
Petro El Grande
“Te llamarán ‘El Grande’ en adelante y tu nombre retumbará, a lo largo de los siglos, por toda la eternidad” le hubieran cantado a Gustavo Petro, al proclamarlo emperador en algún momento más afortunado de la historia de la humanidad. No es para menos: un hombre que se cargó el fusil, al hombro, para luchar por la democracia; que lideró un proceso para amnistiar a los suyos –a quienes lucharon con nobleza– y poder dar la cara desde un frente aún más peligroso: el político; que fue uno de los parlamentarios más destacados del Senado de la República, al que accedió con la tercera votación mayoritaria del país; y, que a cargo de Bogotá, como Alcalde Mayor, ha salido airoso de uno de los retos más difíciles de su vida: el de no dejarse joder por las élites capitalinas; merece que se le compongan muchos himnos y de que se le construya una catedral.
¿Cuáles élites? Aquellas que se mostraron imperturbables –o poco afectadas– con el Alcalde anterior, pese a que se embolsilló, no menos de ciento veinticinco mil millones de pesos ($125.000.000.000.oo) pero que a Petro sí han tratado como a un enemigo público, número uno, por su pobre cuna, tal vez; porque creó una Secretaría para la Mujer, en una ciudad de machos cabríos; porque se preocupó por la atención de LGBTI, con un Centro de Ciudadanía especializado, en una ciudad donde preferimos ocultar esas anomalías; o, porque abrió, al público, centros para la atención de abortos –permitidos por la ley– en una ciudad cristiana y pía como el prepucio del Divino Niño. ¿Quién Sabe? Tal vez, lo odian por ser de la costa, por tener el pelo ondulado o porque usa la gorra terciada a la izquierda; o, porque sus apellidos son Petro Urrego y eso suena feo: a brego, borrego y labriego y lo imaginarán de por allá, del campo, con mugre en las uñas y costumbres indignas del Palacio Liévano.
¡No importa! El caso es que le entorpecieron la gestión, “le debilitaron la debilidad” como diría Perogrullo; al plan de mejoramiento del Sistema Integrado del Transporte Público, esencial para aligerar el flujo vehicular, le atrasaron la entrega de los buses, detuvieron el desmonte de las rutas que no pertenecían al nuevo sistema, retardaron –con excusas técnico-burocráticas la entrega de paraderos y lo más ignominioso: los bancos se pusieron retrecheros con Coobus y Egobus las empresas de los pequeños propietarios ¡claro! poniendo en peligro la infraestructura financiera de toda la operación. Digámoslo, de una vez, quienes mueven los hilos del poder bogotano prefieren mirar al infinito y más allá, con un alcalde permisivo como Samuel Moreno y hasta normal les parecerá que, por hacer lo propio, se quede con su propina. Detestan a Petro de una forma tan visceral, que aunque le dio un golpe importante al hampa poniendo en cintura el porte de armas de fuego, ni siquiera, eso, le reconocieron: los medios de comunicación, apoyados por las encuestas de ellos mismos –que es lo que siempre hacen– salieron a decir la imbecilidad de que sí, que efectivamente los homicidios habían bajado pero no, así, los demás delitos.
Puede que exagere, un poquito; de pronto Petro no tiene la enjundia de los grandes emperadores que nacieron con sus mullidas nalgas en el trono, pero algo tiene de Napoleón o Trajano, que se hicieron de la nada, tuvieron mente revolucionaria y principalmente, soportaron con estoicismo las arremetidas de los más poderosos. ¡O algo de Jesucristo ¿por qué no?! Sin contar las zancadillas que le hicieron de congresista, lo suyo ha sido un viacrucis: trataron de anular su inscripción como candidato a la Alcaldía; desde que se posesionó ya le estaban buscando causales de destitución y desafortunadamente, dio papaya, por cambiar el modelo de recolección de basuras –uno de los fortines privados más onerosos para los bogotanos– fue a parar a la picota pública e incurrió “en torpezas en la toma de decisiones” según los entendidos que, después, la Procuraduría convirtió en “gestión dolosa” y lo destituyó del cargo. Gustavo Petro pasó una triste navidad, de 2013, pero resuscitó a los tres meses reencauchado y con más ánimos, que es, precisamente, la actitud de los verdaderos líderes.
Según Crispino Sutamerchán, comentarista radial de la Cadena Arriba Colombia, a Petro, su decisión de cerrar la Plaza de la Santamaría, como matadero de toros, lo indispuso con los más pudientes; porque perder ese cordón umbilical con la Madre Patria, la oportunidad de ver sangre una tarde de domingo, mostrar las amantes de turno y éstas, a su vez, lucir sus louis vuittones y sus jimmy choos, les dio en la pepa del disgusto. “¿Cómo se atreve? ¡Malnacido! ¡Hasta asesino será!" le gritan desde los campos de golf, sin darse cuenta –porque además no les importa– que abrazar las izquierdas es, también, garantizar el equilibrio de las derechas; pero bueno –digo yo– les hará falta Petro cuando Alejandro Ordóñez sea Presidente de la República y se persiga a quienes no comulguen con su autoritarismo a ultranza.
Afortunadamente, ahí está Clara López quien integra lo mejor de ambos mundos, cuyo entusiasmo por servir a los bogotanos supera a Pardo y en gestión política y conciliación de los diversos actores, a Peñalosa.
Pardo: el comodín
“Rafael Pardo podría ganar un concurso de belleza” fue la respuesta de uno de los investigadores de mercado más exitosos de Colombia, Severino Callejas, director de la firma Sondinas (Sondeos Independientes Asociados) cuando se le preguntó sobre la ventaja que el político-comunicador-economista le tomó a Clara López en la carrera por la Alcaldía de Bogotá. Tan curiosa respuesta llamó la atención de los medios de comunicación por lo que, al salir de su casa, al día siguiente, Severino se vio asediado por micrófonos, cámaras y grabadoras que, a duras penas y sin obtener ninguna respuesta, lo dejaron subir al carro. En la oficina, ante su equipo de trabajo, pidió disculpas por su indiscreción; no podía ser de otra manera, en el negocio de las encuestas no se acostumbra soltar opiniones, frente a la opinión pública, porque cualquier declaración inoportuna pone en riesgo la credibilidad de la firma.
El daño ya estaba hecho y lo mejor era dar las explicaciones del caso. Lo que se hizo a puerta cerrada, entre Rafael Pardo, sus asesores de imagen y su esposa, una periodista carismática y curtida en el manejo de la información. Lo primero que Severino Callejas dijo para captar, de una, la atención de los presentes fue: “Rafael Pardo no es una candidato, es un comodín” y es cierto, el mismo Pardo, sabe que ser siempre el hombre “adecuado” con el discurso “políticamente correcto” tiene sus problemas y está dispuesto a reconocerlos para dejar de ser la ficha de quitar y poner según las necesidades del mandatario de turno, el Partido Liberal y las circunstancias políticas de Colombia.
La reunión duró un poco más de cuatro horas y quedó, en el ambiente incrédulo del salón, mucho que asimilar y poco tiempo para aplicar correctivos. Pardo es sopesado, tiene habilidad para tomar decisiones que afectan positivamente a la mayoría de los involucrados; sus argumentos son siempre estudiados y da fe de los procesos de pensamiento que lo llevan a sacar conclusiones asertivas, en sus discursos; como político es respetado, cosa que muy pocos pueden decir de sí mismos, sus electores lo consideran como a alguien que no los va a dejar colgados de la brocha, ni los va a defraudar, ni hacerlos sentir como a los pendejos que se le pegan a servidores públicos que pasan desapercibidos o que terminan en la cárcel; entre múltiples razones votan por él, principalmente, porque lo admiran. Pardo, además, se mueve como pez en el agua en varios círculos, acepta cualquier reto público o privado y la sola sugerencia de su nombre, para cualquier empresa, es bien recibida por los interesados, por los medios de comunicación y por el público en general. Responde lo que se le pregunta sin excesos y con base en su experiencia, no es de esos que anda, por ahí, pontificando sobre lo humano y lo divino como los tantos y pretendidos sabios que pululan, en los techos altos del poder, como luciérnagas sin pilas. Pardo ha sido y seguirá siendo, la cara de mostrar en los momentos aciagos de nuestra política o ante las confusiones como la que, hoy, aqueja a los bogotanos.
Callejas terminó la reunión, diciendo: “Pardo podría ser Miss Universo, Secretario General de la Naciones Unidas o ganar la Fórmula Uno, el problema es que creer en su capacidad no es lo mismo que sentirle las ganas de llegar a donde quiere llegar. Nos falta ver a través de su piel y vislumbrar al héroe que, al tiempo con los suyos, arrastra los ideales de todo un pueblo”. Pardo y su esposa lo sabían, lo habían rumiado muchas veces, pero hasta ahora pudieron decantarlo: Pardo podría ser Alcalde de Bogotá pero la efervescencia y calor que necesita, para cautivar electores menos cultos que los que acostumbran a votar por él, le es esquiva; él no es carismático, ni arrollador en la forma de decir las cosas y peor aún, ni siquiera parece que quisiera serlo; no se le ve el cauce salido de las venas, ni el rubor emotivo del deseo; pareciera, por lo tanto, que lo que ha logrado, ha sido en virtud a estar en el sitio preciso, a la hora precisa: fungiendo de lo que sea necesario para deshacer cualquier entuerto. Por eso, en la actual encrucijada, nadie espera que se rasgue las vestiduras y se convierta en un verdadero líder, sino que estamos a la expectativa de que las componendas del Partido Liberal lo lleven al Palacio Liévano.
Eso es grave y es grave porque el efecto comodín no asegura los votos, ni el proselitismo de nadie. El Partido Liberal es, en Bogotá, un reguero de fragmentos desiguales, imposibles de casar juntos, muchos de los cuales tienen intereses con el Polo; y no lo digo en el sentido morenístico, de querer sacarle tajada al ponqué municipal ¡no! lo digo porque los caudales electorales coinciden y satisfacerlos es la función más importante de cualquier político, de cualquier vertiente.
A Rafael Pardo le falta un volador entre el culo, pero no para impulsarlo –eso ya se dio– sino para que los bogotanos atestigüemos, de primera mano, que puede volar solito –sin el amaño de las circunstancias– y botar luces rojas, azules, verdes y amarillas indistintamente y para todos lados.
Defensa de Petro
Un hombre izquierdoso -lo que básicamente quiere decir que es una piedra en el zapato de los más acomodados- al que no le ha temblado la mano para luchar por una democracia más justa, odiado por la corruptela de las contrataciones, malquerido por los ricos y los que se sienten ricos, conocedor de la pobreza y el hambre, pisador intransigente de callos y político atípico pues es honesto hasta los tuétanos, no asumió la Alcaldía de Bogotá pensando que su gobierno iba a ser una travesía relajada y desprovista de obstáculos. Inclusive, no creo que le parezca más difícil de lo que pensaba porque sabía en lo que se estaba metiendo. Además, Gustavo Petro conoce sus limitaciones por eso busca experticias específicas en sus colaboradores y si no las demuestran en el arranque pues -con el dolor del alma- se reemplazan de inmediato. Daría la impresión de ser maquiavélico en el sentido de que el corazón nada tiene que ver con los asuntos de su gestión; debe ser que lo deja en la casa donde su mujer y sus hijos -se nota- lo cuidan y se calientan a su amparo.
Petro se ha equivocado, por supuesto, pero usted no lo ve excusándose, día de por medio y buscando culpables a diestra y siniestra, siendo que podría soltar a su antojo y de manera intermitente, el agua de inodoro público en que se encuentran hasta la coronilla Samuel e Iván Moreno y sus secuaces. Estoico, hasta con la mirada, se le nota el aguante que tiene para soportar la embestida del sistema que se le está viniendo encima “¡con toda!”, como dicen los jóvenes ahora. Es increíble, nuestros estamentos sociales y políticos parecieran sentirse más cómodos con un alcalde que roba, que con uno que les saca los trapos al sol y les escupe en la cara su extracción revolucionaria y marginal, ni siquiera los medios de comunicación se lo aguantan.
Tampoco puede uno, a ultranza, defender a alguien tan criticado sin dar ciertas explicaciones o, en mi caso, hacer suposiciones sobre el tratamiento que le ha dado a ciertos temas y el comportamiento que parecería errático frente a álgidas situaciones de conocimiento público. Empezaré por decir, en todo caso, que no se puede esperar del alcalde la misma actitud desabrochada, de pecho al descubierto y lanza en ristre que le vimos como senador, pues lo que en el elíptico puede constituir un debate sin precedentes a nivel acusatorio y mediático, desde el Palacio Liévano el mismo tipo de señalamientos le pueden mermar grandemente la gobernabilidad. En el caso de la gestión distrital, sus resultados se traducen en beneficios a la ciudadanía y no por en la cantidad de leña que le puede haber echado a la hoguera de las polémicas locales.
Razón tienen Felipe Zuleta y María Isabel Rueda en demandar respuestas, por parte de Gustavo Petro, sobre su aparente nexo con los Nule y las coincidencias que se dan al respecto. No creo, por ningún motivo, que el burgomaestre les esté dando el beneficio de la duda a los mencionados rateros de cuello blanco -y menos coadyuvado con ellos- está es tratando de dar la impresión, ante la opinión pública, de que el tema de las contrataciones podría -por la razón que fuera- estar amañado, o manejado de manera des “interesada”, porque la realidad es que sigue dominado y en control de otros carruseles que, como el de los Nule, siguen robándose el erario público a tajadas. Tal actitud agua tibia, en un hombre que nunca la ha tenido, tiene como objeto el de generar cierta confianza que no ahuyente a quienes están montados en el negocio del soborno, las coimas y las mordidas; para eventualmente poderlos atrapar y seguir en el empeño progresista de sanear la administración y dejar mecanismos de defensa internos e institucionalizados contra este flagelo.
Sale Noticias Uno a decir que el agua de Bogotá no es potable y que según los mismos laboratorios del Acueducto aparecen contaminantes orgánicos cuya ingestión es perjudicial para los usuarios. Petro, con razón, replica la escasez de fuentes para hacer tal afirmación y Cecilia Orozco, directora del noticiero, dice que llamaron a confirmar con los funcionarios de la entidad pero que no les contestaron el teléfono, y los acusa de actuar con intencionalidad para poder hacer las denuncias pertinentes en un futuro venidero. Acto seguido -da risa- critican a Petro por asumir mala fe por parte del medio de comunicación y ponen palabras en su boca: “El Alcalde Mayor de Bogotá denunciaría penalmente a quienes irresponsablemente hicieron falsas afirmaciones sobre la calidad del agua en la capital”.
Igual Daniel Coronell, solidario con sus excompañeros de trabajo, ante la falta de pruebas contundentes se traba en una discusión por twitter con el Alcalde en la que termina dándole consejos, no pedidos, sobre el uso sabio y tolerante del poder. ¿Él qué va a saber? Además, al escribir: “…usted no es un comandante, es un gobernante…”, “…los bogotanos lo escogieron alcalde, no pastor”, “Y cuídese de las aguas mansas y de las aguas Bravo” trata de acuñar frases ingeniosas, a costa de Petro, quien invita al periodista a tomarse un vaso de agua. Ahí termina la cosa ante la imposibilidad de probar algo tan sencillo como abrir el grifo del agua y mandarla analizar a un sitio competente, tal y como se hace con la orina -digo yo- y a un costo que no debe ser mucho mayor. O sea, ¿nadie en la mesa de redacción de Noticias Uno dijo, elevando el dedo índice: “mandemos a analizar el agua nosotros”? ¿Nadie? O lo hicieron y ante la evidencia de su sonada equivocación no tuvieron más opción que atacar a Petro por la forma en que respondió y no por el contenido. Se hubieran quedado callados porque les salió el tiro por la culata. Deben entender, además, que el Alcalde puede no responder -con la velocidad que los medios quisieran- a todas las preguntas sobre él mismo, su gestión o sus colaboradores, pero está en la responsabilidad de desmentir ipso facto los ataques que ponen en peligro la tranquilidad ciudadana.
Ahora bien, estimado lector, si tiene dudas sobre lo que podría ser un soterrado complot en contra de nuestro alcalde remítase a la entrevista que María Isabel Rueda le hace a Gina Parody en El Tiempo y juzgue por usted mismo. La chica súper poderosa, representante clase 1A, golden extra VIP del establishment, incurre en todos los lugares comunes de la oligarquía y espulga, a escasos siete meses del gobierno Petro, hechos de su administración con el único motivo de crear una distancia política que, si bien ya existe, ella ahonda para tratar de robarle algo de su imagen democrática y popular que tanta falta le hizo a su candidatura en las pasadas elecciones por la Alcaldía de Bogotá. Lo trata de “tirano” que es una palabra explotada, desde tiempos inmemoriales, por la burguesía para tratar de trasladar el miedo de los pudientes, al pueblo.
Dicha entrevista, inclusive, lo reivindica a uno con María Isabel Rueda pues buscó todos los argumentos posibles para que Gina Parody dijera algo positivo de Petro, y nada. Lo descabezó sin piedad. Sacó a relucir todos los argumentos del manejo de la riqueza propios de las clases elitistas, que es: dinero que no está comprometido es despilfarro. ¡Vaya conclusión! Que ella tenga un millón de amigos dispuestos a recibir contratos no quiere decir que Petro los tenga y máxime siendo consciente de que, sin importar el tiempo que le tome, debe cuidarse, ante todo, de las adjudicaciones que es donde las chicas y chicos súper poderosos sí le pueden, de verdad, truncar el curso de su carrera política. Desde su cómodo pedestal y acomodándose el cinturón que le regalaron Batman y Robin, Super Power Parody repitió lo que todos dicen -otro lugar común- y es que: Petro es intolerante a la crítica. Nada más absurdo. Lo que pasa es que vivimos en un país en que los funcionarios públicos se desviven por quedar bien ante los medios de comunicación. ¿Al fin aparece uno que decide no pasarse el día hablando con Julito, Dariito y Francisquito que piensa sus respuestas, que opta por no contestarlo todo y, eso, nos parece inadmisible?
Hay mucha tela de donde cortar. No digo más porque me han advertido que voy a perder lectores por escribir tan largo. Lo que no puedo dejar de mencionar es que Petro -estoy seguro- aprendió de los errores de Antanas Mockus, quien se resignó a perder gobernabilidad y ocultó sus deficiencias sacando a la calle elefantes, cebras y payasos de su circo de bolsillo; y -con una supuesta clarividencia inspirada por el pueblo- dejó todo tirado para perseguir la Presidencia de la República.
Como Alcalde, Petro sabe que esta puede ser su última lucha, pero la va a dar, cueste lo que cueste, para cumplirle a los bogotanos y hacer más vivible la ciudad. Le hubiera gustado hacerlo con Daniel García Peña de su lado, pero éste último no entendió que, en lo que al cambio de gabinete respecta, prefirió buscar la comprensión del amigo que cualquier eventual señalamiento por favoritismo. Al fin y al cabo ese es el tipo de sacrificios que hacen los verdaderos amigos. Que fue que le debió advertir, de antemano, dijo el internacionalista realizando la suerte de la doble estocada que casi le saca un ojo: la de defender a su esposa y al tiempo renunciar a su cargo. ¿Alguna otra explicación?
Valga preguntarle a los bogotanos: ¿Cuándo habíamos tenido un alcalde que hiciera tantos esfuerzos por no defraudarnos? Peñalosa, tal vez, y le pagamos no volviendo a votar por él. Petro no espera nada a cambio, por eso va a ser difícil amilanarlo o, en últimas, derrotarlo. Su pellejo desnudo, por voluntad propia, está expuesto a los alambres de púas que, consuetudinariamente, siguen protegiendo a los verdaderos poderosos y que se sienten amenazados por sus actos de valor que, con cortafuegos en mano, se les está metiendo al rancho.
¡Bienvenidos a Petrópolis!
Como Sofronia, nuestra capital, desde el año entrante, renueva su media ciudad provisional. Se queda la lumbre, la vida que gira alrededor de las cebras y sus contorsionistas, su limosna y quienes la sustentan detrás del múltiple sabor de los carros y de sus conductores. Se van los edificios municipales, el ala norte del Palacio Liévano y unos cuantos monumentos; desacoplan sus goznes modulares, desarticulan y se llevan sus cimientos y paredes, escritorios y letrinas, y traen otros -también de armar- para que tengan brillo unos días y se vayan estropeando por el uso y por el desuso que también corrompe; y los instalen unos hombres de overol para que duren, por lo menos, lo que dure su nuevo nombre: Petrópolis (La nueva). La vieja, a 70 kilómetros de Río de Janeiro, guarda la calurosa memoria de los veranos de Pedro II quien importó, en tiempos de su imperio, más de 500 familias de inmigrantes alemanes para poblar la región.
Como Bauci, Petrópolis será guindada entre las nubes y desde allá miraremos lo que dejamos detrás; lo que por respeto no quisimos dañar, la poca infraestructura principal que sostiene los zancos que nos mantienen allá arriba, amarrando cabuyas y halando canastos para subir las semillas y los frutos de una sabana que obnubiló las carnes blandas de Jiménez de Quesada y de su séquito. Como Ersilia, seguiremos tejiendo parentescos porque eso es lo que hacemos, tender hilos entre los unos y los otros hasta que tantas conexiones, e interconexiones, nos ahuyentan y nos vamos a otra parte y seguimos hilando, con el mismo huso, a un mismo ritmo y con el mismo talante pero en un sitio que tiene el encanto de no ser el de antes, desenmarañado, desprovisto de viejas ataduras.
Como Clarice, Petrópolis está dictada, de antemano, por un modelo de ciudad ideada por algún viajero, alguien que, con una vara, pintó un damero en la tierra. Un modelo que se renueva y se destruye con una cadencia pasmosa; pero que en ese periplo entre sombreados valles y luminosos picos ha conservado retazos representativos de cosas y de frontispicios, de esquinas fotografiadas por los turistas. Hoy es una mezcla de pretéritos que -aunque se distancian- no insultan, de ninguna manera, el modelo primario: la pretensión fundacional que hierve en cada primer hombre, o mujer, o pareja, cualquiera de ellos forastero.
Como Smeraldina, Petrópolis será sólida y líquida a la vez; sólo podrá dominar todos sus puntos quien se transporte en helicóptero, por aire donde las rutas son infinitas. En tierra, dragado y multiplicado el río Bogotá por expertos traídos de los Países Bajos, la ciudad tendrá tantas opciones de canales fluviales como de vías asfaltadas, en zigzag se confundirán las aceras con las caídas de agua y las estaciones de Transmilenio con los manantiales. Un maridaje entre lo aportado por la naturaleza y lo aportado por el hombre que resultará en coloridas vegetaciones y ánimos alegres y danzantes. Pero, esto, no tendrá importancia: la ineficacia de los mapas será evidente, ante la posibilidad infinita de recorridos, cruces y entrecruces; por más gondoleros y taxistas nadie podrá repetir la misma ruta hacia un mismo sitio. La vida despojada del germen de todas las rutinas: el trayecto, ganará en liviandad lo que perderá en los recursos mal concebidos de la orientación.
Como Zirma, los recuerdos de Petrópolis serán los semáforos de 4 colores, los de siempre y un azul que dará paso a quienes aprendieron a volar o galopan sobre garzas gigantes; la turba variopinta de estudiantes universitarios que por oleadas invaden las horas semanales del centro histórico de la ciudad, dando vida a rincones septembrinos y pequeños bogotazos; y, entre muchos otros, los obesos parlamentarios cuyos grandilocuentes pedos pasan desapercibidos en el Salón Elíptico del Capitolio. Se grabarán en la mente ciudadana aquellos fenómenos que, como éstos, tengan la calidad intrínseca de repetirse, repetidas veces y en secuencias que se repitan, una y otra vez, valga la redundancia.
La verdad, Petrópolis cambia con cada mudanza; cambia el alcalde, algunas de sus funciones y el título de sus subalternos; cambia, por ejemplo, el sentido de las calles y los nombres de las charcuterías; cambian los capacitados de oficio y los incapacitados de esquina. Cambia lo superficial pero -contrario al estribillo de Mercedes Sosa- lo profundo se mantiene, porque la ciudad sigue siendo “idéntica a sí misma” debido a que los discursos permanecen, las lecciones aprendidas se enuncian igual, con distintas dicciones y acústicas, posiblemente, pero con el guión heredado e invariable de los primeros oradores que relataban batallas y construían el imaginario colectivo de los pedestales y los bustos de mármol cuya penitencia sigue dependiendo del arbitrio intestinal de las palomas.
Con cada alcalde nuestra ciudad se comporta como Olinda. Al principio nadie nota el hueco imperceptible entre el resquicio de alguna calle, a los pocos días está del tamaño de medio limón y sólo los niños descubren que por dentro lleva otra ciudad. Vivimos tan distraídos con las nimiedades del diario vivir que del hueco salen calzadas, centros comerciales, autopistas, alambrados y parques con fuentes, y eucaliptos; una urbe que desplaza la existente, abriéndola en su centro, explayándola a la fuerza, rompiéndola, alargándola hacia confines sin jurisdicción, ni esperanza. Petrópolis no será distinta en su alumbramiento, el daño está hecho desde la invención de la democracia, sin embargo, a una nueva clase de hacedor se le ha hecho el encargo de dirigirla, de darle sentido.
Un hacedor cuya incomprendida causa tiene el deber de demostrar y cuyas acciones deben seguir siendo la piedra en los relucientes zapatos de la corrupción. ¡Bienvenidos a Petrópolis! Se anticipa que no será una interpretación del Kublai Kan, afectada por su ego conquistador, ni una imaginería de Marco Polo para caerle bien a su anfitrión; como tampoco podrá ser ya, ni invisible, ni transcrita por Italo Calvino. Sin embargo, tendrá la virtud de no ser un cuartel de conspicuas heroínas, ni la ubérrima maravilla del mundo que clamaban otros candidatos. Como la vieja, que significa: ciudad de Pedro; ésta, la nueva, será la ciudad de Gustavo.
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