Tony Leung

L'Amant

Título en español: El amante. Dirección: Jean-Jacques Annaud. Protagonistas: Jane March y Tony Leung. 1992 (Francia, Reino Unido y Vietnam)

LINEla

Mariposa o girasol

Vivimos enredados en la historia de nuestra vida, ocultos en los vericuetos de la razón. Cuando venimos a ver, resulta que el corazón vivió la misma historia pero pasó inadvertido; hasta que un día despierta en nosotros esa necesidad de volver sobre las vivencias, desde la cavidad toráxica, o cualquiera que sea el sitio donde los sentimientos residen, donde subyacen los recuerdos y salen a flote cuando perdemos la fuerza de retenerlos, en lo profundo, lo más lejos posible de la superficie. Esta película, es una historia de amor, aunque puede parecernos el tire y afloje entre las eternas convenciones de las clases sociales; o, de pronto –y eso sería infame– la precocidad sexual de una francesita culipronta en Saigón.

Es una historia de amor, con toda la carga de dolor que es solamente posible bajo el influjo de este sentimiento y conjurable sólo por las bocanadas del opio y, en el plano cinematográfico, por las escenas de lluvia que así como tratan de apaciguarlo todo, invocan también los presagios de una relación imposible. La necesidad tiene cara de perro, por eso lo que empieza como algo azaroso pero loable, se va convirtiendo en un intercambio de sexo por dinero y favores, que ella procura –pobrecita– mantener al mínimo. El problema es que viene de una crianza poco acostumbrada a la pobreza; o sea, franceses blancos a orillas del Mekong que deben mantener cierto decoro. Él tiene el problema contrario: es chino, con inmensas riquezas, lo que lo obliga a seguir las reglas de un matrimonio arreglado, desde niño, que afiance la fortuna de dos familias adineradas; le está permitido tener amantes pero se sobreentiende como relaciones con mujeres racialmente similares, pagadas –por lo general– de menor rango social.

Así las cosas, flota en el aire una sinceridad, innegable para el espectador, que se fundamenta en la narración; en su tono de comunicación autobiográfico, desprovisto de cualquier otro interés que el de contar una historia con objetividad y –más importante aún– desde la poesía. La novela de Marguerite Duras es un poema, igual debe serlo la película; si esa no es la propuesta, el reto, pues volvemos al lastre de contar una secuencia de hechos que puede llegar a ser ilustrativa, pero –como ya se dijo– sin la habilidad de transitar nuestro fluyo sanguíneo y alojarse en algún rincón ventricular. El respeto de Jean-Jacques Annaud por la obra literaria es singular –admirable si se compara con las adaptaciones de Hollywood en las que, como escribe Gertrude Hamacher, en su libro Cinema Calisthenics: “Compran el derecho a trivializarlo todo”– con esa necesidad de alcanzar el mismo nivel epidérmico. Algo muy difícil de explicar con palabras… por lo cual me excuso.

Le propongo, entonces al espectador, no guardar ningún tipo de distancias con esta película. Uno mismo debe ir en el ferry que atraviesa el río Mekong, sentir el olor del agua estancada en las orillas, el ruido del planchón de madera acomodando las cargas, los primeros diálogos entre ella y él, la francesita de 15 años y medio y el chino de 34; uno mismo debe ser las dos manos que se tocan, los labios de ella besando el vidrio del carro y los cigarrillos de él saliendo de su pitillera de oro; uno mismo debe vender frituras en las calles de Cholon, donde todo el ruido y los olores de Indochina entran por las ventanas donde yace la pareja herida de sexo y de amor; donde ella le echa agua a la naturaleza agonizante de un par de bonsáis, oficiando de mujer que quiere ver todo abierto, como ella misma, a la edad en que se es, al tiempo, mariposa y girasol. Uno mismo debe ser quien lava la sangre de su recién vulnerada virginidad.

La jovencita habla de su casa como un infierno y cuenta la historia de su madre, de cómo vislumbró un futuro próspero y fue robada por las entidades estatales. Ella es profesora en una escuela, al otro lado del río Mekong, lejos del internado donde vive su hija y del liceo donde estudia; sede fácilmente a la generosidad del hombre chino y de manera descarada sus hijos varones también. Los tres son alcahuetas pero, desencantada la familia de su experiencia en la tierra que, un poco más tarde, sería un país independiente, vuelve a Francia. La ruptura es devastadora para el chino que, finalmente, es menos fuerte que ella y no se atreve a contradecir a su padre. En cierto momento le dice a su joven amante: “Antes de enamorarme de ti, yo nunca había sufrido.” Ya casado y después de haber faltado a la última cita que tenía con ella, la despide, en el muelle, sin mostrar la cara; mientras el barco zarpa, él atestigua su partida sin salir de su lujoso carro negro y viéndola en la misma pose que la conoció, con los mismos zapatos de tacón, el mismo sombrero de hombre, y la misma pierna doblada hacia adelante, sobre la parte baja de la baranda de la cubierta del barco.

Parafraseando a Polanski que dijo sobre la película Tess, dirigida por él mismo y que es una adaptación de la novela Tess of the d'Urbervilles: A Pure Woman Faithfully Presented: ”A la película se le ven las mayúsculas” para referirse a la fidelidad con el libro de Thomas Hardy. Además de las mayúsculas, a El Amante se le ven los largos paréntesis, entre escena y escena, y que son los momentos de transición que tiene el espectador para darle sentido a lo que está mirando. En este caso, se acentúan los problemas familiares y se prolongan las tardes en Cholon: ella penetrada por los momentos que nunca abandonaron su memoria y él resignado a que, por lo menos, conoció el verdadero amor.

En algún momento dijo la autora, Marguerite Duras, que el hilo conductor de la novela era la falta de amor que su madre le tenía y que marcó su vida; cosa poco importante, o nimia, si se tiene en cuenta que ella, la joven niña, es el único personaje que guarda la compostura durante toda la película salvo, al final, en que llora, pero a escondidas.

L'Amant en IMDb

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Ying Xiong

Título en español: Héroe. Dirección: Yimou Zhang. Protagonistas: Jet Li, Tony Leung, Maggie Cheung y Ziyi Zhang. 2002 (China y Hong Kong)

LINEh

Menos por menos da más

Dos historias falsas dan una verdadera y la historia verdadera no tiene, realmente, significado si no se conocen las falsas; éstas van sumando posibilidades y, eso, es importante porque el espectador también concluye cuestiones de la película por ensayo y error. No se trata, para nada, de una dialéctica. Empezando porque no se puede ver, ni analizar, una película de Yimou Zhang sin desenchufar nuestro esquema occidental. La lógica es otra: la verdad está compartimentada entre testigos, protagonistas y las diversas personas que la escuchan y que la repiten; no nos es dable conocerla del todo, debemos buscar una aproximación probable al tire y afloje entre el Héroe y el Emperador, quienes actúan en consecuencia una vez contraponen cada reflexión, con todas las demás y esperan a que se anulen entre ellas, a que queden unas pocas –no necesariamente ciertas– válidas para el análisis. 

Cada historia tiene un color y elementos estéticos diferentes. Es una guerra en la que intervienen el Héroe, el Emperador, los enemigos del Emperador: Espada Rota, Nieve Voladora, Cielo y Luna; la naturaleza: los árboles, las hojas, el viento, las gotas de lluvia, el lago, la arena y el fuego; y las artes de la espada, el cuerpo, la caligrafía, la música y la mente. Lo que está en juego es la China, su unificación o su disgregación. Las acciones de los hombres guiadas por intereses personales –mezquinos, de alguna manera– van muriendo hasta vislumbrar el interés común, el bien superior. Indistintamente de las motivaciones, los personajes son nobles de espíritu y cultivan las calidades propias de los insuperables guerreros. De igual calidad son los elementos cinematográficos, de ahí la grandeza de la película. 

La prioridad del director es estética. Las películas orientales nos acostumbraron a que los guerreros vuelan, mientras están peleando; o sea, así como usan el viento, el agua y la arena a su favor, también lo hacen con la gravedad. La coreografía de cada enfrentamiento es milimétrica; inclusive, como en el juego de “go” (mal traducido: ajedrez), la pelea del Héroe contra Cielo se lleva a cabo, en su mayor parte, en la mente de ambos contendores, antes de moverse, a la espera de un error estratégico, para entrar –ahí sí– a matar, como efectivamente sucede. Es curioso pero cuando uno, como espectador, se da cuenta que está en presencia de una obra de arte, lo inverosímil se vuelve aceptable, lo recibimos con satisfacción, lo abrazamos: entregamos nuestro pellejo. Es un acto de rendición, de aceptación total; la reflexión viene después de la excitación, generalmente uno o dos días después, sacando a pasear al perro o haciendo mercado. 

La cámara de Yimou Zhang tiene particularidades enriquecidas por la tecnología y por el presupuesto, oportunidades que no tuvo Kurosawa; y menciono a este último porque el manejo del espacio es estéticamente similar; en películas como Ran o Rashomon. No me atrevería a decir que la técnica es la misma pero la concepción escenográfica es la de poder verlo todo, como parte de un mismo espacio. Los cortes a primerísimos planos de gotas de lluvia, gestos faciales, herrajes, pliegues de la ropa, polvo –inclusive– no pierden el fondo establecido en los planos generales: montañas, tejados, ejércitos, columnas descomunales, pisos nacarados, telas como murallas y biombos interminables, por ejemplo. 

El respeto por el oponente es fundamental. Es significativo que Espada Rota, cuando tiene la oportunidad, decide no matar al Emperador. En el momento, sin definirlas a cabalidad, le surgen dudas y como las acciones físicas del guerrero, no pueden contradecir las acciones mentales, se devuelve, a pesar de los esfuerzos por entrar al palacio imperial rodeado de ejércitos entrenados por centurias. Nieve nunca se lo perdonaría, pero lo ama y ese es el dilema nunca resuelto de su vida; o que zanja atravesándose ella misma, con la espada, que después de haber clavado en el cuerpo de su amado, termina de hundir hasta la empuñadura, para penetrar ambos estómagos y morir, pegada contra su espalda, sellando una fatalidad eterna. Eso también estaba previsto; para Espada Rota era claro que su sacrificio era la única forma de evitar que Nieve acabara con la vida del Emperador, o con la del Héroe. 

Y es que el hiato de la película es ese: que después de un plan tan juiciosamente concebido, en el espacio, en el tiempo y en la mente del contrincante, Espada Rota –de pensamiento– ya le ha perdonado la vida al Emperador; pero su esfuerzo no puede ir más allá del de darle vía libre a la espada de Nieve y entregarle al Héroe, en la arena, con su extraordinaria caligrafía, dos palabras: “Nuestra Tierra”. 

Desde ese instante, todo es claro. Sin embargo, el espectador se inquieta cuando el héroe se abalanza, con un movimiento fatal cuerpo-vuelo-espada, contra el Emperador. Es indispensable –el espectador asiente con una cómplice sonrisa– el traidor debe morir –como Fergus Kilpatrick, el de Borges– antes de ser irremediablemente descubierto y su investidura de héroe revocada; el pueblo no admitiría otra cosa. La fórmula: un intento de asesinato a la vista de todos, una ejecución pública inmediata y un entierro privado con todos los honores. Además, una excusa que más que poética, permite continuar la guerra que uniría a la China hasta nuestros días.

Ying Xiong en IMDb

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