Nacionales, Bogotá, Política, Social Fabio Lozano Uribe Nacionales, Bogotá, Política, Social Fabio Lozano Uribe

Peñalosa elevado

Tengo un amigo, Walter Murales de la Peña; un hombre estrato seis, culto y con esa altísima autoestima de quienes han labrado su vida a pulso, de la pobreza a la riqueza. Cuando le preguntan, en esta época de elecciones municipales, por el candidato de su preferencia, contesta que: Peñalosa; pero lo hace como un reflejo condicionado, como si el estatus socio-económico también obligara a tener una consecuente fórmula electoral. Los ricos pueden votar por Pardo, también, pero nunca por las izquierdas so pena de que les hagan zancadilla en el Gun Club o los dejen de invitar a las frijoladas de doña Olga Duque de Ospina.

De todas maneras, Walter Murales hace uso de la reserva electoral y vota por quien le da la gana, pero en el momento de hablar de política, en los cocteles y recepciones de ocasión, se apodera, de su labia y discursiva, la más rampante hipocresía. Manotea en el aire y frunce el ceño para repudiar a los vendedores ambulantes que se acercan, en los semáforos, a su Mercedes Benz; despotrica contra los taxistas y dice que sus subalternos son todos usuarios de Uber; y, se refiere a Clara López Obregón, como Clara de Romero e inventa que su paso por Harvard fue, meramente, un intercambio veraniego de canabis y libros de Herbert Marcuse.

Traigo a colación este amigo, mío, porque me temo que la mayoría de quienes se manifiestan adeptos a Enrique Peñalosa, para la Alcaldía de Bogotá, son como él: peñalosistas de dientes para afuera, pero que terminan votando por opciones que consideran más factibles, menos volátiles y más apegadas a la realidad: menos urbanismo y calzadas oxigenadas y multicolores y más pragmatismo a la hora de luchar contra las mafias; de frenar los monopolios que nos saquean, a cuentagotas, a los ciudadanos; y, más equidad para los estratos menos favorecidos. Los ricos –los que llamamos: acomodados– son muy pocos y no son la fuerza que determina un alcalde capitalino; se precian de Transmilenio como un logro de todos y les gusta porque el chofer y el servicio doméstico, llegan más temprano, por las mañanas, a trabajar; logro que además –valga repetir– lo consideramos como un esfuerzo de todos los bogotanos, por eso no deja de ser antipático que Peñalosa lo señale como su gran éxito, cada que toma un micrófono y repite el periplo de su recorrido político y administrativo.

Puntear en las encuestas lo ha elevado, lo tiene hablando de utopías cada vez más distantes y como disco rayado, la idea del metro, o tranvía, colgado de las nubes –como alternativa al metro subterráneo– se ha convertido en su caballito de batalla: más bonito, más rápido, más barato, más cómodo para construir y más fácil de llevar a los confines de esta ciudad ya, de por sí, anclada a dos mil seiscientos metros de altura, en una cordillera majestuosa, donde, ni siquiera, hemos sido capaces de implementar, adecuadamente, un servicio de trenes. Si bien es cierto que Peñalosa representa la Bogotá que queremos, se trata, precisamente, de la que no podemos tener; porque, como decía el maestro Echandía, esto no es Dinamarca, sino Cundinamarca.

No se nos olvide –tampoco– que Santos ha introducido al ambiente político, como fórmula para acceder y mantener el poder, la corrupción mediática: el grueso de la información noticiosa, salvo las columnas de opinión de unos pocos –cada vez más pocos– está supeditada a la preferencia política y a los intereses económicos; de igual modo, las encuestas son, también, cada vez menos, el reflejo de la realidad electoral y están compradas, de antemano. A esto, hay que sumarle el agravante de que a Enrique Peñalosa, en las últimas tres elecciones, se le ha caído la votación por debajo del sesenta por ciento de lo que indica su “rating”, eso es imposible soslayarlo y es, además, la razón por la cual Rafael Pardo y Clara López han sido tan precavidos a la hora de unir sus fuerzas con él.

Enrique Peñalosa sabe, por la experiencia de su propia carne, que su elección está lejos de ser ganada, todavía; por eso, las ínfulas triunfalistas de Cambio Radical se están convirtiendo en un factor grande de desavenencia con los bogotanos, que le puede mermar votos –donde sí los tiene– en los estratos altos. Carlos Fernando Galán y Rodrigo Lara Restrepo andan a la pata del candidato, como la estela que genera un cometa, robando cámara y trasladando a la palestra el contrapunteo político que tienen con Horacio Serpa y con el Partido Liberal. Ambos jóvenes, cuyo ímpetu nace de una tragedia similar, deberían olvidar sus egos y mostrar a sus coequiperos que, en el caso de Bogotá, son interesantes, diversos y con una vocación de servicio que, los dos primeros, han venido opacando con su malentendida necesidad de figuración. O sea que entre las rencillas prosaicas de las figuras del partido y las nebulosas discursivas del candidato puede que, después de estas elecciones, ya no quede Peñalosa para más rato.


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Nacionales, Cultura Fabio Lozano Uribe Nacionales, Cultura Fabio Lozano Uribe

No todas las pereiranas juegan fútbol

Este es un llamado para que alguien que conozca al Presidente Santos me recomiende para el cargo de Ministro de Cultura. Si, en su momento, Olga Duque de Ospina alegó que haber criado a sus hijos era una hoja de vida apropiada para ser Ministra de Educación, yo supero ampliamente esa pretensión porque me he leído Cien Años de Soledad en voz alta, procuro no hablar con la boca llena y me sé de memoria el Soneto a Teresa, de Eduardo Carranza. O sea, soy una persona culta. Uso gafas, me brilla la cabeza y empiezo las frases con unos silencios largos que revelan, antes de hablar, una profunda e introspecta hondura del pensamiento; requisito sine qua non de la erudición. Por lo demás, le puedo sostener una charla sobre fútbol a Piedad Bonnet y una sobre literatura a William Vinasco.

Aunque no pertenezco a ninguna minoría apreciable; tengo sangre de españoles oportunistas, como la mayoría de mis compatriotas, y piel delicada como las matronas del Cáucaso; no soy propietario de ninguna prenda Leonisa, no me visto de látex, ni le casco a nadie con un látigo y tampoco pertenezco a ninguna élite acomodada de provincia y menos –que sería más grave– al inventario de cuotas burocráticas de ningún parlamentario o candidato a alguna magistratura del Estado; puedo decir, eso sí, que hago parte del reducido grupo de personas que no lee a Poncho Rentería y eso demuestra, a todas luces, una estoica necesidad de evadir la mediocridad. Lo demás, para no incurrir en lugares comunes, es que mi vida es “un libro abierto”, “el país conoce mi honestidad y vocación de servicio”, y que “mis bienes personales son, apenas, una pichurria si se les compara con mi desinteresada lucha por el bien común”. En fin, si me ponen a conversar con Roy Barreras estoy seguro de que saldría bien librado pues me precio de tener la habilidad de encontrar la nobleza donde menos se espera.

Renunció protocolariamente, en pleno, el gabinete de Juan Manuel Santos, por eso es el momento de posicionar mi nombre como el de una persona capaz de rescatar las raíces culturales de nuestra sociedad. Tarea que en realidad se reduce a tres acciones fundamentales: presentar el circo Hermanos Gasca en el Teatro Colón, mandar a Gloria Zea al exilio e implantar el Septimazo en todas las calles terminadas en siete. La implementación de tan metódico plan no será fácil, por supuesto; por lo que conformaré el Magno Comité de la Gran Cultura integrado por quienes han demostrado dedicación absoluta al mantenimiento y protección de nuestro patrimonio material e inmaterial y, sobra decir, que hayan hecho algún aporte valioso en mínimo un área especializada de la cultura. Por ejemplo: Simón Gaviria, por haber convertido la carencia de lectura en una fortaleza que enaltece a los analfabetos; a Alejandra Azcárate por haber hecho de la sensibilidad social, un arte; a Yidis Medina por mejorar y potencializar la factura estética de la revista Soho; a Shakira por haber intervenido con acierto la letra del Himno Nacional; a Dania Londoño por mostrarle a los norteamericanos nuestros verdaderos atributos; a Felipe Negret por defender a capa y espada la temporada taurina de Bogotá; a Samuel e Iván Moreno Rojas por su interés en la custodia de, buena parte, de los bienes materiales de la capital; a Angelino Garzón porque le jala a cualquier cosa; a Jorge Noguera para que grabe las reuniones de dicho Comité y a Juan Carlos Esguerra para que haga las transcripciones y la relatoría subsecuentes.

A estas alturas, el lector de este artículo debe estar aburrido de tanto cliché, de tanto sesgo y trivialidad en aras de un “humor” que por repetitivo va perdiendo su poder catártico. No lo culpo si deja de leer en este punto. ¿Por qué perder el tiempo en un cocido varias veces recalentado? El punto es que los colombianos nos contentamos con parte de la historia y eso hay que cambiarlo desde la fuente donde se origina: la cultura. Me explico: Simón Gaviria no es solamente un delfín que omitió leer un proyecto de ley, es también, entre muchas otras cosas, un aguerrido político con principios liberales, padre de familia, etc. Alejandra Azcárate no es solamente una niña linda que se equivocó escribiendo sobre las mujeres con sobrepeso, es también comediante, modelo, empresaria, amante excepcional –me atrevo a pensar– y muchos otros etcéteras. Shakira no es solamente cantante, Dania no es solamente puta, Negret no es solamente un esbirro de Vargas Lleras, no todo es blanco y negro y no podemos focalizarnos en la sola punta del iceberg.

Todo es un compendio de historias, todo hace parte de una maraña innumerable y cambiante de contextos, todo tiene, además, interpretaciones varias y disímiles significados. No todas las pereiranas juegan fútbol. No todos los costeños son recostados y conchudos. No todos los parlamentarios son corruptos. No todos los uribistas son voltiarepas. No todos los reinsertados son asesinos. No todos los caballistas son paracos. No todas las prepago son actrices, modelos o universitarias. No todos los ministros sacan tajada de las contrataciones. No todos los gatos son pardos. No todos los colombianos traficamos coca. Y, por poner un punto final, no todos los choferes de buseta son unos malparidos a la carrera.

Digamos, en aras de la claridad, que generalizar es un recurso del lenguaje, pero no debe serlo del pensamiento y menos aplicado a la razón. Etiquetamos con facilidad y nos lleva, a veces, una vida entera corregir una postura ideológica, reconocer la bondad, reivindicar el valor y la honestidad, enaltecer alguna virtud o, simplemente, perdonar. Debemos hacer un esfuerzo por conocer los pedazos de historia que nos hacen falta para ampliar la noción de ¿quién es el vecino? ¿quién, la que nos sirve el tinto, el taxista, el que nos abre la puerta, el que vigila el barrio, el portero, el policía, la secretaria, el que nos atiende por la ventanilla, el peluquero, la manicurista, el panadero, el que nos hace los impuestos, la cajera, el embolador, la enfermera? En pocas palabras: el otro, al que debemos reconocer, sin distingo alguno, como un interlocutor capaz de ampliar nuestra visión de mundo.

No podemos contentarnos con una sola historia, como dice Chimamanda Adichie, escritora nigeriana inspiradora de este texto: “Una sola historia crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que puedan ser falsos, sino que son incompletos. Hacen que una sola historia se convierta en la única historia.” Los invito, entonces, a escuchar a esta maravillosa mujer africana, en el siguiente link: http://www.ted.com/talks/lang/es/chimamanda_adichie_the_danger_of_a

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Carta urgente a Fernando Corredor

Estimado Fernando:

Te quería pedir el favor de que hagas el esfuercito de no morirte antes de Semana Santa, a ver si me gano la apuesta que hicimos entre varios amigos. Ahora, si logras atinarle al Jueves Santo me gano el premio mayor y los acumulados. Con esa platica, si te sirve de consuelo, puedo contratar al chamán que evita la lluvia; acuérdate que si vamos a echar tus cenizas desde el segundo piso del “Yoqui” pues es bueno que salgan volando y no que le vayan a ensuciar los zapatos a Germán Vargas. ¿Te imaginas tus restos con la consistencia del “papié maché” sobre las solapas de tus amigos y los astracanes de tus amigas? ¡Qué oso Fernando! Hasta ahora has logrado mantener cierta dignidad procura no dejar cabos sueltos que puedan empañar las formalidades inmediatas a tu deceso.

Te lo digo con franqueza, no sé si eso de rechazar la misa como parte de tus exequias sea buena idea, acuérdate que si alguien necesita un relacionista público es Jesucristo. A él no le vendría mal una cabeza despejada, como la tuya, que le ayude a pensar en su imagen y que lo conecte con gente influyente. Nadie mejor que tú para convencerlo de que eso de codearse con hombres que huelen a pescado y andan en chanclas le está quitando fieles entre la gente pudiente. Dile, con ese desparpajo tuyo, que puedes llevarlo a las frijoladas de Olga Duque para que conozca gente como él que manda a los que mandan, y de paso aprenda lo que hacen las verdaderas élites: reunirse a hablar mierda y tirarse pedos. No sobra, tampoco, presentarle a Norberto para que lo acicale un poquito y le presente otros peluqueros que lo lleven a piscinear y, como Juan “El Bautista”, le quiten la ropa, lo zambullan en el agua y lo acompañen, en corrillo, a predicar los mandamientos de hoy: No matarás, no robarás, no cometerás adulterio, entre otros… si no tienes cómo pagar un abogado. Tú más que nadie sabe que los poderosos enmiendan sus culpas haciendo favores; por eso, si dios te mandó un cáncer sin consultarte, lo mínimo que puede hacer es tenerte de asesor de imagen o de “bouncer” en las puertas del cielo.

Desde que supe que dentro de poco habrás fallecido, que la quimoterapia, ni tus palancas le han servido mayormente a tu causa, dentro del valiente tire y afloje que has sostenido con la muerte, debo decirte –con cierto rubor– que me cuesta trabajo ponerme triste. ¡O sea! ¿A qué te quedas Fernando? ¿A volverte tan arrugado como Fabio Echeverry que la inteligencia no se te vea ni por las rendijas? ¿O tan estirado como María Isabel Espinosa de Lara, que te salga una chiverita paramuna y con eco? ¿O tan incontinente por la vejiga, como Uribe lo es por la boca? ¡De verdad Fernando! ¿A qué te quedas? ¿A ver a Samuel e Iván Moreno acomodar la justicia y demandar a la nación por haberlos tenido en la picota pública? ¿A que te inviten al cambio de nombre de la Calle 26 por el de Avenida Guido Nule Amín? ¿A que a Amparo Grisales se le empiecen a ver las costuras? ¿A seguir leyendo a Poncho Rentería? ¿A ver qué jovencitas reemplazan a Laura Acuña y Jessica Cediel? ¿A que te sigan dando recetas inútiles contra el cáncer? ¡Mejor morirse! Lo que vale la pena se va contigo, Fernando, y es esa fuerza espiritual que has ganado gracias a la enfermedad; al cangrejo que, en buena hora, supiste hacer tu amigo.

Además, no pasará nada que no esté previsto: los masones seguirán tomando whisky los martes por la nochecita; Simón Gaviria será presidente y mandará a escribir en piedra que la “no extradición” salvó a Colombia; El Bolillo reemplazará a Pékerman; Stephen Hawking se seguirá encogiendo; La Casa de Poesía Silva será dirigida por Dalita Navarro; cuando Jaqueen muera Ernesto Samper confesará que “sí sabía”; Las Farc seguirán cogiéndole un testículo a este país y los Estados Unidos el otro; todos enfrentaremos la recta final en la que te encuentras y todos, como tú, trataremos de reírnos de nuestra suerte, a sabiendas de que no se recorren los pasos, precisamente, por una súper autopista pavimentada y con carriles de vuelta; ¡no!, se recorren con una sensibilidad –según me cuentan tus más cercanos amigos– como la que nunca te ha faltado, a la que nunca le has sido ajeno y que has repartido y entregado en cada abrazo, con cada carcajada y con tus palabras de cachaco amable, paraguas, gabardina y, sobre todo, gallardía en la punta de la lengua.

Yo si voy a vivir un rato más que tú, afortunadamente, y espero no morir tan pobre y jodido; pero anímate Fernando, dicen que a los muertos les siguen creciendo las orejas y a ti, sin duda, se te calentarán porque nos has dejado un anecdotario apoteósico y maravilloso que todos recordaremos; es más, no hay manera de que lo olvidemos porque, no nos digamos mentiras, con los años te has vuelto bastante repetitivo. Trataremos, además, de ser lo más ecuánimes y justos contigo una vez te hayas ido; como muerto que se respete –no será fácil– pero diremos que la lagartería era parte de tu trabajo y le indilgaremos tus chistes malos a otros amigos menos queridos que tú. Pasaremos por alto cuando llegabas a las reuniones de Alcohólicos Anónimos creyendo que era un encuentro de masones y esperamos, de todo corazón, que ellos hagan lo mismo por las veces que hiciste lo contrario. Al cabo de un tiempo, vas a ver, te recordarán por lo mismo que a Lucho Bermúdez: San, San, San Fernando.

En fin, Corredor –como te han dicho siempre– piensa que los siete mil millones de habitantes actuales de este planeta, en trescientos años seremos todos parte del mismo cocido; y que sin importar dónde ¿en qué sitio? estaremos, sin duda, mejor que en este mundo superpoblado, estrecho y con gente que habrá olvidado la risa como parte fundamental de la vida; preocupados, como sin duda estarán, por sus raciones diarias de agua y comida. Habrá gente de clase alta, por supuesto, pero reducida a su mínima expresión, sin necesidad de relacionistas públicos porque su prioridad será la de esconderse de quienes los mantienen con vida; o sea, de los demás: subalternos y proletarios de una raza transgénica de humanos-pala, humanos-bisturí, humanos-pistola, etc… injertos de mujeres y hombres conectados desde su nacimiento a una herramienta de trabajo y, todo, para suplir el “bienestar” de una minoría cibernética de humanoides tan supremamente ricos que, más allá de toda comprensión, renunciarán a las emociones por la promesa de una relativa inmortalidad. ¡Imagina Fernando! Agradece que conociste la buena vida porque de eso no va a haber mucho más: en un par de siglos estará supeditada a la producción interminable de clones y microorganismos de cilicio introducidos en el cerebro para suplir las funciones básicas de memoria y reacciones instintivas. Lo único que no harán las máquinas será recordar que si bien la gente se moría de enfermedades tan tremendas como el cáncer, eran capaces de darle una trascendencia especial a su quehacer como ser humano, basado en el sentido del amor y el buen humor frente a la vida.

Me alegra, y no puedo dejar de decírtelo, que le hagas fiestas y carantoñas a tu situación terminal porque en Bogotá nadie lo hace. Vivimos en una ciudad donde nos da pena morirnos, o reconocer que sufrimos, o llorar. Somos corajudos para cosas de poca monta, como robarle el periódico al vecino, criticar a los ministros, echarle balota negra a los nuevos ricos que quieren pertenecer al club, meter la mano en el erario público, echar discursos, tergiversar al socio, demandar al amigo, mentarle la madre al hermano y putear a dios; pero hipócritas y cobardes en lo fundamental, en lo que requiere de un acopio humano tal que preferimos amar sin compromiso, vivir sin arriesgar el pellejo, susurrar los orgasmos, calcular las palabras, ahorrar los abrazos y morirnos con la puerta cerrada en un cuarto de la Fundación Santa Fe.

Querido Fernando, aquí o allá nos veremos pronto. Un amigo latinoamericano enumeraba las personas grandiosas que se iba a encontrar después de la vida, incluidas su mujer y su hija que murieron en un trágico accidente de avión; y decía, en alguno de sus monólogos poéticos: “… y si tenés una enfermedad terminal, te pueden pasar dos cosas, las dos extraordinarias: sobrevivir, en cuyo caso conocerés la humil-dad que tanta paz nos aporta; o morir, en cuyo caso salís de este cuerpo tan ingrato y estorboso.” Te dedico estas palabras de Facundo Cabral y cuenta con mi presencia en tu cremación, a menos que tenga cita con la manicurista.

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