Nacionales, Política, Justicia Fabio Lozano Uribe Nacionales, Política, Justicia Fabio Lozano Uribe

Los Petrificados

Tres circunstancias marcaron las honras fúnebres de Belisario Betancur: El Ave María cantado en arameo, la misma lengua que se hablaba en Caldea cuando nació Jesús; La hábil narrativa con que el expresidente Santos terminó alabándose, a él mismo, haciendo una semblanza del fallecido, en velado paralelo con la suya; y las declaraciones de Agustín Caimán Guarachas, liberal-belisarista -de los poquísimos que quedan- y excandidato a la gobernación de Norte de Santander, quien proclamó, frente a los medios de comunicación, saliendo de la velación en la Academia de la Lengua, la creación de un nuevo partido político. “(…) conservador pero de izquierda, socialista pero de gente culta, de voces indignadas pero a la vez esperanzadas” así dijo y remató su perorata: “Se trata de un partido honesto, como no queda ningún otro en el horizonte político colombiano.”

El comunicado no pasó de ser una nota altisonante y escasa ante el marasmo de información que los noticieros trasmitieron sobre el hijo prójimo de Amagá, quien fuera precursor de los diálogos de paz con los alzados en armas y a quien le tocara, durante su gobierno, lidiar con dos de las tragedias más duras de nuestro país: la Avalancha de Armero y la Toma del Palacio de Justicia. Esta última realizada por el M-19, financiada por los narcotraficantes y la cual, habiendo dejado 98 personas muertas -incluidos 11 magistrados- y 6 personas desaparecidas, fue premiada, cuatro años después, con la amnistía de los integrantes del grupo guerrillero, cómplices de la masacre, quienes se reintegraron a la vida civil y política del país. De ese proceso y una asertiva vida pública, de más de treinta años, al servicio de las necesidades del pueblo, es que se fragua el protagonismo de Gustavo Petro Urrego, cuya discursiva social e inteligente obtuvo más de ocho millones de votos en las pasadas elecciones presidenciales.

Caimán Guarachas descontento por el poco cuidado que mostraron los periódicos, la radio y la televisión con su declaración inicial, redactó un manifiesto, lo publicó en las redes sociales y convocó a un lanzamiento de su recién creado movimiento en la Plaza de Bolívar. Sin hacerse muchas ilusiones, el día señalado se trasladó al lugar desde el mediodía y espero a los manifestantes en las escaleras del Capitolio con un altavoz de pilas, una canasta de cerveza vacía para utilizar como tarima y un sánduche de atún con huevo para contener los bajonazos de azúcar que le daban, sin falta, a las cinco de la tarde. Y para hacer un cuento largo… corto, el sánduche quedó en su envoltura de papel de aluminio, intacto, en el bolsillo de su trajinada chaqueta, porque a las cinco de la tarde la Plaza de Bolívar estaba a reventar, con gente venida de todos los rincones de nuestro territorio y pancartas que gritaban: “Petro ladrón”, “Petro bandido”, “Abajo Petro”, “Petro candidato a la Picota” y otras expresiones de lenguaje irrepetible y recocidos panfletarios. La policía rodeó la plaza para evitar imprevistos, pero la muchedumbre de manera respetuosa bajó el volumen de su clamor, durante el discurso de Caimán Guarachas, que se extendió hasta entrada la noche y que fue vitoreado y festejado como cualquier gol de la Selección Colombia.

Yo estuve esa tarde gloriosa, pero no escuché nada porque el altavoz, comprado en Pepe Ganga y cargado con baterías de segunda mano, no cumplió su cometido de cubrir más de 10 o 15 metros a la redonda. Por lo tanto, como nunca llegaron los periodistas -no se “olieron” la chiva, como dicen- sólo tengo para mis lectores un resumen del manifiesto, realizado por algún entusiasta, fotocopiado en hojas de papel mal cortadas por la mitad y repartidas como volantes, en la esquina de la Casa del Florero. Sin encabezados, ni nada, en letras de molde, dice así: “Petrificados estamos quienes votamos, coyunturalmente, por Gustavo Petro, en las pasadas elecciones presidenciales, convencidos de que hubiera sido el presidente capaz de desmontar el aparato de corrupción del Estado, alimentado desde el Congreso de la República, por senadores y representantes del Centro Democrático y Cambio Radical. Hemos presenciado boquiabiertos y desilusionados el video en que el exguerrillero recibe una gruesa suma de dinero, sobre la cual no ha dado explicación fehaciente alguna. Lo que ya no importa porque, a estas alturas, no se trata de argumentos convincentes; se trata de un lobo con piel de oveja recibiendo, en un ambiente tórrido, con una conversación en tono rastrero y salivando como un depredador frente a su presa, fajos de billetes, en bloque, recién salidos del banco. Los indignados y engañados por quien empuña de frente la “V” de la victoria, con la mano izquierda, mientras hace “pistola” con la derecha, a sus espaldas, hemos decidido emprender las cruzadas que sean necesarias para quemar cuantos rabos de paja sigan mancillando el poder democrático de nuestra amada Colombia.”

Seguir apoyando a Gustavo Petro, como contrapeso a la ignominia de la corrupción, más que una paradoja es una contradicción, más que una contradicción es un peligro. Al creciente grupo que debe mermar, sin duda, el caudal electoral de las izquierdas, ha dado en bien llamarse: Los Petrificados y con ese nombre, en los próximos días, van a crear, de la mano con Agustín Caimán Guarachas, un partido político que sea, de verdad, honesto, transparente y humano.

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Ojalá se muera pronto García Márquez

Este es un comunicado escrito para ser publicado, a una página, en un periódico de circulación nacional. Pero, como no hubo plata para dar tan premeditado golpe de opinión, sus autores -que no pasan de la media docena- decidieron sacarle unas cuantas fotocopias y repartirlo a la entrada de la Academia Colombiana de la Lengua con tan mala suerte que la policía confiscó la nota por considerarla un delito contra la patria.

+ ¿Qué delito? + preguntó el joven que alcanzó a entregarme uno a mí, antes de que los agentes, indignados, le quitaran el arrume de libelos. + ¡Debería saberlo el civil! ¡Es como orinarse en la bandera de Colombia! + Dijo el oficial de más alto rango y que no era -como no lo es nunca- el más instruido del grupo. Volteé la esquina y lo leí, con taquicardia, como si hacerlo me convirtiera, en el acto, en un conspirador o en un miembro de algún tipo de resistencia secreta. Transcribo aquí el texto, por solidaridad profesional, pues yo también he sido repartidor de volantes.

Deseamos, lo antes posible, la muerte de Gabriel García Márquez, decía el título e impresionado seguí leyendo de corrido:

No tenemos nada contra la decrepitud. Somos un grupo de jóvenes escritores colombianos que cumplió más de 50 años esperando a tener estanterías distintas a los rincones más escondidos y apartados de la Feria del Libro o a las nuestras propias. No pertenecemos al Boom Latinoamericano y nuestra literatura no se enmarca dentro de los lineamientos del realismo mágico. O sea, nuestros personajes no emprenden hazañas imposibles, tampoco flotan a veinte centímetros del piso, sus designios no están señalados por las cartas, ni por la formación de las aves, ni la entraña de los enemigos, ni la boñiga de las vacas; nuestros hilos de sangre no atraviesan calles, ni plazas de mercado, no tenemos muertos que vaguen irredentos por los patios de las casas, ni prostitutas que paguen deudas de por vida; lo nuestro es un limbo entre la modernidad y la postmodernidad. Y, no es que seamos una generación perdida, somos una generación náufraga, sin asidero, sin puente levadizo entre los invitados que rasparon fiesta en París y los adolescentes, ya creciditos también, que venden libros en las droguerías y en las cadenas de supermercados.

Fuimos, en su momento, retoños de un país garciamarquiano, la herencia de la puntuación falible y del no gerundio. Ahora, sin haber podido matar al padre, pedimos permiso para ir al baño y levantamos la mano para que nos den la palabra: una palabra desprovista de señalamientos, sin una “cueva” fundacional, sin impulsadores catalanes, sin estómagos vacíos; una palabra que nunca ha estado a la intemperie, protegida por zapatones y mullidas gabardinas. La literatura tiene sus aconcaguas y sus depresiones submarinas, extremos ajenos y desconocidos para nosotros, acostumbrados como estamos a los calentadores y los aires acondicionados. Nos ha faltado, hasta ahora, quién nos lleve al filo del acantilado, en cuyo fondo corren ríos de sangre, laderas como aceras y alcantarillas llenas de putas de silicona y relaciones inmunodeficientes y adquiridas; pistas de aterrizaje delimitadas por líneas de cocaína, donde el tráfico de drogas cambia de manos con cada purga y en los laboratorios adonde entró triunfante Tirofijo, con su banda presidencial al hombro y presumiendo sus entrenadores libios, ahora se sintonizan emisoras de Sinaloa y de Tijuana, y las muertes que otrora apadrinaran El Patrón, y su zoológico de esbirros, ahora las bendice Quentin Tarantino.

Que García Márquez llegara a los cien años sería un contrasentido; Sábato no murió ciego, ni envuelto en cortinas de fuego; a Vargas Llosa no se lo comerán las ratas; Donoso no fue sodomizado, entre cuatro paredes de hotel, por un mastín negro e insaciable; Juan Rulfo no anda por ahí en el estado inmaterial en que se encuentra y Dostoievsky, espero, no fue enterrado vivo. Que, además, se arriesgue a que le llegue una soledad que le erosione el alma como lo ha hecho con el cuerpo, sería romper una de las reglas que la humanidad no perdona: el profeta, por ningún motivo, debe ser el victimario de su propia profecía. Nuestro Premio Nobel está en mora de ir escogiendo su castaño, porque es Úrsula Iguarán la que, desmemoriada, sobrevive la centuria. Es, entonces, Mercedes Barcha la que tiene la oportunidad de olvidarlo a él y no al revés, so pena de que Melquiades no regrese y no ocurran las revelaciones que permitan descifrarlo todo.

Es como si Boogie el Aceitoso hubiera arrinconado a Fontanarrosa en un callejón de Belgrano y, sin reconocerlo, le hubiera pedido, después de dejar carraspeado y expulsado un gargajo en el piso de costra de asfalto, lumbre para su cigarrillo.

Mutis, Vallejo, Illán Bacca, Burgos Cantor, Albalucía Ángel, Castro Caycedo, por decir algunos, Cobo Borda, Fanny Buitrago y Giovanni Quessep podrían ser inmortales -en lo que a nosotros respecta- sus hojas no nos hacen sombra. Gabo, en cambio -sin quererlo, por supuesto- nos opaca, por la amplitud inaudita de su parábola vital, como las tardes de Neruda “hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”; con el agravante de que cuando alguno de nuestra colectividad se destaca lo llaman durante un par de años “el próximo García Márquez”; lo que desconoce, por completo, la fórmula que nos compone, el contenido de la tinta que nos circula por las venas. En fin, entendemos que no nos está dado demandar del universo tal portento, es, inclusive, atrabiliario, ruin -dirían algunos- desear lo que no puede ser deseado, pedir lo que está, sin apelaciones en contrario, vedado; por fuera de la jurisdicción humana.

No estamos pidiendo, tampoco, que sea perseguido, pues recompensa no hay ninguna; como tampoco estamos esperando que algún abanderado altere su destino; estamos simplemente expresando una ilusión, estamos invocando un albur, una posibilidad contemplada también por el mismo García Márquez quien nunca fue ajeno, como el refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, a la importancia de morirse a tiempo, de evitar que el olor de los orines y la merma estadística de los sentidos, le alcance a hacer mellas a la gloria que significa estar vivo; y que, como él, decida ¿por qué no? ponerse “a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.”

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