Fabio Lozano Uribe

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Juana de Ibarbourou

Días sin Fe

El navío de la esperanza
Ha olvidado los caminos claros de mi puerto.
El agua cóncava de la espera sólo refleja
La blancura caliza de un paisaje sin ecos.

Sobre los cielos lisos
No pasan nubes en simulacros de ríos y de parques
Y el buho pesado del tiempo
Se ha detenido en la proa inmóvil de mi nave.

No tengo fuerzas para arrancar el ancla
Y salir al encuentro del barco perdido.
Una mano ha echado raíz sobre la otra mano.
Los ojos se me cansan por los horizontes vacíos;
Siento el peso de cada hora
Como un racimo de piedra sobre el hombro.

¡Ah!, quisiera librarme ya de esta cosecha
Y volver a tener los días ágiles y rojos.


El Gesto Mío

Fulgura tal cantidad de estrellas esta noche, que me pregunto cómo puede haber en el cielo espacio para tanto lunar de oro. Tal vez por eso, a ratos, algunas se desprenden, quizás empujadas por las otras, que quieren sitio y cruzan la alta sombra como una larga flecha rubia. Yo no me canso de mirar y mirar el cielo esta noche. E inconscientemente, cuando veo desprenderse una estrella, alargo la mano con la absurda pretensión de apresar a la vagabunda. ¡Ay! ¡Es un gesto muy mío éste de tender siempre las manos hacia las cosas más imposibles!


El Grito

La noche cálida como una axila
Y el mar espejeando en la sombra.
El grano rubio de los luceros
Se muele en la eterna tahona.

Y cae la harina misteriosa de la luz
Sobre el agua ágil y ronca.

En la orilla, espectadora ávida,
Devoro con los ojos el manjar divino
Negado a mi boca amarga.

Un canto de marineros
Hace aguda la noche redonda

Yo muerdo un deseo imposible
Sentada en la rueda de las sombras.

Y doy un grito, un grito filoso
Para cortar el cable que me ata a una tierra
¡A una sola tierra!
De la que conozco hasta el polvo
Que baila en los vientos.
(Los vientos tienen olor
A paja brava y a selva.)

El grito inútil cae en el mar
Como una gaviota herida en las alas
¡Noche, noche tropical,
Que no has querido cercenar mi amarra!


El Nido

Mi cama fué un roble
Y en sus ramas cantaban los pájaros.
Mi cama fué un roble
Y mordió la tormenta sus gajos.

Deslizo mis manos
Por sus claros maderos pulidos,
Y pienso que acaso tocó el mismo tronco
Donde estuvo aferrado algún nido.

Mi cama fué un roble.
Yo duermo en un árbol.
En un árbol amigo del agua,
Del sol y la brisa, del cielo y del musgo,
De lagartos de ojuelos dorados
Y de orugas de un verde esmeralda.

Yo duermo en un árbol.
¡Oh, amado, en un árbol dormimos!
Acaso por eso me parece el lecho,
Esta noche, blando y hondo cual un nido.

Y en ti me acurruco como una avecilla
Que busca el reparo de su compañero.
¡Que rozongue el viento, que gruña la lluvia!
Contigo, en el nido, no sé lo que es miedo.


La Luna

Cuando miro la luna brillante, nodriza de los soñadores, pienso:
-Como una madre, ella ha de buscarme y de reconocerme entre la multitud de sus hijos. Como una madre, ella sabrá lo que he soñado y lo que sufrido bebiendo su clara leche fluida. Mas he de morir luego. La tierra pegajosa e impenetrable se ceñirá a mi cuerpo y carcomerá mis sienes. ¡Y entonces será inútil que la buena aya se afane por hacer llegar hasta mí el pezón dulce e inagotable de su rayo!


Mujer

Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,
De sombra y silencio me había de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo ambularía
Por los campos quietos y por frente al mar!

Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco,
Tenaz vagabundo que había de ser!
¡Amigo de todos los largos caminos
Que invitan a ir lejos para no volver!

Cuando así me acosan ansias andariegas
¡Qué pena tan honda me da ser mujer!