
La felicidad está sobrevalorada
“La felicidad prolongada es aburridora, debe tener su justa medida” afirma Constance Brouillard, docente emérita de la Faculté des Arts Psycologiques, del Instituto Tchéky Karyo, que queda en la ciudad francesa de Chaumont-sur-la-Loire. Y esto es sólo una afirmación aleatoria, de las tantas que aparecen sorpresivamente en sus libros y textos universitarios, porque su tesis principal -a nivel corporativo, principalmente- es: que tanta felicidad es nociva. Piensa que los libros de autoayuda están agobiando al mundo y que la tendencia a rechazar las emociones negativas genera desequilibrios graves en la personalidad, que atentan contra el bienestar de las personas y por ende, el correcto desarrollo de sus funciones laborales.
Nada de esto es nuevo. La potencialización de la alegría y la supresión a guillotina limpia de la tristeza, la frustración o la rabia es un fenómeno que homologa a la humanidad alrededor de un sentimiento, como la felicidad, que así como es de reconfortante, es de inútil. Los espartanos, por ejemplo, sospechaban de quienes revelaban demasiada contentura y los tachaban de indolentes; su bienestar estaba en el rigor de hacerle frente a la frugalidad austera de la vida militar y a las inclemencias de la guerra. El movimiento surrealista del Siglo XX sacó al arte de sus tibias y cómodas aguas de la belleza y mostró los monstruos ocultos detrás del pensamiento, sin mediaciones racionales, ni morales. El Tao, filosofía dual de Lao-Tsé, originada en China quinientos años antes de Jesucristo, contempla la relación del hombre con la naturaleza y busca el equilibrio de los opuestos, por lo tanto las tormentas, los sismos, los accidentes geográficos y los incendios -por nombrar algunos- son parte integral de la armonía holística y espiritual del universo.
La felicidad como actitud positiva constante y arrolladora es una invención de la sociedad de consumo, del capitalismo, del mercado, de los publicistas y aún peor, de los políticos y de los nuevos evangelistas escondidos detrás de sus altares de icopor. En el ámbito corporativo está prohibido sentir tristeza o debilidad so pena de sacrificar la productividad y para evitar esas faltas de carácter se han creado consignas, actividades de socialización y terapias de sesgo psicoanalítico basadas en Walter Rizo, Deepak Chopra o Louise Hay. Para dar un ejemplo, la película “En busca de la felicidad” de director desconocido y con la actuación de Will Smith, tuvo un volumen de espectadores sorprendente siendo que se trata de una producción más, sobre los nobles esfuerzos de un don nadie que explota su talento para enriquecerse. Como ésta, hay infinidad de muestras y testimonios de quienes empacan, distribuyen y venden el producto: Felicidad, bajo la “infalible” ecuación de: piensa positivo, no desfallezcas, trabaja, sacrifícate por ese trabajo, no desfallezcas, piensa positivo, focalízate en tus metas convertibles en dinero, multiplícalo, piensa positivo, no desfallezcas, multiplícalo exponencialmente = y serás feliz.
Pensamos, con relativa certeza, que una mujer vestida de blanco recibiendo una lluvia de arroz, a la salida de una iglesia: es feliz; que una pareja experimentando el nacimiento de su primer hijo: es feliz; que un hombre saliendo de la cárcel, después de diez o más años: es feliz; que un ganador de lotería: es feliz; que el padre de familia que recibe su primer sueldo, en el trabajo de sus sueños: es feliz; que una quinceañera recibiendo su primer beso, detrás de los arbustos: es feliz; que el paciente al que le devuelven la vista, con una cirugía: es feliz; que el estudiante que lanza el birrete al aire, después de graduarse como ingeniero o médico: es feliz; que el fiel subalterno, después de treinta años instalando espejos retrovisores, durante su primera semana de pensionado se debe sentir feliz; y, que cualquier persona que le declara su amor a otra y es correspondida, también lo es. El problema es la creencia sistematizada de que esos momentos son alargables y que su elasticidad resiste el tiempo y el espacio. Pero, nada más equivocado. Si nos esforzamos, por ejemplo, en no sentir envidia, celos, desconsuelo, miedo o cualquier otro sentimiento de esos que afloran por el simple hecho de ser humanos, estaremos dejando minas quiebrapatas a lo largo de esta trocha espesa y llena de desvíos que llamamos: vida. Inclusive programamos a nuestros hijos para la felicidad y tratamos de erradicar sus pensamientos negativos, callando los nuestros, los propios y poniendo cara de ponqué en todas las situaciones; como las caritas felices y los “jajás” que ponemos en Facebook para alentar a los interlocutores.
Brouillard hace un llamado a que nos reconozcamos integralmente con toda nuestra carga de negatividad. “El ser humano es envidioso, egoísta, débil, tímido, cobarde, inseguro, proclive al odio y a la mezquindad” dice y propone una revaluación del positivismo a ultranza que el mundo nos exige para salir adelante. Muchas veces nuestro trabajo se afecta porque estamos tristes o enamorados y no somos capaces de decírselo al jefe en esos términos, lo que deshumaniza el ambiente laboral, cuya única excusa para una equivocación es estar enfermos o haber enterrado a la abuela o la madre el día anterior. Sus enseñanzas por controvertidas que parezcan, se podrían resumir así: la melancolía, la nostalgia, el dolor, el desaliento, la rabia, el rencor, el desprecio -entre muchos otros sentimientos negativos- identificados y bajo control, son un refugio. Disfrútalos, porque la felicidad es, además: ¡agotadora!
La Lógica Timochenko
Ante la imposibilidad de luchar contra el delito, preferimos excusarlo; y en eso los colombianos somos expertos: hemos inventado todos los subterfugios posibles para justificar desde una infracción, hasta una masacre. “Me incluyo” dice Sor Enilda Changüas, administradora financiera de su congregación, quien remata: “Por cincuenta mil pesos, compramos un aparatico que engaña el contador de la luz, lo vuelve más lento; y con trampitas, así, es que ahorramos”. De igual manera, debemos incluirnos todos porque nada que haga más parte de nosotros mismos, de nuestra idiosincrasia, que hacer las cosas independientemente de lo que la norma indique y justificarlas como indispensables en algún aspecto de nuestros quehaceres y trabajos.
Qué pensarán los familiares de quienes han muerto en cautiverio, cuando Timochenko avala el secuestro como una forma de financiación de la guerra. Nada, supongo yo. Provistos de esa nueva piel que le nace a las víctimas, gruesa e imperturbable, que así como les permite hacer el duelo de la tragedia sufrida, en la misma medida los aleja de la felicidad. Pero ¿qué pensarán, esos mismos familiares, cuando Timochenko al decirlo y su mensaje ser híper multiplicado por los medios de comunicación, nos entra por un oído y nos sale por el otro? Nada, tampoco, porque como ellos, hemos terminado por entender que vivimos en país corrupto: y que estamos hechos a imagen y semejanza de un padre-Estado-pedestal que ejerce y acepta el delito como modus operandi y actuamos en consecuencia.
Vivimos inmersos -y en eso los medios de comunicación son, en buena medida, culpables- entre la maldad y la apología del delito. Convivimos con acciones que, de acuerdo al desempeño de cada persona -y por dar sólo algunos ejemplos- se expresan así: El desocupado: “Por cada diligencia que le hago, a mi mamá, le sonsaco una platica y con eso es que me pago el vicio”; El agente de transito: “Si no fuera por las tajaditas que le saco a los infractores, no tendría para mantener dos amantes”; El gerente del supermercado: “Los proveedores me dan alguito por ponerles sus productos, a la vista, sino con qué le apuesto a las peleas de perros, en mi barrio”; Los soldados: “Encontramos a unos campesinos robando gallinas y tocó matarlos para cumplir con nuestra cuota mensual de guerrilleros muertos en combate”; El asaltante: “La hembrita me dio la plata pero, de todas maneras, la chuzé para poderla violar, es que uno tiene sus necesidades”; El jefe guerrillero: “Pues sí, nos tocó secuestrar gringos y colombianos ricos, para financiar nuestra lucha contra el poder estatal”. Esa es la Lógica Timochenko, hemos llegado al extremo, inclusive, de escuchar, sin que se nos prendan las alarmas: “¡Sí, yo lo hice y qué! ¡Uno debe vivir de algo! ¿O no?”
Los diálogos de paz, en la Habana, demuestran lo laxos que nos hemos vuelto, de lo lejos que ha llegado la permisividad del Estado en materia de Justicia; pero ese también se ha vuelto un tema que nos resbala. Los colombianos, todos, abrazamos nuestra forma de ser: fronteriza en cuanto a los asuntos con la ley; salvo los desentendidos que, de todas, maneras conocemos al portero, del amigo, del vecino, del amante de la Chueca mocha, que nos haga el favorcito, la vuelta, el catorce, cuando necesitamos conseguir algo, por medio de una dudosa conducta. Así somos ¿qué le vamos a hacer? y nos preciamos de nuestra habilidad; la llamamos recursividad, creatividad y la destacamos como una forma de pensar por fuera de la caja y eso es cierto, metimos la honestidad, los valores, la virtud y todas esas cosas lindas que le escuchamos enumerar a nuestros abuelos, en una caja, le pusimos una cerradura y botamos la llave ¡con todo y caja!
Llevamos una generación y media -aproximadamente, digo yo- pensando y actuando con la Lógica Timochenko, por eso ya no notamos las arbitrariedades y contradicciones sociales y humanas que se dan a nuestro alrededor. Ni vemos, ni oímos, ni entendemos por la sencilla razón de que todos somos víctimas: las directas, que de su bolsillo, en carne viva, han financiado a los alzados en armas; las indirectas, que somos los cobardes, llenos de miedo, que gritamos por Facebook y a veces, salimos con pancartas a la calle y los victimarios que, pese a su cercanía con la lesa humanidad, todavía alegan ser víctimas del sistema y le atribuyen, a éste, la culpa de sus quebrantamientos.
La Lógica Timochenko tiene sus obvias raíces en Maquiavelo y la enjundia de pensamiento y filosofía política reunida en Cuba, la están aplicando. Sin darse cuenta la están validando, para que se arraigue lo más posible y dure otro par de gobiernos o hasta que ni éstos mismos se puedan financiar. Como toda lógica empezará a fisurarse, a indigestarse por la acumulación de contradicciones, a agonizar con la ponzoña de su propia bilis; para, eventualmente, morir y darle paso a un renacimiento que gravite por encima de todos los argumentos exculpatorios, sin excepción: ¡porque son, precisamente, las excepciones a las reglas, las que nos están matando!
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CONCIENCIA FICCION
Este no es un blog periodístico. Es un blog iconoclasta y escrito desde los intestinos que es donde los pensamientos suceden antes de subir al cerebro.
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