Y tú mamá también

Dirección: Alfonso Cuarón. Protagonistas: Diego Luna, Gaél García Bernal y Maribel Verdú. 2001 (México)

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México para no turistas

Uno no se extraña, después de ver esta película, que Diego Luna y Gael García Bernal hayan llegado tan lejos en el mundo de la actuación; lo entregan todo: lenguaje, gestualidad, conjugación entre ambos, sentido del humor y una comodidad absoluta con el papel. El lector dirá que bastaba con ser ellos mismos: mexicanos y adolescentes; pero eso no deja de ser un sofisma: que uno sea contrahecho, cojo y jorobado no quiere decir que le sea innato actuar como Ricardo III. En el mismo sentido, pocas cosas son tan complicadas como hacer el papel, en escena, de uno mismo; inclusive Rintintín debió ser meticulosamente escogido, no cualquier perro puede hacer de perro. Y, aunque no afecta la película, me parece que Maribel Verdú es floja, no da la talla, sabe llorar pero no mucho más.

El narrador en off es un acierto, enriquece la película con datos, en su mayoría, transversales a la trama pero que permiten la comprensión del ambiente social que vive México. Si se entiende el todo se entiende la parte, o por lo menos sirve de acercamiento a la dinámica de los personajes: el uno rico, Tenoch, y el otro clase media baja, Julio, unidos por la democracia escolar, descubriendo, apenas, su sexualidad y disfrutando de la libertad que se tiene cuando los padres son ausentes: por demasiadas responsabilidades sociales, como los Iturbide, padres de Tenoch y cercanos al Presidente de la República; o por trabajo, como es el caso de la madre de Julio, huérfano de padre desde chiquito. Conocen a una española, mayor que ellos, casada y, por razones que no son claras al principio, ella acepta ir a la playa con el par de adolescentes.

Ellos van en su cuento romántico-sexual, un triángulo amoroso posibilitado por la ligereza con que la española decide tomarse las cosas y por grandes cantidades de tequila y marihuana. Mientras tanto el espectador conoce México; planos muy abiertos de las carreteras, de las rancherías que van dejando atrás, de los que se suben y se bajan de los buses –camiones les dicen allá– de las ventas ambulantes y, de manera repetida, la autoridad haciendo requisas, husmeando y deteniendo gente. La narración en off, sobre pistas en silencio, cuenta historias aleatorias pero ilustrativas de la vida mexicana, de la vida que tocamos con sólo mirar por la ventana del carro o acercarnos a comprar una artesanía, o con sólo decir buenos días, o pedir una cerveza en una tienda adyacente a la carretera. Imposible hablar de miseria, vemos personas rebuscadoras, ricas en lenguaje, en comida, en tradiciones y festividades; vemos familias juntas, niños sonrientes y bien alimentados; vemos un México distinto a Puerto Vallarta, Acapulco, Paseo de la Reforma, la Zona Rosa, Chapultepec o el Museo de Antropología.

Hay varios factores válidos para el análisis. El primero es que se trata de una película que celebra el advenimiento de un partido distinto al PRI, a cargo del destino de los mexicanos; y qué mejor que una película que muestra con suma libertad el desequilibrio social y la sexualidad sin tapujos, con el ánimo de mostrar un renovado aire, por lo menos, en lo social. Lo segundo es que el guión tiene el acierto de no incurrir en ningún tipo de comentario o diálogo moral sobre la temática de la película, esa imparcialidad demuestra, además, el tipo de respeto que más agradece el espectador y es que le dejen la libertad de hacer sus propios juicios de valor o –más importante aún– de no hacerlos si esa es su preferencia. Lo tercero es que la cámara es brillantemente entrometida, como los personajes y como el ritmo impuesto por el guión-producción-dirección, se mete en los baños, debajo del agua, a las cocinas; enfoca sin miedo intimidades y muestra más de lo que la escena necesita, se excede –como ya se dijo– en información visual y logra que el espectador tenga un mayor grado de integración con la narración cinematográfica. Lo cuarto son los indicios, principalmente en boca de la española que regaña como niños chiquitos a sus compañeros de viaje y les dice, en un par de oportunidades “…sólo os falta follar juntos…” o algo así y que hace comentarios reflexivos sobre la vida en relación con la muerte. Lo quinto es el lenguaje soez, la jerga, que por grosera que sea, entre los dos amigos, no deja de ser vinculante, de singularizar la relación; llamarse “charolastras” entre ellos y tener un manifiesto, una reglamentación es típico de una cercanía muy grande, como también lo es tirarse pedos por chanza o –aunque jueguen a salvaguardar el honor– compartir sexualmente a las novias.

Son muchos los factores de análisis, hay otros, inclusive. A lo que quiero llegar es que un factor que queda descartado por completo es el de la homosexualidad. Por ningún motivo hay el peligro de una relación homosexual entre ambos chicos; los comentario de la española son para puntualizar en su estrecha cercanía y no en su preferencia sexual, es quizá también una forma de incitarlos a estar los tres juntos. Sin embargo, un beso entre los dos amigos, llevados por la pesadez de la rumba y el sexo monolítico entre los tres, introduce un evento poético de relevacia dramatúrgica y cinematográfica, pero, echa por la borda toda la amistad. Y ¡eso! es la manifestación del machismo mexicano, del mero macho de sombrerote ranchero, bigotazo y pistola al cinto; dos amigos pueden superarlo todo, menos la más mínima sospecha sobre su hombría. Tenoch y Julio no se vuelven a ver nunca, salvo una tarde para tomar café, en la que el espectador se entera que Luisa, la española, murió de cáncer a los pocos días de su travesía juntos.

Y tu mamá también en IMDb

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