Fabio Lozano Uribe

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León de Greiff

Fávilas

Yo soy el Viento.
Alígero discurro
por los collados; con mis brazos ciño
la esbelta línea, el musical susurro
y el tibio aroma y el logrado afán.
De grana ardiente el gris otoño tiño,
y entre mis brazos de tiznado armiño
vibran los sueños que a mi ardor se dan.

Yo soy el Viento.
Impávido discurro
por el vórtice. Lúgubres aúllen
trenos de espanto y gélido susurro
lacerante, en mi torvo, hórrido afán.
Sordas nenias mi hejíra álgida arrullen...
Bah...: mis brazos aspérrimos se mullen
para los sueños que a mi ardor se dan.

Yo soy el Viento.
Y al azar discurro.
Y a tí y a mí la misma melodía
nos exalta! Me abrevo del susurro
de tu voz! Es mi afán tu propio afán!
Tu férvida pasión nutre la mía!
Saciar tu árida sed mi sed ansía,
y henchir los sueños que a mi ardor se dan.


Ritornelo

“Esta rosa fue testigo”
de ése, que si amor no fue,
ninguno otro amor sería.
Esta rosa fue testigo
de cuando te diste mía!
El día, ya no lo sé
–sí lo sé, mas no lo digo–
Esta rosa fue testigo.

De tus labios escuché
la más dulce melodía.
Esta rosa fué testigo:
todo en tu sér sonreía!
todo cuanto yo soñé
de tí, lo tuve conmigo...
Esta rosa fué testigo.

En tus ojos naufragué
donde la noche cabía!
Esta rosa fué testigo.
En mis brazos te oprimía,
entre tus brazos me hallé,
luégo hallé más tibio abrigo...
Esta rosa fué testigo.

Tu fresca boca besé
donde triscó la alegría!
Esta rosa fué testigo
de tu amorosa agonía
cuando del amor gocé
la vez primera contigo!
Esta rosa fué testigo.

“Esta rosa fue testigo”
de ése, que si amor no fué,
ninguno otro amor sería.
Esta rosa fue testigo
de cuando te diste mía!
El día, yá no lo sé
–sí lo sé, más no lo digo–
Esta rosa fue testigo.


Tergiversaciones

Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa
dicen que soy poeta..., cuando no porque iluso
suelo rimar –en verso de contorno difuso–
mi viaje byroniano por las vegas del Zipa...,

tal un ventripotente agrómena de jipa
a quien por un capricho de su caletre obtuso
se le antoja fingirse paraísos... al uso
de alucinado Pöe que el alcohol destripa,

de Baudelaire diabólico, de angelical Verlaine,
de Arthur Rimbaud malévolo, de sensorial Rubén,
y en fin... hasta del padre Víctor Hugo omniforme...!

¡Y tanta tierra inútil por escasez de músculos!
¡tanta industria novísima! ¡tanto almacén enorme!
Pero es tan bello ver fugarse los crepúsculos...


Relato de Sergio Stepansky

¡Juego mi vida!
¡Bien poco valía!
¡La llevo perdida
sin remedio!
Erik Fjordsson.

Juego mi vida, cambio mi vida,
de todos modos
la llevo perdida...

Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito,
en una encrucijada, en una barricada, en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
—en la periferia, en el medio,
y en el sub-fondo...—

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.
Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo...:
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo...

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil:
—por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil:
por los colgajos que se guinda en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia;
la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por una anilla de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: —para echar a rodar la bola...

Cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo;
la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra;
la cambio por un romance, la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca, por una pipa, por una sambuca...

o por esa muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida —al fiado— por una fábrica de crepúsculos
(con arreboles);
por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra—
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas...

¡o por dos huequecillos minúsculos
—en las sienes— por donde se me fugue, en grises podres,
la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres...!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida...


Gaspar

Ahora, en la mañana, todo es grato...
Más tarde, al mediodía, todo es duro.
Al véspero: el pasado y el futuro:
fantasmas que fastidian por un rato.

A prima noche un malestar ingrato;
poco después, algo fragante, obscuro
nos echa en brazos del enigma impuro,
y a las doce y a las trece... el buho! el gato!

Y ya al amanecer, del vagabundo
se despierta en su ser la delirante
ansia de caminar; y alto y profundo

exhibe a la ciudad su claudicante
figura de bohemio trashumante
y se da a andar, Gaspar el Errabundo!


Cancioncilla

Quise una vez y para siempre
–ya la quería desde antaño–
a ésa mujer, en cuyos ojos
bebí mi júbilo y mi daño...

Quise una vez –nunca así quise
ni así querré, como así quiero–
a ésa mujer, en cuyo espíritu
fundí mi espíritu altanero.

Quise una vez y desde nunca
–ya la querré y hasta que muera–
a ésa mujer, en cuya boca
gusté –otoñal– la Primavera.

Quise una vez –nadie así quiso
ni así querrá, que es arduo empeño–
a ésa mujer, en cuyo cálido
regazo en flor ancló mi ensueño.

Quise una vez –jamás la olvide
vivo ni muerto– a ésa mujer,
en cuyo sér de maravilla
remorí para renacer...

Y ésa mujer se llama... Nadie,
nadie lo sepa –Ella sí y yo–.
Cuando yo muera, digas –sólo–:
quién amará como él amó?


Soneto

Poeta soy, si es ello ser poeta.
Lontano, absconto, sibilino. Dura
lasca de corindón, vislumbre obscura,
gota abisal de música secreta.

Amor apercibida la saeta.
Dolor en ristre lanza de amargura.
El espíritu absorto, en su clausura.
Inmóvil, quieto, el corazón veleta.

Poeta soy si ser poeta es ello.
Angustia lancinante. Pavor sordo.
Velada melodía en contrapunto.

Callado enigma tras intacto sello.
Mi ensueño en fuga. Hastiado y cejijunto.
Y en mi nao fantasma único a bordo.