Jet Li

Ying Xiong

Título en español: Héroe. Dirección: Yimou Zhang. Protagonistas: Jet Li, Tony Leung, Maggie Cheung y Ziyi Zhang. 2002 (China y Hong Kong)

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Menos por menos da más

Dos historias falsas dan una verdadera y la historia verdadera no tiene, realmente, significado si no se conocen las falsas; éstas van sumando posibilidades y, eso, es importante porque el espectador también concluye cuestiones de la película por ensayo y error. No se trata, para nada, de una dialéctica. Empezando porque no se puede ver, ni analizar, una película de Yimou Zhang sin desenchufar nuestro esquema occidental. La lógica es otra: la verdad está compartimentada entre testigos, protagonistas y las diversas personas que la escuchan y que la repiten; no nos es dable conocerla del todo, debemos buscar una aproximación probable al tire y afloje entre el Héroe y el Emperador, quienes actúan en consecuencia una vez contraponen cada reflexión, con todas las demás y esperan a que se anulen entre ellas, a que queden unas pocas –no necesariamente ciertas– válidas para el análisis. 

Cada historia tiene un color y elementos estéticos diferentes. Es una guerra en la que intervienen el Héroe, el Emperador, los enemigos del Emperador: Espada Rota, Nieve Voladora, Cielo y Luna; la naturaleza: los árboles, las hojas, el viento, las gotas de lluvia, el lago, la arena y el fuego; y las artes de la espada, el cuerpo, la caligrafía, la música y la mente. Lo que está en juego es la China, su unificación o su disgregación. Las acciones de los hombres guiadas por intereses personales –mezquinos, de alguna manera– van muriendo hasta vislumbrar el interés común, el bien superior. Indistintamente de las motivaciones, los personajes son nobles de espíritu y cultivan las calidades propias de los insuperables guerreros. De igual calidad son los elementos cinematográficos, de ahí la grandeza de la película. 

La prioridad del director es estética. Las películas orientales nos acostumbraron a que los guerreros vuelan, mientras están peleando; o sea, así como usan el viento, el agua y la arena a su favor, también lo hacen con la gravedad. La coreografía de cada enfrentamiento es milimétrica; inclusive, como en el juego de “go” (mal traducido: ajedrez), la pelea del Héroe contra Cielo se lleva a cabo, en su mayor parte, en la mente de ambos contendores, antes de moverse, a la espera de un error estratégico, para entrar –ahí sí– a matar, como efectivamente sucede. Es curioso pero cuando uno, como espectador, se da cuenta que está en presencia de una obra de arte, lo inverosímil se vuelve aceptable, lo recibimos con satisfacción, lo abrazamos: entregamos nuestro pellejo. Es un acto de rendición, de aceptación total; la reflexión viene después de la excitación, generalmente uno o dos días después, sacando a pasear al perro o haciendo mercado. 

La cámara de Yimou Zhang tiene particularidades enriquecidas por la tecnología y por el presupuesto, oportunidades que no tuvo Kurosawa; y menciono a este último porque el manejo del espacio es estéticamente similar; en películas como Ran o Rashomon. No me atrevería a decir que la técnica es la misma pero la concepción escenográfica es la de poder verlo todo, como parte de un mismo espacio. Los cortes a primerísimos planos de gotas de lluvia, gestos faciales, herrajes, pliegues de la ropa, polvo –inclusive– no pierden el fondo establecido en los planos generales: montañas, tejados, ejércitos, columnas descomunales, pisos nacarados, telas como murallas y biombos interminables, por ejemplo. 

El respeto por el oponente es fundamental. Es significativo que Espada Rota, cuando tiene la oportunidad, decide no matar al Emperador. En el momento, sin definirlas a cabalidad, le surgen dudas y como las acciones físicas del guerrero, no pueden contradecir las acciones mentales, se devuelve, a pesar de los esfuerzos por entrar al palacio imperial rodeado de ejércitos entrenados por centurias. Nieve nunca se lo perdonaría, pero lo ama y ese es el dilema nunca resuelto de su vida; o que zanja atravesándose ella misma, con la espada, que después de haber clavado en el cuerpo de su amado, termina de hundir hasta la empuñadura, para penetrar ambos estómagos y morir, pegada contra su espalda, sellando una fatalidad eterna. Eso también estaba previsto; para Espada Rota era claro que su sacrificio era la única forma de evitar que Nieve acabara con la vida del Emperador, o con la del Héroe. 

Y es que el hiato de la película es ese: que después de un plan tan juiciosamente concebido, en el espacio, en el tiempo y en la mente del contrincante, Espada Rota –de pensamiento– ya le ha perdonado la vida al Emperador; pero su esfuerzo no puede ir más allá del de darle vía libre a la espada de Nieve y entregarle al Héroe, en la arena, con su extraordinaria caligrafía, dos palabras: “Nuestra Tierra”. 

Desde ese instante, todo es claro. Sin embargo, el espectador se inquieta cuando el héroe se abalanza, con un movimiento fatal cuerpo-vuelo-espada, contra el Emperador. Es indispensable –el espectador asiente con una cómplice sonrisa– el traidor debe morir –como Fergus Kilpatrick, el de Borges– antes de ser irremediablemente descubierto y su investidura de héroe revocada; el pueblo no admitiría otra cosa. La fórmula: un intento de asesinato a la vista de todos, una ejecución pública inmediata y un entierro privado con todos los honores. Además, una excusa que más que poética, permite continuar la guerra que uniría a la China hasta nuestros días.

Ying Xiong en IMDb

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