde ecuaciones cosmológicas hasta pornografía.
Alberto empezó a ser fuertemente presionado para que soltara los nombres de sus amigos, dedicados a la turbia actividad candicrochera; lo interrogaron durante varios días, le pusieron fotografías de conocidos y desconocidos para que, él, los señalara con el dedo, los humillara ante la sociedad y ante el país; lo amenazaron con torturarlo y lo tuvieron, en solitario, durante varios días. Demacrado y sin aliento lo sacaron, le ofrecieron café pero orinaron la cafetera, le ofrecieron bandeja paisa pero escupieron en el plato; finalmente, desfallecido les dijo que sólo les podía dar un nombre y se lanzó con el que más le pareció que cumplía con los requisitos de un hombre que de dientes para afuera tiene un cargo de responsabilidad, pero de dientes para adentro es solamente un hijo de papi simpaticón y que frunce el ceño ante los periodistas, como inmerso en cavilaciones importantísimas: Simón Gaviria. Y, como si hubiera pronunciado unas palabras mágicas, Alberto fue bañado, vestido y alimentado en un Corral Gourmet antes de dejarlo en su casa.
A Simón Gaviria lo encontraron las autoridades durmiendo la siesta, en el carro, protegido por sus guardaespaldas, en el parqueadero del Jockey Club y ante los medios de comunicación declaró que, efectivamente, que él jugaba Candy Crush todos los días y que eso le permitía mantenerse enfocado en una sola cosa; en pocas palabras, lo que dijo, exactamente, fue: “Es una forma de ejercitar mi lucidez”.
Defensa de Petro
Un hombre izquierdoso -lo que básicamente quiere decir que es una piedra en el zapato de los más acomodados- al que no le ha temblado la mano para luchar por una democracia más justa, odiado por la corruptela de las contrataciones, malquerido por los ricos y los que se sienten ricos, conocedor de la pobreza y el hambre, pisador intransigente de callos y político atípico pues es honesto hasta los tuétanos, no asumió la Alcaldía de Bogotá pensando que su gobierno iba a ser una travesía relajada y desprovista de obstáculos. Inclusive, no creo que le parezca más difícil de lo que pensaba porque sabía en lo que se estaba metiendo. Además, Gustavo Petro conoce sus limitaciones por eso busca experticias específicas en sus colaboradores y si no las demuestran en el arranque pues -con el dolor del alma- se reemplazan de inmediato. Daría la impresión de ser maquiavélico en el sentido de que el corazón nada tiene que ver con los asuntos de su gestión; debe ser que lo deja en la casa donde su mujer y sus hijos -se nota- lo cuidan y se calientan a su amparo.
Petro se ha equivocado, por supuesto, pero usted no lo ve excusándose, día de por medio y buscando culpables a diestra y siniestra, siendo que podría soltar a su antojo y de manera intermitente, el agua de inodoro público en que se encuentran hasta la coronilla Samuel e Iván Moreno y sus secuaces. Estoico, hasta con la mirada, se le nota el aguante que tiene para soportar la embestida del sistema que se le está viniendo encima “¡con toda!”, como dicen los jóvenes ahora. Es increíble, nuestros estamentos sociales y políticos parecieran sentirse más cómodos con un alcalde que roba, que con uno que les saca los trapos al sol y les escupe en la cara su extracción revolucionaria y marginal, ni siquiera los medios de comunicación se lo aguantan.
Tampoco puede uno, a ultranza, defender a alguien tan criticado sin dar ciertas explicaciones o, en mi caso, hacer suposiciones sobre el tratamiento que le ha dado a ciertos temas y el comportamiento que parecería errático frente a álgidas situaciones de conocimiento público. Empezaré por decir, en todo caso, que no se puede esperar del alcalde la misma actitud desabrochada, de pecho al descubierto y lanza en ristre que le vimos como senador, pues lo que en el elíptico puede constituir un debate sin precedentes a nivel acusatorio y mediático, desde el Palacio Liévano el mismo tipo de señalamientos le pueden mermar grandemente la gobernabilidad. En el caso de la gestión distrital, sus resultados se traducen en beneficios a la ciudadanía y no por en la cantidad de leña que le puede haber echado a la hoguera de las polémicas locales.
Razón tienen Felipe Zuleta y María Isabel Rueda en demandar respuestas, por parte de Gustavo Petro, sobre su aparente nexo con los Nule y las coincidencias que se dan al respecto. No creo, por ningún motivo, que el burgomaestre les esté dando el beneficio de la duda a los mencionados rateros de cuello blanco -y menos coadyuvado con ellos- está es tratando de dar la impresión, ante la opinión pública, de que el tema de las contrataciones podría -por la razón que fuera- estar amañado, o manejado de manera des “interesada”, porque la realidad es que sigue dominado y en control de otros carruseles que, como el de los Nule, siguen robándose el erario público a tajadas. Tal actitud agua tibia, en un hombre que nunca la ha tenido, tiene como objeto el de generar cierta confianza que no ahuyente a quienes están montados en el negocio del soborno, las coimas y las mordidas; para eventualmente poderlos atrapar y seguir en el empeño progresista de sanear la administración y dejar mecanismos de defensa internos e institucionalizados contra este flagelo.
Sale Noticias Uno a decir que el agua de Bogotá no es potable y que según los mismos laboratorios del Acueducto aparecen contaminantes orgánicos cuya ingestión es perjudicial para los usuarios. Petro, con razón, replica la escasez de fuentes para hacer tal afirmación y Cecilia Orozco, directora del noticiero, dice que llamaron a confirmar con los funcionarios de la entidad pero que no les contestaron el teléfono, y los acusa de actuar con intencionalidad para poder hacer las denuncias pertinentes en un futuro venidero. Acto seguido -da risa- critican a Petro por asumir mala fe por parte del medio de comunicación y ponen palabras en su boca: “El Alcalde Mayor de Bogotá denunciaría penalmente a quienes irresponsablemente hicieron falsas afirmaciones sobre la calidad del agua en la capital”.
Igual Daniel Coronell, solidario con sus excompañeros de trabajo, ante la falta de pruebas contundentes se traba en una discusión por twitter con el Alcalde en la que termina dándole consejos, no pedidos, sobre el uso sabio y tolerante del poder. ¿Él qué va a saber? Además, al escribir: “…usted no es un comandante, es un gobernante…”, “…los bogotanos lo escogieron alcalde, no pastor”, “Y cuídese de las aguas mansas y de las aguas Bravo” trata de acuñar frases ingeniosas, a costa de Petro, quien invita al periodista a tomarse un vaso de agua. Ahí termina la cosa ante la imposibilidad de probar algo tan sencillo como abrir el grifo del agua y mandarla analizar a un sitio competente, tal y como se hace con la orina -digo yo- y a un costo que no debe ser mucho mayor. O sea, ¿nadie en la mesa de redacción de Noticias Uno dijo, elevando el dedo índice: “mandemos a analizar el agua nosotros”? ¿Nadie? O lo hicieron y ante la evidencia de su sonada equivocación no tuvieron más opción que atacar a Petro por la forma en que respondió y no por el contenido. Se hubieran quedado callados porque les salió el tiro por la culata. Deben entender, además, que el Alcalde puede no responder -con la velocidad que los medios quisieran- a todas las preguntas sobre él mismo, su gestión o sus colaboradores, pero está en la responsabilidad de desmentir ipso facto los ataques que ponen en peligro la tranquilidad ciudadana.
Ahora bien, estimado lector, si tiene dudas sobre lo que podría ser un soterrado complot en contra de nuestro alcalde remítase a la entrevista que María Isabel Rueda le hace a Gina Parody en El Tiempo y juzgue por usted mismo. La chica súper poderosa, representante clase 1A, golden extra VIP del establishment, incurre en todos los lugares comunes de la oligarquía y espulga, a escasos siete meses del gobierno Petro, hechos de su administración con el único motivo de crear una distancia política que, si bien ya existe, ella ahonda para tratar de robarle algo de su imagen democrática y popular que tanta falta le hizo a su candidatura en las pasadas elecciones por la Alcaldía de Bogotá. Lo trata de “tirano” que es una palabra explotada, desde tiempos inmemoriales, por la burguesía para tratar de trasladar el miedo de los pudientes, al pueblo.
Dicha entrevista, inclusive, lo reivindica a uno con María Isabel Rueda pues buscó todos los argumentos posibles para que Gina Parody dijera algo positivo de Petro, y nada. Lo descabezó sin piedad. Sacó a relucir todos los argumentos del manejo de la riqueza propios de las clases elitistas, que es: dinero que no está comprometido es despilfarro. ¡Vaya conclusión! Que ella tenga un millón de amigos dispuestos a recibir contratos no quiere decir que Petro los tenga y máxime siendo consciente de que, sin importar el tiempo que le tome, debe cuidarse, ante todo, de las adjudicaciones que es donde las chicas y chicos súper poderosos sí le pueden, de verdad, truncar el curso de su carrera política. Desde su cómodo pedestal y acomodándose el cinturón que le regalaron Batman y Robin, Super Power Parody repitió lo que todos dicen -otro lugar común- y es que: Petro es intolerante a la crítica. Nada más absurdo. Lo que pasa es que vivimos en un país en que los funcionarios públicos se desviven por quedar bien ante los medios de comunicación. ¿Al fin aparece uno que decide no pasarse el día hablando con Julito, Dariito y Francisquito que piensa sus respuestas, que opta por no contestarlo todo y, eso, nos parece inadmisible?
Hay mucha tela de donde cortar. No digo más porque me han advertido que voy a perder lectores por escribir tan largo. Lo que no puedo dejar de mencionar es que Petro -estoy seguro- aprendió de los errores de Antanas Mockus, quien se resignó a perder gobernabilidad y ocultó sus deficiencias sacando a la calle elefantes, cebras y payasos de su circo de bolsillo; y -con una supuesta clarividencia inspirada por el pueblo- dejó todo tirado para perseguir la Presidencia de la República.
Como Alcalde, Petro sabe que esta puede ser su última lucha, pero la va a dar, cueste lo que cueste, para cumplirle a los bogotanos y hacer más vivible la ciudad. Le hubiera gustado hacerlo con Daniel García Peña de su lado, pero éste último no entendió que, en lo que al cambio de gabinete respecta, prefirió buscar la comprensión del amigo que cualquier eventual señalamiento por favoritismo. Al fin y al cabo ese es el tipo de sacrificios que hacen los verdaderos amigos. Que fue que le debió advertir, de antemano, dijo el internacionalista realizando la suerte de la doble estocada que casi le saca un ojo: la de defender a su esposa y al tiempo renunciar a su cargo. ¿Alguna otra explicación?
Valga preguntarle a los bogotanos: ¿Cuándo habíamos tenido un alcalde que hiciera tantos esfuerzos por no defraudarnos? Peñalosa, tal vez, y le pagamos no volviendo a votar por él. Petro no espera nada a cambio, por eso va a ser difícil amilanarlo o, en últimas, derrotarlo. Su pellejo desnudo, por voluntad propia, está expuesto a los alambres de púas que, consuetudinariamente, siguen protegiendo a los verdaderos poderosos y que se sienten amenazados por sus actos de valor que, con cortafuegos en mano, se les está metiendo al rancho.
Candidatos Revertrex
Se avecinan las elecciones para la Alcaldía de Bogotá y los candidatos trotan, caminan barrios enteros, escalan hasta el tugurio más alto, montan bicicleta, nadan en el río Bogotá y se ven estupendos en la prensa y la televisión; no les pasan los años. Blanco es gallina lo pone: están usando Revertrex.
Revertrex es un compuesto que rejuvenece a las personas; y, repito: las rejuvenece, no las vuelve más inteligentes, ni más talentosas, ni mejores administradores públicos; les quita las arrugas y eso basta para plancharles el ego y que se sientan de quince. Dice en la etiqueta que tiene uñas de gato, ojos de murciélago, lagañas de mico, fresas con crema y fluidos vaginales de diva. Su modo de empleo es muy sencillo: tomar una tableta por cada diez años que se quiera quitar el paciente, decir el sortilegio secreto (que le llega diariamente a su correo electrónico) y cruzar los dedos.
Estas instrucciones ya hacen parte de la rutina de los siguientes candidatos que buscan el remozamiento de su imagen pública por razones que en este escrito se plantean y analizan con rigurosa profundidad:
Enrique Peñalosa: Lo toma hace tres meses y ya le creció el medio dedo que le faltaba. No quiere que se le note, en el ceño ni en la frente, la frustración de haber perdido sus electores y que le haya tocado tragarse sus aspiraciones a la Presidencia de la República. Necesita también flexibilizar las piernas y alertar los reflejos para no caerse en los andenes que mandó subir pero que nunca mandó nivelar, ni rellenar. El Revertrex se lo regalaron sus amigos: los dueños de los parqueaderos; el pastillero, con los días de la semana, se lo regalaron los proveedores de bolardos. No debería tomarse más de tres tabletas al día porque, a veces, se parece a esos excampeones de boxeo a los que se les pasó su cuarto de hora pero deciden, en un asomo de vitalidad, volver a pelear por el título de su categoría. Para el efecto, contratan un nuevo manager -en este caso el Presidente Uribe- para que les pase un baldecito donde escupir y les arregle las peleas.
Antanas Mockus: No se toma sino media tableta cada dos días, porque sólo quiere verse como antes de perder las elecciones a la Presidencia, contra Juan Manuel Santos, el único candidato que, como él, habla en lituano; y olvidar, de paso, que durante un par de semanas, en el pico más alto de las encuestas, alcanzó a ilusionarse con llevar a Palacio a Tola y Maruja. Él sabe que para ganar por tercera vez la Alcaldía de Bogotá basta ser mejor candidato que Samuel Moreno, cosa que no tiene mucha gracia; lo que le preocupa es si podrá ser mejor candidato de lo que él mismo ha sido y, eso, ya es más difícil. El Revertrex es también para evitar la flacidez de las nalgas, pues no sabe en qué momento le toque volver a mostrarlas, son su par de ases bajo la manga del pantalón.
Carlos Fernando Galán: Compra el Revertrex en secreto y usa las tabletas de supositorio para que tengan el efecto contrario. Necesita ponerse años, con todo y eso es difícil que dejen de verlo como el treinta y tres por ciento de la herencia de Galán; o sea tiene la tercera parte de su carisma, o menos, la tercera parte de su denodado entusiasmo y la tercera parte de su pasión; tiene también genes de César Gaviria reflejados en su cara de niño, de Juan Lozano en su barba desordenada y de Germán Vargas en su filiación política, es como una especie de Frankenstein político: el resultado de una fórmula de laboratorio que, para completar, comparte con sus hermanos. No tiene nada propio, hereda los pantalones de Juan Manuel y las camisas de Claudio, su imagen necesita un verdadero cambio radical.
Gustavo Petro: Es el candidato que más compra la milagrosa droga, inclusive ha desviado fondos de la campaña para adquirirla en cantidades industriales y dársela a Bogotá. Su afán es el de deshacerse, de una vez por todas, de las viejas mañas que fortalecidas por Samuel Moreno han borrado con el codo lo que Mockus y Peñalosa hicieron a pulso. Petro es el hombre para remozar la ciudad por dentro y por fuera, tiene el talante para encarar a las mafias y la firmeza de carácter para hacer respetar los derechos de la ciudadanía. Petro desafía la necedad, la corrupción, el abuso de los mandos medios, las mordidas, los carruseles, los transportadores privados; en resumidas cuentas es un hombre con más de un metro de frente.
David Luna: Toma Revertrex por disciplina de Partido. Los liberales están en un periodo serio de reencauche. Apoyar a Luna es jugársela por las nuevas generaciones, distraer la atención de la corrupción, de la infiltración del paramilitarismo, del clientelismo y de los turbantes de Piedad Córdoba. Es también apoyar el medio ambiente, uno de los temas principales del joven candidato, porque Bogotá debe ser más sana y con un aire más limpio. Debe empezar a descontaminarse, como el Partido y renovar el abono de la nueva simiente liberal.
Aurelio Suárez: Le dio Revertrex a sus publicistas, pero se le fue la mano. Por eso, no tienen ni idea de ¿Quién es Aurelio? Y así lo expresan en su campaña: ¿Será Peñalosa? ¿Será la Chica Superpoderosa? ¿Será Petro? ¿Será Transmilenio? ¿Será Monserrate? ¿Será la salud? ¿Será la construcción? ¿Será Mockus? ¿Será Jorge Eliécer Gaitán? Y, la verdad, Aurelio es: ¡Todos los anteriores! Es el más preparado, el más estudioso, el menos politizado y el más honesto. Es una lástima que sea del Polo. Esperamos que los electores puedan evaluar al Candidato, haciendo caso omiso del presunto y muy seguro prevaricador Samuel Moreno; y que voten por alguien que puede seguir la contundente labor de Clara López, quién, en un par de meses, le ha devuelto a Bogotá por lo menos su autoestima.
La verdad es que, salvo Gina Parodi que si tiene los diecisiete años que aparenta, todos los demás se pegaron a la moda del Revertrex, como sucedáneo temporal del Botox y las cirugías estéticas; procedimientos éstos que ya le hacen falta a Jaime Castro, Alcalde de Bogotá durante la época oscurantista del apagón y Ministro de Gobierno, de Belisario Betancur, por las épocas en que Samuel Moreno tenía un bar llamado La Rockola y le pedía a sus meseros, olímpicamente, comisión por las propinas.
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