
Rasmus Polibius Bergström, en Bogotá
Lo primero que dijo, ante una audiencia de profesores y padres de familia, fue: “Se sabe que el 85% de las personas más admirables de nuestra civilización fueron estudiantes deficientes en el colegio, sin embargo ustedes no permiten que sus hijos lo sean”. Con esta paradoja, el educador sueco Rasmus Polibius Bergström, captó la atención de los presentes y sonrío: el desconcierto de todos se veía en sus caras. “Muchos de ustedes mencionan, a cada rato, la frase: 'el que no arriega un huevo no saca un pollo' y ese criterio les ha servido en sus inversiones, en sus amores y jugando al poker, pero no son capaces de apostar por la autonomía de sus hijos sino ya cuando son adultos, cuando es demasiado tarde” continuó diciendo el investigador de la Universidad de Pülke y distinguido miembro del Wehub (World Education and Humanity Board) para, acto seguido, preguntar: “¿Alguno de ustedes tiene un hijo perdiendo cuatro materias o más?” y nadie levantó la mano; silencio absoluto que el conferencista deliberadamente alargó, callado durante tres minutos, para después concluir: “Ese es, basicamente, el problema: nos da pena reconocerlo, por lo menos, en público; porque nuestra sociedad considera que ser buenos padres es tener hijos buenos estudiantes. Nadie, festivamente, dice: 'mi hijo va perdiendo el año' y es una lastima porque esa misma vergüenza no nos permite abrazarlo y decirle: 'hijo, algo debes estar haciendo bien, te felicito'”.
La conferencia duró un poco más de cuatro horas, de las cuales tres fueron de preguntas y respuestas; deploro no poder dar fe de ellas, en este reducido blog, pero trataré de hacer un resumen de sus argumentos. El profesor Bergström salía esa misma noche para Lima y a los dos días llegaría a Buenos Aires, no se cansó de pedir disculpas por la lentitud de sus editores en tener sus libros traducidos al español pero se comprometió a acelerar el proceso. Su teoría es la siguiente: lo ideal es que los niños sean malos estudiantes en el colegio y muy buenos en la universidad. “Casi que lo primero es causa y lo segundo: efecto” comentó al margen “pero eso es tema para otra conferencia” agregó.
El primer error que cometen los padres es creer que ellos, también, son profesores y eso dificulta la relación con los hijos porque, con seguridad, odiarán la figura del “profesor” que generalmente es impositiva y sin mayores libertades porque, éste, a su vez, también es esclavo del pénsum, de las reglamentaciones y aunque sea difícil de creer: de las notas. El profesor Bergström conoció una escuela en Nairobi donde se calificaba con caritas felices de distinto color e indefectible, al final del año todos los niños se habían esforzado por ganar las de todos los colores y esa necesidad, solamente, los hizo tener un sentido grande de logro y autoestima cuando la verdad es que los profesores las ponían al azar, salvo que, entre ellos, determinaban no ponerle un color específico, a cada estudiante, durante la mayor parte del curso. En ese punto aprovechó para informar, el conferencista, que la mayoría de las comunidades consideradas primitivas, en el Africa y la Amazonía, por ejemplo, saben, en sus huesos, que su única labor es la de generar autoestima en sus hijos; pero que, de alguna manera, los países más educados del planeta consideramos, que los padres debemos entrenar a nuestros hijos para que compitan en el mundo exterior; lo que, además de padres y profesores, nos convierte en entrenadores y si el hijo falla en matemáticas, pues, se las enseñamos en la casa, por lo que también fungimos de: matemáticos, biólogos, gramáticos o de lo que sea necesario.
Una madre –contó– fue llamada al colegio y delante de su hijo, le dijeron que él había sido el único estudiante capaz de sacar cero en los cinco cortes, de la materia: geografía; “¡Oiste eso hijo!” exclamó ella y lo invitó a celebrar el acontecimiento con un helado: el niño, sin duda, no sabe dónde está parado pero ella si sabe que es más importante la sensación de haber hecho algo distinto a sus compañeros que la valoración de “peor” o “mejor” que es realmente lo nocivo de la educación. Vivimos en una sociedad tan mal educada que si uno es “peor” en algo, se vuelve “peor” en todo y si es “mejor” en algo, rara vez se le considera “mejor” en algo más. “¡Vaya encrucijada!” exclamó el profesor Bergström, cuando lo único que se nos pide como padres de familia es que ante cualquier situación –que no revele una falencia moral, por supuesto– le expresemos a nuestros hijos gestual y verbalmente “¡puta madre, hijo, de verdad que eres maravilloso!”
La mayoría de los estudiantes excelentes, en el colegio, sufren mucho con las malas notas y generalmente, escogen su carrera basados en éstas y no en una verdadera convicción, porque los obnubilamos tanto con el hecho de que "son buenos en ¡eso!" que les cuesta trabajo mirar para otro lado; y lo grave es que con una sola mala nota, en la universidad, son capaces de concluir que se equivocaron de carrera y echar todo por la borda; con dos malas notas se declaran mediocres y con tres malas notas algunos hasta se han suicidado. En cambio los que tienen experiencia perdiendo materias y pasando los años por la gracia de dios saben, con mayor certeza lo que les gusta y saben que serán buenos en lo que se propongan, porque mal que bien han tenido la posibilidad de probarse, con la ventaja de que superaron, desde pequeños, el trauma de la mala nota que, en el mundo de hoy, se ha vuelto un señalamiento inaudito.
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