
Natalia Springer o el poder de las feromonas
Tengo un amigo que se chifla con Natalia Springer; él vende servicios de seguridad, desde sofisticada tecnología de protección electrónica y digital para empresas, hasta celaduría y patrullaje nocturno con efectivos parecidos a Robocop. “Algo tiene esa mujer que me enamora” dice pero, él mismo, no puede definir si es su acento austriaco, su alcurnia que se remonta a la realeza de la Antigua Prusia, su rubor de mujer recatada pero intelectualmente penetrante o la fuerza ovárica de sus argumentos: como cuando habla de rifles con cañones de largo alcance o gatillos que se ponen duros, durante la emboscada, previa al combate, pero que se suavizan con el tacto, durante el tiroteo. El caso es que, cada que la invita a comer y se extiende en veladas con vinos del Rhin y faisanes a la Martingale, termina con el compromiso de otorgarle un contrato de asesoría sobre cualquier cosa; porque, eso sí, su firma que parece domiciliada en Luxemburgo, declara experticia en cualquier tema que tenga en común la globalidad de las estadísticas, la gestión pública y privada y la relatividad del acopio, análisis y sustentación de datos recabados ¿por quién sabe quién, quién sabe dónde?
La realidad es que Springer Von Sauerkraut, su compañía, en la que ella oficia de presidente, gerente y secretaria, con una tradición de cuatro años de servicio, está señalada por haber firmado contratos con la Fiscalía General de la Nación que ascienden a más de cuatro mil millones de pesos; lo que está muy bien considerando que el monto que pagan las entidades públicas, por asesoría, es inversamente proporcional a lo que sus dirigentes entienden, en este caso: ejecutar marcos lógicos, enfocados en el comportamiento criminal que resultan en patrones de macrocriminalidad. Ha recibido, al respecto –en razón al abultado monto de las transacciones versus la pobreza de sus resultados– una avalancha de mala prensa que, bien mirado, potencializa la recordación de su nombre y le dan la oportunidad mediática de reivindicarse, con creces, en algún momento venidero. En el peor de los casos, su firma puede sobrevivir, perfectamente, escribiendo tesis de grado para estudiantes a punto de graduarse en ciencias políticas, relaciones internacionales, criminalística, negociación, gestión empresarial, etc... ese es el menor de sus problemas y es, además, lo que mejor sabe hacer: tomar un marco de referencia de credibilidad reconocida, desmenuzar su información con base en un criterio explícito y extenderse en un análisis, tan pormenorizado como inútil, cuyos lectores –tinterillos y mandos medios– se convencen, antes de terminar, de su propia incompetencia frente a una mujer que tiene la habilidad de mencionar, subrepticiamente, sus peachesdés, sus emebeaes y sus especializaciones, otorgados ¿por quién sabe quién, quién sabe dónde?
Su verdadero éxito se limita a la preventa y a la postventa de sus servicios; la primera fundamentada en sus relaciones públicas: su forma de ponerle citas, fuentes y notas al margen a sus conversaciones, de llevar el escote que insinúa pero no revela y las faldas con la correcta apertura a lo largo del muslo; la segunda se fundamenta en sus presentaciones: que es el escenario –generalmente de mayoría masculina– en que sin importar el batiburrillo de sus conclusiones, el despliegue de feromonas que expide su humanidad es de tal magnitud que hace que, por ensalmo, todo lo que aparece, en sus pantallazos de Power Point, cobre sentido.
Se ruega el favor de no tomar la precedente afirmación a la ligera, no, las feromonas no son unos imanes sexuales que flotan indiscriminadamente en el ambiente, sino que tienen también una carga intelectual y de alta autoestima que seduce a audiencias de alto nivel directivo; no confundir, para nada, con la minifalduda que con su aroma de fresia salvaje y su proclividad por los moteles chapinerunos logra que le suban el sueldo. ¡No, rotundamente: no! Natalia Springer, o Lizarazo –eso es lo de menos– puede no ser la experta estudiada que dice ser pero si algo conoce, muy bien, es la imbecilidad de los hombres que se precian de tomar decisiones basados en su investidura y en su poder temporal y desmedido.
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