Fitzcarraldo

Titulo en español: Fitzcarraldo. Dirección: Werner Herzog. Protagonistas: Klaus Kinski y Claudia Cardinale. 1982 (Alemania y Perú)

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Vislumbrando a Quetzalcoatl

“Donde hay un hombre osado, hay una película” decía John Wayne, y eso debió pensar Werner Herzog cuando le dijo, en la mitad de una sobremesa aburrida, a alguien: “¿Qué tal un irlandés en la ribera del río Amazonas, con ganas de construir una ópera?” Ahora bien, no era una ocurrencia sin antecedentes: en la febril época del caucho se construyó en Manaos un teatro para la ópera, con mármoles de Carrara y cristales de Murano. De hecho la primera secuencia muestra a Klaus Kinski y Claudia Cardinale llegar remando -se había fundido el motor de su embarcación- y entrar embarrados al final de la ópera Ernani, de Giuseppe Verdi, cantada por Enrico Caruso. La escena es filmada, por supuesto, en la Ópera de Manaos.

Él es Brian Sweeney Fitzgerald, llamado en la región Fitzcarraldo, un oportunista melómano que aparece vendiendo hielo, después de haber fracasado en el intento de construir un ferrocarril, y cuya única posesión -salvo un vestido de lino blanco y un par de camisas de cuello almidonado- es un fonógrafo de cuerda; y ella es Molly, la madame del burdel más fastuoso de Iquitos, quien costea la aventura de su reincidente amante porque lo ama y, más importante aún: la divierte. Entre los dos, logran conseguir el permiso de explotación cauchera de unas tierras que quedan en una encrucijada geográfica que obliga a atravesar, un barco de vapor de 340 toneladas, de un brazo del río a otro, por una montaña. Es, además, la aventura misma de la producción de la película pues esto, según se va haciendo, se va filmando, sin efectos cinematográficos de ninguna clase. 

El tercer ingrediente que hace la trama aún más peligrosa, como si fueran pocos los peligros de la selva y de la baja estopa de los hombres reclutados para tal peripecia, son los indios, que en ese territorio específico del Amazonas son reconocidos por su ferocidad, sangre guerrera y la maña de reducirle el cráneo, después de cortada la cabeza, con un sistema de cocido y raspado, a sus enemigos. Con todo esto en mente, Fitzcarraldo se lanza a establecer su propia cauchería con el único derrotero de gastarse las utilidades, de ese futuro negocio -como ya se dijo- en la construcción y puesta en marcha de un teatro operático. 

Los planos medios son escasos. Herzog muestra la majestad del río Amazonas con planos muy amplios, paneos cortos y cortes a planos bien cerrados, ya sea para mostrar un marrano, una mazorca asada, un jugador de cartas sin un diente e, inclusive, las expresiones faciales de Fitzcarraldo, cuya gesticulación es capaz de expresar la intensidad del drama. El zoom, lo utiliza muy discretamente sólo para marcar la lentitud con que se mueve el barco y la imperturbable cadencia del río. Hace lo mismo con el sonido. Hay un ruido de selva constante pero es apagado, dándole posibilidades al silencio de manifestar la paulatina elongación de la aventura, siempre con el ronroneo de las máquinas del barco, constante, muy al fondo, De cuando en vez se acercan en alto volumen las guacamayas, los mosquitos, los monos, las libélulas y el siseo de las iguanas y las serpientes. Para dar un ejemplo de lo primero, cuando van a ver el viejo barco recién comprado, sin remodelar, con los pisos levantados e invadido por la herrumbre, el director escoge un corte, en primerísimo plano, de la encantadora sonrisa y los dientes sublimes de Claudia Cardinale que contrastan mágicamente con el desorden imperante. 

El tercer protagonista es el calor. Las caras y las musculaturas se ven sudadas pero no como en la playa, o donde el viento refresca, sino con esa acuosidad aceitosa que no se renueva, que se mete en cada meandro de la piel y que en el caso de Fitzcarraldo causa impacto porque siempre está de vestido blanco, saco y pantalón de lino y una corbata oscura que, en los momentos de mayor desespero, se ve ligeramente desajustada; igual su sombrero claro encintado que, sin causar ningún estorbo en la composición cinematográfica, no siempre lo tiene consigo; yo creo que Herzog prescinde de éste, por momentos, para mostrar su lustrosa cabellera plateada que, en mi opinión, hace parte de los elementos dramáticos de la película. Lo que nos lleva a una subtextualidad que, en definitiva, prima por encima de la supuesta estructura operática de la narración que, en mi sentir, no es más que un facilismo de algunos críticos en su afán por intelectualizar la película. 

Ni siquiera una ópera de Hernán Cortés llegando a las costas de México, lograría la siguiente analogía poética: Fitzcarraldo se salva de la crueldad de los indios y, además, logra que lo ayuden en su idea superlativa porque lo confunden con un Dios. No vamos a decir que este pueblo indígena había predeterminado la llegada de una divinidad de tales características, como los aztecas lo hicieron esperando a Quetzalcoatl, pero de alguna manera quedaron igual de maravillados con su barco, primero que todo, con el sonido celestial emanado de su fonógrafo, con su cabeza color plata y con su apostura de persona segura de sí misma, más allá de toda comprensión. 

No es imperativo, para el espectador, hacer dicha analogía para presentir una masacre. Se empiezan a dar elementos que, poco a poco, van desacralizando lo que, de entrada, fue causa de revelación. Los indios, siempre vigilantes, y cada vez mostrando más los dientes, celebran como propia la hazaña de haber abierto una trocha inmensa, de haberle incorporado unos rieles sobrantes de la experiencia frustrada del ferrocarril y de haber aplicado unos mínimos conocimientos de física, para lograr el casi imposible cometido. Una vez la embarcación, pasa al otro brazo del río, los navegantes se descuidan y, mientras duermen, el barco atraviesa los rápidos que, en un principio, debieron evitar y, como por ensalmo, la película podría volver a comenzar de ceros. Sin embargo, no hay frustración, no hay amargura; el río en su constante devenir le enseña a los hombres que: continuar no es, para nada, empezar de nuevo. 

Fitzcarraldo en IMDb

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