Nacionales, Justicia, Espiritual, Social Fabio Lozano Uribe Nacionales, Justicia, Espiritual, Social Fabio Lozano Uribe

San Diomedes

Que los parlamentarios colombianos tramiten una Ley de Honores para celebrar las proezas musicales y mundanas del cantautor de música vallenata Diomedes Díaz, vaya y venga; es como honrar a uno de los suyos: hombres del pueblo que han trepado a las altas esferas de la sociedad, por la ardua y difícil escalera que lleva a la fama, al poder y a la delincuencia, para, finalmente, luchar por una anhelada impunidad. Ahora, la Iglesia, el Arzobispado de La Junta, en cabeza de Monseñor Eladio Arzayús Velandia ha empezado el proceso de beatificación, del conocido personaje, ante el Vaticano.

“Se trata de un papeleo demorado, pero estamos confiados en poder demostrar la índole milagrosa de uno de nuestros fieles más queridos” dijo el reverendo, a las cadenas noticiosas del país, después de una misa, por la salvación del alma del cantante y compositor, a la que asistieron sus cuarenta y cinco hijos, sus treinta y cuatro esposas-amantes-concubinas-compañeras-de-cama y sus guardaespaldas, muchos de los cuales –ahí empiezan los milagros– se parecen a los hijos; y es porque a Diomedes le gustaba, después de sus prédicas de acordeón, caja y guacharaca, compartir la carne y el vino con sus más cercanos colaboradores, tal y como rezan los evangelios. “¡Era tan devoto!” dicen quienes lo acompañaron en sus correrías que las líneas de cocaína le quedaban en forma de cruz y se persignaba antes de consumirlas y multiplicarlas para regocijo de sus acompañantes, algunos de los cuales –de acuerdo a lo previsto en la Santa Biblia– lo negaron, lo traicionaron y estuvieron entre quienes pidieron, entre vitores y gritos de espanto, para él, la corona de espinas y su subsecuente crucifixión.

“¡Su vida entera es un milagro!” exclamó, en otra oportunidad, Monseñor Arzayús haciendo referencia al hecho incontrovertible de que el hombre, nacido en un corregimiento pobre y perdido entre el veredal guajiro, había logrado conquistar el corazón de los colombianos con un repertorio alentador de las costumbres cristianas, pues Diomedes Díaz le cantó al amor, a la honestidad, al cariño de pareja, a la fidelidad, a la hombría y a la virginidad; valores, todos, que cultivó en su vida y que fueron equiparables a su devoción por Jesucristo, a quien le reza: “Todo lo que yo trabaje, todo es para ti; tú eres quien tiene derecho, todo es para ti; lo que guardo aquí en mi pecho, todo es para ti; el amor que es lo mas grande, todo es para ti”.

Como todo santo, también, tuvo su propio viacrucis: fue acusado de asesinar a una de sus sacerdotisas, a una de sus musas, cuyo cuerpo brutalizado y lleno de sustancias alucinógenas fue encontrado, al borde de una carretera, en las cercanías de Tunja. La noticia fue tan dura para el vallenatero que se sumió en una apoplejía que lo inmovilizó durante un par de años, obligado a cargar con la cruz de infamia que lo acompañó hasta su muerte; pero el milagro se le hizo: se levantó, caminó sobre las aguas y de los orificios en sus manos y pies fue arrastrado a la cárcel, de donde salió a los tres días; bueno, en realidad, fue más tiempo, pero las celebraciones de su resurrección fueron tan apoteósicas que los historiadores, con esa ebriedad propia de acercarse al aura de la santidad, terminaran por hacer los ajustes necesarios para que San Diomedes aparezca en los frisos y vitrales de las catedrales –desde Valledupar hasta Riohacha– junto a San Rafael Escalona, San Francisco El Hombre y San Juancho Rois cuyas beatificaciones también se encuentran en curso.

La oficina de canonizaciones del Vaticano tiene un archivero completo dedicado a Colombia y que los prelados miran, de vez en cuando, para reírse de nuestra ingenuidad; esto es, si se le puede llamar así a nuestro desdén por la gente de bien y nuestro infinito amor por las ovejas descarriadas; porque, el nuestro, es un país que le rinde culto a la delincuencia: nos encomendamos primero a las almas de Pablo Escobar, de Tirofijo o de la monita retrechera antes que reconocer la vida sacrificada de quienes trabajan sin más armas que el decoro y la perseverancia; nos colgamos medallas con sus efigies, les inventamos oraciones, coplas, trovas y vallenatos; peregrinamos hasta sus tumbas y les ofrecemos penitencia por su cuidado y milagros; y la prueba de esta afición por privilegiar la contravención y el bandidaje es que RCN y Caracol, sin falta, se pelean por producir telenovelas que ensalzan su memoria y deifican las acciones de sus vidas.

Como escribe Joaquín Robles Zabala, periodista de la Revista Semana “Diomedes Díaz Maestre fue muchas y otras cosas que se le endilgan: periquero, extravagante, mujeriego, loco, machista, ostentoso y, en ocasiones, entre un trago y otro, se le daba por toquetear las entrepiernas de sus amigos”; pero pareciera que con la excusa de que la vida pública e intima de un artista debe ser juzgada independientemente de su obra, nos piden, tanto la Iglesia como el Capitolio, que seamos benévolos, por lo menos, con sus canciones y sus letras, interpretadas y escritas para inspirar los más virtuosos y reveladores sermones dominicales sobre: el arrepentimiento, el perdón y la vida monacal de los juglares que encarnan la leyenda vallenata.


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Nacionales, Gobierno, Educación, Política Fabio Lozano Uribe Nacionales, Gobierno, Educación, Política Fabio Lozano Uribe

Gaviria el hijo de Gaviria

Como a César Gaviria, la Presidencia de la República, a Simón le llegaron la presidencia de la Cámara de Representantes y la dirección del Partido Liberal en bandeja de plata; y, como al primero, la no extradición de colombianos por delitos cometidos en otros países, al segundo le metieron el mico de la Reforma Judicial. Después de la conmoción causada por tan ignominioso atropello, al joven Gaviria se le ve despelucado dando soluciones que, a posteriori, suenan a patadas de ahogado con el agravante de que se nota en sus palabras el jalón de orejas de su padre. Por supuesto que, antes de proseguir, se debe aclarar que, en su momento, el Presidente Gaviria asumió en posición cuadrúpeda el mico de la no extradición e, inclusive hoy, se le oye hablar en su defensa: como alternativa indispensable para calmar los ánimos del narcotráfico, el secuestro, el terrorismo y poder lavar la ropa sucia de sangre, en casa, desde una paz “concertada” por la nueva Constitución, pero ese no es el tema…

El tema es que Simón pareciera sentirse muy cómodo con los cariñitos y las palmadas en la espalda con que los parlamentarios se consienten al amaño de las leyes. A él no se le ven –como a otros– las ganas imperiosas de autoflagelarse por los errores cometidos. No, él sale dizque a trancar la promulgación de la mentada ley reformista e, independiente de la polvareda que alcance a levantar como apagando velitas de cumpleaños, uno se pregunta: ¿Será que no se ha dado cuenta de la oportunidad que desperdició: de amarrarse los pantalones e ir vendiéndole a los colombianos una imagen distinta a la de su padre? ¿O, será que se contenta con estar hecho a su imagen y semejanza?

Es como si a César Gaviria le hubiera tocado allanar la Catedral y trasladar al Capo di tutti capi, después de que se hubiera escapado; eso hubiera sido desastroso. Su reacción fue tardía, bastante tardía, pero no alcanzó a ser indecorosa. Mandó a unos niños a pedirle al Patrón la molestia de cambiar su domicilio de detención, por uno menos hogareño y más al estilo de los del Inpec; igual el detenido se fue por el traspatio, sin despedirse, pero no alcanzó a ser tan vergonzoso para el Presidente quién pudo, como recurso último culpar a Pablo Escobar y eso le aligeró las cargas. La situación de Simón sí me parece penosa. Me parece que él, entre otras luminarias de su generación, están en mora de demostrar que su estatus no es solamente el de “hijos de papi” sino que tienen en su código genético el ánimo de superar a sus progenitores y de aprender, inclusive, de los errores de éstos.

Usted no puede dejar, estimado Simón, que la astilla de tal palo se le clave en un ojo, tiene que buscar diferencias sustanciales con su padre para que la historia lo juzgue por separado. Tiene que empezar por leer más en profundidad lo que le caiga en las manos, de a poquitos; pasar de la portada, interesarse con el contenido, resaltar lo que considere importante con un color agradable, ponerse metas y premiarse: por ejemplo, comerse un chocolate o un paquete de chitos al terminar un capítulo, y comprarse un nuevo videojuego si logra terminar un documento completo. Ahora, si se termina un libro ya puede aspirar al solio de Bolívar.

Es cuestión de mentalizarse, inclusive usted podría tener en su nómina un ilustrador ¿por qué no? que le convierta en historietas lo que sea indispensable leerse. ¡Imagínese! Su secretaria parecida a Yayita, la de Condorito, le dice: “Doctor Gaviria, llegó un documento del Ministro Esguerra.” Y usted, con el cuello de la camisa chorreado de gomina, exclama: “Recórcholis, y viene con una fe de erratas.” El cuadro siguiente es un signo grande de exclamación sobre su cabeza. Acto seguido, usted llama a Germán Varón y le dice: “Tenemos que actuar, la reforma viene con errores.” A lo que el varias veces representante de Cambio Radical le contesta: “Calma Presidente, sugiero que primero se lea el documento, yo vi a Corzo y sus secuaces metiéndole mano. Aquí hay gato encerrado.” Usted, inmediatamente, se lo lee por encima y sale tranquilo, no encuentra nada raro. En el cuadro final se ve su carro, custodiado, salir hacia el norte de la ciudad, un crédito, en la pata, dice: “Otro día con la satisfacción del deber cumplido.”

Usted debe estar francamente extrañado, hoy, de que lo señalen como uno de los principales culpable de la aprobación, afortunadamente fallida, de la Reforma Judicial. Con toda honestidad usted no se cansa de decir que cumplió con el oficio que le fue encomendado por sus electores y yo lo entiendo: es la rama ejecutiva la que debe leerse los documentos completos y en profundidad –ni más faltaba– el legislativo dicta, o sea que habla para que otros copien; además usted es el director de un partido mayoritario colombiano y no tiene tiempo de reparar en minucias. Lo suyo son las grandes decisiones, el liderazgo, la nación en el contexto global, el mundo, el sistema solar, la galaxia, el big bang… y no media docena de párrafos parecidos en un documento de los muchos que le llegan a su despacho. Yo lo entiendo Simón, créame, lo suyo es la batuta, la partitura es cosa de los que están por debajo suyo.

Dejémonos de pendejadas Simón, tú eres un patricio, hijo del César, venido del tronco familiar más grueso del Otún. Tú eres –te tuteo porque es mi derecho: voté por ti– el heredero de una dinastía, el Fu Man Chú, el Putas Boy de la Westinghouse, la vaca que más caga en la pradera, la última Coca-Cola del desierto, el George W. Bush colombiano, el Paris Hilton de la política nacional y eso debe servirte para llegar muy lejos y enfrentando la vida, así, como te gusta: por encimita. Con todo y eso, Simón querido, debes renunciar a tus responsabilidades. Julito te lo dijo: ¿Con qué cara vas a cobrar otro sueldo? Debes ir donde papá y decirle que te quedó grande el reto de seguir sus pasos y él sabrá qué hacer: un año sabático en Harvard, posiblemente, una palomita diplomática, la dirección de un medio de comunicación; acuérdate que en Colombia los delfines superan a las focas y a las morsas en todo. Debes, sin embargo, terminar lo que empezaste, con la frente alta y la corbata bien puesta; aprender de los grandes liberales que no dejaron nada a medias; evitar meterte en líos con la Procuraduría y si no lo logras porque tu papá tira la toalla, o porque te sigues dejando meter primates entre los cajones del escritorio, ruega al cielo para que, a quien le toque juzgar tus actos administrativos, también le dé pereza leerse tu expediente.

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