La double vie de Veronique

Título en español: La doble vida de Verónica. Dirección: Krzysztof Kieslowski. Protagonista: Irène Jacob. 1991 (Francia, Polonia y Noruega)

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Dos espejos: un reflejo

Los personajes que, sin importar el drama, ocupan toda la pantalla, todo lo saben, todo lo resuelven y terminan indefectiblemente parados cuando aparecen los créditos finales, se vuelven ofensivos porque te hacen sentir como un idiota; como un idiota que se divierte y se relaja, y olvida momentáneamente sus problemas pero, finalmente: un idiota. Por eso, con el paso del tiempo, nos empiezan a parecer antipáticos Nicolas Cage, Will Smith o Bruce Willis, porque son invencibles y todos los argumentos van encaminados a demostrar que, pese a tener el universo en su contra, tienen la razón, el poder y la gloria; cosa excesiva y que produce nauseas porque, finalmente, el espectador lo único que quiere ver –sin tanto chisporroteo– es que los buenos ganen y los malos pierdan. Parece una contradicción, pero lo que quiero decir es que, muchas veces, a la mitad de la película, o a los veinte minutos, bastaría que le dieran un tiro en la sien al malvado, al anti-protagonista, y nos iríamos felices para la casa.

Me gustaría que el cine fuera más como La doble vida de Verónica, con personajes indecisos que no tienen ni siquiera las preguntas, con situaciones que suceden más en la mente del espectador que en el celuloide; que en la medida que se desenvuelve la trama, uno se haga preguntas con respecto a si mismo; que si la película sucede en Kabul, Hong Kong o Salvador de Bahía uno sienta que a los seres humanos nos une una misma fibra, una misma sensibilidad, que, por momentos, sintamos que nos estamos mirando en el espejo. En este caso, la historia se desarrolla en Polonia y en Francia, pero eso no importa; son dos Verónicas y son hermosas, pero eso tampoco importa; a ellas les sucede algo inusual y eso es lo verdaderamente importante, por la sencilla razón de que nos podría pasar a nosotros. Además, quién no se ha preguntado “¿será que existe una persona igual a mí en alguna parte del mundo, con la que podría haber algún tipo inexplicable de conexión?”

Ambas Verónicas son interpretadas por la misma actriz, Irène Jacob quien es la protagonista de Rojo, la tercera película de la Trilogía de Kieslowski: Trois couleurs; es una mujer de la que los hombres nos enamoramos. Me refiero a que no es la mujer seductora que llama más al sexo que a tomarla de la mano bajo la luz de la luna, es de las que calificamos de tiernas y cariñosas, y que invitan al arrunchis y a guindar una hamaca en el iris de sus ojos. La una es polaca y la otra francesa, coinciden cuando van de viaje a Cracovia pero no se conocen, escasamente la una ve a la otra subiéndose a un bus y ésta toma fotografías aleatoriamente a la plaza donde se encuentran, llena de manifestantes; después se dará cuenta que en una de las fotografías aparece una mujer igual a ella pero, aunque la mira con curiosidad, no la trasnocha el asunto, quizá porque ella no tiene el espectro de conocimiento que tiene el espectador para asociar las similitudes, porque una reproducción fotográfica genera siempre dudas –la foto es chiquita y hace parte de una hoja de contactos– o porque simplemente muchas veces vemos, o no vemos, lo que queremos ver, o no ver.

El espectador se da cuenta, a tiempo, de que buscar, o desentrañar, un nexo mayor entre ambas Verónicas no es el objetivo de la película, por lo que dicha realidad sólo puede explicarse en el ámbito de la coincidencia, con la posibilidad de una justificación de corte casúistico. En fin, la premisa es que puede haber alguien que, además de parecerse a uno, enmienda los errores cometidos por uno o, como Verónica, la francesa, corrige y completa la vida de Verónica, la polaca, después de que ésta –que ya presentaba síntomas de una enfermedad cardiaca– muere cantando como parte del coro de una orquesta de música clásica y frente a un auditorio embelesado con la música de Zbigniew Preisner. Verónica, la francesa, también es cantante y ¡sin saber bien por qué! desiste de sus clases de canto y se dedica a llevar una vida más prosaica como profesora de música, a niños de colegio. Inclusive, hay una escena fugaz en la que se le ve en un consultorio de cardiología: podemos decir que ella es más práctica y la otra más “en las nubes” pero ambas son profundamente soñadoras y viven a la espera de que el universo las sorprenda. No en vano, la primera Verónica, muere “en su ley” cantando: las líneas de Dante Verso il cielo, de su obra Paradiso.

La película tiene metáforas claves que, ya sea porque sirven de indicio o porque despejan dudas, la autodefinen: la lectura de predestinación de las marionetas; el comentario de ambas Verónicas de que a veces se sienten “como en otra parte”; la imagen poética de la pelota transparente cuyo reflejo, contra la ventana del tren, se ve al revés pero paralelo y en el mismo sentido; el acto extraño de frotar la pestaña inferior con el anillo; la escena final en que Verónica para el carro para tocar el tronco de un árbol y el diálogo, inmediatamente anterior, en que su amante marionetista le dice: “esta marioneta eres tú” y ella le pregunta: “¿pero por qué hiciste dos? Y él le responde: “porque durante las presentaciones las manipulo demasiado y se estropean fácilmente”.

La double vie de Veronique en IMDb

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